La Señora
Presidente en su afán del re-invento de la historia a partir de su “relato” en
función de un “modelo” inexistente, insiste en intentar hacernos creer que
nuestra Patria comenzó su existencia a partir del gobierno de su marido que
ella misma protagonizara y profundizara.
Vaya como ejemplo
sus últimas “cadenas nacionales”, en este caso, referidas al satélite ARSAT.
Es preciso
destacar que ya en septiembre de 2009 la empresa THALES ALENIA SPACE anunciaba
la firma de un contrato con ARSAT de
Argentina como parte del programa Arsat-1 SSGAT (Sistema Satelital
Geoestacionario Argentino de Comunicaciones). Este contrato viene a formar
parte complementaria al satélite Nahuel-1 construido por Thales Alenia Space.
En 2009 Reynald Seznec,
Presidente y Ceo de Thales, nos decía: “el Arsat-1 está programado para entrar
en servicio en 2012” (aunque en definitiva fue lanzado en octubre de 2014) “Este
contrato confirma una vez más nuestro liderazgo”. “Estamos muy contentos de
apoyar el crecimiento de Arsat, de la aparición de un nuevo actor en la
industria espacial”. “Esto refleja la capacidad de Thales Alenia Space para
trabajar con socios industriales y adaptarse a las totalmente diferentes
características técnicas de sus plataformas, y al mismo tiempo tratar de manera
eficiente con las diferencias culturales y las distancias geográficas”.
¿QUIÉN ES THALES
ALENIA SPACE?
Líder europeo en
sistemas de satélites y actor principal en infraestructuras orbitales. La
sociedad conjunta entre Thales y Finmeccanica junto a Telespazio forman una
alianza espacial para las telecomunicaciones, espaciales, radares y observación
de la tierra, en óptica, defensa, seguridad, navegación y ciencia. Se ubican
con once instalaciones en Francia, Italia, España y Bélgica.
Para la Señora
Presidente parecería que esta empresa no existe, al igual que nuestra industria
aeronáutica y de cohetería anterior al reinado kirchnerista.
CIENCIA ESPACIAL
ARGENTINA ANTERIOR AL KIRCHNERISMO
Roberto Eláskar
realizó excelentes exposiciones sobre el tema, que sintetizo a
continuación:
El 10-10-1927 Se
funda la Fábrica Nacional de Aviones y Motores en Córdoba. En 1950 daba empleo
“técnicamente calificado” a más de 10.000 personas integrada por diez fábricas,
el Instituto Aerotécnico y laboratorios.
18-7-28 Comienzan los ensayos del primer avión de
fabricación nacional, el AVRO GOSPORT
504.
Hace 65 años comenzó a funcionar el grupo de trabajo de los
que salieron: el Pulqui II (llamado el Justicialista del aire) caza a reacción
supersónico que realizó su primer vuelo el 16 de junio de 1950, el Cóndor II,
el Pulqui III, el IA 44 Super DL.
1953 Desarrollo del “Pusher” bi-motor de seis plazas, y del
IA “Querandí”.
Aviones producidos bajo Licencia: Avro 504/, Avro 504 N, Gosdport (1928),
Dewoitine D-21-C-1 (1929), Focke –Wulf F44 “Stieglitz” (1937), Curtiss Hawak
75-0 (1940), beechcraft Mentor B-45 (1957), Morane- Saulnier MS – 760 “París”
(1958), Cessna A-182 “Skylane” (1966), Douglas A4-AR Fightinghawk (1999)
Aviones producidos como desarrollo propio: IAe-20 “Boyero”
Ae C1 (1931), Ae.C.2 (19320 y su
derivado Ae.M.E.1 (1933), Ae.T.1 (1933),
Ae.M.O.1 (1934) más tarde Ae.M.Oe.1,
Ae.C.e (1934), Ae.M.Oe. 2 (1934), Ae.C.3 (1934), Ae.M.S.1 (1935), Ae. C.3.G (1936), Ae.C.4 (1936), nuevo
“Boyero” (1940), F.M.A 21 (1943),
I.A.22”DL” (1944) , I.Ae.23 (1945), Guaraní II, Pucará I.Ae. 24 y Calquín (
1946), Mañque (1945), Pulquie I (1947),
Super Calquin, Ñancú (1948), Colibrí (1947), I.Ae.32 Chingolo
(1949), Pulqui II (1950), Clen Antú ( 1949), Huanquero (1953), I.A.36 Condor,
Interceptor ( 1954), I.Ae. 38 Naranjero(1960), Urubú ( 1953), I.Ae.44 “DL” II,
Querandí (1957), Ranquel (1958), Guaraní (1961), Guaraní II (1966), Tehuelche
(1963), I.A. 53(1966), Pucará , Pampa( 1988),
I.A. 66 Pucará II, I.A. 67
Córdobas (1980), I.A. 68 ATL (1980-85), I.A. 70 Vector (1990), SAIA 90.
Agosto de 1947 Se crea la División de Proyectos Especiales
del Instituto Aerotécnico para investigación de vehículos teledirigidos y
motores cohetes.
1947/1948: Se desarrolla el “Tábano” motor cohete de combustible líquido.
2-2-1961: el
Instituto aeroespacial efectúa su primer lanzamiento de un cohete
construido en el país, el “Alfa-
Centauro- Apex 01”, lanzado desde Pampa de Achala (Córdoba).
27-6-1961: Se crea el
Centro de Experimentación de Proyectiles Autopropulsados.
30-9-1961: Primer lanzamiento de un cohete de dos etapas del
“Beta Centauro APEX –A1-S2-015” desde la Base Santo Tomás de la Fuerza Aérea.
13-10- 1961: El Instituto Aeroespacial efectúa su segundo lanzamiento
de un cohete Beta Centauro.
Desde el 10 de mayo al 9 de diciembre del año 1962 se lanzaron
Ocho cohetes de la familia Centauro con finalidad aeronomía, con éxito.
1964: 27 de julio;
4,5 y 6 de noviembre se lanzaron la serie Centauro 78-79-80. El 1 y 4 de
diciembre se lanzaron los cohetes Nike Cajun I 64-1 y 64-2.
1965: 6 y 8 de febrero se realiza por primera vez un
lanzamiento conjunto y sincronizado de DOS
cohetes Gamma Centauro desde el Centro de Experimentación Chamical (CELPA) y DOS cohetes Gamma Centauro desde la
Base Matienzo de la Antártida, pasando
el Estado Argentino a ocupar el
TERCER puesto entre las naciones que
realizaron estas pruebas desde regiones polares (después de EEUU y Rusia).
Setiembre a noviembre, lanzamientos de cohetes Centauro 91-93;
Orion; Judi; desde Base Chamical.
1966: 18,19 de mayo; 15 de junio; 13,14 de julio; 13, 17 de
agosto; 8, 14, 21, 28 de setiembre; 6, 13 de octubre; 4, 7, 9, 12, 16 de noviembre. Se realizaron
19 lanzamientos de cohetes Judi, Orion
I y II en cumplimiento del programa
Exametnet.
Es de destacar que el 10 de noviembre de 1966 da comienzo en
Tartagal, si, en nuestra provincia de Salta, la operación “ORION – ECLIPSE” con
motivo del eclipse total de sol ocurrido. Fueron lanzados Tres cohetes Orion
II; Un cohete Arcas y dos cohetes Titus.
Dando rienda suelta a la opería, quizá en ello se inspiró en
1996 el presidente argentino que aseguraba que “desde Tartagal con plataforma
en Córdoba (¿?) partirían los vuelos espaciales alrededor del mundo”. Aunque no
estoy muy seguro que tal ente biológico innombrable haya conocido la operación
Orion-Eclipse referida.
1967: 18 de enero; 15 de febrero; 21 de marzo; 12 de abril;
17,19 de mayo; 14 de junio; 16, 30 de agosto;
6,7, 13 de setiembre; 18 de octubre;
15 de noviembre; 13,14 de
diciembre. Fueron 16 lanzamientos de cohetes Judi; Arcas; Nike Apache; Centauro;
Orion II y cohetes con carga biológica: Celedonio y Anastasio.
1968: entre el 17 de enero y el 10 de abril
se hicieron ocho lanzamientos de
cohetes Arcas; Orion II y Judi.
1969: Entre el 16 de abril y el 23 de octubre se realizaron
ocho lanzamientos de cohetes Canopus 2;
Judi; Orion II; Rigel y Nike Apache.
El 22 de diciembre se realiza en el CELPA el lanzamiento de
un cohete compuesto de dos etapas del tipo Canopus combinados, alcanzando una altura de 550 km, colocando al
Estado Argentino en el Primer Lugar del
Mundo en realizar este tipo de experiencias. (El satélite SAC-D Aquarius
lanzado recientemente –junio de 2011- en EEUU alcanzó los 650 km).
Desde 1970 al 76 se siguió con el programa, destacándose que
el 3 de diciembre de 2000 se logró un motor cohete híbrido desarrollado y
construido por el grupo que dirigía el
Prof. Ing. Jorge Lassing de la Facultad de Ingeniería de la Universidad
Nacional del Comahue.
El Arsat no es 100% argentino. Costó U$S250.000.000 y no
sabemos cuánto de ese dinero se destinó al pago de empresas y componentes
extranjeros.
Aunque la Señora Presidente Fernández, ya en este su fin de
ciclo no lo reconozca, hubo innumerables
logros netamente argentinos anteriores a las “administraciones”
kirchneristas.
Satélite ARSAT-1: Cuando el
Relato K va al espacio
12/03/2015
Por Roberto H. Iglesias
En su
irrelevante cadena nacional del 23.02.2015, la presidenta Cristina Kirchner no
hizo ningún anuncio de fondo ni se refirió a los problemas que inquietan al
país. Se limitó a inaugurar en Berazategui, al sur de la Ciudad de Buenos
Aires, un llamado “edificio inteligente” de la municipalidad. Dijo: “Esta
municipalidad no está comunicada a un satélite ni chino, ni ruso, ni
norteamericano… ¡está comunicada a un satélite hecho por argentinos!”
Repitió
más o menos lo mismo −en medio de un torrente de datos y números
descontextualizados y a veces manipulados− en la cadena correspondiente a
la inauguración de las sesiones del Congreso el 01.03.2015 (“1-M”).
Sería un
problema que la Municipalidad de Berazategui estuviese comunicada por
satélite, porque la transmisión de voz y de datos es mucho más rápida y
eficiente por fibra óptica terrestre que por enlace satelital (ver más
adelante). Según anunció la mandataria, el edificio también tiene ese tipo de
fibra, de uso normal en casi todos los tramos de comunicaciones.
Si el
edificio de Berazategui emplea fibra óptica, quizás no utilice ningún
satélite. Pero… ¿por qué dejar que la realidad arruine un Relato tan
bueno? (Donde hay fibra óptica disponible, salvo para servicios muy
especializados, no se utilizan los satélites, especialmente en datos
e Internet.)
A cinco
meses de su lanzamiento, el ARSAT-1, el satélite geoestacionario del
gobierno nacional armado en la Argentina y lanzado desde la Guayana
Francesa a un costo aproximado de 300 millones de
dólares, sigue absolutamente subutilizado.
Tan sólo
consiguió como clientes a algunos canales de TV abierta de estados
provinciales (peronistas), que los usan para alimentar sus repetidoras
regionales (Canal 7 de Rawson, Chubut; Canal 3 de Santa Rosa, La Pampa; Canal 9
de Rio Gallegos, etc.) y las señales K porteñas (estatales y
paraestatales): Encuentro, Paka-Paka, CN23, C5N. También el Canal
9 de Comodoro Rivadavia (Cristóbal López), así como algunos canales
de Telefé en el interior. Aparentemente, la señal del Canal 7
de Buenos Aires aún no está en el satélite, aunque se prevé que se haga
presente en poco tiempo más.
Fuera de
la conducción permanente de estas señales, hasta marzo de 2015 el ARSAT-1
hizo sólo transmisiones ocasionales. Como ejemplos pueden citarse
el discurso de la presidenta por el 31 aniversario del restablecimiento de la
democracia (10.12.2014) o el partido de segunda división de básquet por el
Torneo Nacional de Ascenso Ferrocarril Oeste y San Lorenzo de Almagro (05.01.2015).
Estas
modestas y limitadas actividades eran completamente previsibles, por
razones que serán explicadas más adelante. Salvo nichos de mercado específicos,
los satélites aportan muy poco a las telecomunicaciones hoy día, sean o no de
“fabricación argentina”. Este último mito será también tratado
en otra parte de este artículo.
El último refugio
Los
kirchneristas acusan frecuentemente a sus críticos de desear que al país le
vaya mal. O de estar tan cegados como para no reconocer supuestos logros
del gobierno en áreas como la tecnología de punta.
Estos
cargos han sido esgrimidos nuevamente tras el lanzamiento del ARSAT-1. Son
acusaciones típicas de los gobiernos que buscan manipular o intimidar a la
opinión pública, en una suerte de chantaje político-ideológico para acallar el
desacuerdo y con un evidente propósito de control autocrático. Porque
descontando algún caso patológico, ¿quién puede estar contento de que a su país
le vaya mal? ¿Cómo la discrepancia sobre políticas o medidas puede equivaler a una
traición a la patria?
Quienes
sí merecen el repudio son los ejecutores de tales estratagemas: los que
manipulan los conceptos de “patria”, “nación” o “soberanía” para conseguir
ganancias políticas o económicas de una parcialidad y/o para propagandizar logros
que no son reales. Son ellos los que comprometen al país en acciones mezquinas
o realizaciones engañosas, efímeras o contraproducentes. Samuel Johnson les
dedicó una frase lapidaria: “el patriotismo es el último refugio de los
canallas”.
Todo esto
viene a colación porque la puesta en órbita del ARSAT-1 se acompañó de un
insólito y falaz despliegue propagandístico. El lanzamiento del satélite, a
cargo de la empresa pública del mismo nombre, tuvo lugar el 16.10.2014.
(ARSAT es
la Empresa Argentina de Soluciones Satelitales, una sociedad estatal
creada por Néstor Kirchner para manejar un satélite que hasta entonces
pertenecía a un operador privado. Gradualmente, ARSAT fue ampliando sus
funciones hasta convertirse en una compañía general de telecomunicaciones del
Estado Argentino. Hoy es manejada por cuadros que responden al ministro de
Economía Axel Kicillof y a la agrupación La Cámpora.)
El
aparato de propaganda oficial se refirió invariablemente al “primer
satélite argentino”. Télam,
6-7-8, TVR y Página/12 —entre otros medios— se encargaron de
presentar el episodio como el comienzo de una nueva era en la cual Argentina
“accedía a la soberanía satelital”, ingresaba a un exclusivo club espacial,
dominaba la tecnología de fabricación de objetos espaciales y daba un salto
cualitativo en las telecomunicaciones.
Lamentablemente,
nada de esto es cierto. Se trataba, simplemente, del Relato K elevándose
por el espacio.
El relator
del Relato, Víctor Hugo Morales, no paró de hablar del tema y hasta
le dedicó una entrega de su programa televisivo Bajada de línea. Canal
7, que por semanas insistió con este tema como una de sus principales historias
periodísticas, presentó el mismo día 16 un programa especial de más de dos
horas: Argentina hacia la soberanía satelital.
Con el
elenco estable del kirchnerismo para estos menesteres (el propio Víctor Hugo,
Adrián Paenza), se transmitió “en vivo” el lanzamiento del satélite desde la
Guayana Francesa revistiéndolo con ribetes de epopeya nacional. El uruguayo
hizo un relato del lanzamiento como si se tratara del gol del barrilete
cósmico.
(Lanzamiento
en minuto 57:00)
Luego
vino la cadena nacional. El ARSAT-1, dijo la mandataria, es “un orgullo”.
También recordó la “decisión política” de Néstor Kirchner de crear en 2006 la
empresa estatal ARSAT y de poner en marcha el Programa Espacial Argentino (como
si Argentina no hubiera tenido una historia espacial previa iniciada en los
años 60, con lanzamiento de cohetes menores, envío de animales a la
estratósfera y varios satélites desde 1990).
Ni primero, ni “fabricado” …
Como
puede verse en el cuadro de más abajo, el ARSAT-1 de ninguna manera es el
primer satélite argentino ni es el primer satélite construido o integrado en la
Argentina. No es siquiera el primer satélite de comunicaciones geoestacionario
que usa la posición orbital argentina para dar servicio al territorio nacional.
Tampoco es el primer satélite “fabricado” en América Latina (ninguno ha sido
completamente elaborado en la región).
CUADRO DE SATÉLITES ARGENTINOS
Fuente: elaboración propia con
información de ARSAT, CONAE, INVAP, AATE, Universidad Nacional de
Córdoba y la National Administration of Space and Aeronautics (NASA) de
los Estados Unidos.
Se excluyen de esta lista los satélites canadienses
Anik-1 y Anik-2, lanzados en los años 80 y alquilados por la empresa
Nahuelsat SA entre 1993 y 1997. Igualmente se excluye el satélite
estadounidense AMC-6 alquilado en su totalidad por ARSAT SA entre 2006 y 2014.
En todos los casos, estos satélites fueron originalmente activados al servicio
de otros países. Por otra parte, el satélite SAC-B —que no aparece en la lista—
resultó en un lanzamiento fallido en 1996, ya que no se despegó totalmente del
cohete.
La novedad verdadera
En
efecto, el ARSAT-1 no es el primer satélite fabricado en la Argentina con
tecnología y materiales argentinos, como en forma propagandística
anunció el gobierno. Los satélites anteriores, así como las actividades
aeroespaciales argentinas previas, se habían concretado sin montar shows
políticos ni exhibiciones de nacionalismo ramplón
[1].
Ahora
bien, ¿presenta el ARSAT-1 alguna novedad verdadera? En realidad, se
trata del primer satélite de comunicaciones ensamblado en la
Argentina (sus principales componentes son extranjeros) para dar servicio
comercial al territorio nacional desde la posición orbital geoestacionaria [2] asignada al país.
(Satélites
científicos como el MUSAT o el Pehuensat-I también se
construyeron ensamblando componentes en el país. Por otro lado, la órbita geoestacionaria ya
había sido utilizada desde 1997 por un satélite similar, el Nahuel-1A, que
había sido construido en Europa; si bien era un artefacto al servicio de la
Argentina era propiedad de un consorcio internacional, el cual −como todos
los satélites argentinos, incluso el ARSAT-1− fue lanzado desde el extranjero.)
Es
evidente que delimitando cuidadosamente una descripción siempre se logrará
posicionarse como primero en cualquier cosa. Pero el Relato K ha querido
transformar al satélite argentino en una epopeya única cuando se trata de un
episodio común en el mundo y que no supone ninguna preeminencia para el país.
En primer
lugar, contar con un satélite no es nada excepcional desde hace muchos años.
Entre 1957 y la actualidad 51 países han enviado satélites al espacio,
incluyendo Italia (1964), España (1974), Indonesia (1976), Pakistán (1990),
Chile (1995), Turquía (1997), Sudáfrica (1999), Nigeria (2003), Colombia
(2007), Perú (2013) y Uruguay (2014).
En
segundo término, tener un satélite de comunicaciones en órbita geoestacionaria
—entre los más complejos tecnológicamente— tampoco representa nada del otro
mundo (valga la expresión). Desde los años 70 casi 40 países en el mundo
operan satélites de comunicaciones geoestacionarios similares al ARSAT-1.
Las siguientes son las fechas de los primeros satélites de comunicaciones de
cada país en el continente americano y la península ibérica: Canadá (1972),
Estados Unidos (1974), México (1985), Brasil (1985), España (1992), Argentina
(1997), Venezuela (2008) y Bolivia (2013). A fines de 2014 existen operativos
en todo el planeta cerca de 250 satélites de comunicaciones geoestacionarios de
uso civil.
Muchos
países consideran que no necesitan un satélite de comunicaciones propio. No
creen que sea una disminución a su soberanía alquilar un transponder
(canal de transmisión-recepción) en un satélite ya existente para sus
telecomunicaciones (esto depende del volumen de tráfico y de los operadores
interesados). Ese transponder puede encontrarse en un satélite global o
multinacional (Intelsat, Eutelsat, SES) o en un satélite de una nación cercana
(las naciones centroamericanas, por ejemplo, alquilan facilidades mexicanas).
Otros
países consideran que tampoco es un problema que en sus posiciones orbitales
“de bandera” (aquellas asignadas por acuerdos internacionales y que deben ser
usadas por los países respectivos) funcionen satélites de comunicaciones
privados y hasta de empresas “extranjeras” (por ejemplo, Brasil, Suecia o la
República Checa), siempre que estén autorizados y suministren servicios a la
nación en cuestión.
El
problema actual del mercado de satélites de comunicaciones civiles es que existe
una capacidad más que abundante de conexiones satelitales en el mundo. Los
satélites son un negocio poco rentable y casi en decadencia, dominado por
unas pocas compañías de actuación mundial que operan con grandes economías de
escala.
¿Por qué
ocurre esto? Desde hace más de dos décadas, la gran mayoría de las
comunicaciones mundiales se conducen a través de fibras ópticas terrestres y
submarinas; no por satélite. Las fibras han sido instaladas intensivamente en ciudades y trayectos
interurbanos e internacionales (aunque no todavía en el tramo de “última
milla” a los domicilios) y son más baratas, confiables y de mucha mayor
capacidad de transmisión que los satélites.
Al día de
hoy, los satélites de comunicaciones se usan exclusivamente para proveer
conexiones en zonas marginadas terrestres o contactos con embarcaciones y aeronaves
en navegación, así como para ofrecer servicios de televisión en las siguientes
variantes: TV directa al hogar (DTH, como DirecTV), conexión con unidades
móviles de emisoras y envío de señales a “cabezales” de sistemas de cable o
repetidoras del interior (estas últimas funciones pueden ser efectuadas también
por fibra óptica).
Sólo el
DTH es una actividad rentable per se, pero para prestarlo no es
necesario contar con un satélite propio, ya que se pueden alquilar los transponders
de numerosos satélites de comunicaciones que operen en las frecuencias
correspondientes y en las áreas de cobertura deseadas.
Otro
problema de los satélites de comunicaciones es que normalmente no permiten
ofrecer servicios interactivos (en forma directa) a los usuarios comunes (domiciliarios).
Existen servicios de Internet satelital que por su lentitud, carestía y
complejidad de infraestructura sólo se utilizan cuando no hay otra alternativa.
La aparición de una nueva tecnología —la banda de frecuencias Ka— podría
mejorar esta situación, pero es casi imposible que sea una competencia efectiva
al Internet por conductores (por línea ADSL o de TV cable) o incluso al
inalámbrico desde antenas terrestres.
Por su
parte, la telefonía móvil satelital terminó resultando un fracaso masivo debido
a su carestía y problemas. Estos teléfonos se emplean ante la carencia de
comunicaciones (zonas aisladas, plataformas petroleras, áreas marítimas, etc.)
o en casos especiales. Apenas existen unos miles en Sudamérica (hasta su
muerte, Alfredo Yabrán tenía uno de ellos).
El
ARSAT-1 no mejorará ninguno de los grandes problemas de que experimentan las
telecomunicaciones en la Argentina: no sirve para la telefonía celular y sólo podrá
proveer telefonía fija o Internet en lugares muy remotos y aislados, donde no
estén disponibles otras alternativas. En realidad, su principal uso se limitará
a una función muy específica: transportar contenidos de televisión al interior
del país, lo que en muchos casos se puede hacer también por conexiones de
fibra. Ese uso incluirá el DTH de la plataforma de la TV digital abierta
-TDA- estatal y, quizás, otro DTH comercial de alguna empresa “amiga” del
gobierno.
Cabe
recordar que el ARSAT-1 compite además con numerosos satélites cuya área de
cobertura comprende la Argentina (aunque por exigencias “de bandera” tiene la
ventaja de ser el único satélite sudamericano que llega a la Antártida).
En un
contexto de políticas estatistas y proteccionistas, el gobierno argentino puede
siempre desarrollar la tentación de forzar a operadores nacionales a contratar
servicios en el ARSAT-1 a mayores precios que los internacionales o a
restringir la competencia para favorecer su propio satélite. Si esto ocurriese,
la supuesta “soberanía satelital” puede significar prestaciones o tarifas más desfavorables
para consumidores o pymes. De hecho, esto ya está contemplado en un artículo de
la Ley Argentina Digital.
¿Perdida en el espacio?
La
presidenta Cristina Kirchner no paró hacer afirmaciones inexactas (o bizarras)
sobre el satélite: “El ARSAT-1 fue construido íntegramente en Argentina”,
señalaba en un tuit del 16.10.2014. En su página oficial de Internet
(01.09.2014) dijo: “ARSAT-1 [es] el primer satélite geoestacionario 100%
argentino. Todo esto no es milagro ni suerte, tampoco viento de cola. Es
voluntad política, decisión de gobierno y política de Estado”.
Su estilo
autorreferencial, en este caso aplicado al satélite, apareció el
mismo 16.10.2014 en cadena nacional: “Si yo no hubiese ganado [las
elecciones], ¿tendríamos el ARSAT en el espacio? Es una pregunta que deben
hacerse todos los argentinos […] Estoy absolutamente segura de que los
satélites no se pueden derogar [y son] una conquista de todos los argentinos
[…] Estamos en el espacio, somos el primer país latinoamericano que produce en
forma nacional un satélite geoestacional [sic]. Tenemos mucha emoción”.
También
el día 16 escribió en un tuit: “Argentina se suma al selecto club de
países que producen este tipo de satélites, USA, Rusia, China, Japón, Israel,
India y la Eurozona”.
El diario
madrileño El País relativizó estas afirmaciones en un artículo con
título burlón: “El satélite 100% argentino que se fabricó en Europa” (08.09.2014). Daba a conocer que “la
carga útil” del ARSAT-1 (los instrumentos tecnológicos que le permiten realizar
su función) resultó fabricada “por Thales Alenia Space, una empresa europea
que fue licitada por INVAP para esta tarea. Lo mismo pasó con los sistemas de
propulsión y el ordenador de a bordo, que han sido encargados a Astrium, una
filial de la multinacional europea EADS”.
Termina
el periódico español: “De hecho, la gran mayoría de los componentes físicos
del ARSAT-1 han sido fabricados fuera de Argentina”. Un periodista de ese
medio se puso en contacto con el gobierno argentino requiriendo precisiones,
pero el vocero oficial se negó a revelar qué parte de los componentes era
nacional.
Un cable
de Télam del 16.10.2014 contradijo a la presidenta y a la propaganda generada
sobre este tema y sostuvo que el “50%” de los componentes del ARSAT-1 son
nacionales, recogiendo declaraciones del presidente de ARSAT, Matías Bianchi,
un hombre del ministro Kicillof. Pero incluso la veracidad de esta afirmación
suscita serias dudas después de que Bianchi agregó: “Francia, uno de los
países con mayor experiencia en la construcción de satélites, también está en
ese porcentaje”. Es decir que, para Bianchi, no hay grandes diferencias
entre la capacidad tecnológica satelital de Francia y la de Argentina.
Cedamos
la palabra a Pablo de León, ingeniero aeroespacial argentino residente en los
Estados Unidos:
“El
ARSAT-1 es un satélite de diseño europeo, es un bus estándar que ya existe
desde hace algunos años. Te lleva 5 minutos de búsqueda en Internet y saber un
poco de inglés el darte cuenta que todo el hardware y soft es comprado. Es un
desarrollo de Astrium y Thales principalmente, con el aporte de otras empresas,
casi todas europeas, y algunos pocos componentes norteamericanos. En el ARSAT-1
no hay desarrollo nacional, no hay know-how nacional, y no hay
componentes nacionales. Todo fue desarrollado afuera”.
Cualquiera
sea la verdad sobre el porcentaje exacto de elementos nacionales, la cuestión
es que sus partes esenciales son extranjeras. El satélite “argentino”
resultó tan ensamblado como un celular de Tierra del Fuego, un Ford Fiesta
de General Pacheco o una computadora de Galería Jardín.
Fue la
compañía estatal INVAP (Investigaciones Aplicadas SE) la que realizó el
ensamblaje. Esta sociedad del Estado, creada en los años 70 por la Comisión
Nacional de Energía Atómica (CNEA), es una especie de brazo ejecutor de
proyectos de tecnología de punta del Estado Argentino.
Se
considera que INVAP funciona en forma eficiente, seria, a cubierto de las
vicisitudes políticas y que ha alcanzado varios éxitos tecnológicos para el
país, aunque es difícil separar el mito de la realidad: nunca se ha hecho un
estudio a fondo de sus actividades. Su gerente general, el físico Héctor
Otheguy, ocupa el cargo desde hace ya un cuarto de siglo. Ha concurrido varias
veces a 6-7-8, califica a la presidente Cristina Kirchner como “la
presidenta de la ciencia y la tecnología” y le ha respondido con argumentos
políticos a figuras opositoras que objetaron algún aspecto del satélite.
El hecho
de que el INVAP haya realizado en Argentina el “diseño” del proyecto, la
integración de los componentes y el testeo tiene su mérito. Sin embargo,
muchos países, si se lo propusieran, también podrían fabricar su propio
satélite a partir de ensamblajes o usando más o menos componentes nacionales.
Pero no lo hacen por razones competitivas; de la misma forma que, por ejemplo,
ni Canadá, ni Australia, ni Japón, ni Sudáfrica fabrican aviones para sus
propias aerolíneas comerciales —aunque podrían hacerlo, con mayoría de
componentes propios o ensamblados— y, en cambio, prefieren comprar ya hechos
los Boeing o los Airbus. No creen que eso comprometa su soberanía ni su
desarrollo. (Sobre el caso de la aeronáutica brasileña Embraer ver la
nota al pie número [3] de este artículo.)
En
realidad, sólo Estados Unidos, Rusia, Japón, China y la Eurozona (como unidad
de 17 países) armaron alguna vez satélites sin recurrir a componentes
“extranjeros”. Pero hoy día, en virtud de la producción globalizada, ningún
país usa un 100% de piezas “nacionales”, aunque es cierto que aquellos países
pueden alcanzar un grado de integración muy alto de elementos propios.
Por otro
lado, cabe recordar que Argentina tampoco tuvo nada que ver con el lanzamiento.
Menos de 10 países en el mundo, entre los cuales no figura ninguna nación
latinoamericana, tienen la capacidad de lanzar satélites y sólo la mitad de
ellos pueden ubicar objetos en la lejana órbita geoestacionaria, como la
que usan los satélites de comunicaciones comerciales.
En Argentina
dos organismos distintos están probando cohetes desde aproximadamente
2007, en medio de un gran secreto y algunos fracasos, sin que resulte claro
cómo se coordinan. Se trata de los cohetes Tronador (de la
Comisión Nacional de Actividades Espaciales, CONAE, dependiente del ministro
Julio De Vido) y los Gradicom (del Centro de Investigaciones
Científicas y Tecnológicas para la Defensa, CITEDEF –ex CITEFA−, dependiente
del ministro Agustín Rossi).
Estos
cohetes se encuentran en una etapa de ensayo, pero nunca se informa
oficialmente sobre los resultados de los lanzamientos. Se supone que algunos
han llegado hasta los 100-120 km de altura, pero tampoco se brindan datos
oficiales al respecto. Lo mismo ocurre con los accidentes: frente al hermetismo
gubernamental, se supo por ejemplo en 03.2014 que un cohete Tronador II lanzado
desde Pipinas (provincia de Buenos Aires, cerca de la base aeronaval Punta
Indio) se desplomó luego de elevarse dos metros.
Ojalá que
los intentos de los científicos argentinos fructifiquen más allá de las
coyunturas relacionadas con los diferentes gobiernos, pero la verdad es que con
la poca información disponible hoy es muy difícil evaluar si estos esfuerzos
conducirán a algún lado. Nunca se puede saber hasta qué punto estos intentos
están “contaminados” con el efectismo K.
No puede
ser que un programa de este tipo esté rodeado por el secreto cuando en realidad
debería ser todo lo contrario: debatirse con la máxima información entre la
comunidad científica, formuladores de políticas y equipos de diferentes
partidos.
Todo
indica que es poco probable que estos cohetes puedan servir en un
futuro cercano para lanzar satélites. Se supone que para colocar los
satélites en órbitas más bajas deben llegar a los 300 – 500 km y tener una
robustez de la cual esos artefactos aún carecen. Para lanzar un satélite
de comunicaciones (geoestacionario) hace falta que se eleven a 36.000 km,
es decir, trescientas sesenta veces más alturas de lo que se habría alcanzado
hasta ahora.
En 2010
el director ejecutivo de la CONAE prometió que en 2013 Argentina estaría en
condiciones de poner satélites en órbita, pero han pasado dos años de ese plazo
y no hay avances en la materia.
(Brasil
ha intentado infructuosamente lanzar satélites al espacio al menos en tres oportunidades.
El intento más importante fue en 2003, desde la base espacial de Alcántara,
Maranhão, pero el cohete estalló. El accidente dejó una veintena de muertos y
destruyó la infraestructura de lanzamiento. Pese a estos percances, Brasil está
más adelantado que la Argentina en la tarea de colocar un satélite en órbita
con medios propios.)
Nora Bär
escribió el 16.02.2015 una excelente (y objetiva) nota en La Nación
sobre el programa Tronador.
Conclusiones
¿Qué
quiere decir todo esto? ¿Estuvo bien ensamblar el satélite por medio de INVAP?
¿Fue acertado lanzarlo? ¿Es conveniente que lo opere ARSAT? ¿Puede generarse un
sector satelital sustentable que le permita a Argentina disfrutar mejor de esta
tecnología y exportar en forma sistemática[3]? ¿Las críticas contra el satélite son
objeciones de peso? ¿O vienen de sectores mezquinos que no quieren que el
país sobresalga tecnológicamente y que no pueden reconocer éxitos del
gobierno?
Aquí hay
una gran ensalada de cosas diferentes, servida intencionalmente por el
gobierno, que es necesario separar cuidadosamente para poder evaluar cada
ingrediente en forma separada: una cosa es el INVAP, otra cosa la “fabricación”
del satélite, otra cosa es la necesidad y conveniencia de ARSAT y otra cosa es
que Argentina opere un satélite y bajo qué condiciones.
No cabe
duda que el país debe contar con un sector de ciencia y tecnología
fuertemente apoyado por el Estado, sin que esto signifique coartar desarrollos
privados. Y nadie puede mandar a ningún científico e investigador a “lavar los
platos” como hizo un exministro de Economía. Ese sector debe estar no sólo
regido por políticas de Estado, sino también tener un plan de prioridades.
Es que,
aunque parezca una perogrullada, Argentina no es una potencia mundial y no
puede investigar ni desarrollar cualquier cosa, ni hacerlo a cualquier costo.
Pero sí puede enfocarse, a través de INVAP, en temas específicos
aprovechando ventajas comparativas —incluyendo cierto acervo tecnológico
acumulado “nacionalmente” en algunas áreas—, en cuyo marco existan
oportunidades de lograr know-how propio.
Estas
tareas deben desembocar en aplicaciones tecnológicas útiles al país y generar
una industria exportadora sustentable. El ya aludido caso de la industria de
reactores nucleares de la CNEA/INVAP ejemplifica bien este punto y es una
historia exitosa.
Pero
puede haber fracasos muy caros y hasta terroríficos. Entre ellos resaltan sin
duda los intentos de construir submarinos de propulsión nuclear argentinos
(anunciados desde hace más de 30 años) y que consumieron inútilmente miles (sí,
miles) de millones de dólares desde entonces.
Aunque
resulte increíble, mientras al Ministerio de Defensa se le hundían barcos solos
(ver Google Earth, coordenadas 38º 53′ 42.50″ S, 62º 06′ 15.50″ W,
imágenes de 2014, en Puerto Belgrano) y mientras el Ministerio de
Planificación no puede garantizar electricidad en el verano, este proyecto de
submarinos nucleares se volvió a anunciar durante la etapa K.
A menor
escala figuró la fallida Resolución 44 de la Secretaría de Industria que, en
los años 80, buscó infructuosamente desarrollar hardware informático en
el país. (Un caso diferente, por sus repercusiones negativas de política
internacional, fue el cancelado proyecto secreto del misil Cóndor II
desarrollado igualmente en la década del 80 y financiado por naciones árabes).
Sobre el
satélite en sí mismo, quizás no estuvo mal el proyecto de ensamble para
demostrar las posibilidades del país. (Un satélite típico de comunicaciones
cuesta alrededor de 280 millones de dólares, más unos 30 millones de esa moneda
en concepto de lanzamiento; son aproximadamente los costos efectivos
del ARSAT-1.) Lo que estuvo mal es la utilización política de este
hecho, rodeada de una retórica tan triunfalista como basada en falsedades.
Como ya
se ha visto, muy poco de este artefacto respondió a tecnología “argentina”. La
tecnología de satélites de comunicaciones no encierra ningún misterio y es
ofrecida por numerosos fabricantes mundiales. Por lo demás, países como los
latinoamericanos adquieren satélites de comunicaciones cada 10 o 15 años. (En
los últimos 30 años, Latinoamérica ordenó solamente una decena y media de
satélites de comunicaciones a cinco o seis fabricantes distintos y no se prevé
que el ritmo de encargos de objetos de este tipo se incremente
indefinidamente.)
Todo esto
determina un mercado relativamente pequeño para que una nación como Argentina
pueda participar con éxito en esta industria, sirviendo verdaderamente a
necesidades internas y de exportación. Sin embargo, sí tiene más sentido la
investigación y desarrollo de componentes y diseños para satélites científicos
y experimentales (como los SAC, ver cuadro), donde Argentina puede mostrar
algunos logros reales.
En
cambio, ARSAT exhibe un historial bastante decepcionante. Se dice que la
empresa fue creada de apuro para evitar que Argentina perdiera las posiciones
orbitales “de bandera”, asignadas por acuerdos internacionales, debido a la
desastrosa gestión de Nahuelsat S.A., la empresa mayoritariamente extranjera
que se encargaba del satélite argentino (Nahuel 1) desde 1997.
Pero esta
es una verdad a medias. El carácter privado de Nahuelsat no tuvo que ver con el fracaso de
esta operación: con muy pocas excepciones, casi todos los satélites de
comunicaciones de Occidente son propiedad de empresas particulares. Lo que
ocurrió es que Nahuelsat se vio duramente golpeada por la crisis y devaluación
de 2001. Pero, al contrario de otras compañías, no recibió ayuda ni apoyo
del gobierno.
Pocos
recuerdan que Guillermo Moreno fue titular de la Secretaría de
Comunicaciones durante los tres primeros años del gobierno de Néstor Kirchner.
Allí comenzó su fama de mantener reuniones con una pistola sobre su escritorio
y fue en esa etapa cuando se desarrolló una fuerte animosidad entre el gobierno
y Nahuelsat. Moreno fantaseaba entonces con crear una red celular estatal y con
el monopolio estatal de los servicios satelitales.
La
inseguridad jurídica resultante —y el espanto que causaba Moreno, aún
desconocido a nivel público— influyeron para que Nahuelsat pospusiera
indefinidamente el lanzamiento de otro satélite para cubrir la segunda posición
orbital asignada a Argentina. La compañía no sólo no quería operar un
segundo artefacto, sino deshacerse del único que tenía, ya al punto de la
obsolescencia. Al final lo consiguió: se lo vendió al Estado Argentino por… ¡un
peso! Así se creó ARSAT.
Ya en
2005, Moreno alquiló en condiciones leoninas un satélite canadiense de segunda
mano para cubrir la segunda posición orbital. Lo bautizó Pueblo
Peronista-1 (PP-1) y a los 33 días dejó de operar. A la vez, el
satélite que acababa de adquirir a Nahuelsat también se tornó completamente
inutilizable. Para 2007, Argentina tenía dos posiciones orbitales asignadas y
ningún satélite operativo. Esta situación, por supuesto, implicaba un peligro
real: Argentina debía emplear tales posiciones luego de un tiempo o se
perderían en favor de otros países.
El Estado
Argentino podría haber licitado, con las debidas garantías, ambas posiciones —como hacen gran parte de los
países, incluso México y Brasil—, preservándolas mediante la colocación de dos
satélites operados por compañías privadas responsables y comprados a cualquiera
de los fabricantes de plaza. Esto hubiese permitido resolver el problema en aproximadamente un
año y medio. Además, tal solución no le hubiera costado un peso al gobierno, sino
que, más aún, hubiera generado ingresos a las arcas fiscales como
resultado de los impuestos cobrados a tales compañías.
Debido a
que se trata de las posiciones orbitales “de bandera”, de haberse seguido este
proceder, las compañías adjudicatarias de las órbitas tendrían ciertas
obligaciones mínimas, como suministrar una señal más potente sobre suelo
argentino (posibilitando el uso de parabólicas más pequeñas), así como llegar
con sus señales hasta la Antártida (cosa que los satélites competidores no
pueden hacer).
Pero el
gobierno kirchnerista prefirió que la estatal ARSAT construyese y operase los
satélites y se tomó para ello nada menos que ocho años, lo cual forzó a
que Argentina alquilara durante ese periodo dos satélites usados, pagando
decenas de millones de dólares.
Frente a
los casi mil millones de dólares que el Estado Argentino desembolsará en los
tres satélites de ARSAT (además del ARSAT-1 se planean dos más para los próximos años,
los que previsiblemente generarán una mayor sobreoferta de conexiones) sus
beneficios serán muy escasos. Más que nada serán aprovechados por canales de TV
estatales (incluida la TDA estatal, que sólo emite señales oficialistas y
apenas es vista por una audiencia mínima) y algunos canales y señales de cable
privadas.
Además,
los ARSAT competirán con una decena de sistemas (satélites latinoamericanos,
norteamericanos, europeos y multinacionales) que brindarán servicios
parecidos en las mismas áreas geográficas.
Precisamente
por esta competencia de “cielos abiertos” en telecomunicaciones satelitales la
importancia de las posiciones orbitales “de bandera” ha tendido a diluirse, ya
que hoy día desde una posición orbital de un país se suministran servicios a
muchos otros. Muchos satélites pertenecen a empresas globales o “extranjeras”,
respecto del país titular de las órbitas, y sin embargo prestan servicios a ese
y otros países sin problemas.
Por
ejemplo, los satélites de comunicaciones mexicanos son operados en la
actualidad por tres entidades: Eutelsat (multinacional francesa), QuetzSat
(consorcio entre capitales privados nacionales y la multinacional europea SES)
y la SCT (estatal).
Y en
un país tan “nacionalista” como Brasil, sus satélites de comunicaciones
civiles están en manos de tres compañías completamente privadas y “extranjeras” [4]: los StarOne son de Embratel/Claro —empresa del
magnate mexicano Carlos Slim que paradójicamente carece de artefactos sobre su
propio país—, los Hispamar pertenecen mayoritariamente a la española
Hispasat (a ellos tiene acceso Telefónica, igualmente española) y el
satélite Telstar es propiedad de Telesat, de origen canadiense.
(Claro y Telefónica operan empresas de telefonía fija y celular en el
territorio brasileño.)
Entre
2011 y 2014 ARSAT devengó déficits del orden de los 2.000 a 4.000 millones de
pesos anuales —según datos de las cuentas ahorro-inversión que publica el
Ministerio de Economía— y suele recaudar no más de 10 por ciento de su
presupuesto. Es decir, sus números generan unos rojos comparables a los de
Aerolíneas Argentinas, pese a que desde 2007 ARSAT está exenta de pagar
impuestos (incluso IVA y gravámenes nacionales).
Como
empresa, y no sólo en el campo satelital, ARSAT exhibe más fracasos que logros.
Sus abultadas pérdidas no han servido siquiera para alcanzar objetivos sociales
ni de alta tecnología.
Desde
2010 ARSAT llenó el país de transmisores terrestres de la Televisión Digital
Abierta (TDA) y repartió más de un millón y medio de decodificadores para
que los aparatos de TV más antiguos pudiesen captar la señal. Este
despliegue costó hasta fines de 2014 unos 7.000 millones de pesos y se hizo
para transmitir señales oficialistas y “amigas” del gobierno, al margen de la
Ley de Medios y en violación de ella en varios aspectos: convierte en
canales abiertos de alcance nacional a varias señales privadas que no deberían
llegar a más del 35% de la población. Tanto empeño e inversión sólo han
generado una audiencia regular mínima: 100.000 hogares (el uno por ciento de
los hogares del país, según estudios)
Por otra
parte, ARSAT creó a un costo considerable una Red Federal de Fibra Óptica
de unos 25 mil kilómetros de extensión y que recorre todas las provincias
argentinas. Esa Red, que hasta ahora costó unos 10.000 millones de pesos,
permanece desde hace dos años “apagada” (salvo un pequeño tramo en el
estrecho de Magallanes y otro en la provincia de Buenos Aires) porque no se
sabe qué hacer con ella ni qué política de precios e interconexiones
se debe establecer.
En 2012,
ARSAT se propuso crear una empresa celular estatal. Se le buscó un nombre:
Libre.ar, un logo, un slogan (“y los libres del mundo responden”). Y
hasta se filmaron avisos publicitarios que sólo aparecieron en Internet. Todo
este movimiento —como es costumbre en el kirchnerismo— generó jugosos pagos y
comisiones. Pero la compañía no se creó ni se creará jamás: urgido por
exigencias de caja, el gobierno prefirió cobrarles miles de millones de dólares
a las operadoras celulares existentes para venderles espectro.
Otro
proyecto fallido de ARSAT fue un descomunal megacentro de datos emplazado
en la estación Benavídez, a un costo secreto, pero aparentemente sustancial.
Entre otras cosas se buscaba que los organismos estatales lo usaran como centro
de acopio de información. El periodista Diego Cabot, de La Nación,
aludió a la “resistencia de los organismos públicos de entregar el tesoro de
los datos a […] Julio De Vido y sus muchachos. Aún resuenan las carcajadas que
se sintieron [cuando la AFIP] recibió el pedido de mudanza de sus datos”.
La
Auditoría General de la Nación (AGN) ha emitido informes muy críticos de
ARSAT. Entre otras cosas ha señalado que el tendido de fibra óptica sufrió
importantes demoras y que ARSAT recurrió a varios fideicomisos para
financiar obras que no fueron aprobadas por ley. En el caso de la TDA el
organismo afirma no saber con precisión cuántas antenas y decodificadores
se entregaron. Algunos de estos últimos llegaron a repartirse en zonas en las
que no existían transmisores. Peor aún, destaca que la fabricación de los
decodificadores, que iba a ser originariamente efectuada por INVAP, terminó
tercerizándose —acto prohibido por el contrato— en beneficio de empresas amigas
del gobierno (como una compañía de los Cirigliano, exresponsables del
Ferrocarril Sarmiento).
La AGN ha
encontrado también irregularidades en los casos satelitales (Actuación 195/10).
Dice que “no se adoptaron los recaudos” necesarios para ocupar las órbitas en
tiempo y forma, que hubo “deficiencias en la tramitación de expedientes” y
“falta de integridad en la documentación”. El mismo organismo denunció a
ARSAT a fines de 2012 a la Unidad de Información Financiera (UIF) por sospechas
de lavado de dinero y alquiler de títulos de deuda argentina por 51 millones de
pesos a un operador de mercado. Al final de este acuerdo, ARSAT cobraría capital
e intereses.
Por
supuesto, la AGN no puede auditar el grado de veracidad o propaganda del
discurso emanado del poder político. Pero cualquiera que cotejara lo que se
dice desde el gobierno con la realidad del ARSAT-1 llegaría a la misma
conclusión: la llamada “soberanía satelital” y los satélites “fabricados” en
la Argentina son partes de un Relato que ha llegado hasta el espacio.
+
_______________________________________________________________
[1] Incluyendo, por ejemplo, el poco conocido caso en
1969 del envío a la estratósfera –82 kms- del mono Juan en un cohete
Canopus despegado desde la base de El Chamical, en La Rioja, experimento a
cargo de la entonces Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) de
la Fuerza Aérea Argentina. El animal fue recuperado vivo tras el descenso del
artefacto.
[2] Los satélites de comunicaciones civiles usan casi
exclusivamente órbitas geoestacionarias. En esas orbitas, ubicadas a 36.000 kilómetros de
altura sobre la línea ecuatorial, los artefactos rotan a la misma velocidad que
la Tierra, por lo cual aparentan estar fijos y siempre en la misma posición
para un observador terrestre. Eso hace posible que las antenas parabólicas
apunten a una dirección fija para trabajar con un satélite determinado (como
las antenas de DirecTV).
Existe un número limitado de órbitas
geoestacionarias alrededor del planeta, por lo cual la Unión Internacional de
Telecomunicaciones (UIT, organismo multilateral) atribuye órbitas definidas a cada nación.
El país titular de la posición orbital geoestacionaria goza del derecho
exclusivo de autorizar a un operador satelital específico para el uso de dicha
posición, por eso se llaman a veces posiciones orbitales “de bandera” y, a los
satélites estacionados sobre las mismas, “satélites de bandera”.
Los satélites de una posición externa al
determinado país pueden cubrir el territorio de este último (es decir, prestar
servicios de telecomunicaciones en él) sólo si dicho país los autoriza.
Por último, si una nación no utiliza una posición
orbital geoestacionaria luego de cierto tiempo, puede perderla en favor de otra
nación.
[3] Como los reactores nucleares para la generación de
radioisótopos que la CNEA vende desde los años 60 a Australia, Argelia, Egipto
y Perú. Brasil presenta otro caso interesante: Embraer, la tercera
exportadora de aviones de transporte civil de pasajeros en el mundo luego de
Boeing y Airbus. Es un caso de éxito desarrollado inicialmente por el Estado
brasileño cimentado por una política realista e inteligente de buscar en forma
oportuna una ventaja comparativa en el mercado aeronáutico internacional,
si bien su verdadera proyección tuvo lugar tras su privatización en 1994 (el
gobierno brasileño conserva la “acción de oro” de la compañía).
[4] Brasil pondrá en órbita en 2016 un satélite
geoestacionario estatal de comunicaciones para uso exclusivo de las oficinas de
gobierno y unidades militares, construido por la firma francoitaliana
Thales-Alenia y que será lanzado desde la Guayana Francesa.
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