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lunes, 16 de diciembre de 2019

La verdadera "Falsa Bandera"


El fraude histórico de la ‘bandera indígena’

Imagen de Esteban Ignacio (vía Flickr)
El Ayuntamiento de Madrid gobernado por Manuela Carmena colgó la semana pasada una ‘bandera indígena’ de un balcón de la Junta de Distrito de Centro. ¿Su objetivo? Restar protagonismo a la enseña española en la víspera de la Fiesta Nacional y, de paso, alinearse con la reinterpretación del Día de la Hispanidad como ‘Día de la Resistencia Indígena’, promovida por Hugo Chávez en 2002 y que sólo se celebra en Venezuela y Nicaragua.
Los defensores de la susodicha bandera indígena, que recibe el nombre de wiphala y se compone de 49 cuadros con los colores del arcoiris agrupados en diagonal, la exhiben como un símbolo étnico ancestral de los indígenas andinos y, por ello, como emblema de la lucha contra los españoles en el siglo XVI. Sin embargo, basta con arañar un poco en la historia para descubrir que el trozo de tela exhibido por el consistorio de Ahora Madrid no es más que un fraude histórico bastante reciente.
La bandera inexistente
“Es momento de hacer un deslinde y rectificar, porque está tomando cuerpo una cosa que no es histórica. Y la Historia hay que defenderla”. (María Rostworowski, historiadora peruana)
En su obra ‘Breve historia real de la wiphala’, el militante indigenista boliviano Franco Limber reconoce que las referencias históricas de la misma “son contadas, incluso muchas de ellas son de imposible comprobación” y que por ello “los intelectuales indios recurrieron a la imaginación para llenar un vacío”. De hecho, el primer vacío que se vieron obligados a rellenar fue la misma inexistencia del concepto de ‘bandera’ en la América precolombina.
Según declaró la Academia Nacional de Historia del Perú sobre otra supuesta bandera ancestral indígena, llamada ‘bandera del Tahuantinsuyo’ y convertida oficialmente en bandera de Cuzco hace 40 años, “su uso es equívoco e indebido, en el mundo prehispánico andino no se vivió el concepto de bandera, que no corresponde a su contexto histórico”.
Lo que sí existía, según explica Bernabé Cobo en ‘Historia del Nuevo Mundo’ (1609) era el unancha, el estandarte real en el que cada gobernante inca exhibía en batalla sus propios símbolos distintivos (de modo que se trataba de una enseña personal, y no nacional).
Dado el supuesto origen aymara de la wiphala, parece poco posible que los incas (que conquistaron los reinos aymaras 90 años antes de la llegada de Pizarro) asumieran como propio el símbolo de un pueblo sometido. Pero ¿por qué hablamos del ‘supuesto origen aymara’ de la bandera? Fundamentalmente porque su existencia fue meramente deducida a partir de una palabra de significado incierto.
En 1945 el especialista en cultura aymara Hugo Lanza señaló al resto de asistentes al I Congreso Indigenista Boliviano que se celebraba en La Paz la existencia del término ‘wiphala’. Recurriendo a una conjetura tras otra, Lanza dedujo que la palabra se componía de la unión de ‘wiphai’ (‘triunfo) y de ‘lapks-lapks’ (una onomatopeya del viento); que por ello podría ser traducida como ‘triunfo ondeante’; y que de ahí cabía concluir que los aymaras habían contando con un símbolo nacional en forma de bandera.
Pero, claro, una vez ‘establecida’ su existencia, faltaba ‘deducir’ su aspecto. Ahí fue cuando Germán Monroy, cofundador del Movimiento Nacionalista Revolucionario, propuso recurrir a un patrón de diseño que ya había aparecido en algunas prendas y complementos (como las chuspas, o bolsas para portar las hojas de coca y cacao) de culturas preincaicas y que gozaba de cierta popularidad en esos años… por asemejarse al usado en la etiqueta de un refresco con alcohol de producción boliviana, la ‘Champancola’.


Aun dejando de lado el deficiente uso del método científico de Hugo Lanza y el cuestionable criterio gráfico de Germán Monroy, y aunque se alegue que la aparición del patrón de la wiphala en las chuspas evidenciaría su vinculación ancestral con los pueblos andinos, aún cabe señalar que el ‘patrón’ tenía únicamente unos fines decorativos no muy diferentes de nuestros cuadros de mantel (y, como éstos, diferían enormemente entre sí en el número de cuadros y en la disposición y selección de colores).
Como comparación, podríamos decir que elegir un diseño totalmente aleatorio de tartán como bandera de Escocia hubiera constituido un sinsentido no menor que el de decantarse por un diseño ajedrezado concreto para dar forma a la wiphala. Pero eso no supuso impedimento alguno para que los indigenistas siguieran ‘reconstruyendo’ en años sucesivos los ‘símbolos ancestrales’ de la ‘patria indígena’.
El Sabino Arana indígena (y ‘new age’)
La estandarización y difusión de la forma final de la wiphala, la misma que ha terminado ondeando en la Junta de Distrito de Centro, tuvo que esperar a la irrupción en los años 70 de Germán Choque Condori, intelectual y diputado indigenista más conocido por su nombre de guerra, Inka Waskar Chukiwanka.
En un artículo publicado en la web del Real Instituto Elcano, titulado ‘¿Justicia indígena o barbarie?’, se explica que Chukiwanka clama ser el “‘redescubridor’ de la wiphala y restaurador del ‘año nuevo indio’, además de atribuirse la recuperación de la escritura del milenario idioma tawa, de inventar el calendario marawata –o calendario indio– y recuperar muchos nombres indígenas que ahora han vuelto a utilizarse para bautizar niños aimaras”. El mismo artículo también señala un paralelismo obvio de este personaje: “podría considerarse el Sabino Arana del neonacionalismo étnico andino”.

Chukiwanka ha escrito ya dos libros con su labor de ‘recuperación’ de la wiphala como tema principal: ‘Origen y constitución de la wiphala’ y ‘Enemigos de la wiphala’. En ellos relata cómo se decidió unificar el diseño de esta bandera con el fin de dotar de un emblema representativo al Movimiento Indio Tupac Katari (MITKA) en el que él militaba y después tratar de difundir su adopción como símbolo nacional, en un proceso que no hace más que recordar a la historia de la ikurriña.
El propio Chukiwanka relata que “en un primer momento, incluso nuestros propios hermanos indios lo rechazaban, porque la escuela les había hecho olvidar nuestros propios símbolos. Pero gracias a la Pachamama y a la perseverancia de los kataristas fue cobrando vigencia y hoy es conocido a nivel del país y a nivel del mundo”.
La referencia a la Pachamama no es casual. Según recogía hace unos meses el diario boliviano Página Siete, el proceso de invención de la patria ancestral indígena se ha basado en “el pachamamismo, entendido como la construcción ideológica que instrumentaliza elementos indígenas, resaltando exotismos y fabricando otredades ficticias, con finalidades políticas y sociales ajenas a estos pueblos”.
Así, su libro recurre constantemente a mezclar religiosidad indígena y palabrería cercana a lo ‘new age’ para explicar el ‘verdadero significado’ de las formas y colores elegidos por él mismo para diseñar la wiphala. Tan ajeno resulta esto a la realidad de los indígenas bolivianos que el ya citado Franco Limber, también katarista como Chukiwanka, llega a denunciar en su obra el abuso del ‘esoterismo folclórico’ por parte del nacionalismo indigenista.
Tal como explica el antropólogo peruano Ramón Pajuelo en su obra ‘Reinventando comunidades imaginadas’, “el testimonio de Waskar Chukiwanka acerca del redescubrimiento de la wiphala resulta sumamente esclarecedor. Permite comprender que la actual wiphala usada en Bolivia responde sobre todo al tipo de ‘tradiciones inventadas’ sobre las cuales llaman la atención Eric Hobsbawn y Terence Ranger en un libro clásico sobre el tema”.
Recordemos que Hobsbawn fue un destacado historiador marxista, fallecido hace cuatro años, que sostuvo que muchas ‘tradiciones’ son realmente invenciones de las élites nacionalistas como justificación de la supuesta existencia e importancia de sus naciones (así, se entiende que tenga poco predicamento entre los intelectuales de izquierdas de nuestro país).
La bandera cooficial y excluyente
Años después, Chukiwanka llegó a ser miembro de la mesa de la Cámara de Diputados de Bolivia, formando parte de la mayoría oficialista que respalda a Evo Morales. Y, cuando éste reformó en 2008 la constitución de su país para reconvertirlo en el ‘Estado Plurinacional de Bolivia’, introdujo la wiphala como uno de los nuevos símbolos nacionales, a la misma altura que la bandera tradicional de la república.
Ha habido, claro, críticas a esta adopción constitucional de la wiphala, al no ser un símbolo que pueda ser adoptado por el conjunto del país: de hecho, su intención original era completamente opuesta, pues simbolizaba el rechazo a lo español… pero también resulta ajena a los grupos indígenas no andinos, como los amazónicos guarayos y moxeños, cuya historia y símbolos poco tienen que ver con la de los aymaras, etnia a la que pertenece el presidente Morales y sobre cuyo imaginario excluyente se desea dar forma, paradójicamente, a la nueva “república plurinacional”.
Como diría Íñigo Errejón, para dar forma a una “nueva voluntad colectiva […] necesitamos una nueva cultura, nuevos símbolos, canciones, representaciones e historias”. Ojo, nuevos, que no recuperados. Y de eso se trata, a un lado y a otro del Atlántico.



EL INDIGENISMO DE GRAN BRETAÑA

Por Javier Cornejo
Artículo publicado en el diario El Tribuno el 14 de junio de 2010

El 2009 estuvo marcado por el posicionamiento insular del Imperio Británico en Malvinas. Desde el 1 de enero de 2009, cuando empezaron la vigencia de la Constitución de las Falklands y el eficiente artillado del sector, hasta el arribo de la plataforma Ocean Guardian, se sucedieron ininterrumpidamente los actos concretos de dominio.
En este 2010, de agudización de la crisis monetaria europea, y ante el inminente colapso financiero de Gran Bretaña, el Imperio apura los pasos para consolidar su dominio en el sur americano. Por ello, acelera el proceso de fragmentación de la geografía argentina.
Con vocación de reivindicaciones territoriales, volcada a costumbres ancestrales, salvaguarda de idiomas mapuche, guaraní, quichua, los habitantes de donde se hablan dichas lenguas (SUR, NEA y NOA) autodenominados «pueblos originarios», apuntalados por la Iglesia Anglicana (que ya forma parte del Vaticano), transitan el camino hacia el intento de la creación de nuevas naciones dentro de la República Argentina.
Se amparan en el articulado de la ONU referido a la «libre determinación de los pueblos». Tal es lo ocurrido con Malvinas.

Mapuches «made in England»

El proceso se encuentra particularmente acelerado en el sur argentino.
El 23/3/2000 por el Tratado Minero Argentino Chileno se creó un virtual
Estado en la región andina, que se denomina Área de Operaciones, con financiamiento y legislación (a través de reglamentaciones) dependientes de las empresas transnacionales de la Corona Británica.
En tal proceso de succión de nuestros recursos naturales y control de las cuencas de agua potable, participan en la creación de la Nación Mapuche de un Estado Inglés. Como inglesas son sus autoridades.

Su página en la red es: www.mapuche-nation.org; El domicilio 6, Lodge Street, Bristol, Inglaterra; y El teléfono +44-117-9279391.
Su bandera es celeste, verde y roja e incluye un sol, con cuatro divisiones con cruces pampas.
Sus autoridades son: secretario general, Reinaldo Maniqueo; asistente, Nina Dean; secretario, Gerald Confer; tesorero, Colette Linehan; y administradora, Madeline Stanley. Su equipo legal está integrado por James Watson, Gillian Melville y Tanya Roberts Davis; mientras que el de Derechos Humanos lo encabeza Rachel Dixon-Warren.

En San Luis
El Gobierno de la Provincia de San Luis no es ajeno a la situación. Lo demuestra en su lema, «San Luis, otro país», y en sus actos. Ya crearon un municipio denominado Nación Pueblo Ranquel (término no permitido por nuestra Constitución, ya que Nación es sólo la Argentina). La provincia se encuentra en una acelerada transformación de su administración, educación, tecnología digital de punta, etcétera, y es asistida por el poderoso auxilio financiero del Grupo Petersen, liderado por el financista «K» Enrique Eskenazi.

La sombra de Calfucurá
Es preciso destacar que los que se auto titulan «mapuches» no tienen origen argentino. Son los que en 1830, encabezados por el carnicero cacique Juan Calfucurá, emborracharon y asesinaron a los verdaderos caciques y con los fusiles Remington proporcionados por los ingleses exterminaron a los verdaderos pueblos originarios: puelches, tehuelches, ranqueles, pampas y guenekes. Hoy reclaman territorios que nunca les pertenecieron y pretenden instalar «otra nación» con una justicia y legislación comunitaria que subvierta nuestro orden constitucional y organización nacional. En las regiones NOA y NEA ya comenzaron a dar pasos en igual sentido. En Bolivia los ayllus, por aplicación de la «justicia indígena», ya torturaron y lincharon a más de 30 personas desde 2009 (El Tribuno 11/06).

Tenemos el raro privilegio de ser el campo de acción y aplicación de tecnologías de ingeniería social de sofisticadas inteligencias imperiales, para resguardar la geografía sur americana y antártica en su propio beneficio.
 


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