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lunes, 6 de diciembre de 2021

De Gaulle tenía razón

La Unión Europea inicia su disolución

Thierry Meyssan,Red Voltaire

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill imaginó un sistema que permitiría a los ‎anglosajones garantizar que Europa occidental no cayera en manos de la Unión Soviética para ‎que ellos pudieran mantenerla bajo su propio control. Se trataba de crear un mercado común ‎europeo con los países arruinados por la guerra que aceptaran el Plan Marshall [1]. ‎

En aquella época, Estados Unidos y Reino Unido avanzaban de manera coordinada. En pocos ‎años sentaron las bases de nuestro mundo: la OTAN es una alianza militar cuyo control ejercen ‎Washington y Londres mientras que lo que acabaría convirtiéndose en la Unión Europea es la ‎organización civil donde los anglosajones alinean a sus aliados. Claro, los miembros de ‎la primera no son necesariamente miembros de la segunda, pero no es menos cierto que ‎las dos tienen sus sedes respectivas en Bruselas y que ambas son de hecho las dos caras de la ‎misma moneda. Los servicios comunes de ambas estructuras están discretamente instalados en ‎Luxemburgo. ‎

Luego de la crisis entre Washington y Londres, en el momento de la expedición de Suez, el ‎Reino Unido –que estaba perdiendo su imperio– decidió incorporarse a aquello que todavía ‎no era la Unión Europea. En 1958, Harold Macmillan fracasó en esa misión pero Edward Heath ‎finalmente lo logró en 1973. Sin embargo, la correlación de fuerzas siguió evolucionando y el ‎Reino Unido abandonó la Unión Europea a finales de 2020, volviéndose nuevamente hacia su ‎antiguo imperio, bajo la noción de la «Global Britain». ‎

Todos los documentos de la Unión Europea se traducen a cada una de las lenguas oficiales de sus ‎países miembros, más el inglés, que se convirtió en la lengua oficial de la UE a pesar de que ‎ninguno de sus miembros actuales lo tiene como idioma oficial. Y no es porque el Reino Unido ‎haya sido miembro de la Unión Europea sino porque esta última se halla bajo la "protección" de ‎la OTAN, lo cual se estipula en el artículo 42, párrafo 7 del Tratado de Lisboa, impuesto a ‎los pueblos europeos sin consulta en lugar del Tratado Constitucional que los electores habían rechazado [2].‎

Alemania, país que hasta 1990 vivió bajo la ocupación de las cuatro potencias vencedoras de la ‎Segunda Guerra Mundial, se adaptó a no seguir siendo una potencia militar. Todavía hoy los órganos ‎de inteligencia alemanes –reorganizados por Estados Unidos con la contribución del antiguo ‎personal nazi– siguen estando al servicio de los antiguos ocupantes occidentales mientras que ‎el Pentágono mantiene en suelo alemán importantes bases militares, bajo un estatus de supuesta ‎extraterritorialidad.‎

Francia, por el contrario, sueña con ser militarmente independiente. Fue por eso que Charles ‎de Gaulle, después haber sido el líder de la Francia Libre durante la Segunda Guerra Mundial, sacó ‎a Francia del mando integrado de la OTAN en 1965. Pero, otro presidente, Nicolas Sarkozy, la ‎reincorporó al bloque militar en 2009. Hoy en día, las operaciones de las fuerzas armadas ‎francesas en el exterior se desarrollan bajo la supervisión de generales estadounidenses. ‎

Alemania y Francia asumieron por años el liderazgo de la entidad que hoy conocemos como la ‎Unión Europea. El presidente francés Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl ‎concibieron la transformación de la Comunidad Económica Europea en una entidad supranacional ‎‎–la Unión Europea– capaz de rivalizar con la URSS y China pero que seguiría siendo vasallo de ‎Estados Unidos. Esta estructura, a la cual se incorporaron –por exigencia de Estados Unidos– ‎los ex miembros del Pacto de Varsovia, a la vez que pasaban a ser miembros de la OTAN, ‎se convirtió en una gigantesca burocracia. ‎

A pesar de las apariencias, el Consejo de jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea ‎no es un súper gobierno sino una caja de resonancia de las decisiones de la OTAN. ‎Esas decisiones se toman en el Consejo del Atlántico Norte, controlado por Estados Unidos ‎y Reino Unido, se transmiten a la Comisión Europea y al Parlamento ‎Europeo y son en definitiva ratificadas por el Consejo Europeo. ‎

Es importante saber que la OTAN tiende a meterse en todo: desde los ingredientes del chocolate ‎‎(la ración del soldado incluye una barra de chocolate) hasta la construcción de los puentes ‎europeos (ahora los puentes que se construyen en Europa tienen que ser utilizables para ‎el tránsito de los tanques de la OTAN), pasando por las vacunas anticovid (hay que velar por ‎la salud de los civiles para que los militares estén sanos) y las transferencias bancarias (para ‎vigilar las transacciones "enemigas"). ‎

Las fuerzas armadas de Reino Unido y Francia eran los dos únicos ejércitos con un peso real en la ‎Unión Europea. Así que iniciaron un proceso de acercamiento con la firma de los Tratados de ‎Lancaster House, en 2010. Pero vino el Brexit y el ejército francés volvió a quedarse solo, como ‎pudo verse con la reciente anulación de la compra de submarinos franceses pactada con Australia, ‎anulación que favoreció al Reino Unido. ‎

La única opción que le quedaba a Francia era acercarse a las fuerzas armadas de Italia, a pesar ‎de que estas son dos veces más pequeñas que las fuerzas armadas francesas. Eso es lo que ‎acaba de decidirse con la firma del Tratado del Quirinal, el 26 de noviembre de 2021. Esta ‎maniobra se vio facilitada por la afinidad evidente entre el presidente francés Emmanuel Macron ‎‎–quien fue banquero con Rothschild– y el primer ministro italiano Mario Draghi –ex banquero en ‎Goldman Sachs– y su liderazgo común en la respuesta política ante la epidemia de coronavirus. ‎De paso también vale la pena observar la increíble jerga políticamente correcta que caracteriza ‎la redacción de este documento, muy lejana de las tradiciones latinas [3].‎

Mientras tanto, en Alemania, la canciller Angela Merkel deja ese cargo en manos de Olaf Scholz, ‎a quien no le interesan las cuestiones militares ni los déficits presupuestarios de Francia y ‎de Italia. El acuerdo de coalición de su gobierno [4] simplemente alinea la política exterior alemana tras la política ‎exterior de los anglosajones, o sea la de Washington y Londres. ‎

Hasta ahora, los gobiernos alemanes encabezados por Angela Merkel luchaban contra el ‎antisemitismo. El gobierno de Scholz va mucho más lejos y se compromete a respaldar «todas ‎las iniciativas que promuevan la vía judía y promuevan su diversidad». Ya no se trata de proteger ‎a una minoría sino de «promoverla». ‎

En cuanto a Israel, país que Estados Unidos y Reino Unido crearon siguiendo una lógica imperial ‎‎ [5], el acuerdo de la coalición alemana de gobierno estipula también que «la seguridad ‎de Israel es un interés nacional» de Alemania y promete bloquear «los intentos antisemitas de ‎condenar a Israel, incluso en la ONU». Precisa además que Alemania seguirá apoyando la ‎solución de los dos Estados ante el conflicto israelo-palestino –lo cual es una manera de decir ‎que se opondrá al principio de «una persona, un voto»– y expresa regocijo ante la ‎‎«normalización» de las relaciones entre Israel y los países árabes. El gobierno Scholz entierra así ‎la política tradicional del SPD, olvidando que Sigmar Gabriel, siendo ministro alemán ‎de Exteriores (de 2013 a 2018) calificaba el régimen israelí de «apartheid». ‎

Olaf Scholz es un abogado preocupado sobre todo por hacer funcionar la industria de su país ‎en base a un compromiso entre obreros y patronos. Nunca estuvo demasiado presente al ‎tratarse de temas internacionales y ha designado como ministro de Exteriores a la jurista verde ‎Annalena Baerbock. Esta última no sólo es partidaria de liquidar el uso de los combustibles ‎fósiles sino que trabaja como agente de influencia de la OTAN, así que clama a toda voz que ‎Ucrania debe convertirse en miembro de la OTAN y de la Unión Europea, milita contra Rusia y ‎por ende rechaza el gasoducto Nord Stream 2 mientras que promueve la construcción ‎en Europa de terminales especializadas para recibir por barco gas importado desde ‎Estados Unidos, a pesar del costo exorbitante de tales instalaciones. Además, califica a China ‎de «rival sistémico» y apoya a todos los separatistas que puedan afectar en algo a ese país –‎el separatismo taiwanés y también a los separatistas tibetanos y uigures. ‎

Así que es previsible un lento alejamiento de las políticas de Alemania y de Francia y hasta el ‎probable resurgimiento del conflicto que enfrentó a esos dos países y que dio lugar a 3 guerras ‎entre 1870 y 1945. ‎

Contrariamente a lo que afirma la propaganda, como señalé al principio, la Unión Europea ‎no fue creada para garantizar la paz en Europa occidental sino para mantener a las poblaciones ‎de esa parte de Europa en el bando de los anglosajones durante la guerra fría. Así que ‎el conflicto franco-alemán nunca llegó a resolverse. ‎

Lejos de instaurar la paz, la Unión Europea sólo escondió ‎el problema franco-alemán bajo una especie ‎de manta sin tratar de resolverlo. Peor aún, durante las recientes guerras en la antigua ‎Yugoslavia, Francia y Alemania llegaron a enfrentarse militarmente: Alemania apoyaba a Croacia ‎mientras que Francia respaldaba a Serbia. Berlín y París se concertaban dentro de las fronteras ‎de la Unión Europea pero se hacían la guerra fuera de ellas y los especialistas en operaciones ‎especiales saben que hubo muertos de ambas partes. ‎

Las políticas exteriores eficaces son aquellas que traducen la identidad de sus naciones. El Reino ‎Unido y Alemania siguen hoy su camino, como naciones orgullosas de ser lo que son. ‎

Eso no sucede con Francia, hoy en plena crisis de identidad. El presidente francés Emmanuel ‎Macron aseguraba al principio de su mandato que «no hay una cultura francesa». Luego, bajo ‎la presión de los franceses, Macron cambió de discurso… pero su pensamiento sigue siendo el mismo. ‎

Francia cuenta con medios, pero ya no sabe qué es ni adónde va. Sigue persiguiendo la quimera ‎de una Unión Europea independiente, que rivalizaría con Estados Unidos, mientras que los otros ‎‎26 miembros de la UE quieren otra cosa. Pero Alemania comete un grave error al apostar por el ‎‎«paraguas nuclear» estadounidense en momentos en que Estados Unidos ha entrado en un ‎proceso de descomposición. ‎

Es evidente que acabamos de entrar en la fase de disolución de la Unión Europea, una estructura ‎tan anquilosada que será una suerte para cada uno de sus miembros tener la oportunidad de ‎recuperar su plena independencia. Pero será también, y sobre todo, un desafío que puede ‎rápidamente tomar un cariz dramático. Estados Unidos está desmoronándose sobre sí mismo, ‎así que la Unión Europea se verá pronto sin amo a quien obedecer. Los países que ‎forman parte de esa entidad tendrán que posicionarse cada uno ante los otros. Es ‎tremendamente urgente que los europeos comiencen a entenderse entre sí, ya no como simples ‎socios comerciales sino como compañeros en todo. No hacerlo los llevará inevitablemente a la ‎catástrofe, a la guerra generalizada. ‎

Ya se ha podido comprobar que todos los miembros de la Unión Europea –con excepción de ‎los ingleses, que en definitiva ya la abandonaron– tienen en común ciertos elementos ‎culturales. Esos elementos son también parte de la cultura de Rusia, más cercana de la cultura ‎europea que la del Reino Unido. ‎

Ahora se hace posible reconstruir Europa, pero no como una burocracia centralizada sino como ‎una red de Estados, abriéndola a quienes se vieron artificialmente marginados por los ‎anglosajones deseosos de garantizar su propia dominación sobre el continente ‎durante toda la guerra fría. De eso hablaba Charles de Gaulle cuando, oponiéndose a Winston ‎Churchill, se declaraba partidario de una «Europa de Brest a Vladivostok». ‎

https://www.voltairenet.org/article214878.html


De Gaulle tenía razón

Por Javier Cornejo

Publicado en el diario El Tribuno el 19-11-2011


En la pasada Cumbre de Bruselas, el primer ministro inglés David Cameron comunicó su decisión de "no unirse a un nuevo convenio presupuestario con la Unión Europea", ya que el mismo no se "corresponde con los intereses del Reino Unido".

 

Un gran sector del imperio británico consideró este paso como "correcto pero insuficiente".

Al decir de Jon Gaunt, líder de la campaña Vote Uk out of EU, "ahora hace falta salirse totalmente de la Unión Europea".

 

Hoy como ayer, Sarkozy reafirma las palabras del Gral. De Gaulle, al sostener que "existen dos Europas, una que desea más solidaridad entre sus miembros y otra que solo se interesa por la lógica del mercado".

 

El general De Gaulle se opuso al armisticio que el Gral. Petian concertó en 1940 con Alemania. Llamado en 1958, propugnó una nueva constitución que creó la Quinta República, presidiéndola de 1959 a 1969.

 

Propugnaba una Confederación Europea de Estados soberanos.

 

De Gaulle postergó la unión europea porque en realidad no la creía posible debido a las siguientes razones:

 

1) Con relación a la comunidad europea del carbón y el acero, Francia no sacaba ningún provecho, sino que los beneficios de esa cuenca minera solo resultaban ventajosos para Italia, Bélgica, Luxemburgo y Holanda.

2) Con relación al Euratom, Francia llevaba muchos años de investigación nuclear, mientras que sus "socios" no habían hecho nada.

3) Los términos y fines de la CEE no se correspondían con las necesidades y objetivos económicos franceses.

4) En una Confederación Europea (y no la CEE), cada país integrante debía "conservar su propia soberanía" y su representación: su moneda. Por lo tanto, la Confederación Europea debería referirse a cuestiones taxativamente enumeradas, sin ningún "poder supranacional" sobre las mismas. Tales son, básicamente, dos: política exterior y defensa común.

Oposición al ingreso de Gran Bretaña

El Gral. De Gaulle se opuso terminantemente al ingreso del Imperio británico a la CEE debido a lo siguiente:

a) Significaba el ingreso del Commonwealth (57 países y más de 1.600 millones de habitantes).

b) Con el Imperio, ingresaba además la Asociación Europea de Libre Comercio, que se organizó en Estocolmo por el tratado firmado el 4 de enero de 1960 entre Inglaterra, Austria, Dinamarca, Noruega, Portugal (que debía seguir la política inglesa en virtud del tratado de Methuen de 1704), Suecia, Suiza y el diminuto estado de Liechtenstein (plaza financiera Suiza). Este conjunto de países tenía hábitos, costumbres y tradiciones políticas disímiles a los seis países de la Comunidad Económica Europea (Francia, Alemania, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo), a la que quedarían vinculados junto con el Commonwealth. "Esto cambiaría por entero el sentido de mercado común de los seis"(Fernández Navarrete. Historia y Economía de la UE. Madrid. 1999, Pág. 87).

c) Inglaterra tenía singularmente producción industrial. Las negociaciones agrarias provenían de la "reventa" que hacía de carnes y cereales, principalmente argentinos. Con esto, los Estados europeos de producción agropecuaria propia quedarían desarticulados. Ello era opuesto a una organización europea que subvencionó siempre al agro, base del arraigo campesino, que constituía la médula de sus tradiciones y cultura.

 

En definitiva: todo esto crearía una comunidad atlántica colosal, a la que se adicionaría EEUU (incorporados al Imperio británico visceralmente después de la 2da. Guerra Mundial).

De Gaulle sostenía que Europa sería "absorbida" por la conducción de intereses especulativos angloamericanos.

 

Hoy constatamos que, habiendo provocado su estallido, Londres se retira.

 

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