12 de agosto 1806: La
Reconquista de Buenos Aires
"Y a
sus plantas rendido un León". En 1806 el Imperio británico invadió Buenos
Aires, tomando la ciudad y robándose el oro del tesoro. El 12 de agosto, el pueblo recuperó la ciudad, echando al pirata
invasor. (El oro ya estaba en Inglaterra) Nacía la Patria, el gaucho defendió la nueva Nación...
No se
olviden argentinos que festejan hoy el "bicentenario", que cuatro
años antes, un 12 de agosto de 1806, nacía realmente la Patria, pueblo,
quien tomó noción que había un territorio que los distinguía, que había valores
nacientes, que había un gaucho y un criollo dispuestos a empuñar su
espada para defender la tierra contra el pirata invasor.
Nacimos
defendiéndonos del invasor, Gran Bretaña, que de 1806 a 1982 nada cambió...
"si algún gringo se atreve, todos
presentes"
12 de
agosto de 1806. Por las
calles que conducen a la Plaza Mayor, avanzan en tropel las fuerzas de la
reconquista, envueltas en el humo de las explosiones y el retumbar de los
disparos. Liniers, instalado con sus lugartenientes en el atrio de la iglesia
de la Merced, ha perdido el control de las operaciones: sus soldados, mezclados con el pueblo que pelea a mano desnuda,
no escuchan ya las voces de los oficiales, y se lanzan en un solo impulso a
aniquilar al enemigo. Un diluvio de fuego se desata sobre las posiciones
británicas en la plaza.. Allí, al pie del arco central de la Recova, está
Beresford, con su espada desenvainada, rodeado de los escoceses del 71. Esta es
la última resistencia.
Las
descargas incesantes abren sangrientos claros en las filas británicas. A los
pies de Beresford cae, ultimado de un balazo, su ayudante, el Capitán Kennet.
El jefe inglés comprende que ya no es posible continuar la lucha, pues sus
tropas serán aniquiladas hasta el último hombre. Ordena entonces la retirada
hacia el Fuerte. Allí, momentos más tarde, iza la bandera de parlamento.
Volcándose
como un torrente en la plaza, las tropas y el pueblo llegan hasta los fosos de
la fortaleza, dispuestos a continuar la lucha y
exterminar a cuchillo a los británicos. En esas circunstancias
arriba Hilarión de la Quintana, enviado por Liniers a negociar la rendición.
Esta deberá ser sin condiciones. La muchedumbre, terriblemente enardecida, es a
duras penas contenida. Se exige a gritos que Beresford arroje la espada. Un
capitán británico lanza entonces la suya, en un intento por calmar a la
multitud. Pero eso no conforma a la gente, y Beresford debe aceptar, aun antes
de que sus soldados hayan depuesto las armas, que una bandera española sea
enarbolada sobre la cima del baluarte.
Liniers
está ahora a pocos metros de la entrada de la fortaleza, aguardando la salida
de su rival vencido. Beresford, acompañado por Quintana y otros oficiales,
marcha hacia Liniers a través de la multitud que le abre paso. El encuentro es
breve. Los dos jefes se abrazan y cambian muy pocas palabras. Liniers, después
de felicitar a Beresford por su valiente resistencia, le comunica que sus
tropas deberán abandonar el Fuerte y depositar sus armas al pie de la galería
del Cabildo. Las fuerzas españolas rendirán, como corresponde, los honores de
la guerra.
A las
3 de la tarde del 12 de Agosto de 1806, el regimiento 71 desfila por última
vez en la Plaza Mayor de Buenos Aires. Con sus banderas desplegadas los
británicos marchan entre dos filas de soldados españoles que presentan armas,
hasta el Cabildo, y allí arrojan sus fusiles al pie del jefe vencedor.
En ese
momento, el Comodoro Popham se dirige, a bordo de la fragata “Leda”, hacia el
puerto de la Ensenada. Desde allí, después de inutilizar la batería española,
emprende viaje hacia Montevideo, donde se reúne con el resto de su flota.
Popham, pese a la derrota, no ha perdido sus esperanzas. Sabe que ya navegan,
rumbo al Río de la Plata, nuevas fuerzas británicas.
Cuando
los gauchos a caballo abordaron un barco
El
abordaje a la nave “Justine”
“Buenos
Aires había sido conquistada por una aventura de ladrones. Baird, Bersford y
Popham se enteran que en Buenos Aires hay dos años de impuestos del Perú a la
espera de su embarque. Y deciden largarse con solo 1.600 hombres cuando el plan
original era hacerlo con 10.000. Es una aventura de piratas y hay que
adelantarse a otros (ingleses también), que se quedarían con ese dinero. Saben
que 1600 bastaban para el golpe de mano, pero no eran suficientes para
mantenerse, pero ante el hecho consumado vendrían refuerzos.
El marino
francés Santiago de Liniers está en Colonia con 1.000 hombres. Los ingleses,
que tienen ojos y oídos por todos lados lo saben y sus buques de guerra lo
esperan en el río. Liniers también espera... Espera un aliado, dice. Por fin
llega, es la sudestada, temible tormenta en un río lleno de bajíos. Los
ingleses ven pasar entre la lluvia las chalanas, las lanchas y las sumacas
guiadas por marineros criollos.
Bersesford
reúne su estado mayor. No podrán dar una batalla franca por la sudestada.
Habría que defenderse en la ciudad donde los enemigos estarán por todos lados.
Se hace fuerte en el retiro y en la plaza mayor. A la defensa del Retiro manda
la sumaca Justina, recién capturada, armada con sus 26 cañones y con cien
hombres además de la tripulación. El 11 y la mañana del 12 la Justina barre las
calles con sus certeros disparos de artillería.
Sobremonte
había iniciado el avance sobre Buenos Aires cuando se entera en la posta de “La
Candelaria”, de la partida de Liniers. Manda a uno de sus mejores hombres, el
cadete Martín Miguel de Güemes a pedirle que lo espere para hacer una
acción conjunta.
El jóven
oficial llega en 36 horas, al galope y sin dormir. Pero ya estaba todo
terminado.
- ¿Está
varado? ¡A ver el catalejo! Reclama Liniers. Usted que está bien montado pídale
hombres a Pueyrredón e impidan su huída.
Y allí va
Güemes con cincuenta jinetes entrando al agua desde la playa haciendo rendir al
navío y capturando su bandera que hoy se exhibe entre las obtenidas ese
glorioso día.
El lugar
donde fue abordado el Justina sería según Martín Güemes, chozno del General, éste
(Torre de Los Ingleses) por ironía o mala intención de sus constructores.
Güemes, como los gauchos de
Malvinas sabían que no todo era cuestión de tecnología. Que bastaba decisión
y coraje para utilizar las armas que se tenían.
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