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jueves, 5 de diciembre de 2019

La tierra de los ignorantes


Washington Post sobre Argentina

La Argentina tiene el problema más serio del mundo. Ningún país podría encontrarse en su camino con una dificultad mayor. Las demás naciones pueden tener inconvenientes de distinta índole, pero ninguna de ellas padece el nivel dilema que tienen los argentinos: el país se angustia por lo que prefiere.
No hay drama mayor para una nación. Vivir en permanente frustración por lo que no son otra cosa que las consecuencias de sus preferencias constituyen una encerrona de la cual es muy difícil salir. La Argentina no tiene un problema económico o social o político. Tiene un problema médico; un problema de orden psicológico profundo que le impide resolver lo que no son otra cosa que los efectos de esa causa madre.
Que un país viva en conflicto por lo que son las consecuencias de sus preferencias libres, constituye una dificultad de tal magnitud que, sinceramente, no sé si la cuestión tiene solución.
Pues bien, ¿y cuál es esa maldita preferencia?, ¿qué es lo que los argentinos secretamente prefieren y contra lo que luego se enojan cuando efectivamente esa preferencia se materializa? Esa preferencia no es otra que la pobreza: los argentinos prefieren la pobreza. Por supuesto no van a admitirlo a viva voz. De hecho, viven enojados contra la pobreza. O al menos eso dicen.
Porque lo que en realidad les ocurre en materia de "enojos" es algo bien distinto. Si uno analiza las corrientes que imperan consciente o inconscientemente en el espíritu argentino verá que lo que mayoritariamente sobresale, lo que culturalmente predomina, es una oposición a la riqueza.
En efecto, el argentino está en guerra contra la riqueza. La corriente mayoritaria que emerge desde las entrañas más profundas de la cultura nacional consiste en una resistencia impenetrable contra la riqueza, contra la idea de ser rico.
El Papa Francisco es quien mejor ha expresado la esencia de esa corriente con su frase "la riqueza es el estiércol del diablo". Quizás no haya un resumen más perfecto de la morfología social que distingue a los argentinos que esas palabras de Bergoglio. La riqueza es un pecado.
Sin embargo, en un retorcimiento que complica aún más el problema, es un determinado tipo de riqueza y un determinado tipo de rico el que el argentino desdeña y por el que siente un profundo asco. La riqueza que los argentinos repugnan es la que se produce como fruto del éxito lícito. Paralelamente entonces al tipo de "rico" que el argentino odia es al que obtuvo su riqueza por la vía del triunfo en la vida laboral legal.
Contrariamente, no se observan condenas firmes contra los que, incluso obscenamente, pavonean la riqueza que hicieron como consecuencia de actividades ilícitas, provengan ellas de la corrupción pública (funcionarios ladrones, sindicalistas mafiosos) o de actividades delictivas "privadas" como los narcotraficantes o los delincuentes comunes.
El prototipo del argentino que es resistido socialmente ("resistido" viene de "resentimiento") es aquel que tuvo éxito material en la vida por la vía del trabajo lícito. Es ése el que defeca el "estiércol" del diablo".
Por lo tanto, a ese personaje hay que bajarlo de donde está y, por supuesto, no es un modelo a imitar o a emular sino un arquetipo al que envidiar, maldecir y destruir.
Obviamente la persecución y eventual destrucción de los que generan riqueza hace que no se genere riqueza (es una perogrullada, pero en la Argentina parecería necesario aclararlo) y al no generarse riqueza, se obtiene pobreza.
Parecería que, siguiendo un silogismo normal, los argentinos deberían estar felices porque finalmente consiguieron lo que buscaban: derrotar la riqueza, destruir al rico y materializar la pobreza (que, siguiendo, a su vez, el razonamiento del Papa debería ser el estado de gracia más cristalino del ser humano por ser el opuesto al "estiércol del diablo"). Pero no. Cuando llegan a lo que debería ser su éxtasis, estallan en queja y buscan a más ricos a quienes ir a robarles lo que les queda por la vía de entronizar gobiernos que expolian con impuestos confiscatorios la riqueza lícita generada por otros.
Parecería que lo que los argentinos buscan, finalmente, es una pobreza tolerable igualmente distribuida. Es decir, una pobreza "hasta ahí", igual para todos. (Excepto para aquellos "ricos" a los cuales los argentinos no resisten –es decir, no tienen "resentimiento" contra ellos- como los funcionarios corruptos -que dicen que vienen a sacarle a unos lo que ganaron "injustamente" a costa de otros- los sindicalistas mafiosos, los que "encontraron un curro o un yeite" -el típico "vivo" argentino que "le encontró la vuelta"- u otros personajes del submundo ilegal respecto de los cuales el argentino no muestra un nivel de ofensa ostensible)
Como se ve, la profundidad de la enfermedad sociológica del país es de tal dimensión que las dudas sobre su verdadera solución son muy grandes. El nivel de deterioro mental masivo que sufre el país implica un retorcimiento tal de los valores constructivos de la vida pacífica y progresista que uno duda seriamente de que tal extravío tenga vuelta atrás.
El enamoramiento del pobrismo ha llevado a la Argentina a ser una sociedad completamente conflictuada, encerrada en una encrucijada de la que le será muy difícil salir. Vivir en queja por las consecuencias que trae lo que se venera representa un problema de una complejidad tal que las soluciones no vendrán de la aplicación de tal o cual programa económico sino de un proceso de introspección que lleve a cada argentino a darse cuenta del nivel de contradicción en el que vive.
Mientras ese complejo severo no sea removido del alma argentina, el país no tendrá solución. Nadie vivirá mejor, venerando vivir peor. Y si se considera que vivir monacalmente es mejor que vivir en la abundancia, los argentinos deberían renunciar a la abundancia y acostumbrarse a los límites materiales de la vida monacal.
Ahora, recurrir al delito, a la corrupción, al robo o al narcotráfico para producir ilegalmente lo que se niegan a generar bajo el imperio de la ley no hará que el país sea rico. Lo que probablemente surja (o mejor dicho, se consolide) es una nueva nobleza compuesta por mafiosos, funcionarios corruptos, narcos amparados por el poder y revolucionarios de pacotilla que vivirán como reyes. Pero los argentinos honrados se hundirán en la pobreza. En esa misma pobreza que el Papa argentino tanto les enseñó a reverenciar.
Fuente: Washington Post, 27 de octubre de 2019


DESCONTROL  ARGENTINO
Por Javier Cornejo
Publicado en el diario El Tribuno el 10-09-2009

En este último tramo de nuestra historia, hay dos escritores ingleses que nos transmiten conceptos de suma gravedad e importancia.  Uno es Lord Franks  en  Falkland Islands Review, january  1983.  Publicado en La  Nación el 2 de abril de 1989, pág. 9.  Otro es Harry S.  Ferns, profesor de la universidad de Birmingham, autor de varios libros referidos a nuestro país. En su obra: "Argentina" (Ed.  Sudamericana  Bs. As. ) pág. 247, propicia el camino para la instalación en Argentina  de una "guerra civil devastadora".  Nótese el término "devastadora". Debe tener la identidad suficiente para destruir, deshacer, cambiar nuestro país. Debe tenerse en cuenta que el Imperio Británico estructura sus programas con perspectivas de varias generaciones. (El  plan de George Canning para la América Española visualiza casi 300 años).
En la edición del Tribuno del 6/8/09, pág. 16, con el título de "El desalojo de los argentinos", refería conceptos que algunos lectores consideraron excesivos. Con el correr de pocos días, esos mismos lectores manifestaron su preocupación y pesadumbre ante una realidad que no habían advertido.
Hoy, no es como  en los años del Proceso y guerra sucia. Los que no eran guerrilleros o soldados se consideraban  fuera del combate.  Ambos extremos, acorde a los dictados de quienes los crearon,  cumplieron el objetivo de aniquilar una generación.
Hoy,  no es como la Guerra de Malvinas con acciones bélicas en  las aguas heladas  e islas de nuestro Sur.  Poco le importó al común de los argentinos que siguieron las alternativas como una lejana película de acción…  salvo para los que participaron, o, tuvimos un hermano o familiar en el conflicto.  Guerra desatada únicamente  para  justificar la firma de los Tratados de Paz con  Inglaterra,  de Madrid  y Londres  en 1990. Que revalidaron  la base del coloniaje establecida en el Tratado de Libre Comercio y Navegación de 1825. Para ellos esencial en estos tiempos.
Hoy, el lugar de las acciones  no es una lejana geografía. Las armas no sólo son fusiles.
Hoy las acciones comienzan en el seno de cada HOGAR  argentino, se propaga al vecino,  al barrio, a la escuela, explota en  lugares de nocturna diversión. Las armas se inician en un cúmulo de sustancias que las propias víctimas (cada vez de menor edad) pagan "legalmente" a los  dealers encargados de su exterminio. Cero costo al ejecutor. Incentivados por una TV que se instala en todos los rincones con su carga de mugre,  propiciando  el des-valor de los principios más  elementales de convivencia. Sumiéndonos en la total sin razón de mentes desquiciadas proclives a conductas monstruosas. Elevando la intolerancia y agresividad a niveles  propicios para un desemboque bélico  del todos contra todos.
Los conflictos están des-controlados.
El Descontrol significa: desaforado, desbocado, desorden, indisciplina, desbarajuste, Caos. Palabra que se aplica con rigurosa exactitud a la actual sociedad argentina, también salteña, con ejemplos que a diario constatamos.
Este conflicto sin fin,  este  descontrol, es propiciado por buena cantidad de  gobernantes, funcionarios y adláteres, en acciones y medidas que no son casuales, motivo de su impericia y/o  ignorancia. Son pensadas y ejecutadas totalmente adrede con pleno conocimiento del motivo  y consecuencias de las mismas, con el claro objetivo de una sustitución de titularidad patrimonial del suelo patrio por ausencia física de argentinos. Un inventario de ellas es motivo de varias páginas.
Es perverso. Al decir de Santiago Kovadloff: el perverso llega a donde el "neurótico" no se atreve. Ante la barrera que impone la ley, el neurótico se detiene. No así el perverso. Este desconoce la legitimidad de todo intento de acotar su deseo. Para él, osadía e impermeabilidad a la ley son sinónimos. El perverso es insensible a la angustia, la ocasiona pero no la padece. Su goce no admite ninguna restricción. El perverso no es  "bipolar". Tiene muy claro su egoísta objetivo.
La involución argentina es  un hecho.  No comprendemos lo que nos ocurre y nos embarga perplejidad por nuestro futuro.
El Señor y la Virgen del Milagro núcleo de la impetración energética no sólo de salteños, cuya procesión re-vivimos mañana, nos ayude a encontrar  la luz de hechos concretos y no palabras vacías,  para decidir el futuro de nuestra historia y no desaparecer como nación hasta ahora conocida. En cada uno de nosotros está la decisión.

La enfermedad de la ignorancia, la epidemia de nuestros días
Alejandro Martínez Gallardo

The Machine endangers all we have made.
Rilke

La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante.
Kierkegaard

Hace 2 años escribí un par de artículos sobre lo que llamé la "era de la ignorancia", siguiendo al poeta Charles Simic, quien en 40 años como profesor universitario notó un progresivo declive en el conocimiento de literatura e historia con el que llegaban los alumnos a la universidad. La primera parte trata sobre la ilusión de que la tecnología nos haría más inteligentes, la segunda es sobre por qué los jóvenes son cada vez más ignorantes.

En esta ocasión quiero recapitular estas ideas y enfatizar que la ignorancia es una enfermedad que en nuestra época se ha convertido en una epidemia ayudada por la tecnología digital, que tiene la característica de ser viral (y virulenta). Un ejemplo que me parece ilustrativo de lo que en inglés se conoce como dumbing-down, como promediar a la baja de la cultura que predomina en la era de la información y la corrección política -donde todas las opiniones, se cree, tienen el mismo valor-, es lo que ha ocurrido con el concepto de los memes. Los memes son un interesante concepto biológico, desarrollado por Richard Dawkins en su libro El gen egoísta. Básicamente son "genes culturales", o unidades portadoras de cultura (ideas, símbolos, conductas, etc.), que pueden considerarse vivientes y se esparcen infectando a sus huéspedes. A grandes rasgos, los memes son organismos de una evolución cultural que se desarrolla en paralelo y se interpenetra con la evolución biológica. Ahora bien, la mayoría de las personas, cuando piensa en un meme solamente piensa en los memes de Internet, y particularmente en un tipo de meme, las recreaciones humorísticas de eventos, algunas muy ocurrentes -hasta el punto de llegar a ser "lo mejor de una campaña política"- pero mayormente banales y limitadas a entretener. Estos memes son una caricaturización de los memes y, ya que la cultura es esencialmente memética, la cultura se vuelve caricatura. Los memes abarcan mucho más que esto. Algunos biólogos materialistas creen que las religiones son memes particularmente insidiosos; pero, por otro lado, el concepto del meme fue claramente prefigurado por el concepto de arquetipos de Carl Jung y tiene su paralelo biológico no-materialista en el concepto de campos mórficos de Rupert Sheldrake. El caso me parece emblemático por dos razones. La primera, por cómo un concepto científico e intelectual se vulgariza y es adoptado por la conciencia popular sin tener conciencia de su verdadero significado (o de su significado más amplio, ya que, ciertamente, los memes que se publican en Twitter son memes). La segunda, como reflejo emblemático de nuestra actividad memética fundamental, es decir, nuestra actividad cultural esencial es postear fotos divertidas, chistes, curiosidades y demás memes de Internet. A esto se reduce la cultura: a entretenimiento. Lo cual es preocupante, pues lo memético es uno de los ejes principales de nuestra evolución, la calidad de nuestros memes es la cualidad que toma nuestra conciencia.

El término que predomina en nuestra cultura es "viral", pues está orientada a la viralidad: el éxito e incluso el valor de un meme, de un contenido y hasta de una persona se mide en si logra tener una distribución masiva o no. Esto es altamente significativo, pues nos habla en términos de una enfermedad infecciosa. Se trata de una infección cultural en la que lo que predomina son las opiniones y la falta de pensamiento crítico-histórico no utilitario, es decir, pensamiento que conversa con una tradición filosófica y artística y es capaz de absorber valores espirituales que no están supeditados a la inmediatez comercial. De la misma manera que la "comida chatarra" (junk food) predomina en buena parte del mundo debido a la expansión de las grandes trasnacionales, predomina en buena parte del mundo la cultura chatarra, con sus efectos igualmente nocivos para la psique.

Ya Aristóteles había identificado que la ignorancia era una enfermedad. "Porque el que sólo tiene opiniones, si se compara con el que sabe, está en estado de enfermedad en relación con la verdad", dice el filósofo en su Metafísica, y agrega que aquellas personas que sólo tienen opiniones deberían dedicarse de lleno al estudio, de la misma manera que el enfermo se ocupa más de la salud que el hombre sano. El budismo, por su parte, considera su dharma, la doctrina del Buda, como una medicina para curar la enfermedad de la existencia cíclica o  samsara -¡la causa de sus innumerables y miserables vueltas no es más que la ignorancia!-. El Buda es el doctor que da la receta para curarse, pero el paciente debe aplicarla y tomarse la medicina por su propia cuenta. 

Algunos seguramente argumentarán que esto suena bien pero es un discurso sin sustancia, en tanto que es necesario que digamos cuáles son las cosas verdaderas o qué es la sabiduría, algo que es relativo y, por lo tanto, hablar de "ignorantes" es sólo darse un aire de superioridad e, incluso, una forma de control y manipulación -en una perpetua búsqueda de poder-. Ante lo cual, diré que más allá del discurso relativista posmoderno existen verdades científicas y verdades éticas (las cuales nos vienen de la filosofía y la religión). Todos nadamos, como si fuere, en el agua de estas verdades, las cuales integramos a nuestras vidas muchas veces de manera inconsciente. Por ejemplo, asumimos que las personas tienen agencia, son individuos que tienen un valor intrínseco. Esto es algo que nos viene en gran medida del pensamiento judeocristiano y su noción de que las personas tienen un alma. Si no pensamos que los otros tienen conciencia y son seres con libre albedrío se desmoronaría el sistema jurídico y, en general, la sociedad dejaría de tener sentido. Aunque la ciencia materialista maneje hipótesis que mantienen que la conciencia no existe realmente y que los individuos son "robots programados" (en palabras de Richard Dawkins), es una verdad moral valorar la vida individual y asumir que las personas tienen libre albedrío. Asimismo, las normas básicas de la convivencia están basadas en la llamada regla de oro, la cual puede tener ciertas similitudes con la noción hindú del karma (que es una causalidad que no se limita a lo meramente material, sino que incluye lo mental y reconoce una moralidad embebida en el cosmos). El universo está formado por leyes naturales y leyes morales, y aunque algunas personas han teorizado que estas leyes se pueden trascender, para hacerlo -si acaso es posible llegar al estado "más allá del bien y el mal"- deben ser conocidas cabalmente. Dije antes que todos nadamos en esa agua, en una especie de sopa cultural, pero los que saben son los que son capaces de rastrear la fuente: el agua del río es más pura cerca de la fuente. Y más aún, aquellos que saben vivir en armonía con las leyes y los ritmos que rigen los procesos de la vida para, de esta forma, permitir que ésta siga fluyendo limpia y cristalina y llegue hasta el océano.

Aristóteles observó que la ignorancia era una enfermedad y el dharma indio, desde un principio, entendió que la cura al problema de la existencia -fundamentalmente, el sufrimiento- era la sabiduría. El lema de la bandera de la India aún refleja esta noción: Satyameva jayat ("Sólo la verdad triunfa"), lo cual es parte de un verso de las Upanishad que sugiere que no sólo triunfa sino que alcanza la liberación de todo sufrimiento. Lo mismo dice un conocido verso del Evangelio de Juan. El problema es que se suele caer en la literalidad, la cual es la marca del fundamentalismo. Sólo mi Dios libera. Y el nuevo fundamentalismo: Sólo lo que podemos ver y medir es real, lo demás (todo lo subjetivo) es una ilusión. Decir que la verdad no es literal no significa que la verdad sea meramente relativa. Significa que no puede reducirse a una definición única y que la sabiduría tiene que ver con la capacidad de percibir la unidad en la diferencia, los puntos de conexión, las analogías que nos permiten compartir sentimientos. Esto fue entendido por los autores de los himnos del Rig Veda, quienes fueron conscientes de que el Uno tiene muchos nombres, todos son aspectos  de una misma esencia y sin embargo, ninguno alcanza a comunicarla y a conocerla nominalmente. Es decir, la verdad ética-religiosa no puede ser dicha, pero sí experimentada. Lo cual es algo que nosotros experimentamos en la vida cotidiana: una persona no es buena o ama a otra persona porque dice que es buena o que ama, es buena y ama cuando actúa y experimenta un cierto estado de conciencia. Como notó Raimon Pannikar, la filosofía tiene dos aspectos: es el amor a la sabiduría pero también, la sabiduría del amor. Logos y Eros, Prajna y Upaya unidos en un matrimonio sagrado. 

¿Cómo, entonces, liberarse de lo que Aristóteles llama meras "opiniones", la marca de la ignorancia? Platón, el maestro de Aristóteles, distingue opinión (doxa) de conocimiento (episteme). Opiniones son lo que tienen los sofistas, aquellos que sólo aparentan saber. En nuestra época es muy fácil ser un sofista, pues existe fácil acceso a todo tipo de información, especialmente superficial o predigerida. En un artículo reciente, el estadista Henry Kissinger notó, con gran lucidez pese a sus 94 años de edad (o más bien, quizás debido a ellos), que en nuestra época regida por la tecnología digital y su religión -el dataísmo- "la verdad se vuelve relativa. La información amenaza con anegar la sabiduría". Lo que diferencia a quien está informado de quien sabe realmente es que el que sabe entiende, no depende de los datos. Es decir, ha sido capaz de hacer suyos los pensamientos que ha escuchado o leído. Los ha transformado en experiencia. El conocimiento se hace, así, una fuerza vital. Tanto Platón como Aristóteles admiten que el conocimiento se puede alcanzar a través del cultivo de lo que hoy llamamos la razón, como también por medio de la intuición. No obstante, estas funciones cognitivas no se desarrollan mágicamente; son el resultado del estudio de la ciencia y la filosofía y -particularmente en el caso de la intuición, la noesis platónica- de una vida contemplativa. Es decir, de una vida que no se dedica vulgarmente al entretenimiento sino a la interrogación de la realidad, la indagación de los principios y la observación de la propia conciencia o alma. En otras palabras, para ir más allá de la opinión es necesario conversar con y hacerse adepto de una tradición de conocimiento; por regresar al principio de este artículo, de empaparse de buenos memes -memes que han probado su aptitud desde los albores de la historia-, de contagiarse de las grandes mentes de la humanidad, de honrar la tradición. Con lo cual no hay riesgo verdadero -siempre y cuando uno entienda y no sólo repita lo que dicen- de volverse un fanático o perder la propia autenticidad: como mencionamos, la sabiduría tiende naturalmente a la libertad, y no a la utilidad. El conocimiento no es un fenómeno moderno constreñido a la ciencia. Es una tradición viva y el sabio será siempre quien comprende la tradición y la actualiza en sí mismo, de esta manera haciendo que evolucione y brindándole el necesario vigor para adaptarse al cambio sin perder su esencia. Esta es una "era de la ignorancia", creo, sobre todo porque no valora y no es consciente de su tradición. Asumimos que lo mejor es lo último y que todo lo viejo es primitivo y ha sido superado por la ciencia y la tecnología moderna. Esto, en realidad, no un pensamiento científico; es cientificismo. En un comentario a McLuhan, el escritor William Irwin Thompson escribió:

Lo que McLuhan reconoció, pero no afirmó explícitamente, es que nuestros nuevos medios electrónicos altamente avanzados, al ser usados por individuos mortales evolutivamente poco avanzados, nos llevarían a la aniquilación cultural. Estos nuevos medios que operan a la velocidad de la luz requieren una nueva conciencia espiritual de la luz. Son tan fantásticamente eficientes que no pueden funcionar para el bien si nosotros no somos buenos; solamente pueden ser usados sin riesgo si decimos la verdad y vivimos en la verdad.
(Coming Into Being: Artifacts and Texts in the Evolution of Consciousness)

Esa nueva conciencia espiritual de la luz sólo puede encontrarse en la vieja tradición espiritual de la luz. Ese hábito de decir la verdad y habitar en lo verdadero sólo puede sostenerse sirviéndose de la estructura del pensamiento religioso y filosófico de Occidente y Oriente. Aunque un estudio muestra que los fundamentalistas religiosos consumen más fake news, paradójicamente, la religiosidad -es decir, el sentido de conexión con algo sagrado- es el antídoto de las fake news (de la misma manera que un sentido de lo sagrado es la mejor solución al problema ecológico). No se trata de regresar al pasado o de retomar las viejas religiones, sino de continuar su evolución y actualizarlas, de reimaginarlas -la ciencia, en realidad, es consecuencia y resultado de la tradición filosófica griega y de las religiones abrahámicas, y no su antítesis-. A fin de cuentas el transhumanismo, la ideología dominante entre las élites tecnócratas actualmente, es solamente una versión de las ideas religiosas de deificación (theosis), inmortalidad y dicha eterna. Sin embargo, creo que es una forma pobre de concebir estas ideas, pues transfiere su fe del ser humano -y su semejanza con la divinidad- hacia la máquina. Deifica la materia, pero olvida la posible divinidad trascendente de la propia conciencia humana, la cual, a diferencia de la inmortalidad tecnológica, tiene como base y garante un principio moral.
Twitter del autor: @alepholo





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