por El Militante septiembre 17, 2024
EL MILITANTE SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Tal vez pertenezcamos a una de las últimas camadas de argentinos que supimos formarnos en un ámbito realmente académico dentro del periodo secundario, antes de que el desorden se constituyera en un modo de vida áulico y la falta de autoridad en la política ordenada.
Fuimos alumnos, luego discípulos y con los años amigos, de aquellos que para ese tiempo eran lo que se decía "señores profesores". Hombres y mujeres dedicados en cuerpo y alma a trazar en nuestras almas los surcos de las dudas y sembrar al tiempo las semillas del conocimiento.
La política, las malas políticas; la concepción sádica de gobiernos subversivos cambiaron un día aquel ambiente de culto al conocimiento por un reducto donde ya no se forman ciudadanos sino elementos anárquicos cuya equivocada idea de la libertad se confunde con la militancia del caos.
Así, ser profesor en estos días parece una tarea destinada a la intemperie, un desafío monumental en medio de una sociedad que se tambalea entre el ruido y la indiferencia. En un mundo donde la tecnología domina, las pantallas distraen y los valores esenciales parecen desvanecerse, el rol del profesor se ha vuelto más crucial que nunca.
En tiempos donde el respeto por la autoridad parece una reliquia del pasado y la juventud, confundida, busca su rumbo entre la confusión y el desencanto, el profesor es ese faro silencioso que aún brilla, aunque a veces lo haga entre tinieblas.
Ser profesor hoy es sembrar en el desierto. No porque no haya esperanza, sino porque la tierra parece más árida. Es una tarea que exige paciencia y fe en lo invisible, en el fruto que aún no se ve, pero que algún día germinará. En cada palabra, en cada gesto, el profesor planta una semilla. Tal vez los estudiantes no lo noten de inmediato, pero en lo profundo, esas enseñanzas quedan, esperando el momento adecuado para florecer.
Ser profesor hoy es volver a vagabundear por el desierto y mantenerse firme como Moisés que hallaba ojos incrédulos ante él; ahora el que enseña, enfrenta los ojos de los alumnos que no siempre reflejan interés, sino el cansancio de una sociedad que no les ha dado todas las respuestas.
Pero allí siguen adelante, en la comprensión de que más allá de las pruebas y los contenidos, están formando personas. Porque se educa no sólo con la palabra sino sobre todo con el ejemplo. En eso radica la esencia de la vocación que se compone de comprensión, afecto, categorías que en este momento tal vez no se reconozcan, pero que se valorarán con el tiempo.
Hoy, el profesor es un artesano que moldea con delicadeza a seres que están en proceso de descubrir quiénes son y sobre todo, qué pueden llegar a ser.
En tiempos en que la tecnología lo domina todo, la docencia constituye un desafío diario, donde el profesor debe autogestionarse para no quedar obsoleto en días en que los programas de estudio todavía forman a ciudadanos para trabajos que están dejando de existir, en lugar de prepararlos para asumir trabajos que todavía no existen.
En estos tiempos de convulsión social, donde la violencia gana espacio y los valores se diluyen en el ruido del día a día, el profesor es una presencia de calma. Es una guía, un ancla para aquellos que, aunque no lo demuestren, necesitan encontrar su norte. Es en ese espacio de respeto, de escucha y de diálogo donde el profesor siembra, aunque a veces parezca hacerlo sobre tierra seca.
Saludamos a esos sembradores incansables. A los que nos formaron, a los que nos acompañaron en la cátedra cuando la ejercitamos. A los que a pesar del mundo "falaz y descreído", continúan siendo un faro en medio de la tempestad de este tiempo indescifrable.-
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