Conectando noticias vemos como el control humano explota como una bomba
de fusión bio-molecular controlada.
¿Qué es la dopamina digital
y cómo se convirtió en la droga más popular y adictiva del mundo?
Alejandro
Martínez Gallardo
Al parecer hemos llegado al punto en el que
existe finalmente una conciencia más o menos generalizada -y ciertamente en
aumento- de que la tecnología digital está afectando seriamente algunas de
las facultades más básicas del ser humano -fundamentalmente, la atención, la
voluntad y la capacidad de conectar de manera íntima, sin mediación. Marshall
McLuhan, quizás el más grande teórico de medios del siglo XX, en reiteradas
ocasiones afirmó que la tecnología y los nuevos medios se desarrollan a una
mayor velocidad que la capacidad de reflexión de la sociedad y, por lo tanto,
entendemos los efectos de un medio en nuestras propias facultades cuando ya
estamos incrustados casi irreversiblemente en su ambiente, cuando ya hemos
sido alterados en diferentes formas. Y es que los medios -digitales y
análogos- son extensiones de nuestros sentidos, pero siempre en un proceso
de retroalimentación; amplifican nuestros sentidos y nuestras capacidades
cognitivas pero también las amputan y las adormecen, nos dan pero también suelen
quitarnos. Esto nos está sucediendo con el Internet a una escala nunca antes
vista. Algunas personas creen que esto ocurre cada tanto con una nueva
tecnología, como una recurrente paranoia conservadora. Por ejemplo,
se criticaba que las personas pasaban demasiado tiempo platicando de
cosas banales cuando se masificó el teléfono. La diferencia estriba, según
Tristan Harris, ex desarrollador de Google, en que las compañías de
teléfono no tenían a cientos de diseñadores e ingenieros trabajando todos
los días -sirviéndose de la última investigación no sólo en cuestiones de
desarrollo y marketing sino de neurociencia y psicología
conductual- para hacer más atractivo tu teléfono con la intención
de que pases más tiempo usándolo.
En este artículo intentaremos explicar cómo la
tecnología digital se ha convertido en una adicción global que “ha secuestrado
nuestras mentes”, usando las palabras de Tristan
Harris. Harris
es sólo uno entre un importante grupo de ejecutivos, programadores y
diseñadores de empresas como Google, Facebook, Twitter y demás, que están
dejando sus puestos, apagando sus aparatos y “sonando el silbato” para advertir
sobre las profundas consecuencias que tiene el estar desarrollando tecnología
supeditada a las demandas de lo que ha sido llamada la “economía de la
atención”. Esto es, una economía basada en la captura de la atención de los
usuarios (antes llamados consumidores), la cual se traduce en datos que pueden
ser vendidos o que pueden ser usados para hacer más inteligentes a las
plataformas y generar anuncios más efectivos. The Economist recientemente anunciaba que los datos son ya el recurso
más valioso en el mundo, superando al petróleo. Steven Kotler, autor de un
reciente libro que investiga cómo la dopamina está alimentando la economía,
sugiere que alterar los estados de conciencia es de una manera sutil el motor
económico de la economía mundial. Esta industria, la cual calcula que vale más
de mil billones de dólares y en la que incluye al porno y a las redes
sociales, está basada en los estímulos digitales que provocan comportamientos
adictivos que cautivan nuestra atención. Kotler advierte que, a diferencia de
lo que ocurre con el alcohol y las drogas, donde existe una legislación
y restricciones para su consumo, no tenemos regulación en el porno y las
redes sociales. Estamos exponiendo a niños y adolescentes a potenciales drogas
adictivas sin darles herramientas para defenderse de ellas.
Dentro de esta economía de la atención, la gasolina
con la cual corren las plataformas de extracción de datos es lo que hemos
llamado aquí la dopamina de fuente digital. Es la dopamina, que aumenta al
interactuar con el newsfeed de Facebook, al anticipar likes de
Instagram o al pensar que tal vez hemos recibido un mensaje, la que nos
hace seguir pulsando la pantalla y pasando más tiempo “conectados” -tiempo que
es siempre monetizado. Es discutible si las compañías de tecnología
intencionalmente han explotado el mecanismo de recompensa del sistema de
dopamina del cerebro -a la manera de taimados dispensadores de heroína o
cocaína digital- o si lo han encontrado accidentalmente, como quien encuentra
petróleo en su terreno. De cualquier manera, la absorción masiva de la atención
humana en las pantallas digitales, algo que caracteriza como casi ninguna otra
cosa a nuestra era, no puede explicarse sin las fluctuaciones de dopamina, la
energía que mantiene a las masas activas generando capital digital.
Actualmente, por ejemplo, diversos
estudios muestran que una persona toca en promedio 2 mil 617 veces su teléfono
al día y
lo checa cada 15 minutos; en Estados Unidos, en el 2015, los niños de entre 13
y 18 años pasaron 9 horas al día conectados a medios digitales; los niños de 8
e 12 años pasaron 6 horas al día. Notablemente, un estudio reciente mostró que el solo hecho de estar
con un smartphone en un lugar, sin ni siquiera usarlo, disminuye la
capacidad cognitiva. Todo esto es evidentemente un despropósito de la
tecnología, que claramente tiene un potencial de hacer nuestras vidas no sólo
más cómodas e indolentes, sino más productivas e inteligentes. El problema yace
en que la tecnología -esencialmente amoral- no está siendo diseñada para
beneficiar al ser humano sino para producir más ganancias dentro de una
tiránica economía global que tiene como fundamento el crecimiento infinito y no
la verdadera prosperidad, algo que ha diseccionado brillantemente Douglas
Rushkoff en su libro Throwing Rocks at the Google Bus. Hay una cierta
lógica en que los datos se hayan convertido en el recurso más valioso y en que
la economía se torne digital. Este impulso o ambición hacia seguir presentando
más y mayores ganancias se topa con el impedimento de que los recursos
naturales llegan a un punto de escasez, por lo cual es necesario moverse hacia
otro reino: el digital. La información o los datos no tienen este mismo tope,
son casi infinitos e inagotables; sin embargo, lo que sí es agotable (y lo
que sí se deteriora) es lo que consumen: la atención humana.
Para entender cómo la tecnología digital se ha
difundido casi ubicuamente en el mundo, dando lugar a la economía de la
atención, debemos primero conocer qué es la dopamina y cómo efectúa lo que se
conoce como el sistema de recompensa. Robert Sapolsky, profesor de biología de
Stanford, es uno de los principales expertos en el tema. Mientras que la
dopamina suele llamarse “el neurotransmisor del placer”, Sapolsky ha matizado
que en realidad la dopamina es el neurotransmisor de “la anticipación del
placer”. La diferencia es importante puesto que es esta anticipación de una
recompensa (el placer) la que que nos impulsa hacia lo que se conoce como
tareas orientadas hacia una meta y la cual permite una psicología conductual, o
el reforzamiento de ciertas conductas a través de la promesa de una recompensa.
La dopamina es lo que media o regula la motivación que sentimos para hacer
algo. Es por esto que cuando nos volvemos adictos a ver porno en Internet o a
ver fotos en Instagram no sólo comprometemos nuestro control de la atención,
sino también nuestra fuerza de voluntad (esto lo veremos más adelante).
El experimento seminal que mostró que la dopamina
está vinculada sobre todo con la anticipación de una recompensa fue realizado
con un grupo de monos, a los cuales se les entrenó para realizar una tarea
básica por la cual recibían una recompensa. Los monos debían apretar un
botón unas 10 veces, después de las cuales recibían comida. Observando el
cerebro de los monos, los científicos notaron que éste producía dopamina en
cuanto detectaba la señal de que debían realizar la tarea -y la dopamina
disminuía una vez que ya estaban disfrutando de la recompensa. Lo más relevante
de esto es que cuando el experimento se realizaba de tal forma que los monos
sólo recibían la recompensa un 50% de las veces, las descargas de dopamina
subían enormemente, a niveles cercanos a los que produce la cocaína, superando
por mucho a cuando recibían la recompensa el 100% de las veces. A esto Sapolsky
lo llama “la magia del tal vez” (the magic of maybe). Algo de lo cual
son completamente conscientes los dueños de los casinos en Las Vegas. Algunas
máquinas tragamonedas están diseñadas para que se produzcan resultados muy
cercanos al Jackpot, para que se estimule justamente esta magia del tal vez, la
anticipación de que quizás la siguiente vez, ahora sí, será la buena. El
genio de estas personas consiste en engañar a sus clientes para que
piensen que lo que en realidad sólo tiene un 5% de ocurrir (o menos) tiene un
50% de posibilidades.
Tristan Harris sugiere que las plataformas de
Internet funcionan de manera similar a los casinos, jugando con los estímulos
de una “recompensa variable”, y que los teléfonos pueden ser vistos como
máquinas tragamonedas (slot machines). El motor detrás de la tecnología
digital que nos parece irresistible y fabulosa es justamente este enfrentarnos
cotidianamente con la posibilidad, con quizás encontrarnos algo que nos
produzca placer y nos dé sentido -y aunque el placer que recibimos puede ser
menor y ciertamente efímero, el hecho de que la posibilidad esté siempre ahí,
disponible, y que los mismos placeres estén intercalados de nuevas
posibilidades y limitados a dosis intermitentes, es lo que los hace tan
adictivos. Harris explica que al usar estas apps no sabemos si
descubriremos un mail interesante, una avalancha de likes o nada.
"Cada vez que haces un scroll-down es como una máquina
tragamonedas de Las Vegas. No sabes lo que viene después. A veces es una foto
hermosa. A veces es sólo un anuncio". La autora Susan Greenfield lo
describe así:
Un pulso del dedo provoca un pálido resplandor.
Esperas la cascada de dopamina de un mensaje entrante. Como un patológico
apostador, vuelves a checar. Y otra vez. Alimentas tus impulsos narcisistas con
unos tuits. Sin tener información cara-a-cara, bajas un peldaño a un amigo de
Facebook [porque te comparas con él viendo sus posts]. Surfeando en tu
soledad, le das like a algunos otros. Horas después de pájaros
catapultados, picas el botón de “apagar”. Repites el ciclo. No te das cuentas
de que tus sinapsis no están conectando.
Más allá de esta descripción un poco hiperbólica
(necesaria a veces en la era digital para llamar la atención de los usuarios),
estos tristes comportamientos suelen ser el resultado no sólo de la alienación
que vivimos como personas o del contenido de nuestras vidas, sino del medio
mismo, del contexto, del programa y de la programación en sí misma, el
medio es el mensaje. Algunas de las más exitosas innovaciones en
plataformas como YouTube o Facebook se sirven, intencionalmente o no, de este
mecanismo de anticipación de la felicidad, de lo nuevo, de algo que nos guste
más y nos entretenga. Por antonomasia, el newsfeed de Facebook es un
algoritmo basado fundamentalmente en un circuito de recompensa y reforzamiento
mostrándonos posts que no nos interesan mucho, anuncios y otros posts
que nos producen una pequeña pero contundente dosis de placer. Al
decirle a Facebook lo que nos gusta, nos aseguramos de que nos dé más de
lo mismo, pero no siempre. (En este sentido la tecnología digital es como las
relaciones amorosas, generan dopamina siempre que se mantengan un tanto
impredecibles). El botón de like, implementado en el 2009, incrementó
exponencialmente el engagement de los usuarios y puede considerarse un
hito en la historia de las redes sociales -luego sería copiado por casi todas
las otras redes. Un éxito rotundo no sólo porque afirmaba la necesidad de
pertenencia y reforzamiento social de los usuarios, sino porque al hacerlo
generaba una mina de oro de datos. Otras funciones dignas de considerarse son
el autoplay de diferente sitios, el adictivo snapstreak de
Snapchat y el popular push-to-refresh. Este último es
particularmente sintomático. Existen funciones muy simples para que una página
se actualice sola cuando se hace un scroll-down pero los usuarios
prefieren ellos mismos dar un clic para que la página se refresque, quizás
de la misma manera que los apostadores disfrutan jalar la palanca ellos mismos
en una máquina tragamonedas para participar en lo que les aguarda. Ese instante
de participación y anticipación es lo que nos engancha.
Ramsay Brown, cofundador de la startup
Dopamine Labs, una compañía que abiertamente ofrece servicios para hacer que
una app se vuelva adictiva aprovechando el sistema de recompensa de
dopamina, explicó al popular programa 60 Minutes que Instagram, por
ejemplo, en ocasiones retiene la notificación de los likes para
soltarlos juntos en una ráfaga, en un momento predeterminado algorítmicamente
“para hacerte sentir extragenial y asegurarse de que regreses”. El mismo Robert
Sapolsky menciona que desde hace mucho tiempo los psicólogos que ayudan a
optimizar las empresas saben de la importancia de recibir reforzamientos
intermitentes para aumentar la productividad.
Sitios como Facebook -según
muestra un documento interno filtrado- son actualmente capaces de determinar momentos
específicos en los que adolescentes se sienten “inseguros”, “inadecuados” o “en
necesidad de un boost de confianza”, es decir, momentos precisos para darles
una dosis de reforzamiento que los haga querer seguir regresando (uno de esos posts
que celebran tu amistad con alguien, tal vez) o mostrarles un anuncio que se
aproveche de su vulnerabilidad. Aunque no sabemos si Facebook emplea esta
información granular para personalizar el newsfeed conforme al momento emocional
del usuario, el solo hecho de poder monitorear en tiempo real las emociones de
sus usuarios es inquietante. Ramsay Brown, cuya filosofía parece ser algo así
como “ya que no puedes vencerlos, mejor únete a ellos y agénciate una
rebanada del pastel”, lo dice claramente: “somos parte de un experimento
controlado que está ocurriendo en tiempo real, somos ratones de
laboratorio picando botones”. Literalmente, como los monos del experimento
citado por Sapolsky, que picaban un botón 10 veces hasta recibir una
recompensa. La compañía de Brown, Dopamine Labs, incluso ha desarrollado
un software inteligente llamado perversamente Skinner (como el psicólogo
B. F. Skinner) que monitorea el comportamiento de los usuarios de cualquier app
y conforme a esos datos hace recomendaciones para alterar la conducta de los
usuarios y aumentar el tiempo de retención. Para hacer esto se basa en
conocimiento de cómo funciona la motivación humana, según sus creadores. Los
videos de marketing de esta compañía son realmente tenebrosos. Nótese
fórmulas como “la dopamina hace a tu app adictiva e incrementa tus
utilidades en un 16%” y “recablea sus hábitos y los mantiene enganchados”…
“inserta un elemento de deleite después de la acción”. “No es qué das,
sino cuándo lo das, debes crear un ritmo de reforzamiento”. El sistema de
recompensa de la dopamina está siendo embebido a las aplicaciones que
usamos todos los días. Dopamina en código.
Lo que más obviamente está siendo afectado por el
diseño y la programación de la tecnología digital es nuestra capacidad de
controlar nuestra atención. Esta facultad que el psicólogo de Harvard William
James hace más de 100 años ya había evaluado como la más importante facultad
que tiene la mente de un ser humano (y la marca que distingue a una persona
genial de los demás), aunque puede estar favorecida por la genética, es sobre
todo un hábito. Nuestros hábitos navegando en Internet y nuestros hábitos
usando nuestro smartphone van entrenando nuestra atención a motivarse
sólo cuando hay una promesa de una recompensa avisada por una estimulante señal
(como los botones rojos que nos llaman a checar nuestras
notificaciones en Facebook, como si se tratara de algo urgente). Asimismo,
el multitasking característico de la experiencia en línea de múltiples
pestañas y de las push-notifications de los teléfonos hace obviamente
que vivamos en lo que ha sido llamada una “continua atención parcial”, que
estemos poquito en muchas partes a la vez, pero no enteramente en ningún
lugar. Como dice la autora Nancy Collier: “somos adictos a salirnos del
momento. Nos distraemos de dónde estamos”. En gran medida la dopamina digital
es la droga del mindlessness y es una de las grandes razones
por las que se ha vuelto tan popular el movimiento del mindfulness,
un urgente antídoto que también está siendo cooptado por la economía
capitalista, reduciéndolo al llamado “McMindfulness”, bajo la lógica
perversa de primero crear la enfermedad y luego vender el remedio.
Son muchas las formas en las que vemos cómo la
adicción a la anticipación de una recompensa que efectúa la tecnología digital
está diezmando nuestras capacidades de cultivar la atención y de desarrollar
una felicidad no basada en efímeros placeres externos. Desde accidentes
producidos por manejar o caminar distraídos por ir checando el teléfono,
trastornos sexuales por sólo sentir atracción por imágenes pornográficas o por
la pornificación de las relaciones (cuando esperamos que el sexo en la vida
real sea como en el porno), alienación social (cuando perdemos habilidades y motivación
para conectar con las personas en el mundo real porque es más fácil hacerlo en
línea), severa procrastinación (cuando se fue el día y te das cuenta de que no
hiciste nada para ese proyecto que te ilusiona porque pasaste horas divagando
en Facebook) o simplemente una incapacidad por interesarse por cosas complejas,
que significan un reto intelectual y cuya recompensa no es del todo
evidente. No es noticia ya que los textos largos en Internet cada vez son
menos leídos -y seguramente un gran porcentaje de las personas que se hubieran
beneficiado de leer este texto no lo terminarán, justamente porque no ofrece
una clara promesa de recompensa. El usuario siente vacío
o incomodidad al enfrentarse con largos bloques de texto
que no le brindan estímulos como notificaciones, botones de colores, fáciles
descansos o la posibilidad de encontrarse con una excitante o reconfortante
imagen, sexy o familiar. Esto es lamentable, ya que lo que realmente
fortalece la mente es la atención unifocal, la concentración sostenida y no el multitasking,
algo que supieron muy bien los contemplativos de la India védica hace ya
unos 3 mil años, desarrollando el samadhi, o la concentración que pacifica la
mente. Los sabios de la India entendieron que el poder de la mente para conocer
la realidad está en su inmovilidad, en su indivisa atención. Si no
podemos sostener nuestra atención 20 minutos para leer algo que
representa un desafío o hacer algo que no nos parece divertido pero
que a la larga podría significar un beneficio, tenemos serios
problemas, porque lo que está en riesgo ya no sólo es el control de
la atención sino la fuerza de voluntad, cosas que, por lo demás,
están estrechamente vinculadas entre sí y con las vías de dopamina del cerebro.
El problema de habituar el sistema de dopamina a
las fáciles recompensas intermitentes (pero constantes o siempre disponibles)
de la tecnología digital es que hace que otro tipo de tareas que no traen una
recompensa cercana o inmediata nos sean más difíciles. Por ejemplo,
aprender un nuevo idioma o tocar un instrumento musical -cuyo placer suele
estar mayormente vinculado a una etapa muy posterior al proceso en el que ya lo
dominamos- no sólo se complica porque no dominamos nuestra atención; también
porque estamos acostumbrados a recibir recompensas muy evidentes a corto plazo.
Y nos cuesta sostener la motivación y la fuerza de voluntad para hacer algo que
no nos hace sentir bien inmediatamente -ya que estamos entrenados a
funcionar a través de rápidas dosis de placer y no a entender que, aunque no
vamos a recibir placer en este momento, el beneficio a la larga será mucho
mayor. Lo cual recuerda el famoso experimento de los malvaviscos de la
Universidad de Stanford. En él, un grupo de investigadores presentó a unos
niños pequeños la opción de comerse un malvavisco en el momento o esperar unos
15 minutos después de los cuales, si se evitaba comerse el primero, recibirían
dos o más malvaviscos. Los investigadores descubrieron -dando seguimiento a los
casos particulares a través de los años- que los niños que supieron esperar
probaron tener mejores resultados en la escuela, ser más sanos y
tener familias más felices. La tecnología digital nos hace un poco como
los niños que no saben esperar a recibir más malvavsicos -que se van por la carnada,
y no esperan a recibir cosas más significativas. El poeta sufí Rumi dijo
"Tira tu manojo de azúcar para convertirte en el campo de azúcar."
Las actividades que no suelen presentarnos una
recompensa inmediata o que no presentan un beneficio personal evidente son las
que nos hacen verdaderamente humanos, nos permiten crecer y nos llevan a
los aspectos sublimes de la existencia; nos hacen movernos hacia un plano de
significado y propósito y ya no sólo de placer y autogratificación. O hacia la
eudaimonía, más allá del hedonismo. Esto es, una felicidad sostenible no
basada en los placeres sensoriales externos, sino en la satisfacción de
realizar cosas que tienen un sentido y un propósito más grande que nosotros
mismos, como pueden ser el arte o el altruismo. Para contrarrestar la dopamina
digital debemos practicar una higiene digital y un dharma que tenga una salida offline.
Llama la atención un reciente artículo
de The Guardian en el cual se menciona a por lo
menos cinco importantes ex empleados de empresas de Silicon Valley que no sólo
han renunciado a sus puestos, sino que incluso se han impuesto severas
restricciones en su "dieta digital" para evitar perder el tiempo en
redes sociales o checando en exceso sus teléfonos, mismas que han aplicado
con sus familias. Hace unos años salió una nota que mencionaba que Steve Jobs
no dejaba que sus hijos usaran los iPads que él mismo había creado. Los insiders saben
que hay algo que lastima seriamente nuestra humanidad al pasar tanto tiempo
conectados. Como señala el mismo artículo de The Guardian, los insiders aplican
la máxima del rapero Biggie, quien en una canción, hablando sobre el crack,
decía: “nunca te eleves con tu propia mercancía”. En este caso, no porque no
sea bueno para el negocio, sino porque saben que la tecnología digital -como la
estamos diseñando actualmente- es una mala droga.
Twitter
del autor: @alepholo
Gran Hermano siglo XXI:
China impide a millones viajar en tren y avión por bajo puntaje social
VIGILAR Y
CASTIGAR
Esta es
la China del Gran Hermano con tecnología del siglo XXI: más de 17 millones de
veces los ciudadanos intentaron comprar boletos de avión y más de 5 millones de
veces hicieron lo mismo con boletos de tren, pero fueron bloqueados por tener
malos puntajes en su sistema de crédito social. Ni los guionistas de la serie
Black Mirror hubiesen podido imaginar algo igual. Te bajan la puntuacuón la
comisión de un delito, multa, infracción, alterar la paz en la vía pública, e
incluso en algunas zonas, pasear a tu perro sin correa, hablar mal del gobierno
u ofrecer disculpas poco sinceras.
Ninguna
tecnología es en sí misma buena o mala. Todo avance, toda novedad tecnológica,
encierra en sí misma la posibilidad de ser utilizada para potenciar la vida, la
libertad, la justicia, la cooperación, la solidaridad. También acarrean la
posibilidad de ser cooptadas por los líderes autoritarios de este mundo y
aprovechadas así para ejercer un control aún más férreo sobre aquellos sobre
los que gobiernan. Una noticia que proviene de China refleja esto.
Según se
conoció recientemente, 17,5 millones de veces los ciudadanos chinos fueron
bloqueados de adquirir boletos de avión, y 5,5 millones de veces fueron
bloqueados de comprar boletos de tren, como forma de castigo por estar "bajos"
en su puntuación de crédito social. Los datos surgen del Centro de
Información de Crédito Público Nacional, explica la agencia AP.
Los
planes del Gobierno chino de diseñar un sistema de puntaje son conocidos desde
2017, aunque las autoridades venían experimentando con el sistema desde 2014. Así
funciona el crédito social: se trata de un sistema de puntuación que tiene la
intención de hacer que los ciudadanos sigan las reglas y "se porten
bien".
Te bajan
la puntuación la comisión de un delito, multa, infracción, alterar la paz en la
vía pública, e incluso en algunas zonas, pasear a tu perro sin correa,
hablar mal del gobierno u ofrecer disculpas poco sinceras, explica el
portal FayerWayer.
Este
puntaje dictamina qué tan buen o mal ciudadano se es, y si aún merece derechos
básicos como viajar en tren o en avión, dentro o fuera del país.
Este
sistema aún no está completamente implementado: lo estará en 2020. Mientras
tanto, en los trenes ya se pueden escuchar anuncios advirtiéndole a las
personas que sigan las reglas, o de lo contrario verán su puntuación afectada.
Here's a dystopian vision of the future: A real announcement I recorded
on the Beijing-Shanghai bullet train. (I've subtitled it so you can watch in
silence.) pic.twitter.com/ZoRWtdcSMy
— James O'Malley (@Psythor) 29 de octubre de 2018
En el
video posteado por el periodista freelance James O'Malley en un
tren bala de Beijing a Shanghai, puede escucharse una voz grabada anunciando
por altoparlante: "Estimados pasajeros, las personas que viajan sin
boleto o se portan mal o fuman en áreas públicas, serán castigadas según las
normas, y el comportamiento quedará grabado en el sistema de información de
crédito individual. Para evitar una puntuación negativa en el crédito
personal, por favor sigan las reglas importantes y ayuden con las órdenes en el
tren y en la estación."
Ni los
guionistas de la serie Black Mirror hubiesen podido imaginar algo igual.
Los activistas por los derechos humanos denuncian que el sistema es demasiado
rígido y puede llevar a que las personas terminen en listas negras aún sin ser
conscientes de ello. El año pasado, el vicepresidente estadounidense, Mike
Pence, lo definió como "un sistema orwelliano que tiene como
premisa controlar virtualmente cada faceta de la vida humana."
Médicos en China instalan
'máquina de la felicidad' en el cerebro de un paciente
pijamasurf
Un hombre
adicto a las metanfetaminas se convirtió en el primer paciente de un programa
piloto que busca tratar las adicciones con estimulación craneal profunda
En el
Hospital Ruijin de Shanghái, China, un hombre acaba de convertirse en el primer
ser humano en recibir un implante cerebral que podría revolucionar el
tratamiento médico que se le da a las adiciones, en especial la adicción a las
drogas.
El hecho
se dio a conocer hace unos días, luego de que el paciente –cuya identidad se
conserva en el anonimato– presentara resultados positivos en este programa
piloto, concretamente, haber pasado más de 6 meses sin consumir metanfetaminas,
la droga a la cual era adicto antes de formar parte del experimento.
"Yan"
(el nombre dado al paciente con fines informativos) sobrevivió a una cirugía de
72 horas en la que el equipo médico que intervino taladró su cráneo un par de
veces para instalar dos electrodos en su cerebro, los cuales estimulan las
regiones que se han asociado con el desarrollo de un comportamiento adictivo,
particularmente el llamado "centro de recompensa".
Este
procedimiento es conocido como estimulación craneal profunda y es utilizado desde
hace varios años en el
tratamiento de padecimientos sobre todo neurológicos, como la enfermedad de
Alzheimer. Este es el primer caso en el que la estimulación craneal profunda se
usa para tratar una adicción.
De
acuerdo con la información dada a conocer, desde hace medio año Yan dejó de
consumir metanfetaminas y, de hecho, asegura que la "máquina" en su
cerebro es mágica, pues además de controlar su adicción, según su experiencia
también controla otras expresiones de su comportamiento como la alegría, el
enojo, la pena o la felicidad.
Esta
descripción es en realidad precisa pues, en efecto, así es como funciona el
mecanismo. Ayudado por una tableta electrónica, el doctor Li Dianyou,
responsable del programa, es capaz de provocar en su paciente estados
emocionales como la agitación o la satisfacción, con tan sólo tocar la pantalla
de su dispositivo.
Con este
programa, el gobierno y otras instancias de China buscan impulsar la
generalización de la estimulación craneal profunda como tratamiento médico
válido para padecimientos de orden psicológico.
¿Es este
el comienzo de una nueva era en el tratamiento de los comportamientos
adictivos? Por mucho tiempo en la historia, el ser humano ha batallado con esta
inclinación particular de su conducta, sin que hasta ahora parezca que exista
un "remedio" que cumpla con los estándares elevados de eficiencia que
demanda la industria de la salud. Si quizá más personas estuvieran dispuestas a
entender su vida y sus decisiones, la adicción sería menos un defecto por
corregir y, más bien, una dificultad a remontar.
El Pentágono prueba un
nuevo láser capaz de transmitir mensajes directo a la mente de las personas
Publicado:
2 ago 2019
Además,
el arma podrá calentar la piel de su objetivo a niveles extremadamente
incómodos, aunque sin quemarla, y emitir ruidos confusos. Se estima que podría
estar en servicio en cinco años.
Imagen
ilustrativa
Alkis
Konstantinidis / Reuters
El
Pentágono puso recientemente a prueba su nuevo láser, capaz de transmitir
fragmentos claros de lenguaje humano a largas distancias, informa Live Science. El proyecto forma
parte de una iniciativa militar llamada Dirección Conjunta de Armas No Letales
(JNLWP, por sus siglas en inglés).
Para
hacer 'hablar' al dispositivo lumínico, el arma utiliza un principio llamado
'efecto de plasma inducido por láser', que consiste en disparar haces
increíblemente poderosos para crear una bola de plasma, y luego disparar un
segundo láser para hacer oscilar ese plasma, creando así ondas de sonido. Con
suficientes ráfagas de láser disparadas a las frecuencias correctas, las
vibraciones de plasma pueden realmente imitar el habla humana, explica el
portal.
El Pentágono prueba un nuevo láser capaz de transmitir mensajes directo
a la mente de las personas https://t.co/DgltgTdH4Npic.twitter.com/AogKlivYx8
— RT en Español (@ActualidadRT) August 5, 2019
De
acuerdo con el reporte publicado en Military Times, el
uso de esta energía dirigida podría calentar la piel de un objetivo a niveles
extremadamente incómodos, pero sin quemarla, así como emitir ruidos confusos o
dar comandos de voz a la manera de "Deténgase o nos veremos obligados a
disparar contra usted". Todo con el fin de someter a los adversarios
sin tener que matarlos.
Los
creadores del arma afirman que la señal puede pasar a través del vidrio
para ser percibible dentro de un edificio, pero aún no penetrar otras barreras
sólidas, por lo que en sus etapas iniciales solo se utilizaría esta tecnología
para proteger áreas estáticas.
No
obstante, con la configuración correcta de la fuente de alimentación, un
dispositivo similar podría ser instalado en un vehículo pequeño y ser utilizado
para el control móvil de multitudes o como herramienta para las
patrullas.
Aunque
por ahora parece un tema de ciencia ficción, una versión del arma, lista para
el uso militar, podría estar disponible en tan solo cinco años.
Pasó cinco días preso por
un error en la base del Sistema de Reconomiento Facial
Insólita Hoy
Guillermo
Federico Ibarrola fue detenido en Retiro acusado de haber cometido un robo en 2016
en Bahía Blanca. Fue liberado tras detectar un error en el informe policial.
El hombre
que fue detenido el sábado último en el barrio porteño de Retiro a través del
Sistema de Reconocimiento Facial, acusado de haber cometido un robo en 2016 en
Bahía Blanca, fue liberado en las últimas horas luego de pasar cinco días
preso y aseguró que lo que vivió fue “una pesadilla”, informó Télam.
Se trata
de Guillermo Federico Ibarrola (39), quien de acuerdo a la base de datos del sistema
que utiliza la Policía de la Ciudad tenía un pedido de captura del Juzgado
de Garantías 2 de esa ciudad bonaerense por el delito de "robo
agravado".
Sin
embargo, fuentes judiciales indicaron a Télam que cuando Ibarrola era
trasladado advirtieron que “había habido un error en el informe policial que
consignó mal el número de documento de la persona”, que era buscada.
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