La miseria humana del racismo es usada por el neocapitalismo, en detrimento del bienestar en pos del egoismo del poder.
Una
semana en Malvinas: cómo viven los isleños hoy
La mirada
en el futuro, la guerra en el pasado, el estudio de los jóvenes pago en el
Reino Unido, el pleno empleo y la tranquilidad de un lugar donde todos se
conocen
Por Juan Robledo 5 de enero
de 2020
El cartel
que da la bienvenida a las “Falkland Islands” en el puerto en el que
desembarcan los cruceros. En noviembre pasado, hubo una polémica sobre su
ubicación y se decidió relocalizarlo porque en su actual posición los turistas
se detienen a fotografiarse con el cartel de fondo y dificultan el descenso
Viajé a Malvinas junto a otros dos periodistas
invitados por el “Gobierno de las Islas Falkland”, una administración a la que
la Argentina no le reconoce legitimidad y considera prácticamente títere del
gobierno colonialista del Reino Unido. Hay bastante de cierto en la postura
argentina, pero estas personas existen, tienen algunas opiniones sobre la
realidad y, sean o no títeres de Londres, alguna vez tendrán que ser tenidas en
cuenta. De hecho, lo han sido en el pasado, ya que no todos nuestros gobiernos
tuvieron la misma posición al respecto.
Y si acepté la invitación para visitar las islas
durante una semana es porque la disposición transitoria primera de la Constitución
argentina –la que ratifica la soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias
del Sur y Sandwich del Sur, y declara su recuperación como “un objetivo
permanente e irrenunciable del pueblo argentino”– dice que “el modo de vida
de los isleños” debe ser respetado. Y, para respetarlo, me parece
evidente, hay que conocerlo.
A las islas se llega mediante un vuelo semanal los
sábados desde Santiago de
Chile, con escala en Punta
Arenas, y más recientemente otro desde San Pablo (Brasil). Ambos vuelos hacen escala,
cada 15 días, en Río
Gallegos y Córdoba capital respectivamente. Para los argentinos, son
vuelos caros, con paradas difíciles, que tienen un precio y una duración
insólitas. También hay un vuelo semanal directo desde Gran Bretaña, con un costo ridículamente
excesivo, pero -subsidio
mediante-razonable para los isleños. Sale desde una base militar a 130
kilómetros de Londres y hace una escala para cambiar la tripulación en la Isla de Ascensión, que
forma parte del territorio de ultramar del Reino Unido de Santa Elena, Ascensión y Tristán
de Acuña, ubicado a más de 1800 kilómetros de distancia de la costa
occidental de Angola, en África.
En el
aeropuerto de Río Gallegos un monitor anuncia el vuelo a "Puerto
Argentino", el nombre que por decreto le puso a la capital el dictador
Leopoldo Fortunato Galtieri. La compañía chilena LAN, sin embargo, lo anuncia
con destino a "Monte Plácido", nombre de la base militar británica
donde está el aeropuerto internacional
De Santa Elena proviene cerca del 10% de la
población malvinense. Famosa
porque fue allí donde se exilió Napoleón, pasó sus últimos años y murió, la
isla de Santa Elena tiene el 10% de la superficie de las Malvinas con más o
menos la misma población. En Malvinas, los santahelenos encuentran un destino
donde ir a trabajar en condiciones razonables y con salarios relativamente
altos, mayormente prestando servicios a la base militar de Mount Pleasant.
Según el
censo de 2016, menos de la mitad de los pobladores nacieron en las islas (42%),
circunstancia que los isleños suelen informar, no sin orgullo. Existen, dicen, malvinenses
con hasta 9 generaciones de nacidos en las islas. Los británicos expatriados,
por su parte, representan un 30% de la población. En 1986, cuando la población
de las islas comenzó a crecer luego de años de estancamiento, eran 465; hoy son
cerca de 900.
En un muy colorido libro publicado en 2017 -My
Falkland Islands Life: One Family’s Very British Adventure- Jen Carter, una
ama de casa inglesa y esposa de un investigador sobre cultivos tropicales, da
detalles sobre cómo fue su experiencia en la segunda mitad de los 80, cuando
junto a su esposo y su hijo recién nacido pasaron dos años en Bahía Fox, un
asentamiento de unos 30 habitantes.
Rico en anécdotas sobra la vida en el campo en la
posguerra, Carter reproduce un folleto de bienvenida que las autoridades daban
a quienes llegaban: “El expatriado ideal sería algo así como un modelo:
estable, autosuficiente, de fácil trato y una buena mezcla de buen anfitrión y
cocinero, un optimista decidido a no dejarse llevar por el viento, la nieve, el
aguanieve, la lluvia o el frío, con una disposición a ‘hacerlo él mismo’ (do-it-yourself
disposition) y un sentido del humor irreprimible, aficionado a los espacios
abiertos, la naturaleza y la jardinería... Pero muchos mortales comunes con el
buen sentido de aceptar el lugar tal como es y aprovechar al máximo lo que
ofrece han sido, y somos, felices aquí”.
La segunda minoría detrás de los santahelenos son los chilenos, que
representan un 6% de los 3200 habitantes que registra el censo de 2016.
Muchos son de Punta Arenas, y es común verlos trabajar durante la temporada
cruceros –que se extiende de octubre a abril– en hoteles, cafés, bares y gift
shops. En un lodge en Sea Lion Island, una pequeña isla a 40 minutos de
avioneta desde Stanley, Cecilia, una chilena en sus 30 que solía cocinar en
cruceros, dice que está contenta: cobra bien, le gusta su trabajo (aunque a
diferencia del crucero, acá además de cocinar ayuda con otras tareas), y el año
pasado pudo llevar a su madre de viaje a Nueva Zelanda, donde vivió y tiene una
amiga. Viajaron en primera.
El hostal
en la solitaria Sea Lion Island, la más al sur de las cientos de islas que
forman parte del archipiélago de Malvinas
Hay otras más de 50 nacionalidades en las islas,
muchos de ellos residentes de paso, por temporadas, en general para tener
trabajos relacionados con el turismo o la cría de ovejas -entre octubre y
noviembre suele llevarse a cabo la esquila-. La pesca genera menos inmigración,
aunque algunos españoles (principal destino de los calamares que allí se
obtienen) viajan hacia o desde las islas para abordar o desembarcar de los
buques que pescan en la zona.
La noche en que se realizó el censo de 2016, unos 34 argentinos estaban en Malvinas como
“visitantes no residentes”. Se calcula que unos 400 visitan la
isla anualmente -muchos ex combatientes reciben ayuda de gobiernos locales,
provinciales y municipales, para poder viajar- y existen algunos pocos viviendo
allí en forma permanente. Los argentinos que viven en Malvinas son como las
brujas: nadie los vio, pero que los hay, los hay. Y es que prefieren un bajo
perfil, en beneficio de una mejor relación con la comunidad que los acoge.
Malvinas tiene dos aeropuertos: el que recibe los
vuelos de Río Gallegos y Córdoba es el de Mount Pleasant, y el de Stanley, de
donde parten las avionetas del FIGAS (Falkland Islands Government Air Service).
El vuelo que aterriza en Mount Pleasant se anuncia
en Río Gallegos con destino a Puerto Argentino, mientras que Google Fligths lo
muestra como Monte Agradable. Es un aeropuerto militar, ubicado en la base del
mismo nombre a unos 43 kilómetros de la capital. Para mi sorpresa, es un
aeropuerto bastante “spanish-friendly”, con cartelería en español y algunos
empleados hispanoparlantes. No sé por qué, esperaba más aprensión hacia el
español. Al terminar el trámite de migraciones, el funcionario me da, junto con
el pasaporte, un folleto con “Información para el visitante”. En el primer
apartado, “El respeto”, dice: “El Conflicto de 1982 dejó a nuestra tierra
marcada con campos de batalla y recuerdos imborrables, en el caso de los que lo
vivieron. Por lo tanto, le solicitamos que respete los sentimientos de los
isleños, de la misma forma que respetaremos los suyos”.
Al
ingresar a las islas, los visitantes reciben un folleto que advierte sobre las
penas que pueden recibir quienes exhiban banderas, pancartas o uniformes
militares argentinos. Además, también se considera delito intentar llevar
restos de materiales de guerra
El aeropuerto de Stanley es más antiguo y pequeño,
y fue construido en los 70, antes de la guerra, con la colaboración de
argentinos. Lo utiliza la FIGAS, la empresa estatal que se encarga del
transporte aéreo entre las islas del archipiélago y la capital. Son la
principal vía de comunicación, funcionan como una especie de taxi, y tienen
tarifa subsidiada para los pobladores. En las avionetas de la FIGAS viajan
tanto residentes como turistas y carga de todo tipo: no es raro compartir
tramos con animales, comida o diferentes cargas. Nosotros la usamos para llegar
a la posada en Sea Lion Island, la última isla que forma parte del
archipiélago de Malvinas hacia el sur, y dueña de paisajes irreproducibles,
colonias de pingüinos, lobos marinos y aves de todo tipo. Pero también, una
isla que lleva al extremo dos características de la vida isleña: la soledad
y el aislamiento. Cecilia cuenta que la temporada pasada sólo volvió a la
capital una vez, para ir al hospital. Viven en una casa a pocos metros del
lodge y tienen otra construcción aparte, creo entender que es una especie de
garaje, en el que montaron un bar, a donde van al terminar el día por unas
copas. En su máximo esplendor, el hostal alberga 24 pasajeros.
Las mochilas
y el equipamiento de militares británicos en un galpón destinado a la esquila
de ovejas, en Pradera del Ganso. En Malvinas hay unas 500.000 ovejas de las que
se obtiene carne y lana. Se ignora la cantidad de tropas que el Reino Unido
tiene desplegadas en las islas
Pero volvamos a la base militar. Según el gobierno
argentino, la militarización de Malvinas no se limita al aeropuerto sino que se
extiende a todo el territorio de las islas, algo que los isleños desmienten.
Como los datos del censo excluyen la base, no es posible saber cuántas tropas
hay en las islas. Algunas estimaciones aseguran que superan a la población
civil, que según el último censo es de 3200 personas.
Los isleños
se esmeran en mostrar que tal militarización no existe. Y resulta, a simple vista,
difícil tener una opinión al respecto: si bien el aeropuerto es militar (está
prohibido tomar fotografías y las comodidades no abundan), en el arribo y la
partida nunca tuvimos contacto más que con civiles e incluso la seguridad, los
controles y el escaneo del equipaje estuvieron a cargo de la policía (civil) de
Malvinas.
Sólo en una oportunidad cruzamos un grupo de
militares en uniforme de combate: fue durante la visita a una estancia en “the
camp” (como le dicen los isleños al campo, que es todo lo que no es la capital
o la base militar; se trata de un “contagio” del español de los gauchos que
estuvieron en la isla el siglo pasado), en un galpón destinado a la esquila
de ovejas. Afuera el viento soplaba con intensidad, casi con violencia, cuando
dentro del galpón sorprendimos a unos cuatro soldados en un descanso de aspecto
antirreglamentario.
En dos ocasiones un avión militar sobrevoló Puerto
Argentino, y uno puede, además, adivinar a miembros de las Fuerzas Armadas de Her
Majesty en los bares, sobre todo en las noches de viernes y sábados, por
unos físicos más atribuibles a los rigores castrenses que a la esquila de
ovejas.
Deano's
Bar, uno de los cuatro pubs de Stanley. En su mensaje de Navidad para los
isleños, el primer ministro británico Boris Johnson sostuvo que el nuevo vuelo
que une a las islas con el continente permitirá que más personas puedan
"experimentar de primera mano vuestra cultura única. Y hasta quizá abrir
un par de botellas en el pub de Deano".
Más allá de eso, en las islas a los militares mucho
no se los ve, aunque se los intuye.
En 1982, en plena guerra, el poeta, sociólogo y
antropólogo Néstor Perlongher citaba un manifiesto del Frente Homosexual
de Liberación –probablemente redactado por él mismo– que afirmaba que en las
Islas Malvinas había 8 homosexuales, basando la estimación en el mítico Informe
Kinsey sobre Comportamiento sexual del hombre (1948) y Comportamiento
sexual de la mujer (1953).
Treinta y siete años después, en la semana que
estuve en las islas conté 22 en Grindr, la red social de contactos exclusiva
para hombres: cerca de la mitad aparecen conectados en la zona de la base
militar, aunque ese número tiene un sesgo: con una internet y una red celular costosas y
deficientes, los isleños son poco dados al uso de aplicaciones en general, y a las
de citas en particular. En Tinder, por ejemplo, no había ningún local, y de los 22 perfiles de
Grindr sólo 4 se reconocían como isleños.
Los perfiles que aparecen a una distancia de 43
kilómetros de Stanley, en la base militar, no necesariamente son de militares.
Un joven, por ejemplo, de 27 años, oriundo de Santa Elena, que usa bigotes
vintage, trabaja en el NAAFI. En su perfil de Grindr dice que busca “Friends
with benefits”, y durante el tiempo que chateamos se muestra agradable y
simpático.
El NAAFI (Navy, Army and Air Force Institutes) es
una compañía creada por el gobierno británico en 1920 y que administra tiendas
comerciales, clubes e instalaciones recreativas en las bases de las fuerzas
armadas británicas. Son civiles que, por ejemplo, operan el “free shop” en el
aeropuerto de Mount Pleasant (una especie de kiosco muy pequeño que vende
algunos chocolates, whisky y perfumes).
Hablo con algunos locales y me dicen que, a pesar
de ser una comunidad muy pequeña, la de Malvinas también es una sociedad muy
abierta, definitivamente gay-friendly, tal vez por su cosmopolitismo.
"El
patrón del NAAFI es Su Majestad La Reina", explica la bolsa de la compañía
del estado británico se que se dedica a "servir a las fuerzas", según
un juego de palabras intraducible. Según el censo, unos 360 civiles viven
alrededor de la base militar de Mount Pleasant, prestando servicios a las
tropas
De los
cuatro isleños conectados, dos tienen más de 50 años y muestran sus rostros.
También hay un joven de 20 años, que parece haber regresado a la isla para las
fiestas: y es que, como muchos isleños, estudia (comedia musical) en
Inglaterra.
A los 16 años, cuando completan su educación en la
isla, el Gobierno local paga los estudios y todos los gastos a quienes quieran
ir a la universidad, en cualquier parte del mundo que elijan. Si bien lo
habitual es que en su mayoría los jóvenes vayan al Reino Unido, también hay una
minoría que elige países como Australia, Nueva Zelanda e, incluso, los Estados
Unidos.
Un 85% de quienes emigran para realizar sus
estudios vuelve, afirman los isleños no sin jactancia. Escucho y
automáticamente pienso: ¿cuántos de los estudiantes que se trasladan desde el
interior de la Argentina hacia centros urbanos regresan a sus pueblos? No me
sorprendería si la respuesta fuese 85%.
La
sonrisa de Sally en el espejo retrovisor de su Land Rover. Es miembro del
equipo de relaciones públicas y medios del gobierno isleño y anfitriona durante
nuestra estadía. Como la mayoría de los jóvenes, viajó a Gran Bretaña para sus estudios universitarios,
pero volvió a vivir en las islas. "Se te mete en la piel", explica
Han pasado cuatro meses desde que recibí la
invitación para conocer las Malvinas durante “al menos una semana”. Aún hoy
retengo de esa charla dos puntos importantes: el “al menos una semana”, porque
en las islas todo compromiso está sujeto a cambios por circunstancias
climáticas, y la advertencia de que algunos isleños “pueden llegar a ser
hostiles”. Ya de vuelta en el continente, ambas advertencias me parecen
necesarias y, a la vez, un poco exageradas.
Respecto del clima, es cierto que tuvimos que hacer
algún cambio de actividades y el regreso al continente se vio demorado algunas
horas por unos vientos fuertes, reprogramaciones y demoras que los isleños
toman con naturalidad y que a los visitantes nos ponen un poco ansiosos. El clima
es duro, con vientos fuertes, muy parecido al de la patagonia argentina.
Sobre la hostilidad de los isleños, la experiencia
se reduce a un incómodo intercambio, vía chat, con un joven isleño de 23 años
conectado bajo el apodo “Hung fun”, que no mostraba foto y que ante la amable
invitación a conversar de un periodista argentino, respondió con un “Fuck that,
bye” luego de algunas expresiones algo descorteses.
El viento
voltea una bolsa apoyada en una mesa fuera del Globe Tavern, uno de los cuatro
pubs que hay en Malvinas y el más parecido a un local bailable. Los fuertes
vientos, que son aprovechados
para energía eólica, dificultan a menudo el tráfico aéreo
Días después de recibir la invitación, un
formulario agregó una tercera advertencia: “‘Malvinas’ no es el término español
o portugués para ‘Falkland Island’; es la palabra que Argentina usa para
reivindicar su reclamo de soberanía, y algunos isleños la encuentran ofensiva,
tanto online como en persona; en español por favor use Islas Falkland y en
portugués Ilhas Falkland”. La misma advertencia se va a repetir oralmente en el
primer encuentro con nuestros anfitriones, el equipo de comunicación isleño, al
llegar.
El de la toponimia es, en efecto, uno de los puntos
de desacuerdo entre Argentina y el Reino Unido. El nombre “Islas Malvinas”
es una derivación del francés îles Malouines, que es el nombre que el
navegante francés Louis Antoine de Bougainville le dio a las islas y que
refiere a Saint-Malo, Francia, el puerto bretón de donde provenía la mayoría de
los primeros colonos. “Falkland”, en cambio, es el nombre que el británico John
Strong le dio al estrecho que separa ambas islas (conocido en español como
Estrecho de San Carlos), y que luego se le aplicó a las islas.
El Malvina
House Hotel, principal hotel de la isla. Según sus dueños, el nombre no refiere
al nombre dado por la Argentina a las islas, sino que recuerda a la hija del
constructor
Si bien ambos tienen etimologías diferentes,
existen quienes creen que Islas Malvinas es el término en español para lo que
en inglés se conoce como Falkland Islands: “Es sencillo: Malvinas en español
y Falkland en inglés", me dice un ex combatiente en una charla que
mantengo con un grupo que para en el mismo hotel. Viajamos con ellos desde Río
Gallegos y nos cruzamos a diario. Nuestros intercambios fueron amables,
marcados por cierta mutua curiosidad sobre el objetivo de nuestro viaje.
Irónicamente, el hotel que compartimos es el Malvina
House Hotel, principal alojamiento de la isla, que debe su nombre a la
hija de su fundador y que, según explica su web, nada tiene que ver con el
nombre que Argentina da a las islas: “Malvina House fue construido por John
James Felton y lo nombró así luego de que su hija menor Malvina Nathalia
Felton naciera en 1881. Malvina es un viejo nombre escocés y está
completamente desconectado con el nombre de Argentina para las islas”.
Pero más allá de la disputa, existe un modo
sencillo y amable de evitar tensiones, que no exige renunciamientos ni
explicaciones: consiste en referirse a las islas como “las islas” o “the
islands”.
Otro nombre también genera controversia:
históricamente llamada Puerto Stanley, la capital fue renombrada Puerto
Argentino en 1982, durante la guerra, por un decreto del dictador argentino
Leopoldo Fortunato Galtieri. En los ’90, los años en los que Argentina
llevaba a cabo la política de “seducción a los kelpers”, el entonces presidente
Carlos Menem estudió derogar el decreto de la dictadura, pero desistió.
Siendo una medida simbólica de relativamente bajo costo político -siempre está
bien derogar decretos de la dictadura–, de llevarse a cabo probablemente podría
despertar una leve, casi imperceptible, mueca de satisfacción por parte de los
isleños. O no, quién sabe.
A diferencia de las otras advertencias, el de los
nombres no fue un punto de conflicto durante la semana que pasé en las islas. A decir verdad, sólo una vez,
durante la cena que mantuvimos con cuatro “MLA” deslicé por error un
“Malvinas”, que mi interlocutor disculpó con un gesto de benevolencia.
Los MLA son los miembros de la Asamblea Legislativa
de las islas, que además tienen un gobernador británico, designado por el
Foreign Office y de
funciones -dicen los isleños- más bien protocolares. El gobierno efectivo,
explican, está a cargo de la Asamblea, que tiene 8 miembros: 5 representan a la
población de Stanley y 3 al “camp”. Las postulaciones son individuales, no
existen los partidos políticos y las campañas se hacen con muy bajo presupuesto.
La relación de la población con sus representantes y el nivel de debate público
son probablemente muy parecidos a los de una democracia directa. Nada muy
diferente a lo que sucede en pueblos pequeños del interior de la Argentina, en
los que intendentes y concejales son vecinos y amigos de gran parte de sus
gobernados y la población suele tener un alto involucramiento en las cuestiones
públicas.
De
izquierda a derecha, los miembros de la Asamblea Legislativa de las islas Stacy
Bragger, Mark Pollard, Teslyn Barkman y Barry Elsby
De la cena participaron Teslyn Barkman (33)
y Stacy Bragger (35), isleños de nacimiento, y Barry Elsby (57) y
Mark Pollard (40), quienes, en cambio, nacieron en el Reino Unido pero
llevan años viviendo en las islas. La mitad de la asamblea.
Teslyn está separada, tiene un hijo y antes de ser
MLA trabajó en el periódico local Penguin News y en la oficina de
comunicaciones del gobierno isleño
(es común que los pobladores tengan más de un trabajo: no porque con uno no
alcance, sino porque muchos empleos no exigen tanta dedicación). Por su
juventud y su aspecto, parece ser la más moderna, audaz y cosmopolita del
grupo. A pesar de su carácter algo más retraído y sin tatuajes ni peinados
estridentes, probablemente Stacy no esté tan lejos de las ideas de Teslyn. Está
casado, tiene un hijo y también fue periodista antes de dedicarse a la
política, en la radio local. Los dos estudiaron en el Reino Unido y regresaron
al pago. Barry fue médico y es por lejos quien luce más british y menos islander,
mientras que a Mark, sentado en la otra punta de la mesa y con tono de voz muy
bajo, apenas le llego a escuchar. Después me cuentan que trabaja o trabajó en
un puesto directivo de la Falkland Islands Company (FIC), una especie de
monopolio que tiene desde tiendas minoristas hasta compañías constructoras.
Gilbert
House, donde funciona la Asamblea Legislativa de la isla. Tiene ocho miembros,
con funciones tanto legislativas como ejecutivas. Aseguran ser completamente
independientes del gobierno británico
Previsiblemente, durante la cena se interesaron
por el nuevo gobierno de Argentina. Junto a mis compañeros de viaje,
intentamos marcar las sutiles diferencias que separan al nuevo Presidente de su
compañera de fórmula. Podría decirse que Cristina Kirchner los aterra.
Los del kirchnerismo fueron años de aislamiento y dificultades para el trabajo
conjunto, sin que la Argentina haya mejorado su posición, dicen. El macrismo,
claro, fue más benévolo aunque no les despierta grandes entusiasmos (Stacy, por
ejemplo, los criticó duramente en su plataforma de 2017), y para mi sorpresa, ya nadie recuerda a Menem,
aunque sí tengan presente dos medidas tomadas bajo su gestión, a su favor y en
su contra: recuerdan los ’90 como años en los que mejoró la relación con la
Argentina y se avanzó en diferentes aspectos de cooperación, pero también
lamentan la inclusión del reclamo de soberanía en la Constitución del ’94.
No se muestran muy conmovidos cuando les pregunto
por
la comisión que anunció Alberto Fernández el día de su asunción para
acordar una política de Estado tendiente a la recuperación de las islas.
La conversación fue respetuosa, y más tarde supe
que los tres periodistas del grupo pudimos establecer un diálogo franco sobre
las aspectos a veces incómodos (conflicto de intereses, cómo es separarse y
estar soltero en una isla pequeña, con tan poca gente…).
Yo quedé sentado al lado de Barry, con quien
hablamos un poco sobre política Argentina y a quien le pregunté sobre
la propuesta de solución del conflicto de soberanía que el abogado argentino
Marcelo Kohen presentó en las islas hace más de un año. Escribí una nota sobre
esa propuesta y tuve una conversación por Skype muy interesante con Kohen, un
especialista en derecho internacional que vive en Suiza, representó a la
Argentina en la disputa con Uruguay por las pasteras y contra Ghana por la
Fragata Libertad, y ha estudiado largamente la disputa sobre la soberanía de
las islas. Bajo la idea
de soberanía argentina con autonomía isleña, la de Kohen tiene el interés de
ser la única propuesta concreta de solución de la disputa que existe, y por supuesto Barry la
conocía. Su respuesta literal fue: “Creo que falta tiempo para que podamos
hablar sobre eso”. Fue en ese marco que dije “Malvinas” donde
debí decir “the islands”… Inmediatamente me detuve y dije “the islands”, a lo
que Barry hizo una especie de gesto de “siga-siga”, y continuamos.
Al resto de los MLA vamos a cruzarlos unos días
después en uno de los dos restaurantes que hay en la capital. Porque como dice
Patricio –chileno, electricista y con más de una década viviendo en la isla–,
en Malvinas casi no hay clases sociales ni “círculo rojo”: todos se conocen con
todos, todos son vecinos, amigos, sus hijos comparten escuela, se conocen todos
se cruzan... Patricio dice que cuando va a tomar cerveza suele ver al
gobernador, quien se suma a su grupo, y asegura que su vida no es muy diferente
de la del resto de los isleños.
Y efectivamente, en los pubs de Malvinas es posible
cruzarse si no a todo el mundo, al menos a la pequeña parte de él que allí
vive. Después de una cena temprana -entre las 18 y 19-, cerca de las 21 y hasta
las 23.30, puede verse a isleños de todas las edades, militares de la base y
turistas.
Patricio también dice que tiene un amigo argentino,
al que no le gustan los periodistas, porque alguna vez habló con uno y sus
palabras fueron tergiversadas, pero antes de volver junto a su grupo de amigos
promete hacer una gestión en nuestro nombre. No volveremos a saber de él.
En otras condiciones, votaría por quedarnos hasta
ser los últimos en irnos del pub. Pero es tarde y al día siguiente nos espera
el campo, “the camp”.
Fuera de Stanley, “the camp” trae a la mente la
descripción que el biólogo padre de la Evolución Charles Darwin hizo de
las islas en El viaje del Beagle. Un naturalista alrededor del mundo:
“Una tierra ondulada, con un aspecto desolado y miserable y de un monótono
color marrón, cubierta por doquier por un suelo turboso y unos pastos crespos,
(…) unos tristes pastos de color marrón y por algunos pequeños arbustos”.
Una
parada en el costado del camino cerca del cementerio de San Carlos, donde
descansan los restos de 14 caídos británicos durante la guerra de Malvinas
Es cierto todo lo que dice sobre la geografía, la
flora y la fauna. Y sin embargo la descripción de Darwin tal vez no haga
justicia a la belleza del paisaje. Hay algo ahí –del orden de lo imponente,
lo absoluto- que se parece mucho a la Patagonia.
Darwin estuvo en las islas en el otoño de 1834 (un
año después de la ocupación británica), e hizo dos predicciones: una acertó,
mientras que la otra no parece haberse verificado.
Por el tipo de suelos, supuso que los caballos se
achicarían hasta crear una raza parecida al poni de las Shetland, una isla al
noreste de Escocia. El paulatino reemplazo de los caballos por cuatriciclos en
los campos muy probablemente nos ha privado de verificar este pronóstico.
Con más suerte, Darwin previó con casi un siglo de
anticipación que el único cuadrúpedo nativo de las islas, “un gran zorro con aspecto
de lobo”, se extinguiría: “Hasta donde yo sé, no hay un caso similar en ningún
otro lugar del mundo en el que una masa de tierra aislada tan pequeña, distante
de cualquier continente, posea un cuadrúpedo autóctono de este tamaño. (…)
Seguramente a los pocos años de que estas islas hayan sido ocupadas de manera
continua, este zorro se unirá al dodo en la clase de animales que han
desaparecido de la faz de la tierra”.
Más allá de
algún pequeño grupo de vacas, de dos liebres que vi pasar o de algún invernadero
para autoconsumo, en el camp la explotación agrícola-ganadera se limita casi
exclusivamente a las ovejas, cuya lana se exporta. Son cerca de medio millón de
ovejas, lo que da una cuenta de más de 150 ovejas por habitante.
Una oveja
junto a un grupo de pingüinos en Volunteer Point, a dos horas a campo traviesa
desde Stanley, donde conviven una colonia de pingüinos rey junto con una
estancia ovina
En Malvinas
no se ven cultivos, más allá de los invernaderos en los fondos de las casas, una práctica que continúa desde los 80, cuando el aislamiento era casi
total y obtener vegetales dependía casi exclusivamente de lo que uno pudiera
cultivar. Lo mismo sucedía con los huevos y las gallinas: para poder acceder a
ellos, había que criarlos uno mismo. En los alimentos es tal vez donde más
se note el aislamiento: las frutas y verduras son caras y de mala calidad.
Uno extraña los productos frescos no industrializados del continente, aunque
existen dos restaurantes en Stanley que hacen maravillas con lo que se consigue
en el supermercado y moderan en mucho la pena.
El suelo turboso -material orgánico, de color pardo
oscuro y rico en carbono, que si se lo estaciona por un tiempo combustiona- se
utilizó durante años para calefaccionarse. Sin embargo, a pesar de que en el
camp aún existen quienes lo utilizan, desde los 90 la turba fue abruptamente
reemplazada por kerosene y gasoil como combustible hogareño.
En el camp es donde están las mayores referencias a
la guerra: los
cementerios –el argentino, en Darwin, y el británico, en San Carlos–,
los restos de material bélico y el museo de la guerra en Pradera del Ganso. A
quienes llegan a las islas en cruceros para pasar sólo un día se les ofrece,
entre opciones para hacer avistaje de pingüinos o paseos en helicóptero, el
“tour de la guerra”, que en definitiva hace prácticamente el mismo recorrido
que muchos de los familiares de caídos y ex combatientes hacen en sus viajes a
Malvinas.
Según los
mensajes dejados por sus visitantes, al pequeño museo de la guerra en Pradera
del Ganso acuden muchos ex combatientes británicos y argentinos
Quienes ofician de guías son isleños, y muchos
de ellos tienen aún vivo el recuerdo del 82. Pero al referirse a los hechos
de entonces, usan un tono lacónico, respetuoso, de sobria empatía.
Existen otras cualidades necesarias para salir al
camp: a muchos destinos se llega conduciendo campo a través en 4x4. Las
camionetas 4x4 en general, y las británicas Land Rover en particular, son parte
del paisaje de Malvinas. El terreno es imposible, pero los guías pueden conducir
por momentos sin siquiera apretar el freno, sólo con el embrague. Además, al no
haber caminos marcados y ser bastante uniforme, es fácil perder la orientación.
La camioneta de Sally, nuestra anfitriona, tiene en
la puerta el escudo de la isla, cuyo lema es “Desear lo justo”. El de los
“deseos” también es un tema en disputa: el Reino Unido dice atender a los
deseos de los isleños, mientras que la Argentina suele hablar de sus intereses.
Me viene a la memoria El deseo de unas islas, uno de los tres breves
escritos de Néstor Perlongher sobre Malvinas. Los otros son Todo el poder a
Lady Di y La ilusión de unas islas. Fueron publicados en 1982 y
1983, y tienen el lenguajes alambicado del neobarroso que cultivó como poeta y
de la filosofía de Deleuze y Guattari que siguió casi con devoción como
sociólogo y antropólogo. Eso tal vez los haya hecho envejecer un poco. Pero
siguen teniendo la hermosura de la libertad y la lucidez de asumir riesgos.
Play
Video: Un
recorrido a campo traviesa por Malvinas
No tengo recuerdos de la guerra de Malvinas. No hay
una sola imagen mental que pueda ubicar en esa época. El silencio que siguió a
la derrota hace que Malvinas tampoco haya estado muy presente en mi infancia.
Para mí, hasta este viaje, Malvinas era algo que leí, y de lo que leí, lo
mejor, lo que más recuerdo, lo que más me impresionó, son esos tres breves
textos de Perlongher. (Y Los pichiciegos de Fogwill, claro).
Son las 4 de la mañana y la luz del día más largo
del año -el último que voy a pasar en Malvinas- me despierta. En realidad fue
un sueño lo que me despertó, que ya soñé por primera vez en Buenos Aires y se
repite ahora en mis últimas horas en las islas. En el sueño atropello a un
desconocido. Me despierto abruptamente y decido usar los últimos minutos que me
quedan de internet (en las islas, incluso el wi-fi es caro, lento y malo) para
googlear el significado del sueño. Me gusta googlear el significado de los
sueños no tanto por su nivel de credibilidad sino para darme cuenta de que ese
sueño que creo tan extraño en realidad es bastante común y habitual.
Dice Google que detrás de ese sueño existe la
preocupación por ser injusto con otras personas, impulsivo, de juicios
apresurados, irrazonables. Para evitar problemas, recomienda “medir las
palabras” y “entender la vida de los demás como personas con problemas como
cualquiera y que solo intentan sobrevivir a diario”.
El horario del vuelo no se termina de confirmar, en
el hotel todo estamos inquietos, a la expectativa de que los vientos no nos
obliguen a quedarnos más días, y yo decido dejar la escritura de la crónica
para Buenos Aires, mientras con mis compañeros de viaje seguimos imaginando
opciones que nos permitan volver.
La importancia de los tratados de garantía
Por Javier Cornejo
Publicado en el diario El
Tribuno el 16/08/2011
Es tradicional que, en defensa de
la soberanía de nuestro país, nos remitamos a los actos de despojo, físicos y
financieros que fuimos objeto.
Tal los casos de la ocupación
británica de nuestro territorio, la ilegalidad e ilegitimidad de la deuda
externa, las privatizaciones de nuestros bienes, empresas, cuencas mineras y
petroleras, extranjerización de nuestro suelo. Actos por los que claramente
responsabilizamos a determinados funcionarios de sucesivos gobiernos.
Pero, de lo que nunca nada se
dice, es sobre la responsabilidad de nuestros legisladores al dictar leyes de
aprobación de tratados de “garantía” de inversiones extranjeras.
La privatización menemista y las
consecuencias económicas de la derrota en la Guerra de Malvinas, son bendecidas
por los Tratados de Garantía de Inversión firmados en Londres el 11 de
diciembre de 1990, ratificado por Ley 24.184 y en Washington el 14 de noviembre
de 1991, ratificado por Ley 24.124. También el Acuerdo de Madrid del 15 de
febrero de 1990 en su art. 12., resguardando la presencia británica y
norteamericana.
Empero la “garantía de
inversiones” se hizo extensiva a otros países, cincuenta y uno en el gobierno
menemista, constituyendo la Argentina una de las naciones que más tratados
bilaterales de este tipo firmó en el mundo en una feroz transnacionalización de
toda nuestra economía y aparato productivo.
No hubo Gobierno alguno que haya
intentado siquiera denunciar alguno de tales acuerdos beneficiarios de empresas
extranjeras que succionan nuestros recursos.
La característica común de los
mismo puede resumirse en:
·
1.- Las empresas extranjeras gozan de un trato
similar a los inversores nacionales. Contemplado y asegurado por la cláusula de
“trato justo y equitativo”.
·
2.- Cláusula de “nación más favorecida” por la
que se aseguran contar con condiciones contempladas en otros tratados que les
puedan ser beneficiosas. (Caso de Gran Bretaña a partir del tratado de 1825 y
en casi todos los sucesivos).
·
3.- Protección de inversiones realizadas con
anterioridad a la vigencia del tratado correspondiente.
·
4.- Condición que, si se modifica la legislación
nacional, la misma no modifica la normativa vigente al celebrarse el acuerdo.
·
5.-Libertad de “transferencia de activos” a las
casas centrales, sin demora y al tipo de cambio vigente en el momento de
realizarse los reembolsos al exterior.
·
6.- Garantía estatal para los supuestos de
expropiación, no pudiendo ser nacionalizadas o cualquier tipo de desposesión.
·
7.- Prórroga “automática” del tratado a la fecha
de su vencimiento, salvo que alguna de las partes lo denuncie. No obstante, las
“inversiones” deben ser protegidas hasta 15 a posteriores a la misma.
·
8.- En caso de controversia, Argentina como país
receptor, abdica de su potestad jurisdiccional sometiéndose a un tribunal
internacional con laudo inapelable. Tal el caso del CIADI y las recientes
sentencias que conocemos.
La síntesis expuesta grafica la jerarquía
de tales acuerdos internacionales, que superan con creces la autoridad de
nuestro propio orden constitucional, constituyendo un formidable entramado
jurídico de dominación nacional.
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