Así hackean tu mente los gigantes de Silicon Valley para hacer negocio
23/01/2019 David Martínez Pradales @dmartinezpr
Imagen:Pixabay
Solo hace falta echar un vistazo al mundo para comprobar que, a menudo, tomamos decisiones que van en contra de la lógica o, incluso, de nuestros intereses. Descartado el hecho de que podemos ser estúpidos –eso nunca- habrá que recurrir a la excusa de las trampas mentales para justificar nuestros actos. Unas añagazas que se hallan en la base de la llamada economía conductual y que son utilizadas por los grandes de internet nacidos al calor de Silicon Valley para mejorar sus cuentas de resultados.
silicon valley te conoce mejor que tú
La capacidad de nuestro cerebro es inmensa pero limitada y, por ello, tiende a utilizar atajos para interpretar la realidad a partir de la información disponible y tomar decisiones. Aunque, a primera vista, pueda parecer que esta tendencia es síntoma de un mal funcionamiento, en realidad es necesaria para sobrevivir, pues si analizáramos todos los datos que tenemos a nuestro alcance sería imposible tomar decisiones.
En el otro lado de la balanza, estas vías rápidas nos pueden llevar a cometer errores de percepción e interpretación. Que se lo digan, si no, a los votantes de ciertos políticos populistas y tantos divulgadores de fake news. No en vano, la economía conductual considera que nuestras opiniones son el resultado de atender información que confirma lo que ya creemos, e ignorar información que contradice nuestras creencias.
Este comportamiento de nuestro cerebro y su utilización por parte de los gigantes de Silicon Valley para hacer negocio es analizado en el libro "Quiero decidir yo", escrito por Ana Vásquez Maya, experta en cultura digital que conoce de primera mano este punto geográfico del planeta, bucólico paraíso de la nueva economía.
quiero decidir yo…¿pero puedo?
La economía conductual basada es esta "pereza mental" supone una disrupción frente a la economía clásica porque introduce el elemento irracional en los agentes económicos y está en la base de la economía digital. Entre estos factores irracionales se encuentran, cómo no, los relacionados con nuestros deseos más oscuros e inconfesables.
No es extraño, por tanto, que Reid Hoffman, cofundador de LinkedIn y una de las grandes estrellas de Silicon Valley, popularizara la idea de que las redes sociales que mejor funcionan son las que tienen que ver con los pecados capitales. ¿Cómo no relacionar a Instagram con la vanidad, a Tinder con la lujuria o a Twitter con la ira?
Tal como explica en su libro Ana Vásquez, los preceptos de la economía conductual exigen a las empresas que quieran tener éxito, no solo contar con un servicio atractivo que cubra una demanda, sino también conectar con las emociones del usuario, entender sus sesgos cognitivos y conocer, sirviéndose de herramientas de big data, sus gustos y patrones de comportamiento.
economía conductual y manipulación
Gracias a este conocimiento, compañías como Amazon, Facebook o Google pueden desarrollar herramientas –estrellas, corazones, dedos hacia arriba, etc..- que permiten expresar nuestras opiniones sobre tal o cual producto, generando una forma de presión social, una mano invisible basada en la necesidad de compartir sesgos mayoritarios, que nos hace seguir utilizando sus plataformas, aunque pongan en peligro nuestra privacidad o se utilicen para darnos una visión distorsionada, cuando no manipulada, de la realidad. Son monedas de cambio es el mundo de la "gratuidad".
Pagamos con nuestra información y, con ella, permitimos a empresas como Facebook, Twitter o Netflix generar burbujas en las que nos enclaustramos, ajenos a cualquier información que no sea afín con nuestras ideas y prejuicios y que permiten a estas plataformas ofrecernos servicios "personalizados".
Se estima, por ejemplo, que el 75% del tiempo que pasamos en Netflix lo hacemos consumiendo contenido que nos recomienda su algoritmo. Sin embargo, pensamos que somos nosotros los que elegimos los contenidos que consumimos.
miedo a la pérdida
También creemos que es decisión nuestra contratar tal o cual servicio o darnos de baja del mismo. ¿Recuerdas la última vez que te suscribiste de forma gratuita por tres meses al servicio Premium de Spotify o Amazon Prime? ¿Y te has dado de baja de alguno? Si no lo has hecho, tranquilo porque has caído en la trampa de un sesgo cognitivo llamado "aversión a la pérdida", tal como explica en "Quiero decidir yo", Ana Vásquez.
Este sesgo, que tiene una razón evolutiva, pues los organismos que tratan las amenazas de perder algo -su vida, por ejemplo- con mayor urgencia tienen más probabilidades de sobrevivir, se halla en la raíz de estrategias comerciales que activan nuestro temor a la pérdida. Por eso nos resulta tan tentador comprar un producto con existencias limitadas o empresas como Uber evitan el contacto con el dinero y la experiencia de pagar.
De hecho, eliminar el intercambio de monedas y billetes es una de las grandes disrupciones de la economía digital porque la acción de pagar con un simple click reduce el sentimiento de perder dinero para abonar un servicio que, también con el objetivo de mitigar la sensación de pérdida, siempre se valora en cantidades pequeñas (0.99€) o de apariencia menor que la real (9,99€).
En el libro de esta experta en economía conductual, podemos leer ejemplos que nos ilustran cómo se relaciona el sesgo de la pérdida con el sesgo de posesión, que también puede ser virtual. Este es el condicionante que explica por qué las tiendas de Apple parecen bibliotecas en las que los clientes pasan mucho tiempo tocando los productos de la exposición sin comprar y sin recibir presión por parte de los dependientes.
La explicación es que, de esa forma, se activa el sesgo de posesión virtual que aumenta las probabilidades de que la compra se produzca. "Mientras más escuchas, más pagas", es el lema del CEO de Spotify, Daniel Ek, conocedor de que el 80% de los que ahora pagan por el servicio empezaron con una cuenta fremium.
Starbucks también apela a este sentimiento de posesión cuando escribe nuestro nombre en un vaso de papel y personaliza "tu" café. Esta cafetería también activa otro sesgo, el de contexto, que hace que los consumidores encontremos normal pagar más de tres euros por un café helado. En Starbucks no hay cortados, hay macchiatos; no hay magdalenas, sino muffins que consumimos en un entorno pretendidamente cool.
anclas y todo gratis
Ana Vásquez deja para el final de su libro las anclas y el concepto gratis, que son las tretas favoritas de la economía digital, según esta autora. El sesgo de anclaje fue utilizado por Steve Jobs cuando, en la presentación del iPad, se refirió a la cantidad de 999 dólares como la recomendada por los expertos para, acto seguido, anunciar el verdadero precio de 499 dólares.
Y es que, cuando consideramos el valor inicial de algo, cualquier estimación futura se mantiene siempre cerca de ese valor. Este sesgo también explica la utilización por las marcas del llamado Precio de Venta Recomendado.
En cuanto a la idea de gratuidad es un sesgo cognitivo que nos lleva a pagar por Amazon Prime a pesar de que los envíos gratis no compensen el coste de los productos que hemos comprado de más para llegar a la cifra mágica de la compra superior a 29 euros.
medidas para luchar contra nosotros mismos
Es difícil resistirse al efecto de estas estrategias comerciales de la economía conductual pero se pueden tomar medidas como hacer cuentas mentales del coste de una transacción, no introducir o guardar el número de la tarjeta de crédito en la web donde se efectúa la compra o generar contextos que favorecen el autocontrol, como autoimponernos multas cuando sucumbimos a las tentaciones.
En todo caso, tal como señala Vásquez, no esperemos muchos resultados de estas tácticas de defensa pues, hasta el propio Ulises, tuvo que atarse a un mástil para resistir en embrujo del canto de las sirenas después de 10 años sin pisar su hogar en Ítaca.
Al fin y al cabo, la tentación en muy fuerte ya que, más allá de estas estrategias basadas en los atajos de nuestra mente, son muchos los atractivos de las nuevas sirenas digitales. Pobre Penélope, tan analógica y avejentada después de tanta espera.
Ulisis y las sirenas, Ulises y las sirenas, de John William Waterhouse. 1891.
Hablemos más y fabulemos menos
Estudios y ensayos alertan del peligro del auge digital en detrimento de la conversación
La conversación interpersonal está viviendo malos tiempos; en diez años, la capacidad de empatía entre jóvenes universitarios ha disminuido en un 40% (Xavier Cervera)
Núria Escur, Barcelona
24/01/2019
Vivimos sumergidos en un estado de constante conexión. Sherry Turkle lleva treinta años investigando sobre los efectos de las nuevas tecnologías en la sociedad. La socióloga y psicóloga norteamericana, nacida en Nueva York en 1948, está considerada principal eminencia mundial en esos temas y ofrece en su ensayo En defensa de la conversación (Ático de los Libros) los resultados de un estudio de cinco años en el interior de escuelas, familias, grupos de amigos y oficinas de trabajo.
Su proyecto nació el día en que se dio cuenta del miedo que suscitaba el simple hecho de conversar en quienes entrevistaba para sus estudios sociológicos. "Los jóvenes sentían pavor al enfrentarse a una conversación, huían de ella, conversar les parecía demasiado esfuerzo, y responder a una llamada de teléfono les desestabilizaba".
Mantiene The Guardian que Turkle no está contra de la tecnología, sino a favor de la conversación. Su antídoto es simple: deberíamos hablar más los unos con los otros. Estudió Sociología y Psicología en la Universidad de Harvard, es profesora de Ciencias Sociales y Tecnología en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y ha escrito siete libros sobre la interacción del ser humano con la tecnología.
Esta son algunas de las principales consecuencias sobre el comportamiento que la socióloga detectó en quienes estaban enganchados al mundo digital: 1) falta de empatía (algunos jefes de estudio confesaban que niños de apenas 8 años eran incapaces de ponerse en el lugar de un niño lesionado, le aislaban porque ellos no se habían desarrollado emocionalmente); 2) en las redes se conoce a gente, pero muy superficialmente; 3) sólo sabían pedir disculpas o romper una relación por WhatsApp, lo que les inutilizaba para enfrentarse a la vida real; 4) falta de atención hacia los demás, se crea una coraza de frialdad; 5) creación de una personalidad falsa.
En un trabajo se veía cómo "los jóvenes sentían pavor a enfrentarse a una conversación"
No sólo la conversación interpersonal está viviendo malos tiempos. También peligra lo que entendemos como conversación de masas. En un ensayo de reciente publicación titulado Ironía on, Santiago Gerchunoff proponía "una defensa de la conversación pública de masas" y analizaba pros y contras de ese fenómeno. "Cuanta más conversación, más grandes desfiles de pretensiones, de discursos afirmativos más o menos dogmáticos. Y estos discursos están repartidos entre la gente, vulgarizados, hiperbolizados, hiperideolo-gizados, moralizados". Para Gerchunoff, esto produce un brote "como modo de supervivencia de la propia democracia, del ironismo por todas partes, como un hierbajo purgante que no da frutos, pero que no deja de extenderse con la conversación".
Escribía Samuel Johnson en The Rambler –¡ya en 1752!–: ": hemos hablado bastante, pero no hemos conversado". A criterio de Turkle eso sigue siendo así, hemos intensificado la comunicación más superficial y debemos corregir el rumbo si no queremos, dentro de unos años, amanecer en una sociedad llena de ciudadanos con ansiedad crónica. "Recibimos un chute neuroquímico cada vez que nos conectamos". Curiosamente, lo que genera ansiedad a algunos jóvenes es todo lo contrario: la conversación.
"Cuando las familias me cuentan que airean sus problemas por correo electrónico o por mensaje de móvil para evitar la tensión del encuentro cara a cara –continúa Turkle–, o cuando escucho a vicepresidentes de grandes empresas describir las reuniones de trabajo como 'un tiempo muerto para vaciar el buzón de entrada de correo', lo que me trasladan es un deseo de divertimento, comodidad y eficiencia. Pero también sé que estas acciones impiden que la conversación cumpla su función".
Y si la conversación mengua el silencio, el silencio social gana terreno. La escritora Sara Mesa lo entendió meridianamente un día en que, paseando con una amiga por Sevilla, se acercó a una mujer que mendigaba. Conoció su circunstancia. De ahí nació el librito Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático (Anagrama), que nos obliga a reflexionar sobre todo ese catálogo de silencios, muros burocráticos que aíslan, que practican la no respuesta ante la demanda, a veces desesperada, de un ciudadano. "Muchos se quejan de no haber recibido respuesta tras varios meses de presentar su solicitud. Otros cuentan que les pidieron documentos que ya habían presentado...", explica Mesa para ejemplificar ese despropósito de incomunicación. "El periodismo tiene también su responsabilidad y no debería contribuir a la creación de una percepción social de la pobreza llena de estigmas, estereotipos y prejuicios". Todo, desde el silencio como arma arrojadiza.
Otra cosa es buscar momentos de silencio en el espacio familiar. Porque también ese silencio tiene su significado. Explicaba Gregorio Luri ("el grado de atención es el nuevo coeficiente intelectual") en Elogio de las familias sensatamente imperfectas (Ariel) que la "capacidad para disfrutar del silencio es una actividad, no un quedarse quieto. De hecho, los antiguos romanos ponían a sus hijos el ejemplo de un adolescente llamado Papirio que 'sabía cuándo hablar y cuándo permanecer en silencio'".
¿Por qué ya no hablamos nunca? Uno de los adolescentes entrevistados en el estudio de Turkle le respondió: "Es que la conversación es algo que ocurre en tiempo real y no controlas lo que vas a decir. Es un susto. Te obliga a encontrar la respuesta correcta automáticamente, te agobia. Te compromete".
"¿De dónde vienes? ¿De ningún sitio". Citaba esta conversación Gregorio Luri en La escuela contra el mundo. El optimismo es posible (Ed. CEAC). No parece que extrañe a nadie ese corto diálogo cuando imaginamos ese intercambio de palabras entre un progenitor y su hijo adolescente... "Si no fuera –recuerda el doctor en Filosofía y profesor de bachillerato– porque esas palabras se hallan en una inscripción sumeria que tiene como mínimo 3.700 años de antigüedad".
Las claves
1- Una de las principales consecuencias del enganche digital en niños y adolescentes es, según los expertos, que su empatía disminuye o desaparece. Dejan de percibir el dolor en los otros, o minimizan su sufrimiento.
2- Muchos adolescentes sólo saben gestionar sus sentimientos por vía digital. Cortan sus relaciones sentimentales por WhatsApp, lo que les dejará indefensos, en un futuro, para la vida real.
3- Uno de los consejos más habituales de los expertos es practicar con el ejemplo. No dejar el móvil sobre la mesa cuando se está comiendo, no atender al segundo cada wats, no mantener los dispositivos abiertos de noche...
4- La creación de una personalidad falsa es otra de las secuelas del enganche digital. Fabular genera que cada vez la exageración vaya en aumento, se aleje del verdadero yo y cree dobles personalidades.
5- No sólo la conversación interpersonal está perdiendo terreno. También la conversación pública, de masas. Ganan espacio, en cambio, los silencios administrativos, los muros burocráticos, la no respuesta social.
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Mundo
nuevo no es mundo mejor
Por
Javier Cornejo
Artículo
publicado en el diario El tribuno el 24 de Mayo de 2010
Con una aceleración cada vez mayor, observamos el
accionar de las primeras figuras del mundo (políticas, económicas y religiosas)
para alinearse velozmente en la transformación de la organización de los países
como hasta ahora los conocemos.
Observamos que el “control” se concentra en quienes detentan el poder financiero global. Tal proceso comenzó en los años ’60 con los acontecimientos que orientaron el rumbo del mundo hacia los sucesos actuales y los que vendrán, que marcaron el inicio del camino a la conclusión del mundo bipolar, capitalismo vs. socialismo y URSS vs. EEUU; y el comienzo de la globalización y destrucción de los Estados nacionales, comenzando por los EEUU, en los que se produjo una aniquilación de las instituciones, siendo el primer blanco la familia. Para ello se instaló la tecnología adecuada (internet, chips, celulares, laptops, etc.) sistemas de control masificados con un acostumbramiento a que son imprescindibles para sobrevivir al miedo al terrorismo y el belicismo global que se posiciona en el subconsciente colectivo como algo que desconocemos, pero que siempre estará presente en nuestras vidas y nos provocará un estado persecutorio.
Observamos que el “control” se concentra en quienes detentan el poder financiero global. Tal proceso comenzó en los años ’60 con los acontecimientos que orientaron el rumbo del mundo hacia los sucesos actuales y los que vendrán, que marcaron el inicio del camino a la conclusión del mundo bipolar, capitalismo vs. socialismo y URSS vs. EEUU; y el comienzo de la globalización y destrucción de los Estados nacionales, comenzando por los EEUU, en los que se produjo una aniquilación de las instituciones, siendo el primer blanco la familia. Para ello se instaló la tecnología adecuada (internet, chips, celulares, laptops, etc.) sistemas de control masificados con un acostumbramiento a que son imprescindibles para sobrevivir al miedo al terrorismo y el belicismo global que se posiciona en el subconsciente colectivo como algo que desconocemos, pero que siempre estará presente en nuestras vidas y nos provocará un estado persecutorio.
Esta sensación es necesaria para introducir los cambios en la organización supranacional a la que estamos asistiendo.
El papa Benedicto XVI aboga sin paliativos por la construcción de un “nuevo orden mundial” de una súper iglesia, con las más poderosas fuerzas religiosas de la Tierra para un nuevo “religare global” (El Tribuno 21/ 08/09). Como soporte del nuevo escenario, se reordena la fuerza policíaca mundial que para poder ejecutarse debe desarticular las fuerzas armadas de los Estados nacionales.
Asistimos a los eventos globales que aceleran el disparador:
-Colapso financiero global. Colapso del dinero y no de las economías físicas reales. Aparición de un “nuevo dólar”.
-Colapso social: convulsiones, caos social, desempleo, pérdida de hogares y angustia global.
-Inseguridad mundial creciente: eventos necesarios para justificar la “policía global”.
-Acelerada reducción poblacional, pandemias,
abortos, aniquilación familiar, drogadicción mundial generalizada (¿chips de
control a través de vacunas obligatorias para crear futuros clobots?).
-Catástrofes ecológicas artificiales, accidente nuclear para justificar una esclavizante política ambiental con total control sobre los recursos del planeta, incluidos los alimenticios.
-Mega atentado terrorista.
-Medio Oriente, disparador de una gran guerra inminente.
-Algún asesinato político religioso de gran
impacto, como el de Kennedy.
-Ataque a Estados que no se amolden al sistema propuesto, estilo la guerra contra Irak.
-Reality show mediático, creado electrónicamente en forma mundial para hacernos creer la llegada de algún mesías orientado a la religión del “New age”.
-Reality show mediático creado electrónicamente tipo “avatar alienígeno” que justifique la unidad de representación mundial para el “teórico” trato con estos seres de otros planetas. Ya el 30 de octubre de 1938 Orson Welles nos había demostrado con la “Guerra de los mundos” y la terrorífica alarma general que causó, el desmesurado poder de los medios masivos de comunicación.
“Solve et coagule”: principio alquimista de destruir todo para hacer algo nuevo. Por las muestras con las que ya contamos no será mejor.
-Ataque a Estados que no se amolden al sistema propuesto, estilo la guerra contra Irak.
-Reality show mediático, creado electrónicamente en forma mundial para hacernos creer la llegada de algún mesías orientado a la religión del “New age”.
-Reality show mediático creado electrónicamente tipo “avatar alienígeno” que justifique la unidad de representación mundial para el “teórico” trato con estos seres de otros planetas. Ya el 30 de octubre de 1938 Orson Welles nos había demostrado con la “Guerra de los mundos” y la terrorífica alarma general que causó, el desmesurado poder de los medios masivos de comunicación.
“Solve et coagule”: principio alquimista de destruir todo para hacer algo nuevo. Por las muestras con las que ya contamos no será mejor.
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