La pendiente resbaladiza hacia la normalización de la pedofilia. Por Javier Villamor
Nicolás Márquez 12/01/2023
Mediaset va a lanzar una serie en la que una mujer de 42 años tiene relaciones sexuales con un chico de 15. Más allá de si se supone que es una crítica o no a la pederastia, el hecho es que servirá para iniciar un debate inexistente en la sociedad que dentro de unos años devendrá en legislación y, por lo tanto, en modificación del status quo actual.
Esto es lo que se conoce como la famosa ventana de Overton, que no es otra cosa que el proceso político para que algo impensable/imposible acabe convirtiéndose en un hecho. Ejemplos existen varios en los últimos años: desde la partición de España en 17 comunidades autónomas ahora impensables de revertir para muchos (la ventana es aplicable en ambos sentidos de la misma dirección) a nivel político, hasta la reciente ley trans que permite el abuso infantil con la hormonación de menores, pasando por el mal llamado matrimonio homosexual, el aborto, la eutanasia, etc.
Todas estas leyes, especialmente las relacionadas con la ética o estructuración social, se han aprobado tras una serie de pasos muy concretos llevados a la perfección por el entramado político-mediático. Primero, cuando algo es improbable, puedes publicar sondeos (dirigidos, obviamente) que sirvan para mostrar cuál el barómetro al respecto. Después, puedes iniciar debates mediáticos que se hagan eco de esos sondeos o bien producir material audiovisual cultural para normalizar ciertos hechos cuando en la vida real no existen. Esto llevará a un aumento de la discusión público y, cuando esta sea rentable políticamente, determinados partidos harán banderas de esas causas. Si resultan ser elegidos y formar gobierno, legislarán para modificar la realidad en la que, previamente, ese hecho era impensable.
El proceso de normalización social
El ejemplo perfecto son las leyes de género. La ley de violencia de género abrió el camino a la ideología de género general, ésta dio paso a la enseñanza en las escuelas, y ahora estamos debatiendo la transexualidad, la hormonación e, incluso, la amputación de miembros sanos por trastornos mentales hoy considerados hechos objetivos en vez de realidades subjetivas en las personas que sufren, entre otras cosas, disforia de género. Sobre el matrimonio homosexual ocurre algo parecido. Todo empezó simplemente con el reconocimiento de la unión civil. Hoy, se ve normal que el colectivo LGTBI –que no las personas de manera individual– eduquen a nuestros hijos sexualmente induciendo a tener relaciones sin importar el sexo y a prácticas sodomíticas. Es decir, hemos normalizado el abuso infantil como sociedad.
Una infancia que es el paso final para la perversión final de toda la sociedad en su conjunto con vistas a los años por venir. Primero. porque, digamos, el cupo de propaganda ya no daba para más entre personas adultas (todo lavado de cerebro tiene un límite). Segundo, porque manipulando la mente de los más pequeños de hoy se generan las legiones de adeptos del mañana. Hoy lo común es que a un joven se le enseñe que la biología no condiciona tu existencia, que la objetividad no existe como hecho contrastable a través de los sentidos y que lo importante es el deseo subjetivo, el impulso de los sentimientos. Tercero, porque esa exaltación del yo lleva a la atomización total de la sociedad en detrimento de una colectivización positiva que busque el bien común. Cuarto, porque a través de la sexualización temprana de la sociedad es más fácil acabar con el correcto desarrollo psicoafectivo de la persona y crear en ella una serie de pautas y comportamientos nocivos para sí misma y para los demás.
Hoy nadie niega que Occidente está hipersexualizado, y no para bien. La publicidad, producciones audiovisuales, los dibujos, la música, los videojuegos… todo está sexualizado. Es fácil entender que cuando algo se consume en exceso se acaba necesitando más y más para satisfacer las hormonas que el cerebro produce cada vez que se le da placer. Aún muchos no entienden este sencillo mecanismo biológico que nos hace ser infinitamente menos racionales de lo que pensamos. Todo en nuestro entorno está creado para extasiarnos sensorialmente. Y todo es todo. Los niños son los más vulnerables a estos estímulos.
De unos años a esta parte, se ha ido moviendo la ventana de Overton en términos sexuales. En cuanto a sexo se refiere, parece que no hay límites (esto, entre otras cosas, es uno de los elementos clave del desprecio de otras culturas a la nuestra). En esta pendiente resbaladiza a priori inofensiva, ya se ha puesto el punto de mira en los más pequeños. En lo audiovisual, las cantantes son y parecen cada vez más jóvenes, más niñas. Algunas apenas han tenido un éxito inmenso con 18 años. Cada vez se adora más lo juvenil, cada vez se necesita más juventud. Tanta que se llega a la infancia. Esto es algo normal en la progresión que estamos viviendo. Es algo lógico, de alguna manera.
Pedofilia: un desorden, no un crimen
A esta normalización no sólo colabora Irene Montero declarando que los niños tienen derecho a tener relaciones con quien quieran (love is love, love has no age, dicen algunos), sino que es un proceso que, como he explicado, viene de largo. En 2014, un diario estadounidense publicaba un artículo titulado Pedofilia: un desorden, no un crimen en lo que es un claro ejemplo de esa ventana de Overton. Esto, que hace años hubiera significado la muerte civil del autor, hoy es visto con buenos ojos o, simplemente, con resignación (que es otra fase en la conversión). En unas sociedades que creen que toda la sexualidad es buena, que las identidades sexuales son tantas como días tiene un año, la pedofilia podría ser considerada una orientación más dentro de unos años. A muchos todavía les suena imposible, pero de eso se trata. De volver lo imposible posible a través de los escándalos. Paso a paso. Poco a poco. Por si esto fuera poco, recientemente la polémica a este respecto saltó en Chile por unas tesis que defendían la pederastia. Si se pensaban ustedes que la academia estaba fuera de este proceso, se equivocaban. ¿Acaso no hay numerosos estudios de supuestos científicos bien regados de dinero para defender las ideologías o tesis que permitan la normalización de ciertas conductas? Si ocurre con el sector farmacéutico como bien sabemos, ¿por qué no iba a ocurrir con estudios sociológicos, entre otros?
Ahora, toca al turno a Mediaset en lo que significa un paso enorme para llegar con esta polémica al gran público. No deja de llamar la atención que la relación sea entre mujer adulta y hombre adolescente. ¿Será porque está mejor vista? ¿Se imaginan si fuera al revés? ¿Cómo se pondrían ciertos sectores feministas? ¿O no dirían nada porque love is love y la mujer es libre de elegir si quiere acostarse con un hombre mucho mayor que ella?
Ésta no es la única trampa. Hay un movimiento que, aprovechando la buena aceptación de la ideología LGTB, busca esta normalización de la pedofilia/pederastia. Es el conocido movimiento transage (transedad). Es decir, personas que no se sienten con la edad que objetivamente tienen y reclaman el derecho a tener relaciones sexuales con personas de edad muy inferior a la suya. Tan inferior que es ilegal porque es pederastia. Y he aquí la trampa argumentativa: si aceptamos que una persona puede sentirse lo que sea y ser lo que siente, ¿cómo vamos a negar a alguien que se sienta de una edad que no tiene? ¿Quién le dirá a un hombre trans que además de no ser mujer puede no tener 50 años y acostarse con un chico de 12, 10 u ochos siempre y cuando exista el sacrosanto consentimiento? Y con esto del consentimiento del «sólo sí es sí» es fácil también entender por dónde van los tiros. Se empieza a ver el bosque detrás del árbol. O quizás no, pero el bosque existe queramos o no verlo. Y no es un bosque precisamente amigable para los más indefensos.
Todo empieza como una locura o algo «sacado de contexto» como calificó la Conferencia Episcopal a las declaraciones de Montero.
gaceta.es
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