El fraude histórico de la
‘bandera indígena’
Imagen
de Esteban Ignacio (vía Flickr)
El
Ayuntamiento de Madrid gobernado por Manuela Carmena colgó la semana pasada una
‘bandera indígena’ de un balcón de la Junta de Distrito de
Centro. ¿Su objetivo? Restar protagonismo a la enseña española en la víspera de
la Fiesta Nacional y, de paso, alinearse con la reinterpretación del Día de
la Hispanidad como ‘Día de la Resistencia Indígena’, promovida por Hugo Chávez
en 2002 y que sólo se celebra en Venezuela y Nicaragua.
Los
defensores de la susodicha bandera indígena, que recibe el nombre de wiphala
y se compone de 49 cuadros con los colores del arcoiris agrupados en diagonal,
la exhiben como un símbolo étnico ancestral de los indígenas andinos y, por
ello, como emblema de la lucha contra los españoles en el siglo XVI. Sin
embargo, basta con arañar un poco en la historia para descubrir que el trozo de
tela exhibido por el consistorio de Ahora Madrid no es más que un fraude
histórico bastante reciente.
La bandera inexistente
“Es
momento de hacer un deslinde y rectificar, porque está tomando cuerpo una cosa
que no es histórica. Y la Historia hay que defenderla”. (María Rostworowski,
historiadora peruana)
En su
obra ‘Breve historia real de la wiphala’, el militante
indigenista boliviano Franco Limber reconoce que las referencias históricas de
la misma “son contadas, incluso muchas de ellas son de imposible comprobación”
y que por ello “los intelectuales indios recurrieron a la imaginación para
llenar un vacío”. De hecho, el primer vacío que se vieron obligados a rellenar
fue la misma inexistencia del concepto de ‘bandera’ en la América
precolombina.
Según
declaró la Academia Nacional de Historia del Perú sobre otra supuesta bandera
ancestral indígena, llamada ‘bandera del Tahuantinsuyo’ y convertida
oficialmente en bandera de Cuzco hace 40 años, “su uso es equívoco e
indebido, en el mundo prehispánico andino no se vivió el concepto de bandera,
que no corresponde a su contexto histórico”.
Lo que sí
existía, según explica Bernabé Cobo en ‘Historia
del Nuevo Mundo’ (1609) era el unancha, el estandarte real en el que
cada gobernante inca exhibía en batalla sus propios símbolos distintivos (de
modo que se trataba de una enseña personal, y no nacional).
Dado el
supuesto origen aymara de la wiphala, parece poco posible que los incas
(que conquistaron los reinos aymaras 90 años antes de la llegada de Pizarro)
asumieran como propio el símbolo de un pueblo sometido. Pero ¿por qué hablamos
del ‘supuesto origen aymara’ de la bandera? Fundamentalmente porque su
existencia fue meramente deducida a partir de una palabra de significado
incierto.
En 1945
el especialista en cultura aymara Hugo Lanza señaló al resto de asistentes al I
Congreso Indigenista Boliviano que se celebraba en La Paz la existencia del
término ‘wiphala’. Recurriendo a una conjetura tras otra, Lanza
dedujo que la palabra se componía de la unión de ‘wiphai’ (‘triunfo) y
de ‘lapks-lapks’ (una onomatopeya del viento); que por ello podría ser
traducida como ‘triunfo ondeante’; y que de ahí cabía concluir que los
aymaras habían contando con un símbolo nacional en forma de bandera.
Pero,
claro, una vez ‘establecida’ su existencia, faltaba ‘deducir’ su aspecto. Ahí
fue cuando Germán Monroy, cofundador del Movimiento Nacionalista
Revolucionario, propuso recurrir a un patrón de diseño que ya había aparecido
en algunas prendas y complementos (como las chuspas, o bolsas para
portar las hojas de coca y cacao) de culturas preincaicas y que gozaba de
cierta popularidad en esos años… por asemejarse al usado en la etiqueta de
un refresco con alcohol de producción boliviana, la ‘Champancola’.
Aun
dejando de lado el deficiente uso del método científico de Hugo Lanza y el
cuestionable criterio gráfico de Germán Monroy, y aunque se alegue que la
aparición del patrón de la wiphala en las chuspas evidenciaría su
vinculación ancestral con los pueblos andinos, aún cabe señalar que el ‘patrón’
tenía únicamente unos fines decorativos no muy diferentes de nuestros
cuadros de mantel (y, como éstos, diferían enormemente entre sí en el
número de cuadros y en la disposición y selección de colores).
Como
comparación, podríamos decir que elegir un diseño totalmente aleatorio de
tartán como bandera de Escocia hubiera constituido un sinsentido no menor que
el de decantarse por un diseño ajedrezado concreto para dar forma a la wiphala.
Pero eso no supuso impedimento alguno para que los indigenistas siguieran ‘reconstruyendo’
en años sucesivos los ‘símbolos ancestrales’ de la ‘patria indígena’.
El Sabino Arana indígena (y
‘new age’)
La
estandarización y difusión de la forma final de la wiphala, la misma que
ha terminado ondeando en la Junta de Distrito de Centro, tuvo que esperar a la
irrupción en los años 70 de Germán Choque Condori, intelectual y diputado
indigenista más conocido por su nombre de guerra, Inka Waskar Chukiwanka.
En un
artículo publicado en la web del Real Instituto Elcano, titulado ‘¿Justicia indígena o barbarie?’, se explica que Chukiwanka
clama ser el “‘redescubridor’ de la wiphala y restaurador del ‘año
nuevo indio’, además de atribuirse la recuperación de la escritura del
milenario idioma tawa, de inventar el calendario marawata –o
calendario indio– y recuperar muchos nombres indígenas que ahora han
vuelto a utilizarse para bautizar niños aimaras”. El mismo artículo también
señala un paralelismo obvio de este personaje: “podría considerarse el
Sabino Arana del neonacionalismo étnico andino”.
Chukiwanka
ha escrito ya dos libros con su labor de ‘recuperación’ de la wiphala como tema
principal: ‘Origen
y constitución de la wiphala’ y ‘Enemigos de la wiphala’. En ellos relata cómo
se decidió unificar el diseño de esta bandera con el fin de dotar de un emblema
representativo al Movimiento Indio Tupac Katari (MITKA) en el que él militaba y
después tratar de difundir su adopción como símbolo nacional, en un proceso
que no hace más que recordar a la historia de la ikurriña.
El propio
Chukiwanka relata que “en un primer momento, incluso nuestros propios
hermanos indios lo rechazaban, porque la escuela les había hecho olvidar
nuestros propios símbolos. Pero gracias a la Pachamama y a la perseverancia de
los kataristas fue cobrando vigencia y hoy es conocido a nivel del país y a
nivel del mundo”.
La
referencia a la Pachamama no es casual. Según recogía hace unos meses el diario boliviano
Página Siete, el proceso de invención de la patria
ancestral indígena se ha basado en “el pachamamismo, entendido como la
construcción ideológica que instrumentaliza elementos indígenas, resaltando
exotismos y fabricando otredades ficticias, con finalidades políticas y
sociales ajenas a estos pueblos”.
Así, su
libro recurre constantemente a mezclar religiosidad indígena y palabrería
cercana a lo ‘new age’ para explicar el ‘verdadero significado’ de las
formas y colores elegidos por él mismo para diseñar la wiphala. Tan
ajeno resulta esto a la realidad de los indígenas bolivianos que el ya citado
Franco Limber, también katarista como Chukiwanka, llega a denunciar en su obra
el abuso del ‘esoterismo folclórico’ por parte del nacionalismo
indigenista.
Tal como
explica el antropólogo peruano Ramón Pajuelo en su obra ‘Reinventando
comunidades imaginadas’, “el testimonio de Waskar Chukiwanka acerca del
redescubrimiento de la wiphala resulta sumamente esclarecedor. Permite
comprender que la actual wiphala usada en Bolivia responde sobre todo al
tipo de ‘tradiciones inventadas’ sobre las cuales llaman la atención Eric
Hobsbawn y Terence Ranger en un libro clásico sobre el tema”.
Recordemos
que Hobsbawn fue un destacado historiador marxista, fallecido hace cuatro años,
que sostuvo que muchas ‘tradiciones’ son realmente invenciones de las élites
nacionalistas como justificación de la supuesta existencia e importancia de sus
naciones (así, se entiende que tenga poco predicamento entre los
intelectuales de izquierdas de nuestro país).
La bandera cooficial y
excluyente
Años después,
Chukiwanka llegó a ser miembro de la mesa de la Cámara de Diputados de Bolivia,
formando parte de la mayoría oficialista que respalda a Evo Morales. Y, cuando
éste reformó en 2008 la constitución de su país para reconvertirlo en el
‘Estado Plurinacional de Bolivia’, introdujo la wiphala como uno de
los nuevos símbolos nacionales, a la misma altura que la bandera
tradicional de la república.
Ha
habido, claro, críticas a esta adopción constitucional de la wiphala, al
no ser un símbolo que pueda ser adoptado por el conjunto del país: de hecho, su
intención original era completamente opuesta, pues simbolizaba el rechazo a
lo español… pero también resulta ajena a los grupos indígenas no andinos,
como los amazónicos guarayos y moxeños, cuya historia y símbolos poco tienen
que ver con la de los aymaras, etnia a la que pertenece el presidente Morales y
sobre cuyo imaginario excluyente se desea dar forma, paradójicamente, a la
nueva “república plurinacional”.
Como diría Íñigo Errejón, para dar forma a una “nueva voluntad
colectiva […] necesitamos una nueva cultura, nuevos símbolos, canciones,
representaciones e historias”. Ojo, nuevos, que no recuperados. Y de eso se
trata, a un lado y a otro del Atlántico.
EL INDIGENISMO DE GRAN
BRETAÑA
Por
Javier Cornejo
Artículo
publicado en el diario El Tribuno el 14 de junio de 2010
El 2009 estuvo marcado por el
posicionamiento insular del Imperio Británico en Malvinas. Desde el 1 de enero
de 2009, cuando empezaron la vigencia de la Constitución de las Falklands y el
eficiente artillado del sector, hasta el arribo de la plataforma Ocean
Guardian, se sucedieron ininterrumpidamente los actos concretos de dominio.
En este 2010, de agudización de
la crisis monetaria europea, y ante el inminente colapso financiero de Gran
Bretaña, el Imperio apura los pasos para consolidar su dominio en el sur
americano. Por ello, acelera el proceso de fragmentación de la geografía
argentina.
Con vocación de
reivindicaciones territoriales, volcada a costumbres ancestrales, salvaguarda
de idiomas mapuche, guaraní, quichua, los habitantes de donde se hablan dichas
lenguas (SUR, NEA y NOA) autodenominados «pueblos originarios», apuntalados por
la Iglesia Anglicana (que ya forma parte del Vaticano), transitan el camino
hacia el intento de la creación de nuevas naciones dentro de la República
Argentina.
Se amparan en el articulado de
la ONU referido a la «libre determinación de los pueblos». Tal es lo ocurrido
con Malvinas.
Mapuches «made in England»
El proceso se encuentra
particularmente acelerado en el sur argentino.
El 23/3/2000 por el Tratado
Minero Argentino Chileno se creó un virtual
Estado en la región andina, que
se denomina Área de Operaciones, con financiamiento y legislación (a través de
reglamentaciones) dependientes de las empresas transnacionales de la Corona
Británica.
En tal proceso de succión de
nuestros recursos naturales y control de las cuencas de agua potable,
participan en la creación de la Nación Mapuche de un Estado Inglés. Como
inglesas son sus autoridades.
Su página en la red es: www.mapuche-nation.org; El
domicilio 6, Lodge Street, Bristol, Inglaterra; y El teléfono +44-117-9279391.
Su bandera es celeste, verde y roja
e incluye un sol, con cuatro divisiones con cruces pampas.
Sus autoridades son: secretario
general, Reinaldo Maniqueo; asistente, Nina Dean; secretario, Gerald Confer;
tesorero, Colette Linehan; y administradora, Madeline Stanley. Su equipo legal
está integrado por James Watson, Gillian Melville y Tanya Roberts Davis;
mientras que el de Derechos Humanos lo encabeza Rachel Dixon-Warren.
En San
Luis
El Gobierno de la Provincia de
San Luis no es ajeno a la situación. Lo demuestra en su lema, «San Luis, otro
país», y en sus actos. Ya crearon un municipio denominado Nación Pueblo Ranquel
(término no permitido por nuestra Constitución, ya que Nación es sólo la
Argentina). La provincia se encuentra en una acelerada transformación de su
administración, educación, tecnología digital de punta, etcétera, y es asistida
por el poderoso auxilio financiero del Grupo Petersen, liderado por el
financista «K» Enrique Eskenazi.
La
sombra de Calfucurá
Es preciso destacar que los que
se auto titulan «mapuches» no tienen origen argentino. Son los que en 1830,
encabezados por el carnicero cacique Juan Calfucurá, emborracharon y asesinaron
a los verdaderos caciques y con los fusiles Remington proporcionados por los
ingleses exterminaron a los verdaderos pueblos originarios: puelches,
tehuelches, ranqueles, pampas y guenekes. Hoy reclaman territorios que nunca
les pertenecieron y pretenden instalar «otra nación» con una justicia y
legislación comunitaria que subvierta nuestro orden constitucional y
organización nacional. En las regiones NOA y NEA ya comenzaron a dar pasos en
igual sentido. En Bolivia los ayllus, por aplicación de la «justicia indígena»,
ya torturaron y lincharon a más de 30 personas desde 2009 (El Tribuno
11/06).
Tenemos el
raro privilegio de ser el campo de acción y aplicación de tecnologías de
ingeniería social de sofisticadas inteligencias imperiales, para resguardar la
geografía sur americana y antártica en su propio beneficio.
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