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viernes, 5 de abril de 2013

Dos situaciones distintas pero una sola realidad

Gabriela-Pousa3
“No todo lo que reluce es oro”, nada tan cierto en estos días de extenuante muestra de la realidad. Además, si se trata de graficarlo basta con observar lo acontecido en suelo argentino durante la recientemente pasada Semana Santa. Dos escenarios casi en simultáneo terminan derrotando todo relato. Por un lado, la Presidente dispuesta a mostrar el “éxito” del modelo nacional y popular aprovechando la imagen de los centros turísticos que se vieron atiborrados, y por otro las inclemencias de la naturaleza poniendo en evidencia que no hay posibilidad alguna de hablar de triunfos cuando después de 10 años de haber crecido supuestamente a tasas chinas, la miseria aflora tras la tormenta, sin tregua.

La realidad hizo enmudecer a Cristina.

Posiblemente, durante el fin de semana largo se hayan movilizado más personas que en la temporada de verano, pero nada puede ser mostrado como radiografía de una economía exitosa cuando a continuación, la naturaleza desnuda la miseria en su faz más cruda. Lo cierto es que la tormenta ahogó al relato oficial.
Puede que la percepción de la crisis no sea similar en todos los habitantes, en ese caso hay que buscar las diferencias en la desigual distribución de la riqueza, es decir en todo lo contrario de lo predicado desde Balcarce 50. Como fuera, hay una crisis más profunda que no se mide por el efectivo en el bolsillo ni por la cotización del dólar paralelo sino por la capacidad de proyección de los argentinos. Y esta capacidad es nula.
No hay miras de pensar en mañana más allá de las 24 horas próximas al día en que se está. La planificación cae en saco roto, el futuro atañe solamente a la ciencia ficción, y el gobierno mantiene al pueblo atado al “aquí y ahora”.
A las inundaciones sin prevención se suma el cortoplacismo como razón que explica una Semana Santa con gran cantidad de gente movilizada. En ambos casos queda claro que sólo se puede pensar y vivir en el hoy.
No hay exégesis económica que valga porque, en primer lugar cabe rescatar que muchos se trasladaron para poder gozar de las primeras vacaciones que tuvieron en el año. Es decir, se vieron imposibilitados de disfrutar un verano signado por la incertidumbre que caracteriza a la gestión kirchnerista.
Por otro lado, lo gastado a lo largo de este receso otoñal indica otra realidad bastante lastimosa: a saber, ilustra la incapacidad absoluta que tiene la clase media por ahorrar para otros fines que no sean efímeros y pasatistas.
Lo que ayer era probable, hoy es utópico. Ningún ciudadano con un sueldo promedio puede pensar, por ejemplo, en comprarse un techo propio. La inflación oscurece el paisaje y la presión impositiva limita. ¿Para qué ahorrar, y de que modo hacerlo? Con un corralito que dejó huella y una desconfianza supina en el gobierno, el ahorro no surge como opción sensata. La inseguridad hace el resto. Así, el entretenimiento se posiciona como favorito, y hasta prioritario en muchos casos.
Después, después hay que enfrentarse a la realidad. La misma que hasta ayer era esquivada por la jefe de Estado. ¿Qué cambió? Apenas el calendario. Las elecciones están más cerca, y el mensaje entre líneas de un Papa que en menos de 24 horas despertó entusiasmo por sus obras y su cercanía con las personas hizo el resto.
Cristina es ciega a conveniencia. No hay una transformación espiritual que explique su conducta frente al temporal, hay sí una respuesta absolutamente pagana. Porque la Presidente no asistió a las víctimas por propia voluntad sino por necesidad, y esa necesidad quedó inexpugnablemente en evidencia cuando no pudo evitar el relato autoreferencial.
“Yo sé lo que es estar inundada”, les dijo la mandataria a las víctimas de la tempestad. Fue como si otra nube hubiera descargado su ira nuevamente sobre esa gente. A la presencia física la derrumbo de un santiamén con una frase malograda. Otra vez Cristina demostró que sigue siendo Cristina. No hay forma de engañarse.
La voz de la calle fue aún más contundente: preguntas sin respuestas y una incomodidad que no pudo ser disimulada. ¿Hizo bien la Presidente en presentarse en el lugar? Desde ya. ¿Por qué entonces no se le cree? Porque esa presencia llega después de 10 años de ausencia; para qué complicar la respuesta…
Cristina debió estar allí escuchando y conteniendo, en su defecto eligió estar para dar cátedra de su experiencia personal que convalida la inutilidad de las anécdotas cuando la carencia hace mella.
La disputa acerca de quien tiene la culpa es casi grotesca. No hay dudas, hay certezas. La clase política dirigente es quien no ha hecho nada. Y no se trata de prever una anormal situación meteorológica, se trata de estipular políticas preventivas para que a las catástrofes pueda hacérsele frente, cualquiera que estas sean, sin importar el cuándo sucedan.
Si no se pudo entubar canales y hacer obras hidráulicas, se hubiera al menos establecido normas y reglas de rescate y asistencia, pero tampoco. Si algo faltaba para dar cuenta de la inoperancia del Estado a través del Ministerio de Acción Social que es el organismo que debiera actuar, ha sido esta tormenta.
Desde dónde se lo mire, el aparato estatal es ineficiente. No está cuando debe estar, y se entromete donde no debe.
Así, el Estado es solo un eufemismo más. Únicamente está presente cuando se trata de controlar y es que el único fin parece ser unificar el pensamiento y el accionar. La inoperancia de este en cuestiones básicas está a la vista de cualquiera que además de ver quiera mirar.
La desidia es un denominador común en la política contemporánea. Los imponderables están actuando sin complacencia. Al ‘knock out’ de la elección del nuevo Pontífice, se suma la arbitrariedad climática. Dos hechos diferentes con un mismo mensaje: inequívoco, contundente.
Frente a los hechos, frente a la imagen sin maquillaje y sin escenografía previa, no es mucho lo que puede agregarse. La realidad es la analista más sagaz de esta geografía. Huelgan las palabras.
Aunque suene duro y sea políticamente incorrecto, hay que decir la verdad: nuevamente el terrorismo de Estado aparece en escena, esta vez no mata con armas, lo hace con la omisión, la necedad y la indiferencia.

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