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martes, 31 de marzo de 2015

Un plan transgeneracional



Actos de guerra británicos para separar a Hispanoamérica
 “Los voluminosos estudios y libros que en su momento se publicaron para relatar y analizar los actos de guerra británicos para separar a Hispanoamérica de España (…) exigen en este tercer milenio (…) una nueva reedición integral y un nuevo estudio profundizado (…) como elemento vital para explicar por qué Hispanoamérica está cada vez más balcanizada, en territorio y en penurias para sus pueblos, y qué es lo que debe hacerse para que Hispanoamérica sea de una vez y para siempre un país”
Detalle de un grabado del Congreso de Viena representado por J. B. Isabey. Inglaterra manipuló este Congreso para lograr el control de las rutas marítimas mundiales, mientras  intervenía militarmente en Hispanoamérica para destruir su unidad y así asegurar la dominación política, comercial y financiera británica.
El siguiente texto es un extracto del libro “La involución hispanoamericana. De provincias de las Españas a territorios tributarios. El caso argentino. 1711-2010″ (Capítulo IX: Los actos de guerra británicos para separar a Hispanoamérica de España en el diagrama internacional), obra de Julio C. González, abogado y economista, ex Secretario Técnico de la Presidencia de Perón, ex Profesor de la Universidad de Buenos Aires, y Profesor Titular de Estructura Económica Argentina en la Universidad Lomas de Zamora (Buenos Aires).
En Argentina, reiteramos, un arma eficiente para la dominación y el vasallaje inveterado ha sido la supresión sutil de los hechos y de los actos que eslabonaron los grilletes que nos encadenan. Esa supresión de fuentes para el entendimiento o intelecto es lo que ha permitido borrar de nuestra historia y de nuestras políticas a la memoria colectiva. Una comunidad sin memoria no es un pueblo, es un mejunje de gente que no sabe por qué se halla en una situación de penuria, ni conoce su destino. No sabe si existe y para qué existe. No tiene un principio de proveniencia. Tampoco una causa final para realizar sus vidas. Los años que transcurren desde 1810 hasta 1880 conforman una masacre sostenida de la etnia criolla o hispanoamericana: guerras con millares de muertos para separarnos de España; guerras civiles con millares de muertos entre Buenos Aires y las provincias; guerra con millares de muertos contra el Paraguay; epidemias de cólera y de fiebre amarilla con miles de muertos; guerra con miles de muertes contra los argentinos autóctonos, llamados indios…
Sin conocimiento de la conducción jurídica exterior y de la conducción jurídica económica no hay explicación de todas las calamidades que nos ocurren. La dependencia del Estado y del pueblo se mantiene inalterable. La leyenda histórica ocupa el lugar de la verdad. Y que la verdad permanezca desconocida es el seguro que tienen los poderes internacionales de la vigencia del sometimiento bajo apariencia de una Argentina Independiente que es inexistente. Y lo mismo ha acontecido con todas las repúblicas de papel, creadas en Hispanoamérica, después que dejamos de ser Provincias de España en cumplimiento de los planes británicos de 1711 y 1804.
El General Simón Bolívar, en sus últimos tramos de vida lo explicó muy bien:
“Dejamos de ser españoles y luego hemos ido de aquí para allá, en países que cambian tanto de nombres como de gobiernos de un día para el otro, que ya no sabemos ni de dónde carajo somos.”
[…] Aquí no habrá más guerras que las de los unos contra los otros, y éstas son como matar a la madre.” (García Márquez, El General en su laberinto, Sudamericana, 1989, págs. 190-191).
Después de estas reflexiones retomamos la exposición cronológica de la secesión o separación de Argentina y de Hispanoamérica.
Los voluminosos estudios y libros que en su momento se publicaron para relatar y analizar los actos de guerra británicos para separar a Hispanoamérica de España y los actos jurídico-políticos en que se enfrentaron y/o aliaron las potencias europeas con relación al plan británico de separar a Hispanoamérica de España exigen en este tercer milenio de la historia una nueva reedición integral y un nuevo estudio profundizado. No para curiosear un pasado como testigos mudos e intrascendentes, sino como elemento vital para explicar por qué Hispanoamérica está cada vez más balcanizada, en territorio y en penurias para sus pueblos, y qué es lo que debe hacerse para que Hispanoamérica sea de una vez y para siempre un país […]
I. Independencia de América. Fuentes para su estudio
Colección de Documentos Conservados en el Archivo General de Indias de Sevilla. Dirección de Pedro Torres Lanzas, Jefe del Archivo de Indias y Director del Centro  de Estudios Americanistas, Tomos Primero y Segundo, Ed. Tip. Zarzuela, Teniente Borges 7, Sevilla, 1924.
En esta obra se enumeran las notas internacionales, acuerdos, alianzas y tratados realizados por España, Gran Bretaña, Portugal, Francia, Austria, Prusia, Rusia y Estados Unidos con relación a la guerra de secesión que Inglaterra había promovido en Hispanoamérica. Un tema esencial y no conocido es la vinculación de Rusia y España para desbaratar los planes británicos sobre Hispanoamérica y la paz con España que propiciaba José Gervasio de Artigas. Las intrigas, deslealtades y traiciones llevadas a cabo para separar a las Provincias de España en la Península Ibérica de las Provincias de España en Hispanoamérica.
II. “La diplomacia de la Revolución. El Director Pueyrredón y el Emisario Le Moyne”
Esta ignota obra del autor de Juvenilia, Miguel Cané, se publicó en “La Biblioteca”, Dirección de Paul Groussac, Tomos IV-V, fechada en París, 1897 (1).
Un tema esencial de esta obra es el rol de Pueyrredón, Director Supremo, que, consecuente con su resistencia a la invasión bélica británica desde el combate de Perdriel en tiempos de Beresford (1806), mantiene el mismo criterio contra la invasión económica británica posterior a 1810, lo cual lo lleva a proyectar una vinculación con Francia  para desterrar el dominio de los británicos, encubierto tras la forma de independencia jurídica (declarada pero nunca efectivizada).
Este sorprendente estudio cuestiona severamente la actuación de San Martín y explica cómo los intereses británicos instigan las guerras interprovinciales y promueven un federalismo anárquico en 1820 para mantener la hegemonía del Puerto de Buenos Aires y sus intereses, sobre las provincias y ciudades del interior. Todo lo cual impide a la Argentina de tener otras vinculaciones exteriores, quedando así vinculada en forma unilateral a Gran Bretaña. De donde surge con claridad meridiana, que la política exterior de Argentina con la comunidad internacional ha quedado subordinada (salvo heroicas herejías de algunos gobernantes) a la decisión del Foreign Office.
Ahora, para poder apreciar en forma adecuada la complejidad del proceso independentista, ya la decisiva intervención británica en el mismo, sería necesario revisar, previamente, la situación europea a partir de 1814, el surgimiento del Congreso de Viena y de la Santa Alianza, así como de la manipulación de ellos por la diplomacia inglesa.
El Congreso de Viena de 1814, preludio de la Santa Alianza
El 6 de abril de 1814, Napoleón Bonaparte, emperador de una Francia que durante un cuarto de siglo, desde 1789, no había cesado de guerrear, y que había dejado aproximadamente un millón cuatrocientos mil personas muertas, en los campos de batalla de toda Europa, abdica en Fontainebleau a favor de su pequeño hijo Napoleón Francisco José Carlos Bonaparte. La regencia de la esposa de Napoleón, María Luisa de Austria, no fue posible y Carlos Mauricio de Talleyrand (1754-1838), que se desempeñó como obispo de Autun, antes de la Revolución Francesa, y luego fue sucesivamente presidente de la Asamblea Nacional (1790) y ministro durante el Directorio, el Consulado y el Imperio, en el que fue además Gran Chambelán de la Corte, formó un gobierno provisional que hizo que el senado, el mismo día de la abdicación de Napoleón, votase la constitución de un gobierno monárquico hereditario a favor de Luis Estanislao Javier de Francia, hermano de Luis XVI, decapitado el 21 de enero de 1793. Talleyrand sirvió y traicionó invariablemente a todos los gobiernos que integró. Con absoluta naturalidad.
Batalla de Waterloo, según un grabado anónimo de la Biblioteca Thiers (Instituto de Francia, París). Waterloo supuso el fin del poder napoleónico y el triunfo de la supremacía de Inglaterra como primera potencia marítima mundial y árbitro del equilibrio de fuerzas de las potencias europeas.
Empero, mientras las intrigas perdurables del “poder” destruían sucesivamente los gobiernos, Napoleón, confinado en la isla de Elba, emprende su intempestivo regreso y el 20 de marzo de 1815, llevado en triunfo por un pueblo que hecho multitud lo ha rescatado de su cautiverio y lo sigue incondicionalmente, vuelve al palacio de las Tullerías. Reinicia así sus últimos cien (100) días de gobierno. Cien días que por cierto no fueron exclusivos del último gobierno de Napoleón. Porque esos últimos cien días también le fueron adjudicados a otros gobernantes de distintos países antes de su destrucción total…
Ante la abdicación de Napoleón en abril de 1814, los aliados que lo habían derrotado deciden convocar en Viena en el plazo de dos meses una reunión de plenipotenciarios para tratar el destino de Europa. El Congreso de Viena se celebró en esa ciudad a fines de septiembre de 1814 reuniéndose con el Ministro de Asuntos Exteriores de Austria, Clemente Lotario Wenceslao, príncipe de Metternich-Winneburg (1773-1850). Metternich había negociado el casamiento de Napoleón Bonaparte con la princesa María Luisa de Austria, reproduciendo así la alianza entre Francia y Austria verificada por el casamiento de Luis XVI de Francia con la princesa María Antonieta de Austria.
No obstante ese antecedente con toda displicencia hacia su pasado, Metternich citó en Viena a todos los representantes de los aliados que habían derrotado a Napoleón para constituir la Santa Alianza monárquica, anterior a la Revolución Francesa, y diagramar las fuerzas de las potencias europeas. Así se hizo y Metternich pasó a ser el árbitro de Europa manteniendo un equilibrio que duró –con algunas contingencias como la guerra franco-prusiana de 1870- hasta el siglo XX en 1914.
A Viena, invitados por Metternich concurrieron el representante ruso, conde de Nesselrode, los ministros prusianos, Hardenberg y Guillermo de Humboldt, y el secretario de Estado de Asuntos Extranjeros inglés, lord Castlereagh. Talleyrand asiste como delegado de Luis XVIII. Muchos príncipes, el emperador de Austria, el zar Alejandro, el rey Federico Guillermo III, acuden a animar, con su presencia y su fasto, el Congreso, el cual, según la frase del príncipe de Ligne, “baila, pero no avanza”.
“En efecto (2), las disensiones entre los aliados son grandes: fundamentalmente, surge la rivalidad entre Rusia e Inglaterra. Ambas tienen un concepto completamente distinto acerca del equilibrio de fuerzas europeo: Rusia, orgullosa de su nueva gloria, busca la supremacía continental y el equilibrio de las potencias marítimas; Inglaterra desea asegurar su indiscutible supremacía naval sobre el equilibrio de las potencias del continente. Prácticamente, según el plan inglés, las cartas podrían jugarse así: Inglaterra se reservaba el mundo atlántico, donde se apresuraría a firmar tratados con España, los Países Bajos y Estados Unidos de Norteamérica”. Por su parte, los países terrestres del continente buscaban reforzar a Prusia cuyo territorio ampliarían, anexándole Sajonia y la orilla izquierda del Rhin a la cual se separaría de Francia. De esta manera, Austria y Prusia mucho más extendida en su territorio, evitarían los proyectos de expansión de Rusia. En definitiva: la perpetua oposición entre el poder de la masa terrestre y su centro en el heartland que es Moscú, y el poder del anillo insular y por ende del mar, y su centro en el heartsea, que es Londres.
Waterloo (18 de junio de 1815)
El 13 de marzo de 1815 el Congreso de Viena declara a Napoleón Bonaparte “el perturbador de la paz del mundo fuera de la ley”. Napoleón ante este ultimátum busca una transacción con el zar de Rusia y el emperador de Austria. Pero Sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington, no le da tiempo; desembarca precipitadamente en Amberes (Bélgica-Países Bajos) y reúne al sur de Bruselas un ejército heterogéneo compuesto por ingleses, holandeses, belgas y alemanes. El 18 de junio se produce la gran batalla en el pueblo de Waterloo (Bélgica). Ingleses y prusianos han derrotado definitivamente a Napoleón Bonaparte que se traslada a Rochefort, donde espera poder embarcar para América. Al no poder hacerlo resuelve, en un acto de descontrol emocional, entregarse a los ingleses y le escribe al príncipe regente de Gran Bretaña, hijo de Jorge III, una misiva en la cual expresa: “es el más fuerte, el más constante y el más generoso de todos mis enemigos…” “por lo cual me pongo bajo la protección de sus leyes”. Ingenuidad superlativa en un genio como era Napoleón… Tras esto es embarcado en el buque inglés “Belerofonte” conducido a Plymouth donde se le comunica que no será conducido a América, sino a Santa Elena, una isla peñasco en el centro del Océano Atlántico, donde muere envenenado (años después se encontró arsénico en sus cabellos). Es el 5 de mayo de 1821…
En Madrid, cuando visité al General de Ejército Juan Domingo Perón, pude observar que en su sobrio cuarto de trabajo no había no retratos ni estatuas. Sólo un pequeño busto de Napoleón Bonaparte sobre su escritorio. Toda una exhibición sustancial de su pensamiento recóndito.
Inglaterra árbitro del Congreso de Viena y de la Santa Alianza
Destruido definitivamente el poder de Napoleón Bonaparte, Inglaterra se convirtió en árbitro total del Congreso de Viena y era la gran ganadora de las guerras francesas y napoleónicas que duraron un cuarto de siglo. Lord Castlereagh ha hecho triunfar la supremacía del poder marítimo y controlar el equilibrio de las fuerzas de los Estados Europeos, contra las pretensiones hegemónicas del zar de Rusia o el retorno de una Francia potencia (Historama, 1965: 175).
La adjudicación de la Isla de Malta a Gran Bretaña, de las Islas Jónicas (Grecia) y el dominio ahora irreversible de los ingleses sobre Gibraltar, le aseguran a Gran Bretaña el dominio absoluto del Mar Mediterráneo y su acceso a todos los países del sur de Europa, del Asia Menor y del Norte de África.
A su vez con el Tratado del 2 de febrero de 1825, que en cuatro meses se impone a Chile, Perú, Gran Colombia (Colombia y Venezuela), a Guatemala y a México, el transporte naval con Hispanoamérica y los mercados de América del Sur (Brasil inclusive) quedan reservados a Gran Bretaña, con exclusión de toda otra potencia. A Francia se le impone una prolongada ocupación de sus fronteras y el pago de una indemnización de setecientos millones (Historama, 1965:176).
Se crea el Reino de los Países Bajos que se integra con Holanda, Bélgica y Luxemburgo en beneficio de Guillermo de Orange (Guillermo I, adlátere de Inglaterra). Las colonias holandesas de Cabo (África) y Ceilán (India) son transferidas a Inglaterra. Austria restablece su preeminencia sobre Italia. Rusia se incorpora a Finlandia y la mayor parte de Polonia. Los 35 estados alemanes que conforman la Confederación Alemana constituían una unión muy débil que estará subordinada a Austria hasta 1870, fecha en que Bismarck y Lasalle la unifican y crean la actual Alemania. Suecia gobernada por el mariscal Bernardote que había dejado a Napoleón y se había pasado a los aliados, se anexa Noruega que había pertenecido a Dinamarca, país que permaneció fiel a Napoleón hasta sus últimos días (1815).
El zar de Rusia por su parte buscó siempre un equilibrio territorial y marítimo contra Inglaterra. Lo que habría de unir a todas las potencia territoriales y marítimas era su común religión cristiana. Pero Inglaterra inmediatamente deshizo esta unión religiosa de la Santa Alianza: impidió que Rusia, unida a España hiciera posible la reunificación de Hispanoamérica con la España Europea. Por eso la revolución de Riego de 1820 impide zarpar a la expedición que se dirigía contra el enclave comercial inglés de Buenos Aires. Por otra parte, mantuvo separados y hasta hostiles entre ellas a las tres potencias marítimas de Europa: España, Francia y Países Bajos. Rusia como potencia terráquea fue separada de las otras naciones mediterráneas Austria y Prusia.
En definitiva, Clemente Lotario Wenceslao, príncipe de Metternich-Winneburg, canciller de Austria, dirigía el equilibrio de los países territoriales de Europa, pero Lord Enrique Roberto Hewarth, vizconde de Castlereagh, de Inglaterra, dirigía el accionar de los países marítimos España, Portugal, Francia y Holanda. Hispanoamérica –que antes era un país, al decir de Manuel Ugarte- fue balcanizada y dividida, después de ser separada de España con una sangría de guerras civiles interminables durante el siglo XIX y también en gran parte del siglo XX.
El divide et impera británico fue el principio que dirigió la fuerza de las ideas y la fuerza de los pueblos, de las armas, de las economías y hasta de las religiones, siglos XVIII, XIX, XX y XXI. Seguimos “sin saber de qué se trata”. Guerras o ventajas por pactos políticos. Acuerdos y desacuerdos comerciales. Democracias o dictaduras. Concilios ecuménicos o económicos. Un breve tiempo después: todo sigue igual.
Viajes de Cochrane en toda la extensión de Hispanoamérica para apoyar los movimientos de secesión, de acuerdo con los planes de Gran Bretaña.
Lord Thomas A. Cochrane
Para estudiar los actos de guerra británicos para separar a Hispanoamérica de España es conveniente comenzar por el análisis de una figura paradigmática de dicho accionar.
Lord Thomas A. Cochrane, Conde de Dundonal, Gran Cruz de la Orden del Baño de la Imperial Brasileña del Crucero Real de San Salvador de Grecia, Almirante de la Escuadra Roja, Contralmirante de la Gran Bretaña, etcétera. Estos eran los títulos nobiliarios y militares del marino inglés que, en cumplimiento de los planes británicos de 1711 y el plan operativo de Maitland-Pitt de 1804, tuvo a su cargo la expedición marítima al Perú que en 1820 consumó la secesión de Hispanoamérica de la España Ibérica.
Es necesario por lo tanto esbozar una sinóptica reseña biográfica de quien consumó para beneficio de Gran Bretaña la conquista económica y financiera de Hispanoamérica, conquista que quedó encubierta con gobiernos nativos ostensibles, cuyo único poder estaba y está limitado a actos protocolares y formas extrínsecas de una “independencia política”, solamente estética, formal. No jurídica-económica, sustancial.
El personaje en cuestión nació en 1775 y murió en 1860. Entre 1818 y 1821 realizó la campaña naval para conquistar Chile (Valdivia) y Perú (Callao). Actuó luego al servicio de Brasil y separó a este país de Portugal. La separación e independencia del Brasil del Reino de Portugal, consumada el 7 de septiembre de 1822, tuvo similitudes económicas y financieras con la “independencia” de Hispanoamérica. Brasil adoptó la forma monárquica de gobierno bajo el ampuloso nombre de Imperio del Brasil y coronó emperador a Pedro I. este era hijo del príncipe regente Juan de Portugal que se trasladó con la Corte Lusitana a Brasil en 1808 con motivo de la invasión de Portugal por Napoleón y gobernó en Río de Janeiro hasta 1821.
El primer acto de dependencia y subordinación económica financiera del Brasil fue hacia Gran Bretaña. “El naciente Imperio del Brasil se comprometió a entregar a su metrópoli, Portugal, una suma millonaria en libras, las cuales debía tomar prestadas a un conjunto de bancos británicos que eran acreedores de Portugal por la misma cantidad”. La “independencia” de Brasil, fue, por ende, comprada a Portugal (3). El autor de quien tomamos estos importantísimos datos sintetiza así las conclusiones de su análisis de inicio de la independencia del Brasil: “Brasil inició así su vida autónoma cargando con  una deuda agobiante cuyos beneficios no había recibido”.
La conquista económico-financiera de todo el continente Sur Americano para las bancas anglosajona fue, por lo tanto, integral.
Retomando las actividades de Lord Cochrane en 1827 lo hallamos combatiendo en Grecia, que dominada por los turcos desde 1458, recobró su independencia en una lucha entablada entre 1821 y 1824 en que fue declarada Reino Soberano con el concurso militar de Rusia, Francia y Gran Bretaña. Cochrane era, como es evidente, un ejecutor naval de la política exterior de Gran Bretaña. Tal era su profesión, sin idealismos ni impulsos de aventurero que lo motivasen. En el año de su muerte tenía publicadas en inglés cuatro volúmenes de sus Memorias: los dos primeros sobre sus operaciones en el Pacífico (Chile y Perú) y Brasil, y los otros dos restantes detallando su genealogía y su acción desde que llegó a Chile. Bilbao tuvo su autorización para traducir al español esta última parte de sus Memorias, que se publicaron en Lima en 1863 en la imprenta de José Masías. De esta obra transcribimos los siguientes párrafos que se refieren a la campaña del Perú:
“Mi aparición en el Callao causó grave aunque inútil alarma al gobierno. Volví sí a pedirle se pagasen las cantidades que se adeudaban a la escuadra, aludiendo con fuerza a los sucesos que habían tenido lugar en Guayaquil. Sin dárseme una respuesta por escrito, Monteagudo vino al buque “O’Higgins” lamentándose que hubiese yo recurrido a tan inmoderadas expresiones, puesto que el Protector, antes de saberlas, me había escrito una carta privada pidiéndome una entrevista; pero que al recibir la mía se había indignado de tal manera que su salud había peligrado. Me aseguró también Monteagudo que en aquella carta me había ofrecido una hacienda considerable y la decoración del Sol engarzada en diamantes, con tal que yo consintiese en mandar las marinas reunidas de Chile y el Perú en una expedición proyectada para capturar las Islas Filipinas, con lo cual yo haría una inmensa fortuna. Mi respuesta fue: “Diga V. al Protector de mi parte, Sr. Monteagudo, que si después de la conducta que ha observado, me hubiese enviado a una carta privada sobre un asunto tal, se la habría devuelto sin respuesta; y puede V. también decirle, que no es mi ánimo causarle perjuicio; que ni le temo ni le odio, pero que desapruebo su conducta”.
Lo novedoso y significativo de este texto es el proyecto “de capturar las Islas Filipinas” que se atribuye a San Martín. Si esto fuese cierto, la rebelión de San Martín en contra de todo el mundo hispánico por motivos que no se encuentran documentados ni estudiados.
Es oportuno destacar que en una obra recientemente publicada, Hugo Chumbita (4) pretende explicar el accionar de San Martín contra España como revancha psíquica al saberse hijo de una india guaraní cuyo nombre era Rosa Guarú y del capitán español Diego de Alvear y Ponce de León. El desgarramiento o exclusión social que sufría al saberse vástago “del opresor y la oprimida” determina su rotunda “certidumbre americana” de combatir a la potencia que había explorado, conquistado y colonizado América desde finales del siglo XV. Hipótesis como esta nos exhibe una falencia terrible de nuestra historia: ¿dónde está el archivo de San Martín? ¿Por qué esta pregunta tiene siempre un riguroso silencio por respuesta? El plan integral de San Martín para América y Filipinas debe aparecer y publicarse. La verdad no puede buscarse en conjeturas ni en suposiciones, necesita que se demuestre con pruebas sólidas e indubitables. Es el único medio de dar certeza a las elementales preguntas que se formula cualquier crítico que quiere separar la historia, como “prognosis” del futuro, de la novela y la leyenda a que se limitó el conocimiento de sucesivas generaciones de argentinos e hispanoamericanos.
NOTAS
(1) La Editorial Devenir, de Buenos Aires, con una introducción de José Raed, realizó una reedición en 1960. La Editorial Docencia, en su Biblioteca Testimonial del Bicentenario, ha realizado la edición facsimilar, con la introducción de Julio C. González (J.M.G.)
(2) Cfr. Historama (1965) Las revoluciones: la revolución de América, Europea revolucionaria y napoleónica, la revolución de América del Sur, Editorial Codex, Buenos Aires, pp. 174-175.
(3) Estrada, Fernando de (2000) trabajo publicado en Octubre Sudamericano, Año I, Nº 0, Ed. Raíces-Buenos Aires, diciembre de 2000, p. 115.
(4) Chumbita, Hugo (2001) El secreto de Yapeyú. El origen mestizo de San Martín, Ed. EMECÉ-Buenos Aires, págs. 213 y 215.


The Royal Treasuries of the Spanish Empire in America (Chile y Río de la Plata)

Introducción de Herbert Klein y John Jay TePaske al volumen 3 titulado The Royal Treasuries of the Spanish Empire in America, Volume 3. Chile and the Río de la Plata. Publicados por Duke University Press, Durham, N.C. en 1982. (Reproducido con autorización de los autores).

INTRODUCCIÓN. EL DESARROLLO DEL SISTEMA DE LA REAL HACIENDA EN CHILE

Chile, un apéndice en forma de astilla a lo largo del litoral sur del Océano Pacífico, incorporado al virreinato del Perú, era una región de frontera del Imperio Español en América. Siempre a la sombra de sus más ricos y prestigiosos vecinos septentrionales, el Perú y el Alto Perú (hoy Bolivia), Chile tuvo, no obstante, muchas de las instituciones administrativas diseñadas para llevar a los pueblos conquistados bajo la dominación española y mantener a los conquistadores españoles y su progenie leales a la Corona. Chile, que fue gobernado desde la época de la conquista por un capitán general, se convirtió en obispado en 1563. 1 Hacia 1567, ya había en funciones en Concepción una audiencia temporal que más tarde, en 1609, se establecería permanentemente en Santiago. 2 En la misma época, las tropas españolas empezaron a llegar a Chile para combatir a los desafiantes indios araucanos en una lucha que dio a Chile el título de Flandes Indiano.

Para la Corona española, Chile llegó a ser importante por su oro, en especial durante la época inmediatamente posterior a la conquista. Sin sorpresa alguna, prácticamente en la época de la conquista (1541), Carlos V asignó a Santiago oficiales de la Real Hacienda para supervisar la recaudación de impuestos y asegurarse de que la Corona obtuviera su parte del oro que se extraía. 3 Trece años más tarde, en 1554, los oficiales de la Real Hacienda estaban sirviendo en Concepción, a cuatrocientos kilómetros al suroeste de Santiago, en el litoral del Océano Pacífico, y, hacia 1575, un grupo similar había sido asignado a Valdivia, a trescientos kilómetros al sur de Concepción y a setecientos de Santiago. 4 Al igual que en otros lugares
de las Indias, el rey asignó los oficiales de la Real Hacienda a Chile para solidificar su dominio sobre el Nuevo Mundo y asegurarse su parte de la riqueza que éste producía.

El proceso mediante el que las reales cajas llegaron a Chile no es claro. Aun cuando los oficiales reales supervisaban y recaudaban los impuestos en Santiago, Concepción y Valdivia ya en 1575, los documentos sugieren que, en el siglo XVI, Santiago fue el único distrito formal de una real caja, establecida en 1548, mientras que Concepción alcanzó la misma calidad un poco más tarde, probablemente a comienzos del siglo XVII. 5 En el caso de Santiago, sólo sobrevivieron unas cuantas cuentas del siglo XVI y sólo a principios del siglo XVII empezaron a aparecer con regularidad las cuentas de esa real caja y cuando empieza la serie incluida en este volumen. 6 En el caso de Concepción, encontramos unas cuantas cuentas correspondientes al decenio de 1630, pero, fuera de ellas, no descubrimos ninguna otra serie que fuese frecuente antes de las de principios del siglo XVIII. En lo concerniente a Valdivia, según parece, nunca alcanzó la calidad de Concepción y Santiago antes de 1769, cuando también se convirtió en una real caja formal que llevaba sus propias cuentas como tal. 7

Dos factores pueden explicar los procedimientos de regularización de la contabilidad y para elaborar los informes de los oficiales reales asignados a la real caja de Santiago, procedimientos que fueron introducidos a partir de principios del siglo XVII: en primer lugar, en 1600, el virrey del Perú empezó a enviar de Lima a Chile un subsidio anual, es decir, el situado, para el sostenimiento de los esfuerzos militares en contra de los araucanos y para la defensa de las costas de las amenazas de los corsarios extranjeros, 8 lo cual a su vez, creó la necesidad de aplicar métodos de contabilidad más estrictos con el propósito de garantizar al virrey del Perú y sus ayudantes que el situado se estaba gastando adecuadamente. En segundo lugar, el otro factor del proceso de uniformación fue la creación que llevó a cabo Felipe III en 1605 del Real Tribunal de Cuentas de Lima, institución diseñada para garantizar la operación honesta y eficaz del sistema de la Real Hacienda en todo el virreinato. Las reales cajas de Chile eran responsables ante dicho tribunal, que periódicamente enviaba a las reales cajas de Concepción y Santiago visitadores que auditaban todas las cuentas de dichas reales cajas antes de ser enviadas a España para que la Contaduría Mayor del Consejo de Indias hiciera su detallada verificación final. 9 En consecuencia, no es sorprendente el que, a partir de 1609, los libros de cuentas de Santiago aparecieran más regularmente, con lagunas ocasionales, pero más regularmente que en el siglo XVI.

En el caso de Concepción, la real caja ya estaba en funciones a principios del siglo XVII; por ejemplo: en 1620, un contador real informó que, entre 1609 y 1618, los ingresos de la real caja de Concepción, ingresos provenientes de diversas fuentes, sumaron 16,547 pesos, es decir, unos ingresos medios anuales de aproximadamente 1,650 pesos. 10 En el decenio de 1630, asimismo, unas cuantas cuentas de la real caja de Concepción se abrieron camino hasta la Contaduría Mayor del Consejo de Indias, pero, fuera de ellas, ninguna otra cuenta de Concepción aparece con continuidad hasta antes de principios del siglo XVIII (en 1708) y, hasta 1760, todavía tenían unas lagunas considerables. 11

For Concepción the caja was functioning early in the seventeenth century. A contador, a royal accountant, reported in1620, for example, that income from diverse sources for the caja of Concepción between 1609 and 1618 amounted to 16,547 pesos, an average annual income of about 1,650 pesos a year. Also a few accounts for the treasury of Concepción made their way to the Contaduría Mayor of the Council of the Indies in Spain in the 1620s, but otherwise no accounts for Concepción appear consistently until the beginning of the eighteenth century (1708), still with considerable lacunae to 1760.

Carlos III estableció tres nuevas reales cajas en Chile durante su reinado: en Valdivia, en 1769, en Mendoza, en 1778, y en Chiloé, en 1782. El establecimiento de la nueva real caja de Valdivia puede haber estado vinculado, aunque no muy estrechamente, con el establecimiento en 1769 de la nueva Contaduría Mayor de Cuentas del Reino de Chile. Como el Tribunal de Cuentas de Lima, la Contaduría Mayor era una institución que auditaba y supervisaba el trabajo de los oficiales reales de la Real Hacienda en Chile. Dado que Valdivia recibía cuantiosos subsidios militares, la Contaduría Mayor pudo ejercer una supervisión más estrecha de los desembolsos mediante la creación de una nueva real caja formal en la región. La remisión de las cuentas anuales para que las supervisaran los oficiales reales de la Contaduría Mayor de Santiago garantizaba que la operación de las funciones de las reales cajas fuese honesta y eficaz; sin embargo, la real caja de Valdivia parece haber tenido pocos vínculos con la Contaduría Mayor de Santiago y haber estado vinculada más estrechamente con el Tribunal de Cuentas de Lima, que también tenía interés en Valdivia como colonia penal para los peruanos herejes, que eran obligados a trabajar por la fuerza en las fortificaciones. 12

Mendoza, situado en la ladera oriental de los Andes, al otro lado de las montañas de Santiago, se convirtió en el distrito de la cuarta real caja de Chile en 1778. 13 La población se hizo merecedora de una real caja por varias razones: en primer lugar, estaba situada en la ruta comercial entre Buenos Aires y Santiago; en segundo lugar, dada la creciente importancia de la región del Río de la Plata como centro de almacenaje y distribución del que Chile recibía al menos una parte de sus importaciones europeas, Mendoza también ganó en importancia; en tercer lugar, al mismo tiempo, había desarrollado vínculos comerciales con las poblaciones del norte, como San Juan, La Rioja, Córdoba y Santiago del Estero y, al oriente, con San Luis, en el camino a Buenos Aires; y, en tercer lugar, en fin, en cuanto región productora de vino y aguardiente, llegó a ser también un lugar viable para la imposición de nuevos gravámenes españoles sobre esos productos. 14 En 1778, consecuentemente, Mendoza se convirtió por derecho propio en el distrito de una real caja y, a pesar de estar situada en la ladera oriental de los Andes, estuvo ligada más estrechamente con las reales cajas de Chile que con las de Río de la Plata.

Una última real caja, la de Chiloé, fue establecida en 1782. La isla de Chiloé, situada a más de cuatrocientos kilómetros al sur de Valdivia y a más de mil doscientos de Santiago, fue el bastión más meridional de la defensa española en el litoral del Océano Pacífico del Virreinato del Perú y, en el decenio de 1760, empezó a recibir sus situados militares de Lima. Al principio, se trató de pequeñas sumas de aproximadamente 20,000 pesos anuales, pero, a medida que se acercaba el fin del siglo, Chiloé obtuvo sumas más considerables, que totalizaron más de 100,000 anuales a principios del siglo XIX, cuando los ingleses representaron una grave amenaza para la región más meridional de la América del Sur española. Chiloé, muy alejada de Santiago, recibía todos sus situados directamente del Perú, por lo que, en realidad, mantenía lazos más estrechos con Lima que con Santiago, aunque, debido a su posición, fue incluida en la red chilena de las reales cajas.

En función de los ingresos generados por los impuestos reales, cada real caja mantuvo su posición relativa continuamente durante toda la época colonial. Como punto central de las actividades administrativas y judiciales en Chile, la real caja de Santiago fue con mucho la más importante: funcionaba como la de Potosí, en el Alto Perú, es decir, como una real caja matriz intermediaria que recaudaba impuestos y hacía desembolsos, no sólo en su propia jurisdicción territorial, sino también en los distritos de las otras reales cajas, para proveer de fondos a Valdivia, Concepción, Chiloé y las Islas Juan Fernández. La real caja de Concepción le seguía en importancia: como la real caja de Santiago, la de Concepción tenía una población española y mestiza lo suficientemente numerosa como para recaudar impuestos de ella, por lo que, además de su situado anual proveniente del Perú, la real caja recaudaba una parte de sus propios ingresos. En el caso de Valdivia, que ocupaba el tercer lugar en importancia, las cosas no ocurrían de la misma manera: Valdivia dependía casi exclusivamente del situado militar proveniente del Perú; y, por su parte, Chiloé siguió el mismo patrón. Los oficiales reales de las reales cajas de Valdivia y Chiloé recaudaban unos cuantos impuestos, como las alcabalas o el almojarifazgo; la de Chiloé, asimismo, recaudaba los tributos estimados que debían pagar los indios conquistados, pero, a fin de cuentas, ambas reales cajas eran casi completamente dependientes de la ayuda exterior para su existencia. En cuanto centro de comercio y mercado, Mendoza incrementó sus ingresos constantemente a partir de la época de su fundación como real caja en 1778. En realidad, hacia 1814, poco antes de que José de San Martín y sus argentinos que luchaban por la independencia entraran en Mendoza para hacer de ella la plaza permanente para su asalto contra Chile, la real caja estaba recibiendo más ingresos que nunca antes. A finales del siglo XVIII, consecuentemente, de las cinco reales cajas chilenas, sólo la de Santiago y la de Mendoza se sostenían por sí mismas. Concepción subsistió, en parte, gracias al situado peruano y, en parte, gracias a los impuestos recaudados por sus oficiales reales, mientras que los puestos de avanzada militares de Chiloé y Valdivia dependían casi por completo del apoyo exterior y de las pocas fuentes que producían ingresos para los oficiales reales.

El desarrollo de la Real Hacienda en Río de la Plata

Como Chile, la región de Río de la Plata (hoy en día Argentina, Paraguay y Uruguay) fue una zona periférica carente de importancia del Imperio Español en América, en especial durante los siglos XVI y XVII: aislada de Lima, asiento del Virreinato del Perú, al otro lado de los Andes, muy alejada de la Audiencia de La Plata, en Chuquisaca (hoy Sucre), y segregada por las prohibiciones legales del comercio directo con España, recibió poca atención de la metrópoli durante los siglos XVI y XVII. Paraguay se había convertido en obispado en 1547 y Tucumán, en el noroeste, en 1570, debido en una gran medida a sus numerosas poblaciones indias, pero, por lo demás, Río de la Plata era un paraíso marginal. La ciudad de Buenos Aires, que se fundó nuevamente en 1580, se convirtió en obispado en 1616 y, en 1621, en gobernación separada. 15 En 1661, con el establecimiento de la Real Audiencia de Buenos Aires, se buscó mejorar las prácticas judiciales en la región, pero la audiencia se disolvió después de once años de funcionamiento y, una vez más, los porteños tuvieron que llevar sus demandas a Chuquisaca, a la Real Audiencia de Charcas. Ahora bien, debido a su posición dominante en la confluencia del río Uruguay y el río de La Plata y a su proximidad con el Brasil portugués, Buenos Aires tenía una importancia estratégica para la Corona española, similar en muchos sentidos a la de San Agustín, en la Florida.

Evidentemente, Buenos Aires se convirtió en real caja formal en la primera mitad del siglo XVII (en 1634) y fue la única en la región hasta mediados del siglo XVIII. En muchos sentidos, hasta 1720, la real caja de Buenos Aires se parecía a la de Concepción, en Chile, pues dependía marcadamente para su existencia de los situados que le enviaban Potosí y las otras reales cajas del Alto Perú. Los oficiales reales asignados a Buenos Aires recibían ingresos provenientes de los impuestos sobre la compraventa, las alcabalas, y portuarios, sobre los sueldos y sobre las ventas de oficios-de los oficiales, así como de los embargos o la venta de esclavos, pero, por lo demás, la real caja dependía de Potosí para sus fondos de operación. 16

Después de la guerra de 1713 por la sucesión española, la fortuna de Buenos Aires empezó a cambiar. Las reformas comerciales del nuevo régimen Borbón permitieron el comercio directo entre España y Buenos Aires en barcos con licencias, llamadas diversamente permisos, sueltos o registros. A esos mismos barcos se les otorgaba licencia para navegar en torno al cabo de Hornos para dirigirse a Chile y al Perú, lo que incrementó la importancia de Buenos Aires como centro de almacenaje y distribución y puerto de escala, lo cual, a su vez, incrementó el flujo de plata que llegaba a la ciudad de las minas de Potosí y Oruro. Asimismo, hacia mediados del siglo XVIII, la cuenca del río de La Plata y Buenos Aires adquirió una importancia mayor debido al incremento de las incursiones portuguesas en territorio español, lo cual significó la inyección de más monedas de plata de Potosí para el sostenimiento de las fuerzas militares y navales, cada vez más numerosas, en la región. Todo ello culminó con la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1777 y de la nueva Audiencia de Buenos Aires, en 1785. 17 Por lo demás, a principios del siglo XVIII, la real caja de Buenos Aires incrementó considerablemente sus operaciones, debido en especial a la amenaza inglesa.

En el siglo XVIII, los Borbón introdujeron en otros lugares de Río de la Plata sus reformas fiscales, entre ellas, el establecimiento de varias reales cajas nuevas. Para mediados de ese siglo, ya había siete reales cajas o reales cajas menores funcionando en la zona noroccidental de la región de Río de la Plata: Catamarca, Córdoba, Jujuy, La Rioja, Salta, Santiago del Estero y Tucumán. Las nuevas reales cajas, situadas en las capitales provinciales que todavía llevan esos nombres, establecieron una red fiscal en el noroccidente para asegurar un control real más firme sobre la recaudación de impuestos y los desembolsos. Una octava real caja, la de San Juan, inició sus operaciones en 1779, un año después de la creación de la real caja chilena de Mendoza. De esas ocho reales cajas, cuatro eran cajas menores: las de Catamarca, La Rioja, San Juan y Santiago del Estero. Una quinta, la de Tucumán, fue establecida inicialmente como caja mayor, 18 pero, en realidad, no parece haber alcanzado nunca esa calidad, puesto que ninguna cuenta de esa real caja se abrió camino hasta la Contaduría Mayor del Consejo de Indias en España. Las otras tres, no obstante, sí se convirtieron en cajas principales: inicialmente, tanto la de Córdoba como la de Salta fueron cajas menores de la real caja de Jujuy, pero, en 1783, esta última cerró y fue reemplazada por la de Salta como la principal real caja de la región. Al mismo tiempo, la caja menor de Córdoba se convirtió en real caja principal por derecho propio.

Durante el periodo de 1770 a 1790, Carlos III creó una red de reales cajas en el resto de la cuenca del río de La Plata, incluidas la de Montevideo (en 1770), la de Corrientes (en 1771), la de Santa Fe de Veracruz (en 1771), la de Paraguay (en 1772) y la de Maldonado (en 1786). Debido a su posición estratégica en la ribera norte del río de La Plata, a que la franja oriental estaba en disputa con los portugueses y a su situación como puerto dominante en la entrada al sistema del río de La Plata, Montevideo se convirtió formalmente en real caja en 1770. Un año más tarde, iniciaron sus operaciones la real caja de Santa Fe de Veracruz, río arriba de Buenos Aires, a unos quinientos kilómetros por el río Paraná, y la real caja de Corrientes, a seiscientos kilómetros al norte de Santa Fe, sobre el mismo río. La real caja de Corrientes era una caja menor, mientras que la de Santa Fe se convirtió en caja foránea de la real caja de Buenos Aires. 19 En 1772, Paraguay adquirió también su propia real caja, establecida en Asunción, en la confluencia de los ríos Pilcomayo y Paraguay. Dieciséis años más tarde, en 1786, la creación de la real caja de Maldonado completó la cadena de cajas de la cuenca del río de La Plata. La real caja de Maldonado, población situada en la ribera norte del río de La Plata, a aproximadamente cien kilómetros al oriente de Montevideo, fue establecida principalmente para proveer a los nuevos establecimientos españoles de San Carlos y Rocha y para aprovisionar y sostener la guarnición de la fortaleza de Santa Teresa, en la frontera con el Brasil portugués.

El desarrollo que tuvo el sistema de reales cajas de Río de la Plata en el siglo XVIII es importante debido a la luz que arroja sobre las reformas borbónicas en la región. En primer lugar, demuestra la transformación de esa región en una importante fuente de preocupación para la Corona española, que empezó a ejercer un control más riguroso sobre ella alrededor del decenio de 1760. En el Alto Perú, las reformas fiscales y la extensión del sistema de la Real Hacienda sólo tuvieron lugar veinticinco años después. En segundo lugar, la expansión del sistema fiscal parece haber tenido lugar sistemáticamente, primero, mediante la creación de reales cajas o cajas menores en toda población importante de las provincias del interior y, después, mediante la vinculación de las reales cajas en una red fiscal. En la cuenca del río de La Plata, surgieron reales cajas principales y menores en prácticamente todas las poblaciones importantes a lo largo del sistema fluvial, que se extendía desde Maldonado, en Punta del Este, en la costa del Océano Atlántico, hasta Asunción, en el interior, a unos 1 600 kilómetros de distancia.

Dado que el sistema de la Real Hacienda llegó tan tardíamente a Río de la Plata, sólo se puede clasificar las reales cajas por su importancia a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Hasta 1750, Buenos Aires fue el único distrito de una real caja en la región, pero, para el decenio de 1780, ya habían sido establecidas trece reales cajas. De ellas, la real caja de Buenos Aires era con mucho la más importante desde el punto de vista de los ingresos que obtenía, las monedas de plata que recibía de Potosí y el Alto Perú y sus desembolsos de esos fondos para propósitos militares, navales y administrativos. Agrupadas muy abajo de Buenos Aires en un segundo lugar, se encontraban las reales cajas de Santa Fe de Veracruz, Jujuy, Salta y Paraguay, en orden descendente; en 1772, sus ingresos del año variaron entre 12 000 y 16 000 pesos. Más abajo aun, no contando los situados que recibía para propósitos militares o navales, la real caja de Montevideo recibió un poco más de 6 000 pesos en ese año de 1772; y, ese mismo año, las reales cajas menores, clasificadas en orden descendente, fueron las de Corrientes (con 2 663 pesos), Tucumán (2 463 pesos), Córdoba (2 083 pesos), Catamarca (1 877 pesos), Santiago del Estero (477 pesos) y La Rioja (244 pesos).

Con todo, hacia 1800, la clasificación había cambiado marcadamente. La real caja de Buenos Aires siguió siendo la principal, pero la de Montevideo había ascendido al segundo lugar. La real caja de Salta, que había reemplazado a la de Jujuy como la real caja principal en el noroccidente, ocupó el tercer lugar, seguida por las de Paraguay, Córdoba, Santa Fe, San Juan, Tucumán, Catamarca, Maldonado, Santiago del Estero, Corrientes y, más abajo, la de La Rioja. Diez años más tarde, con el estallido de las guerras de independencia, los rebeldes concentraron sus primeros esfuerzos en la cuenca del río de La Plata y se apoderaron de Buenos Aires, Montevideo, Maldonado, Santa Fe, Corrientes y Paraguay, para después avanzar hacia el interior. En realidad, en 1816, sólo se mantenían cinco reales cajas en el virreinato que se desmoronaba: las de Salta, Córdoba, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero, todas en el bolsón noroccidental de la región; y, de ellas, las de Salta y Córdoba recaudaron la mayor parte de los ingresos reales, más que en 1800, en ambos casos, mientras que la de Tucumán se encontraba en tercer lugar, seguida por la de Catamarca y la de Santiago del Estero. Finalmente, no obstante, esas poblaciones también cayeron bajo los asaltos de los rebeldes, lo cual puso fin al sistema de la Real Hacienda en Río de la Plata hacia 1820.

Las reales cuentas como fuente histórica.

Las cuentas reales incluidas en este volumen constituyen una fuente de capital importancia para entender la economía y la sociedad de Chile y Río de la Plata y también lo fueron para determinar las políticas imperiales españolas en esas regiones. Los sumarios de las cuentas provienen de los libros de cuentas que llevaban los contadores que servían en las reales cajas del Alto Perú. Normalmente, el contador llevaba dos tipos de cuentas: el libro manual y el libro mayor. El primero era un libro diario en el que el contador asentaba la recaudación cotidiana de los impuestos recaudados y los desembolsos hechos, es decir, era un registro día a día de la real caja. En el libro mayor, el contador llevaba las cuentas por secciones o ramos; por ejemplo: en el libro mayor, asentaba todos los tributos recaudados en el ramo de tributos, los impuestos a las ventas, en el ramo de alcabalas, los impuestos a las importaciones y a las exportaciones, en el ramo de almojarifazgos, etc. Asimismo, asentaba los desembolsos de la misma manera. Al final del periodo de una cuenta, el contador cerraba sus libros mediante la suma de los asientos de cada ramo y el resumen de los totales al final del libro mayor. Eso era lo que constituía los sumarios, llamados también tanteos o relaciones juradas. Por lo tanto, un sumario listaba todos los ingresos y egresos por ramo, con el total de cada uno. Los sumarios existentes de las cuentas de las cinco reales cajas de Chile y las catorce de Río de la Plata están incluidos en este volumen.

Los asientos en el lado del cargo o de los ingresos de las cuentas revelan mucho acerca de las actividades económicas que tenían lugar en el distrito de cada real caja; por ejemplo: los asientos de ingresos incluían los impuestos a la producción de oro y plata (1.5% y quinto del oro, 1.5% y quinto de la plata, el 1.5% y diezmos de la plata, etc.) y los impuestos a la acuñación y el ensayo del oro y la plata, es decir, el señoreaje y el ensaye. La recaudación de los impuestos a las ventas, las alcabalas de todo tipo, refleja la actividad comercial del distrito de la real caja. Los almojarifazgos, es decir, los impuestos a las importaciones y las exportaciones, de Buenos Aires, Chiloé, Concepción, Santiago y Valdivia proporcionan un indicio del tráfico que pasaba por esos puertos. En ambas regiones, los individuos que tenían un cargo eclesiástico pagaban impuestos al sueldo y un subsidio a la Corona, incluida la media anata eclesiástica, la mesada eclesiástica y el subsidio eclesiástico. La Iglesia tenía otros gravámenes fiscales y también debía contribuir con porciones de sus ingresos provenientes de los beneficios eclesiásticos mayores y menores: las vacantes mayores y las vacantes menores, los ingresos de la venta de la riqueza líquida del obispo que había muerto o se había retirado del cargo, esto es, los espolios, y dos novenos de la mitad del diezmo reservado como renta de la Corona. Hacia finales del siglo XVIII, todos los obispados de las Indias contribuían con estimados fijos a la Corona para sostener la Real Orden de Carlos III, a los que también se hacía referencia como pensión carolina. El pago que debían hacer los oficiales reales de las reales cajas, los regidores, los escribanos y otros oficiales menores por la venta, renuncia o arriendo de oficios vendibles y renunciables era otra fuente de ingresos, así como la media anata, el gravamen de la mitad del sueldo anual por el primer año en el cargo, que debían pagar prácticamente todos los oficiales reales.

Los ingresos provenientes de una multitud de otras fuentes ayudaban a llenar las arcas reales en Chile y Río de la Plata. Una miríada de monopolios reales proveían de fondos a la mayoría de las reales cajas; entre ellos, los del alumbre, la nieve, los naipes, el cobre, el juego de gallos, la plaza de toros, el papel sellado, la sal y las salinas, las loterías, los cordobanes, el tabaco y el importantísimo azogue usado en el amalgamamiento de la plata. La venta de indulgencias, las llamadas bulas de la Santa Cruzada y bulas cuadragesimales, era otra lucrativa fuente de ingresos, al igual que el dinero pagado por la composición de tierras (la legalización y venta de los títulos de las tierras), la composición de extranjeros (los impuestos a los extranjeros) y las licencias para pulperías (las tiendas). Los indios estaban exentos de muchos impuestos, pero debían pagar tributos y tributos estimados, como el tomín de hospital, el medio real de hospital o la contribución de hospital, para el sostenimiento de los hospitales de indios. A finales del siglo XVIII, también se cobraban estimados de los sueldos de los oficiales civiles, militares o eclesiásticos para las pensiones de las viudas, los huérfanos y los retirados (el montepío de ministros, el montepío de oficinas, el montepío de inválidos, el montepío de soldados, etc.). El extraordinario era otra categoría reservada a los ingresos de fuentes para las que no había un ramo específico. En el caso de las reales cajas de la ciudad de México y Lima, se trataba de sumas muy considerables, pero, en Chile y Río de la Plata, los caudales recaudados por cualquier real caja como extraordinario eran pocos y, por lo general, se los incorporaba al ramo de real hacienda.

Algunos asientos en el lado de los ingresos del libro de cuentas no constituían realmente ingresos, sino que eran inyecciones temporales de dinero que recibía la real caja. En ocasiones, no se trataba de ingresos, sino de sumas sobrantes del año anterior o de años anteriores, como la existencia o los alcances de cuentas, o déficit; en otras ocasiones, se trataba de sumas depositadas como garantía (depósitos) que el depositante podía retirar una vez que se había cumplido con la obligación; en otras ocasiones más, se trataba de préstamos, como préstamos patrióticos, empréstitos, suplementos de real hacienda o imposiciones de capitales. Algunas otras veces, los contadores asentaban como ingresos las deudas que todavía no habían cobrado: el debido de cobrar (del año corriente), el debido de cobrar de años anteriores, el debido de cobrar de esta cuenta, etc. Dado que tanto Chile como Río de la Plata eran regiones periféricas del imperio, muchas de las reales cajas dependían de los subsidios provenientes de Lima o el Alto Perú, por lo que los ramos de situados o de otras tesorerías eran categorías comunes a muchas cuentas que reflejaban las transferencias recibidas de otras reales cajas.

Los asientos del lado de la data, los gastos o los egresos, son tan reveladores como los del lado del cargo o de los ingresos. Los desembolsos incluían los sueldos de todos los oficiales reales que servían en el distrito de una real caja, como los oidores y alcaldes del crimen de la Real Audiencia de Buenos Aires y de la de Chile, los regidores, los oficiales reales, porteros y guardias de las reales cajas y una multitud de otros oficiales reales asignados a Chile y Río de la Plata. Los sumarios también incluían los gastos de esos mismos oficiales reales en plumas, papel y tinta (los gastos del escritorio o gastos de real hacienda), así como el alquiler y reparos de las casas reales donde se encontraban las reales cajas. Los sueldos y gastos para propósitos militares y navales entraban en ramos como los de guerra, fortificación, gastos de armada o gastos de embarcaciones del río, sueldos militares, milicias, tropa arreglada, sala de armas y otros ramos similares.

El subsidio de una real caja a las obras religiosas, de beneficencia y educativas también aparecía en las cuentas, pero en sumas menores que las destinadas a la defensa, e incluía los fondos asignados al clero para las obras parroquiales o misioneras, como sínodos, sínodos de doctrinas, sínodos de misiones, limosnas del vino y aceite, mercedes y situaciones, etc. En ocasiones, los oficiales reales que servían en Chile o Río de la Plata cuyas familias permanecían en España las proveían de un ingreso regular con estimados de su sueldo llamados asignaciones para España. Las viudas, huérfanos, jubilados e inválidos recibían apoyo de los montepíos, los fondos para inválidos y otros fondos de pensiones. En algunos casos, en especial en los siglos XVI y XVII, los ingresos reales iban a obras pías en España, como la del palacio de San Lorenzo del Escorial, San Isidro de Madrid o el edificio del Palacio de Oriente, en Madrid, a principios del siglo XVIII, pero sobre todo los ingresos provenientes de las reales cajas de Lima, Potosí o la ciudad de México, las más ricas.

En la mayoría de los casos, los desembolsos de un ramo específico indican los costos de las recaudaciones de ese ramo; por ejemplo: en la mayoría de los casos, el listado de desembolsos del ramo de alcabalas mostraba los costos de la recaudación de esos impuestos; pero no siempre era así, dado que, en algunos casos, los asientos del ramo de alcabalas en el lado de la data se referían a lo que se había gastado de ese ramo en sueldos, gastos de guerra y gastos generales de la real caja; y lo mismo ocurría frecuentemente en el caso del ramo de tributos y otros ramos importantes. Algunas veces, consecuentemente, los desembolsos pueden no haber sido por los costos de la recaudación en absoluto, sino, simplemente, lo que se había gastado de un ramo en particular para cubrir las necesidades del distrito de la real caja; sin embargo, después de 1786 o 1787, los desembolsos para el pago de sueldos se asentaban por lo general específicamente en los ramos de oficiales reales, militares y eclesiásticos.

Otro problema que se presenta en ocasiones es el de las manías de los métodos contables, que diferían de una real caja a otra y de un contador a otro; por ejemplo: algunos contadores asentaban únicamente los ingresos netos en el lado del cargo y únicamente la suma remanente después de haber pagado todos los gastos y sueldos correspondientes a cierto ramo; en ocasiones, asimismo, los contadores ignoraban los ramos de transferencia, como la existencia, y asentaban las rentas recaudadas en años anteriores como ingresos corrientes de cada ramo. Algunas veces, asimismo, cambiaban a ramos diferentes los nombres de los asientos; por ejemplo: después de 1779, los asientos de las alcabalas, los impuestos a la compraventa, desaparecen por completo de las cuentas de Buenos Aires; primero fueron incluidas como ingresos de impuestos aduanales en el ramo aduana de Buenos Aires y, después de 1784, fueron asentadas en el ramo de otras tesorerías, como si fuesen un subsidio recibido de Potosí. Otro problema para determinar tanto los ingresos como los desembolsos en los siglos XVII y XVIII era la práctica común de amontonar unos y otros, es decir, la suma tanto de los ingresos como de los desembolsos, en un solo ramo, el de real hacienda. En esos casos, el único recurso para determinar las fuentes específicas de los ingresos o los desembolsos es consultar el ramo de real hacienda de la cuenta de que se trate.

La contabilidad de doble asiento se inició en el Imperio Español en 1786 o 1787 y al principio provocó un caos entre los tenedores imperiales de los libros de cuentas hasta que se uniformó el sistema, alrededor de 1790 o 1791. Una innovación que acompañó a la introducción del método de doble asiento fue el añadido de un nuevo ramo, el de real hacienda en común. Con todo, ese ramo significaba cosas diferentes para los contadores de Chile y los de Río de la Plata: para algunos, era una categoría que representaba las sumas disponibles para su desembolso después de haber pagado los gastos de cada ramo; en otras palabras, si los ingresos de los impuestos a la compraventa habían sido de 50 000 pesos y los desembolsos, de 25 000 pesos, los 25 000 pesos restantes los asentaban en el ramo de real hacienda en común como ingreso. Todas esas cantidades las sumaban posteriormente y en el sumario aparecen bajo ese ramo. En el lado de la data, el ramo de real hacienda en común consistía en el total de desembolsos para los que no había ramos específicos en el lado del cargo o en desembolsos que superaban los gastos en el lado de la data; por ejemplo: los sueldos de los oficiales reales de la real caja, es decir, los sueldos de real hacienda, no tenían ramo en el lado de los ingresos del libro de cuentas y, por lo tanto, los asentaban dos veces en el lado de la data, una vez como sueldos en el ramo de real hacienda y la otra, en el ramo de real hacienda en común. Ahora bien, en algunas reales cajas, el ramo de real hacienda en común servía como una especie de ramo cajón de sastre, como el ramo extraordinario, o como ramo de transferencia, como el ramo de existencia.

La descomposición de los ramos de cada cuenta en tres categorías, ramos de real hacienda, ramos particulares y ramos ajenos, estuvo estrechamente vinculada al establecimiento de la contabilidad de doble asiento. Esas distinciones perduraron durante la mayor parte del siglo XVIII, pero, en 1786 o 1787, después de la introducción del sistema de doble asiento, los contadores coloniales los diferenciaron claramente. Los ramos de real hacienda fueron las principales fuentes de ingresos para uso imperial en Chile y Río de la Plata e incluían los impuestos a la minería, los tributos, las alcabalas, los ingresos de las ventas de algunos monopolios reales, los almojarifazgos (impuestos a las importaciones y las exportaciones), algunas multas y otras exacciones reales. Los ingresos de ese ramo sirvieron al sostenimiento de los oficiales reales de ambas regiones, pagaron los gastos de la burocracia, sostuvieron algunas obras misioneras y de beneficencia y mantuvieron a los militares en tiempos de guerra o de rebelión. Los ramos particulares, llamados también ramos de segunda clase, consistían en los impuestos asignados por la Corona a propósitos específicos, ingresos que los oficiales reales no podían usar como fondos para las operaciones generales de las reales cajas. En las reales cajas de Buenos Aires, Santiago y todas las demás, incluían impuestos como la media anata eclesiástica, la mesada eclesiástica, las vacantes mayores, las vacantes menores, las ventas de azogue de Almadén, los ingresos de las ventas de naipes y tabaco y los descuentos hechos a los sueldos de los soldados y usados para sostener a los inválidos o jubilados. La tercera categoría de ramos, la de ajenos, era para los ingresos asignados a propósitos específicos, ya fuese en España, el Perú o las Indias, entre ellos, la Real Orden de Carlos III, el estimado sobre los ingresos de todos los obispados, las ventas de riqueza líquida de un prelado que dejaba el cargo o fallecía, el pago del tomín para los hospital de indios, los fondos de pensiones y el impuesto del señoreaje de un real en marco de minería, apartado exclusivamente para el fomento y desarrollo de la minería. En teoría y por ley, los oficiales reales no podían usar los ingresos de los ramos particulares y los ramos ajenos para sacar de apuros a las reales cajas del virreinato cuando los fondos del ramo de real hacienda se agotaban, debido a que estaban asignados específicamente a la Corona o a ciertas instituciones, individuos o propósitos. En la realidad, no obstante, si se presentaba la necesidad, los contadores solían desplazarlos al ramo de real hacienda, al principio, como préstamos y, luego, como contribuciones permanentes a la real caja, en especial a principios del siglo XIX, debido a la necesidad de cubrir los crecientes gastos imperiales que fue necesario hacer durante las guerras de independencia.

Las cuentas de las reales cajas de Chile y Río de la Plata incluidas en este volumen consisten en la mayoría de las cartas cuentas existentes encontradas en los archivos de España, Chile y Argentina. En el caso de Chile, sólo fueron descubiertas unas cuantas cuentas aisladas del siglo XVI y principios del siglo XVII —en el caso de Santiago, de finales del decenio de 1570 y principios del decenio de 1760 y, en el caso de Concepción, del decenio de 1630—, pero eran demasiado pocas y fragmentarias como para poder incluirlas en este volumen. Nuestra serie comienza cuando las cuentas de esas dos reales cajas empezaron a aparecer regularmente, en el caso de Santiago, a principios del siglo XVII y, en el caso de Concepción, en el primer decenio del siglo XVIII; sin embargo, incluso en esos casos, en ambas series existen lagunas hasta 1760. En el caso de las otras tres reales cajas establecidas en la segunda mitad del siglo XVIII, las de Chiloé, Valdivia y Mendoza, sólo faltan las de algunos años. En Río de la Plata, la real caja de Buenos Aires fue la única que funcionó durante el siglo XVII y sus cuentas empiezan en 1634. A diferencia de las cuentas de Santiago, la serie de Buenos Aires que abarca de 1634 a 1809 es extraordinariamente completa y sólo tiene una laguna de ocho años, uno de ellos, el de 1809, cuando los ingleses ocuparon la ciudad. Debido a que las otras reales cajas y cajas menores de la región fueron innovaciones del siglo XVIII, las series de esas reales cajas de Río de la Plata sólo tienen unas pocas lagunas.

Normalmente, los oficiales reales de las reales cajas llevaban tres duplicados de los libros mayores y los libros manuales: uno para el asiento de la real caja, uno para el Tribunal de Cuentas y uno para la Contaduría Mayor del Consejo de Indias, en Sevilla. Consecuentemente, en un momento u otro, deberían existir tres juegos de libros de cuentas; no obstante, es evidente que algunos se han perdido para siempre. En el caso de Chile, una región periférica del imperio, muy alejada de España y Lima, no es sorprendente el que existan lagunas en el caso de Concepción y Santiago. En el caso de Buenos Aires, sí es sorprendente el que las series sean tan completas; no obstante, una investigación más detallada en los archivos españoles, chilenos, argentinos y peruanos podría ayudar a llenar las lagunas de nuestras series, aunque, en general, las cuentas incluidas en este volumen constituyen una rica fuente para reconstruir la estructura fiscal tanto de la región de Chile como de la región de Río de la Plata durante la época colonial.

Las monedas de cuenta.

Los contadores de las reales cajas de Chile y Río de la Plata llevaban sus cuentas en pesos de a ocho reales, llamados simplemente pesos de a ocho. A diferencia de las reales cajas del Perú y el Alto Perú, que usaban el peso ensayado, el peso ensayado de 12-1/2 reales, el peso de 9 reales, el peso de 10 reales, el peso corriente, el ducado, etc., los oficiales reales de las reales cajas de Chile y Río de la Plata usaron únicamente el peso de a ocho. A todo lo largo de la época colonial, el valor del peso de a ocho permaneció constante en 272 maravedíes. El maravedí, la unidad de cuenta patrón en España, permitía que los peninsulares convirtieran el valor de las monedas coloniales a las unidades usadas en la península. Así, un peso de a ocho equivalía a ocho reales y a 272 maravedíes, mientras que un real equivalía a 34 maravedíes. Lo extraño es que, a pesar de los constantes ajustes al sistema monetario en la propia España, la Corona española nunca devaluó el peso de a ocho.

Ahora bien, el envilecimiento fue otra cuestión. Durante más de doscientos años (de 1525 a 1728), la Corona mantuvo constante el contenido de plata de las monedas coloniales, es decir, el contenido de plata del peso de a ocho fue de 25.561 gramos de plata pura; sin embargo, en 1778, Felipe V ordenó la reducción del contenido de plata pura de esa moneda a 24.809 gramos, el cual se mantuvo hasta 1772, cuando se estableció en 24.433 gramos. En 1786, tuvo lugar un último cambio, cuando se redujo una vez más el contenido de plata pura del peso de a ocho a 24.245 gramos, el cual se mantuvo en vigor hasta el final de la época colonial, en 1825. Consecuentemente, a lo largo del siglo XVIII y principios del siglo XIX, desde 1728 hasta el final de la época colonial, el contenido de plata pura del peso de a ocho disminuyó en un poco más de un gramo o aproximadamente el cuatro por ciento. 20

Los métodos usados para compilar las cuentas

Los sumarios de cuentas incluidos en este volumen fueron compilados por un equipo de investigadores que trabajaron con los documentos encontrados en el Archivo General de Indias, en Sevilla, el Archivo General de la Nación, en Buenos Aires, y el Archivo Nacional y la Biblioteca Nacional de Chile, en Santiago. El equipo, que empezó a trabajar en España, examinó primero todos los legajos de documentos de los que se pensaba que podrían contener cartas cuentas, o sumarios. Las cartas cuentas encontradas fueron microfilmadas y, en ocasiones, copiadas a mano, si habían sido elaboradas con el método de doble asiento o si estaban muy manchadas. Posteriormente, el material resultante se codificó de la siguiente manera: a cada asiento de impuestos de cada sumario se le asignó un número de código, diferenciado, en un libro de códigos por separado, en las categorías de cargo (ingresos) y data (egresos); por ejemplo: a los ingresos provenientes de las alcabalas reales se les asignó el código 19C y a los desembolsos del mismo ramo, el código 13D; en el caso de los tributos reales, el código 8845C indicaba el cargo y el 8844D, la data. A fin de cuentas, el libro de códigos llegó a incluir aproximadamente 8,000 asientos separados de ingresos y egresos correspondientes a los impuestos recaudados por las 67 reales cajas cuyos datos fue posible reunir. Los listados de los códigos también incluyeron el lugar donde se encontró el documento (y el número del legajo), además de las fechas (mes y año) de la carta cuenta, el número de código del impuesto del asiento seguido por una C, de cargo, o una D, de data, la cantidad del asiento en pesos de a ocho y el código del impuesto agrupado, con lo que se asignó más de 8,000 asientos de las cuentas a alguna de las 44 categorías de impuestos o desembolsos. Posteriormente, se perforó las tarjetas de computadora a partir de los datos de esos listados y sumarios y se reprodujeron en listados de computadora impresos en forma legible para ésta, incluido también un total computado para ayudarse en el proceso de cotejo. Después se comparó cada listado con la reproducción del original en busca de errores. Se anotó los errores y se perforó nuevas tarjetas para reemplazar las que los contenían y se produjo un nuevo listado de la computadora. Posteriormente, se repitió cuatro o cinco veces el mismo proceso hasta que el sumario de computadora se correspondió exactamente con la cuenta original.

Consecuentemente, los sumarios de las cuentas incluidos en este volumen son réplicas exactas de las cartas cuentas originales, con unos cuantos cambios menores únicamente. En primer lugar, las cuentas originales estaban asentadas en pesos, tomines (reales) y granos: ocho tomines equivalían a un peso y doce granos, a un tomín, pero las cuentas impresas fueron redondeadas al peso más cercano, para eliminar los tomines y los granos; por ejemplo: si un asiento aparecía en las cuentas originales como 16 pesos, 5 tomines y 6 granos, en el listado de computadora aparecía como 17 pesos; si un asiento aparecía como 26 pesos, 3 tomines y 8 granos, en el listado de computadora aparecía como 26 pesos. Se redondeó los asientos de cuatro o más tomines al peso más cercano, lo que explica en parte las pequeñas discrepancias entre los totales originales de los contadores y los totales de la computadora. En segundo lugar, para ayudar al investigador, se ordenó alfabéticamente los asientos, si bien los originales no estaban ordenados así. En tercer lugar, siempre que fue posible, se uniformó los asientos y, aunque no siempre fue posible hacerlo, se hizo siempre que pareció lo más obvio; por ejemplo: a finales del siglo XVIII, a un nuevo conjunto de indulgencias que proporcionaban ingresos a la Corona se le llamó bulas cuadragesimales, pero, en ocasiones, se hacía referencia a ellas como bulas de carne, debido a que otorgaban exenciones de la prohibición de consumir carne durante la Cuaresma; en el caso de esas cuentas, las bulas de carne están listadas siempre como bulas cuadragesimales. En cuarto lugar, se hizo necesario un cambio más debido a las restricciones de la programación en la computadora, que limitaron el número de caracteres de los asientos, por lo que se tuvo la necesidad de recurrir a las abreviaturas, cuya lista aparece después de esta introducción. En quinto lugar, en unos cuantos casos, fue necesario introducir una diferencia más para agrupar ciertos asientos: en ocasiones, las cartas cuentas listaban los sueldos de cada oficial real y cada soldado que servían en el distrito de una real caja y, en esos casos, se agrupó esos sueldos en la categoría general correspondiente. En sexto lugar, en fin, una innovación final consistió en generar un total computado de cada cuenta, tanto del lado de los ingresos como del lado de los egresos de los libros de cuentas. Ahora bien, en los casos en que los totales de la computadora no concordaban con los totales de los contadores o no se pudo cuadrarlos, las diferencias se mantuvieron; y, en los casos en que no había totales de los contadores, el sumario de la cuenta está incompleto por alguna razón. Con todo, básicamente, los sumarios se encuentran en su forma más pura, tal como el contador y sus ayudantes elaboraron originalmente las cartas cuenta en el distrito de la real caja.

Además de los asientos y las cantidades de los ingresos o desembolsos, los sumarios impresos proporcionan otro tipo de información: en la esquina superior izquierda de cada cuenta, aparecen números o letras precedidos por una S, una B o una C. La S indica que la cuenta original se encuentra en Sevilla, en el Archivo General de Indias; la B indica que está en el Archivo General de la Nación, en Buenos Aires; y la C indica que se encuentra en el Archivo Nacional o la Biblioteca Nacional, en Santiago. Consecuentemente, B13 indica que la cuenta se encuentra en Buenos Aires, en la Sala 13 del Archivo General de la Nación. En el caso de los documentos que se encuentran en Sevilla, la letra S aparece primero y va seguida del número del legajo: los sumarios correspondientes a hasta aproximadamente 1760 provienen de la Sección Contaduría Mayor del Archivo General de Indias, mientras que los correspondientes al periodo posterior a 1760 pueden encontrarse en las secciones Audiencia de Chile, Audiencia de Lima o Audiencia de Buenos Aires del mismo archivo.

Las cuentas de las cinco reales cajas de Chile que se encuentran en Sevilla están en la Sección Contaduría Mayor, en los legajos que van del número 1854 al 1858 y el 1860, y los correspondientes al periodo posterior a mediados del siglo XVIII están en la Sección Audiencia de Chile, en los legajos 339 al 351 y 395 al 415. En Santiago, la mayoría de las cartas cuentas se encuentran en el Archivo Nacional de Chile, Sección Contaduría Mayor, 2ª Serie, en varios volúmenes que van del número 681 al 2927, y un pequeño número de cuentas de la real caja de Santiago se encuentra en la Colección José Toribio Medina, en la Biblioteca Nacional, mientras que algunas cuentas dispersas de la real caja de Mendoza fueron descubiertas en la Sala 13 del Archivo General de la Nación, en Buenos Aires.

Las cuentas correspondientes a las catorce reales cajas de Río de la Plata fueron encontradas tanto en España como en Argentina. En Sevilla, se encuentran en el Archivo General de Indias, en la Sección Contaduría Mayor, legajos 1845, 1846, 1884, 1886A, 1887A, 1894A y 1894B; en la Sección Audiencia de Buenos Aires, legajos 393 al 399, 401 al 409, 442, 445, 446, 448, 450, 451, 453 al 455, 457, 458, 460 al 462, 464 al 466, 484, 619, 620 y 701 al 703; y en la Sección Audiencia of Lima, legajo 1416. Todas las cuentas de las reales cajas de Catamarca, Corrientes, La Rioja, San Juan, Santiago del Estero y Tucumán se encuentran en la Sala 13 del Archivo General de la Nación, en Buenos Aires; y algunas cuentas dispersas de la real caja de Maldonado se encuentran en la Sala 9 del mismo archivo.

En los sumarios impresos se incluyó también las fechas de las cuentas, redondeadas al mes más cercano. Con excepción de la real caja de Buenos Aires hasta 1755, las cuentas corresponden por lo general al año calendario, tanto en Chile como en Río de la Plata; no obstante, si una cuenta abarcaba un periodo irregular, se redondeó al mes más cercano; si una cuenta abarcaba quince días o más de un mes, esa cuenta se listaba como correspondiente a todo un mes; si abarcaba menos de quince días, no se incluía como parte del periodo de la cuenta. Consecuentemente, una cuenta que abarcara del 17 de mayo de 1864 al 4 de mayo de 1688, se codificaba como 6/1685-4/1688; y una que abarcara del 12 de mayo de 1690 al 28 de mayo de 1692, se codificaba como 5/1690-5/1692.

En conclusión, este volumen forma parte de un proyecto más amplio para compilar y publicar las cartas cuentas de cinco regiones del Imperio Español en América: la Nueva España, el Perú, el Alto Perú (hoy Bolivia), Chile y Río de la Plata (Argentina, Uruguay y Paraguay). En el caso del virreinato de la Nueva España, la Secretaría de Hacienda de México publicó en la ciudad de México tres volúmenes de sumarios de cuentas de las 23 reales cajas de ese virreinato. Por lo demás, esas cuentas están disponibles en diversos bancos de datos de Estados Unidos para todos aquellos que deseen usar los datos en lenguaje de computadora; los bancos de datos se encuentran en la Universidad de Duke (Duke University), en la Universidad Columbia de Wisconsin (Columbia University of Wisconsin), en Madison, en la Universidad de Florida (University of Florida) y en el Consorcio Inter–Universitario para Investigación Política y Social (Inter-University Consortium for Political and Social Research), en la Universidad de Michigan. Consideramos que esas cuentas son fundamentales para la comprensión del desarrollo del Imperio Español en América en el tiempo y el espacio y de las economías regionales en el seno de esa vasta estructura; asimismo, sin duda alguna, esos datos aumentarán considerablemente nuestra comprensión de la economía mundial y del sistema económico mundial de la época moderna temprana.

Reconocimientos

Un amplio proyecto que requiera la compilación y cotejo de más de 250,000 piezas de datos numéricos exige una considerable cantidad de apoyo económico y personal. Este proyecto no ha sido la excepción; pero, afortunadamente, tuvimos un sólido apoyo de varias instituciones y personas. El primero y más significativo fue el apoyo económico de la Tinker Foundation y de la National Endowment for the Humanities, cuya muy considerable ayuda hizo posible la compilación de los sumarios de cuentas incluidos en este volumen. Otro apoyo provino del Committee on International Studies de la Duke University y del Research Council de dicha universidad, cuyas subvenciones hicieron posible determinar la factibilidad del proyecto y llevar a cabo una parte de las primeras investigaciones. Para redondear el proyecto, la American Philosophical Society proporcionó ayuda al profesor TePaske para la investigación en Sevilla con el propósito de entender las diferencias de los métodos de contabilidad, el significado de ciertos asientos, las tasas impositivas y algunas otras cuestiones que el trabajo de compilación nos había planteado. Tanto la Duke University como la Columbia University nos proporcionaron un amplio apoyo económico para la perforación de las tarjetas de computadora y el tiempo de computadora fundamental para el proyecto.

Un gran número de personas contribuyeron al trabajo en el proyecto. En España, Rosario Parra, directora del Archivo General de Indias, y todo su personal cooperaron en todos sentidos, tanto en el trabajo de compilación como en otorgarnos la autorización para microfilmar las cartas cuentas. También en Sevilla, el Dr. José Jesús Hernández Palomo, de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Mariluz, su esposa, y el Dr. G. Douglas Inglis actuaron como consultores de enlace cuando surgieron los problemas en el transcurso de la compilación. En Buenos Aires, el personal del Archivo General de la Nación proporcionó una gran ayuda tanto a Eileen Keremitsis como a Kendall Brown y Kenneth Adrien en su búsqueda de las cuentas de Río de la Plata y Chile, respectivamente. Lo mismo puede decirse del personal del Archivo Nacional de Chile y la Biblioteca Nacional, en Santiago. A ese respecto, Eileen Keremitsis merece una mención especial de encomio por su trabajo para descubrir un gran número de cuentas en el Archivo General de la Nación, en especial las de las reales cajas menores de Catamarca, Corrientes, Córdoba del Tucumán, San Juan, Santiago del Estero y Tucumán; todas esas cuentas provienen de la Sala 13 del Archivo General de la Nación y muchas de ellas las copió a mano. Lo mismo puede afirmarse de Kendall Brown y Kenneth Adrien, que descubrieron un gran número de cuentas faltantes en Santiago, en especial las de Chile correspondientes al siglo XVII.

En Estados Unidos, una multitud de colegas, estudiantes, familiares y amigos trabajaron en varios aspectos del proyecto. El Dr. Miles Wortman dirigió el equipo de investigadores que hicieron el trabajo inicial de compilación en Sevilla en 1975 y 1976, equipo formado por Kenneth Andrien, la Dra. Josefina Tiryakian y Kendall W. Brown. Kathy Ames, Pamela Landreth, Ellen Thompson, Nancy Smith, Neomi TePaske, Marianna TePaske, Susan TePaske-King y Michael Jones nos ayudaron en la tarea de codificación, perforación de las tarjetas y en el interminable cotejo de los sumarios impresos con las cartas cuentas originales. Mario Salinger, del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Duke, nos ayudó de innumerables maneras a todo lo largo de la vida del proyecto y Dorothy Sapp amiga y compañera de siempre, nos proporcionó su ayuda en una gran variedad de tareas y fue invaluable en la preparación de este volumen para su publicación. En el Centro de Computación de la Universidad de Duke, Heath Tuttle, Gary Grady, Andy Beamer, Amy McElhaney, Ellen Lenox, Mildred Phillips y Neal Paris nos proporcionaron generosamente su tiempo, consejos y experiencia a lo largo de un prolongado periodo para garantizar el éxito de los aspectos técnicos del proyecto. En la Duke University Press, Anne Poole, John Menapace y Ed Hayes nos ayudaron inconmensurablemente. Un subsidio del Consejo de Investigación Universitaria de la Universidad de Duke hizo posible la publicación tanto de este volumen como de los otros dos de la serie. Dado que es inevitable que ocurran errores —y, en una obra como esta, es muy probable que ocurran—, nosotros somos los únicos responsables de ellos.
John Jay TePaske, Duke University
Herbert S. Klein, Columbia University
Notas
1.      Cosme Bueno, Geografía del Perú Virreinal (siglo XVIII), Lima, Daniel Valcárcel, 1951, p. 18.Continuar leyendo

2. Ibíd., p. 16; Sonia Pinto, Luz María Méndez y Sergio Vergara, Antecedentes históricos de la Contraloría General de la República, Santiago de Chile, Contraloría General de la República, 1977, pp. 79-87. La audiencia colonial era un tribunal de apelaciones. DRAE: tribunal con competencia […] para ciertas causas penales, sociales y contencioso-administrativas; independiente del virrey para algunos efectos.Continuar leyendo

3. Sonia Pinto, Luz María Méndez y Sergio Vergara, Antecedentes históricos de la Contraloría General de la República, op. cit., p. 65. Véase un análisis de las obligaciones de los oficiales reales de la Real Hacienda y del funcionamiento de las reales cajas del Perú en la introducción al volumen 3 de John TePaske y Herbert Klein, The Royal Treasuries of the Spanish Empire in America: Peru, Durham, Duke University Press, 1982, vol. 3.Continuar leyendo

4. Pinto, Méndez y Vergara, Antecedentes históricos de la Contraloría General de la República, op. cit., pp. 69-70 y 72.Continuar leyendo

5. Ibid., p. 68.Continuar leyendo

6. Descubrimos unas cuantas cuentas de la real caja de Santiago correspondientes a finales del decenio de 1570 y principios del decenio de 1580, pero, fuera de ellas, no encontramos más cuentas hasta las correspondientes al primer decenio del siglo XVII, cuando comienza nuestra serie.Continuar leyendo

7. Sin las reales cédulas ni ningún otro documento semejante, es difícil establecer las fechas precisas en que fueron establecidas las reales cajas o en que empezaron a funcionar. En consecuencia, a menos que hubiese pruebas concretas provenientes de alguna otra fuente, tomamos la fecha en que una cuenta de una real caja apareció por primera vez como la fecha en que dicha real caja inició sus operaciones, con conciencia plena de que pudo haber estado en funciones antes de esa fecha.Continuar leyendo

8. Pinto, Méndez y Vergara, Antecedentes históricos de la Contraloría General de la República, op. cit., p. 73. Continuar leyendo

9. Ismael Sánchez Bella, La organización financiera de las Indias (siglo XVI) (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1968), pp. 59-69.Continuar leyendo

10. Pinto, Méndez y Vergara, Antecedentes históricos de la Contraloría General de la República, op. cit., p. 71.Continuar leyendo

11. En el caso de la real caja de Concepción, las mayores lagunas de nuestra serie correspondiente a principios del siglo XVIII son las de las cuentas correspondientes a los periodos de 1713 a 1734 y de 1741 a 1760.Continuar leyendo

12. En lo que respecta al establecimiento y operación de la Contaduría Mayor de Cuentas, véase Jacques Barbier, Reform and Politics in Bourbon Chile, 1755-1796, Ottawa, University of Ottawa Press, 1980, pp. 77-94.Continuar leyendo

13. Pedro Santos Martínez, Historia económica de Mendoza durante el virreinato (1776-1810), Madrid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1961, pp. 165-204. En el capítulo correspondiente a esas páginas, el autor analiza el funcionamiento de la real caja de Mendoza; su listado de la mayoría de los asientos de mano de obra-trabajo en las cuentas empieza en 1778, con una sola referencia a una cuenta de 1777.Continuar leyendo

14. Ibid., pp. 93-101.Continuar leyendo

15. Bueno, Geografía del Perú Virreinal…, op. cit., p. 18; Antonio de Alcedo, Diccionario geográfico de las Indias Occidentales o América, Madrid, Ediciones Atlas, 1967, 4 vols., vol. I, pp. 181-185.Continuar leyendo

16. Aparentemente, a finales del siglo XVI y durante el siglo XVII, Buenos Aires fue un próspero centro de comercio ilícito al que llegaban muchas mercaderías ilícitas llevadas por los tratantes de esclavos. Para los porteños, el comercio era absolutamente esencial: las mercaderías provenientes de Lima se vendían a precios astronómicos.Continuar leyendo

17. Luis Navarro García, Hispanoamérica en el siglo XVIII, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1975, pp. 236-237.Continuar leyendo

18. Santos Martínez, Historia económica de Mendoza…, op. cit., p. 67.Continuar leyendo

19. Las reales cajas adoptaron muchos nombres: a una caja mayor se hacía referencia como caja principal o caja propietaria; a una caja subordinada, pero que tenía oficiales reales que llevaban las cuentas, como la de Mendoza o la de Pachuca, en la Nueva España, se hacía referencia frecuentemente como caja foránea o caja subordinada; y la tercera categoría correspondía a las cajas menores o tesorerías menores. La real caja de Tucumán fue una caja principal, pero parece ser que nunca funcionó como tal.Continuar leyendo

20 De los muchos artículos escritos sobre la acuñación y las monedas coloniales, los dos más valiosos son los de Humberto Burzio, “El ‘peso de plata’ hispanoamericano”, Historia, núm. 3, 1958, Buenos Aires, pp. 9-24; y “El ‘peso de oro’ hispanoamericano”, Historia, núm. 4, 1956, Buenos Aires, pp. 21-52.Continuar leyendo

 


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