Como nunca antes, la sociedad argentina empieza a manifestarse molesta por algo que va más allá de la economía. En la última movilización así como en el feedback de los programas televisivos de uno y otro canal, la corrupción se erige de pronto, protagonista.
¿Qué cambió? La cantidad de víctimas. A saber, desde tiempos inmemoriales, la corrupción es una constante en la escena política nacional. Los montos de dinero diseminados en coimas, retornos, sobre precios y hasta lavado de dinero son incalculables, y debiera generar igual rechazo que se trate de cien pesos o cien millones de dólares.
El relativismo ético y moral a esta altura, alcanza niveles lamentables a punto de declarar que son mejores aquellos que “roban pero hacen”.
Pero más allá de cifras y pesajes, lo que comienza a sacudir el entramado de la corrupción en la conciencia ciudadana son las víctimas que se multiplican como consecuencia de la misma. La gente esta entendiendo que los fondos desviados por el lavado o destinados a cuentas extranjeras son, precisamente, los que debieron usarse para la construcción de hospitales, desagües, etc. Y hasta acá se ha llegado.
La relación muerte-corrupción llegó para quedarse. Los argentinos podían soportar muertes por negligencia de una dirigencia indiferente como sucediera en Cromagnon pero no pueden ya asumir cadáveres por ineficacia seguida de ostentación.
Una cosa es el robo y la desidia, y otra muy distinta es que lo robado y no ejecutado en un presupuesto determinado salte a la vista en suntuosos lujos de funcionarios. Pareciera que el límite de la tolerancia se ha alcanzado. Triste es que eso haya sucedido sobre la sangre de tantos conciudadanos, claro.
En ese trance, la tragedia de Once y las inundaciones de La Plata obraron como detonantes juntamente al programa periodístico conducido por Jorge Lanata. Nafta al fuego puso el mismísimo gobierno armando una burda operación política tendiente a desacreditar lo que a esta altura era ya una certeza que ni siquiera requiere demasiadas pruebas.
¿Cómo llega un empleado bancario a multimillonario en poco tiempo? Hasta una criatura de jardín de infantes puede responderlo. Cargar contra un medio de comunicación o un periodista determinado es subestimar a una mayoría importante del pueblo.
Las batallas insustanciales son también una constante en la Argentina kirchnerista. La concepción política del kirchnerismo fue siempre la misma: elegir un enemigo para justificar sus propias torpezas. Hoy el turno es de Lanata como una excusa de las sin respuestas a imágenes y audios elocuentes desde el vamos.
En Casa Rosada está claro que no saben de qué modo manejar una sociedad indignada. Lo grave es que cualquier contraofensiva aviva el fuego y moviliza.
En ese sentido, la semana se inicia con un Congreso funcionando en pro de un proyecto que, en otra coyuntura, quizás hubiese pasado como pasaron tantos otros pero hoy, la lectura de la gente se ha agudizado en comunión con el hartazgo.
No debe sorprender que aunque surjan manifestaciones reclamando no avasallar la escasa independencia que le queda al Poder Judicial, el oficialismo termine sancionando la reforma el próximo miércoles 24. Hasta ahora se han comportado inmutables a todo reclamo. Dar un paso atrás no es considerado por el gobierno como un gesto de grandeza sino como un fracaso, una torcedura de brazo.
En ese contexto, es dable esperar una suerte de cacería de brujas donde se erija antidemocrático a quienes se expresen públicamente a favor de una resistencia ciudadana.
Sin embargo, la sociedad no acciona, reacciona. Reacciona ante el atropello de la dirigencia política oficialista y en gran medida también, ante el individualismo de figuras opositoras temerosas de terminar como víctimas de una condena social inevitable.
Si la Justicia muestra ser un apéndice de Balcarce 50, impedir la condena social será muy difícil. Eso lo saben los miembros de la Corte Suprema, plenamente conscientes de la responsabilidad que tienen. Es muy probable que sean ellos quienes deban definir la constitucionalidad o no de la reforma en ciernes.
A pesar de lo dicho, es dable admitir que ni las evidencias empíricas que pueda mostrar Lanata ni la certeza ciudadana de una casta dirigente embarrada hasta la coronilla alcanza. Por mucho menos se ha ido Fernando De La Rua. Por mucho más están dispuestos a quedarse los kirchneristas.
¿Cuál es pues la salida? Las urnas. El problema es el tiempo desde este ahora insoportable para la gente y ese día. La paciencia se agota, en cambio, la ambición oficialista se agiganta. No hay lógica. La esperanza radica quizás en una vigilia pacífica, es decir en la demostración cabal de estar soplándoles en la nuca.
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