Gustavo Flores Montalbetti 22 de octubre de 2024
Pareciera una frase surgida de la fantasía. Pero no, nada más cierto que la presencia de camellos en el interior de nuestra provincia. Aunque hace mucho tiempo, entre mediados de la centuria de 1800 y las primeras décadas de la siguiente, en una propiedad enclavada entre la aspereza de la antiguamente llamada "Cordillera del Alumbre", llegó una tropa inicial de siete ejemplares.
Sucedió que, con la llegada del ferrocarril y el frecuente movimiento y envío de cargas y el traslado de pasajeros que implicó este novedoso medio de transporte en reemplazo de las galeras, sopandas, birlochos y carruajes tirados por caballos, mulas y bueyes -aunque sin llegar a substituirlos completamente-, en las campiñas que atravesó y los pueblos que unió, las actividades agroganaderas, forestales y mineras principalmente, tuvieron un significativo impulso.
Por entonces, el desarrollo de carácter regional que implicó el tendido de vías hacia diferentes destinos nacionales e internacionales demandó una descomunal cantidad de productos forestales; con una muy alta demanda de las llamadas "maderas duras".
En primer lugar, el quebracho colorado y el quebracho blanco; aunque, fueron igualmente solicitados, el cebil, el lapacho, la tipa blanca y los palos blanco y amarillo. En aquella época, no existía ningún control para la actividad de tala de bosques y extracción, como tampoco, los conocimientos necesarios y una real conciencia, acerca del cuidado del ambiente natural.
A esta grave consecuencia provocada por el avance agroindustrial, debemos agregarle otras derivadas de los desmontes y la quema de flora nativa para destinar dichas tierras a la siembra de productos de alto valor internacional. Sin entrar a contemplar las terribles e irremediables secuelas sufridas por la fauna autóctona. "Es el precio del progreso", diría algún funcionario entorchado.
Los primeros tiempos
Los más antiguos escritos en que se mencionan algunos territorios del "Valle de Cianca, al Sureste de la ciudad de Salta" y que se incluyen en el ámbito del Gran Chaco, corresponden al informe de la "Entrada Pacificadora de 1710 por el gobernador de Salta Esteban de Urízar y Arespacochaga". Y al año siguiente, ordenó realizar la "Segunda Entrada Pacificadora al Gran Chaco", al mando del secretario mayor Juan Francisco Martínez Sáenz, a quién "(…) le otorga en posesión las dichas tierras que llaman del Algarrobo y Punilla debajo de los linderos y distancias expresadas, las cuales están en los confines del enemigo Mocoví y en su poder yermas y despobladas, con la condición de que en caso que dichas tierras por los sucesos de las guerras citadas queden inhábiles o poblarse, no tendrían derecho a la devolución de los $200 como también que dentro de tres meses de concluida la campaña poblaría las tierras haciendo un Fuerte que mantendrá a su costa por ser la principal venida de los bárbaros a esta ciudad (…)".
En realidad, la extensión mencionada, incluía desde la actual Ruta Nacional Nº34 hasta los cerros del Huaico Hondo que, en dirección Este, hacen de deslinde con el Parque Nacional de la Estancia del Rey; y desde las cercanías de la Cabeza de Buey hasta la margen del Río Juramento en sentido Norte-Sur. Posteriormente, con el paso del tiempo y ante situaciones que no condicen con este relato, hubo fraccionamiento por ventas y en un caso puntual, la donación de tierras a siete esclavos libertos cuando finalizaron las acciones armadas de la Guerra de la Independencia.
"Finca La Trampa" fue uno de los primeros emprendimientos rurales de la provincia que desde 1782 es propiedad de la familia Torino y siempre estuvo destinado a la cría, reproducción y mejora de ganado vacuno.
A partir de la oficialización de las Postas del Camino Real que hiciera Alonso Carrió de la Vandera en 1771 y registrada por Calixto Bustamante Carlos Inca -conocido con el apelativo Concolorcorvo-, el señor Manuel Torino estuvo a cargo de la "Posta de La Ciénaga de La Trampa" hasta 1805. Algunos de sus descendientes, los hermanos Desiderio y Zenón, alrededor de 1860 fundaron una curtiduría de cueros o tenería, llegando a ser renombrados en Buenos Aires debido a la excelente calidad del producto que obtenían en aquél remoto paraje. Para ello, trabajaron un pequeño obraje forestal e instalaron una máquina trituradora de cáscara de cebil, utilizada en el proceso; y para dar respuesta a una mayor demanda, aumentaron la producción dándole participación a propietarios de fincas vecinas. Paralelamente necesitaron mejorar y agilizar el modo de transportarlos, debido a que la fragosidad del terreno excedía la energía de las mulas que marchaban por las sendas que enmarcaban la serranía Puerta de las Antas y los cerritos El Pabellón y El Capitán, pues en días de mucho calor, caían fulminadas bajo la carga.
Aquí el dato curioso
Por comentarios que oportunamente hiciera el señor Francisco Torino continuando con la tradición familiar, aún permanece fresco el hecho ocurrido en aquél lejano tiempo. Aunque, absolutamente nadie tiene referencias ni conoce el modo en que don Desiderio y don Zenón se las arreglaron para tramitar, comprar y hacer llegar a "Finca La Trampa", aquella reducida tropa de siete camellos con los que, durante algunas décadas, armaron los convoyes de carga. Es ineludible pensar en el cruce de un continente a otro y embarcados hasta quién sabe qué puerto. Y luego, en la marcha de la exótica caravana rumbo a su destino final.
Según cuenta el cronista e historiador de la época, don Francisco Centeno "(…) estos resistentes animales cargaban con comodidad, hasta doce piezas cada uno y era sumamente gracioso cuando pasaban por Cabeza de Buey, Cobos y Campo Santo, ver como los gauchos reunidos en pulperías y tabeadas tenían que acudir rápidamente a sujetar sus monturas porque los caballos al ver los cuadrúpedos de largo cuello y pequeña cabeza con su cúpula agigantada por la gran albarda de cueros, echaban a correr en desesperada marcha, enloquecidos por la presencia de aquellos cucuruchos o fantasmas ambulantes (…)". De modo que, por algún tiempo, en cada marcha podían llevar alrededor de ochenta a noventa piezas. Aunque, si bien estos desconocidos animales no sufrieron mayores consecuencias por haber sido extraídos de su hábitat desértico e introducidos en otro cubierto de vegetación, ocurrió que en poco más de medio siglo, acabaron cayendo bajo la saña de las implacables garrapatas.
Durante el primer tercio del siglo XIX, además de dedicarse a la pastura y cría y mejora de ganado, don Inocencio sembró algunas hectáreas de trigo y puso en funcionamiento un molino hidráulico que estuvo activo hasta 1948.
El 24 de agosto de ese año, el terrible terremoto de 7 grados de intensidad con epicentro a solo 30 kilómetros de profundidad en la serranía en que se encuentra enclavada la finca, azotó la región y produjo la destrucción de la totalidad de sus instalaciones. Lo único que resistió y todavía se mantiene en pie, es un tramo del angosto acueducto de piedra donde ganaba fuerza la correntada que movía las enormes muelas.
https://www.eltribuno.com/opiniones/2024-10-22-0-0-0-la-tropa-de-camellos-en-la-finca-la-trampa
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