Investigación revela que
las plantas pueden pensar, elegir y recordar
La ciencia moderna está empezando a ponerse al día con la sabiduría de
los antiguos: las plantas poseen la capacidad de sentir y una forma
rudimentaria de inteligencia.
Las plantas son mucho más inteligentes y capaces de lo que habíamos
pensado. De hecho, una provocativa investigación de 2010 publicada en Plant
Signaling & Behavior propone que dado que no pueden escapar de las
tensiones ambientales en la manera que lo hacen los animales, han desarrollado
una “fisiología sofisticada, altamente sensible y dinámica“, que incluye
procesos de información, tales como “computación cuántica biológica”, y
“memoria celular de la luz”, que podría ser descrito como formas de inteligencia
de la planta. Bajo el título, “La
vida secreta de las plantas: de la memoria a la inteligencia“, el
estudio pone de relieve en particular un “superpoder” de las plantas, que es
indicativo de su éxito como seres inteligentes:
“Hay árboles vivos que germinaron mucho antes del nacimiento de Jesús.
¿Qué tipo de sabiduría de vida evolucionó en las plantas para que sea posible
sobrevivir y propagarse por tan largo tiempo en el mismo lugar en el que
germinaron?“
Según los investigadores, “las plantas funcionan realmente como un
dispositivo de computación cuántica biológica que es capaz de procesar
información cuántica cifrada en la intensidad de la luz y en su energía“. Este
procesameinto de información incluye un mecanismo para procesar la información
memorizada. Por ejemplo:
“… Las plantas pueden almacenar y utilizar la información de la
composición espectral de la luz durante varios días o más para anticiparse a
los cambios que puedan aparecer en un futuro próximo en el medio ambiente, por
ejemplo, para la previsión de ataque de patógenos.“
Según el estudio, “las plantas pueden en realidad pensar y recordar“.
Por otra parte, no sólo las plantas poseen un mecanismo para la
recopilación y procesamiento de la información, pero parecen
ejercer una “elección” frente a los diferentes escenarios:
“…diferentes grupos de cloroplastos y células en la misma hoja bajo
condiciones de luz constante idéntica y estable, temperatura y humedad relativa
tienen diferente opinión” de qué hacer “en tales condiciones y prueban
diferentes escenarios de posible desarrollo futuro“.
El estudio también ofrece una explicación de por qué las plantas
absorben más energía de la luz que se necesita solo para la fotosíntesis:
“Otra posible respuesta a la pregunta anterior es un entrenamiento de
luz de hojas jóvenes ingenuas. Imaginemos que la hoja joven o flor está
emergiendo de una planta, sería bueno para esa hoja o flor saber sobre las
condiciones en que va a emerger. Las hojas mayores, con más experiencia que
realmente están aclimatadas a las condiciones externas pueden entrenar a las
ingenuas hojas jóvenes emergentes con los PEPS [señalización
fotoelectrofisiológica] y con los mecanismos de la memoria celular de la luz.
Esto explica por qué las plantas tienen una capacidad natural para absorber más
energía de la luz que la necesaria para la asimilación de CO2 fotosintético.
Necesitan esta absorbción escesiva de energía para la optimización y el entrenamiento
de aclimatación a la luz y las defensas inmunológicas“.
Los autores nos dejan con una provocadora conclusión:
“Nuestros resultados sugieren que las plantas son organismos
inteligentes capaces de llevar a cabo una especie de proceso de pensamiento (en
condiciones de no-estrés son capaces de desarrollar varios escenarios
diferentes de posibles respuestas definitivas futuras), y capaces de memorizar
este entrenamiento. De hecho las hojas en la oscuridad son capaces no solo de
“ver” la luz, sino que también son capaces de recordar de manera diferente su
composición espectral y utilizar esta información memorizada para incrementar
su condición física”.
¿Por qué es importante este descubrimiento?
Hay muchas razones por las que el reconocimiento de la sensibilidad y la
inteligencia de las plantas puede tener implicaciones positivas para el futuro
de la humanidad. Por un lado,
nos ayuda a todos a trascender la visión dominante del mundo de que las formas
de vida no humanas se definen mejor en términos estrictamente mecanicistas, y
que atribuir una “esencia de vida“ o conciencia a ellos es una forma de
pensamiento mágico. El filósofo francés Maurice Merleau–Pointy llamó a esta
visión del mundo “el gran objeto” es decir, que todo en el universo está
compuesto de objetos materiales externamente relacionados entre sí y con
conciencia meramente una subjetividad efímera que sólo se encuentra en los
seres humanos.
Por el contrario, si nos abrimos a la posibilidad de que todos somos
participantes en una red interconectada de vida, como muchos pueblos indígenas
creían y de hecho lo experimentaron, la destrucción del mundo natural,
simplemente para servir al modelo de crecimiento económico infinito
esencialmente suicida será identificado como la locura que en realidad es. Si
reconocemos, como el biólogo James Lovelock propuso, la Tierra como un todo
debería ser vista más como un organismo de autorregulación (Hipótesis de Gaia),
o como imagina el micólogo Paul Stamet, que existe un Internet basado en hongos dentro de la planta que
conecta a todos los seres vivos en el planeta en una red
de intercambio de información, será menos probable que ambos percibamos y
tratatemos el mundo natural como “otro” a ser dominado.
Reconociendo que las plantas, por ejemplo, tienen consciencia o que su simple presencia en nuestro entorno tiene efectos curativos, vuelve a introducir un
elemento de asombro y misterio en la experiencia del mundo natural. Un ejemplo
perfecto de esto se puede encontrar en las plantas cantantes del bosque sagrado de Damanhur.
Investigadores damanhurianos a mediados de los años 70 reportaron el uso de
equipos a medida para captar los cambios electromagnéticos en la superficie de
las hojas y las raíces y transformarlas en señales audibles. Los investigadores
también observaron que las plantas aprendieron a controlar sus respuestas
eléctricas, lo que indica que tenían un cierto conocimiento rudimentario de la
música que estaban creando.
El ser omnipresente que nos alimenta y brinda vida
La vida vegetal
martes, 18 de noviembre de 2014
Bruno
Geller (AGENCIA CYTA-INSTITUTO LELOIR)
Investigadores del Instituto Leloir y del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA) de la UBA realizaron un estudio que replantea un consenso científico establecido entre los biólogos desde la década de 1950. El estudio es tapa de la publicación de la Sociedad Americana de Biólogos Vegetales.
Hace más de medio siglo, Harry Borthwick, Sterling Hendricks y sus colaboradores, del Centro de Investigaciones de Beltsville del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, descubrieron que las plantas contenían fotorreceptores a los que llamaron fitocromos. Estas estructuras dispersas en sus hojas, en el tallo, en las raíces, y otras partes, funcionan como ojos que le “informan” a los árboles, cultivos o arbustos acerca de las variaciones de la luz ambiental. “De esta forma, la planta ‘sabe’ cuál es el momento apropiado para florecer, germinar o alargar el tallo, entre otras acciones”, explica el doctor Jorge Casal, jefe del laboratorio de Fisiología Molecular de Plantas del Instituto Leloir y líder del trabajo.
Antes de que se publicara el trabajo argentino, se estableció dentro de la comunidad internacional de biólogos vegetales que para percibir si un ambiente era soleado o sombreado, los sensores (los fitocromos) percibían proporciones de los diferentes tipos de luz (color rojo, azul, naranja y otros) del espectro luminoso.
“Nuestro trabajo demuestra que los fitocromos no sólo distinguen proporciones entre tipos de luz que se encuentran en lugares sombreados o soleados, sino que también miden su cantidad”, afirma Casal que también es científico del IFEVA y del CONICET.
Para llegar a esos resultados, los investigadores manipularon espectros de luz que se liberaban en diferentes plantas de la especie Arabidopsis thaliana – que comparte características genéticas con el trigo, el maíz, la papa y otros cultivos – y simultáneamente observaban cómo se modificaba el comportamiento de esos sensores.
“Si seguimos investigando, existe la posibilidad de mejorar el rendimiento de cultivos en diferentes ambientes lumínicos utilizando biotecnologías que activen o desactiven ‘interruptores genéticos’ vinculados a la acción de los fotorreceptores”, destacó Casal. “Encontramos una pieza que puede ayudar a que las plantas utilicen mejor sus recursos para producir granos”.
El resto de los participantes del estudio, que fue tapa de la “Plant Physiology”, publicación de la Sociedad Estadounidense de Biólogos Vegetales, son Martina Legris, licenciada en biología y experta en microscopía confocal del Instituto Leloir, el doctor Santiago Ariel Trupkin, la licenciada en biología Ana Sabrina Buchovsky, y la estudiante María Belén Tolava del IFEVA.Descubren mecanismos de la “visión” de las plantas.
Investigadores del Instituto Leloir y del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA) de la UBA realizaron un estudio que replantea un consenso científico establecido entre los biólogos desde la década de 1950. El estudio es tapa de la publicación de la Sociedad Americana de Biólogos Vegetales.
Hace más de medio siglo, Harry Borthwick, Sterling Hendricks y sus colaboradores, del Centro de Investigaciones de Beltsville del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, descubrieron que las plantas contenían fotorreceptores a los que llamaron fitocromos. Estas estructuras dispersas en sus hojas, en el tallo, en las raíces, y otras partes, funcionan como ojos que le “informan” a los árboles, cultivos o arbustos acerca de las variaciones de la luz ambiental. “De esta forma, la planta ‘sabe’ cuál es el momento apropiado para florecer, germinar o alargar el tallo, entre otras acciones”, explica el doctor Jorge Casal, jefe del laboratorio de Fisiología Molecular de Plantas del Instituto Leloir y líder del trabajo.
Antes de que se publicara el trabajo argentino, se estableció dentro de la comunidad internacional de biólogos vegetales que para percibir si un ambiente era soleado o sombreado, los sensores (los fitocromos) percibían proporciones de los diferentes tipos de luz (color rojo, azul, naranja y otros) del espectro luminoso.
“Nuestro trabajo demuestra que los fitocromos no sólo distinguen proporciones entre tipos de luz que se encuentran en lugares sombreados o soleados, sino que también miden su cantidad”, afirma Casal que también es científico del IFEVA y del CONICET.
Para llegar a esos resultados, los investigadores manipularon espectros de luz que se liberaban en diferentes plantas de la especie Arabidopsis thaliana – que comparte características genéticas con el trigo, el maíz, la papa y otros cultivos – y simultáneamente observaban cómo se modificaba el comportamiento de esos sensores.
“Si seguimos investigando, existe la posibilidad de mejorar el rendimiento de cultivos en diferentes ambientes lumínicos utilizando biotecnologías que activen o desactiven ‘interruptores genéticos’ vinculados a la acción de los fotorreceptores”, destacó Casal. “Encontramos una pieza que puede ayudar a que las plantas utilicen mejor sus recursos para producir granos”.
El resto de los participantes del estudio, que fue tapa de la “Plant Physiology”, publicación de la Sociedad Estadounidense de Biólogos Vegetales, son Martina Legris, licenciada en biología y experta en microscopía confocal del Instituto Leloir, el doctor Santiago Ariel Trupkin, la licenciada en biología Ana Sabrina Buchovsky, y la estudiante María Belén Tolava del IFEVA.Descubren mecanismos de la “visión” de las plantas.
lunes, 17 de noviembre de 2014
AGENCIA
CYTA-INSTITUTO LELOIR
El novedoso hallazgo, que surgió a partir del estudio de miles de genes que regulan la adaptación de la fisiología de los seres vivos a los cambios del día y de las estaciones, amplía la comprensión de enfermedades y de la dinámica de los cultivos.
Un grupo de científicos demostró que los relojes biológicos de las plantas y de los seres humanos tienen en común una pieza en común sin la cual no podrían adaptar sus funciones fisiológicas a lo largo del día y de las estaciones. Entre los ritmos regulados por ese mecanismo se destacan los ciclos de sueño vigilia en las personas y los ritmos en la posición de las hojas.
“Cuando analizamos la información que generábamos en experimentos con células de plantas y de humanos en cultivo nos sorprendió descubrir que sus relojes biológicos comparten un mecanismo clave para que su engranaje funcione correctamente”, afirmó el doctor Marcelo Yanovsky, investigador del CONICET y jefe del laboratorio de Genómica Vegetal del Instituto Leloir, en la ciudad de Buenos Aires.
Los científicos encontraron que los genes LSm, en particular LSm5, son fundamentales para el funcionamiento del reloj biológico de plantas y mamíferos, incluidos los seres humanos. “Cuando estos genes se alteran, los relojes circadianos en ambos sistemas se enlentencen y dan ritmos en procesos que se repiten cada 26 o 27 horas en lugar de las clásicas 24 horas”, explicó el investigador.
Asimismo, Yanovsky y sus colegas demostraron que ambos genes actúan como “directores de orquesta” y juegan un papel clave en el proceso conocido como “splicing alternativo”, mediante el cual se procesan miles de genes en forma rítmica para así impactar en múltiples proceso biológicos en forma coordinada.
Comprender los mecanismos que regulan los ritmos biológicos en plantas es clave para disponer de más herramientas genéticas que permitan optimizar el crecimiento y desarrollo de cultivos en distintas regiones geográficas, en particular en distintas latitudes. En animales, entender los mecanismos de regulación de los ritmos biológicos puede ser importante para atenuar los síntomas de enfermedades vinculadas al mal desempeño de los relojes, como ciertos síndromes del sueño, afirmó Yanovsky. “Sin embargo, nuestro hallazgo todavía está lejos de impactar sobre aplicaciones concretas en temas agropecuarios o de salud”, aclaró.
El doctor Diego Golombek, director del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes, quien no participó en este estudio, indicó que “cuando un hallazgo de estas características se comprueba en organismos tan distintos, es una evidencia de que es un mecanismo que o bien se ha conservado evolutivamente o bien que a través de la evolución se ha convergido al mismo tipo de soluciones para regular aspectos básicos de la biología”.
“El trabajo de Yanovsky demuestra que muchas piezas del engranaje de nuestros relojes son -y funcionan- de forma muy parecida en diversos organismos… ¡sí, desde la lechuga hasta el consumidor de la misma!”, opinó por su parte el biólogo Ezequiel Petrillo, quien está actualmente investigando con una beca postdoctoral Marie Curie de la Unión Europea en la Universidad Médica de Viena, Austria.
Para descifrar la actividad de millones de genes en tiempos muy breves, los investigadores utilizaron equipos de última generación prestados por el Instituto de Agrobiotecnología de Rosario (INDEAR), un instituto mixto resultante de la asociación de la empresa Bioceres con el CONICET.
Del estudio, publicado en la destacada revista científica “Proceedings of the National Academy of Sciences”, también participaron las licenciadas Soledad Perez-Santángelo y Estefanía Mancinia y el doctor Ruben Gustavo Schlaen del laboratorio de Yanovsky; el doctor Ariel Chernomoretz del laboratorio de Bioinformática Estructural del Leloir; y los doctores Lauren Francey y John Hogenesch, de la Facultad Perelman de Medicina de la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos.
El novedoso hallazgo, que surgió a partir del estudio de miles de genes que regulan la adaptación de la fisiología de los seres vivos a los cambios del día y de las estaciones, amplía la comprensión de enfermedades y de la dinámica de los cultivos.
Un grupo de científicos demostró que los relojes biológicos de las plantas y de los seres humanos tienen en común una pieza en común sin la cual no podrían adaptar sus funciones fisiológicas a lo largo del día y de las estaciones. Entre los ritmos regulados por ese mecanismo se destacan los ciclos de sueño vigilia en las personas y los ritmos en la posición de las hojas.
“Cuando analizamos la información que generábamos en experimentos con células de plantas y de humanos en cultivo nos sorprendió descubrir que sus relojes biológicos comparten un mecanismo clave para que su engranaje funcione correctamente”, afirmó el doctor Marcelo Yanovsky, investigador del CONICET y jefe del laboratorio de Genómica Vegetal del Instituto Leloir, en la ciudad de Buenos Aires.
Los científicos encontraron que los genes LSm, en particular LSm5, son fundamentales para el funcionamiento del reloj biológico de plantas y mamíferos, incluidos los seres humanos. “Cuando estos genes se alteran, los relojes circadianos en ambos sistemas se enlentencen y dan ritmos en procesos que se repiten cada 26 o 27 horas en lugar de las clásicas 24 horas”, explicó el investigador.
Asimismo, Yanovsky y sus colegas demostraron que ambos genes actúan como “directores de orquesta” y juegan un papel clave en el proceso conocido como “splicing alternativo”, mediante el cual se procesan miles de genes en forma rítmica para así impactar en múltiples proceso biológicos en forma coordinada.
Comprender los mecanismos que regulan los ritmos biológicos en plantas es clave para disponer de más herramientas genéticas que permitan optimizar el crecimiento y desarrollo de cultivos en distintas regiones geográficas, en particular en distintas latitudes. En animales, entender los mecanismos de regulación de los ritmos biológicos puede ser importante para atenuar los síntomas de enfermedades vinculadas al mal desempeño de los relojes, como ciertos síndromes del sueño, afirmó Yanovsky. “Sin embargo, nuestro hallazgo todavía está lejos de impactar sobre aplicaciones concretas en temas agropecuarios o de salud”, aclaró.
El doctor Diego Golombek, director del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes, quien no participó en este estudio, indicó que “cuando un hallazgo de estas características se comprueba en organismos tan distintos, es una evidencia de que es un mecanismo que o bien se ha conservado evolutivamente o bien que a través de la evolución se ha convergido al mismo tipo de soluciones para regular aspectos básicos de la biología”.
“El trabajo de Yanovsky demuestra que muchas piezas del engranaje de nuestros relojes son -y funcionan- de forma muy parecida en diversos organismos… ¡sí, desde la lechuga hasta el consumidor de la misma!”, opinó por su parte el biólogo Ezequiel Petrillo, quien está actualmente investigando con una beca postdoctoral Marie Curie de la Unión Europea en la Universidad Médica de Viena, Austria.
Para descifrar la actividad de millones de genes en tiempos muy breves, los investigadores utilizaron equipos de última generación prestados por el Instituto de Agrobiotecnología de Rosario (INDEAR), un instituto mixto resultante de la asociación de la empresa Bioceres con el CONICET.
Del estudio, publicado en la destacada revista científica “Proceedings of the National Academy of Sciences”, también participaron las licenciadas Soledad Perez-Santángelo y Estefanía Mancinia y el doctor Ruben Gustavo Schlaen del laboratorio de Yanovsky; el doctor Ariel Chernomoretz del laboratorio de Bioinformática Estructural del Leloir; y los doctores Lauren Francey y John Hogenesch, de la Facultad Perelman de Medicina de la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos.
Las plantas piensan, hablan
y leen tu mente, dicen científicos
El equipo
de investigaciones también demostró que las plantas tienen procesos mentales
superiores, incluyendo la capacidad de sentir miedo, felicidad y capacidad para
comunicarse
Por Tara MacIsaac
- La Gran Época
Dom, 26
Ene 2014 20:23 +0000
Cleve
Backster comenzó sus experimentos con la planta Dracaena. (Cortesía de Cleve
Backster)
La última
investigación de un equipo de científicos de la Universidad de Australia
Occidental (UWA), descubrió que las plantas tienen memoria a largo plazo. El
equipo de investigaciones también demostró que las plantas tienen procesos
mentales superiores, incluyendo la capacidad de sentir miedo y felicidad,
capacidad de comunicación, e incluso la capacidad de leer la mente.
El
Príncipe Carlos, una vez dijo que había hablado con las plantas y que ellas
respondieron. Dice el artículo
de The Economist, refiriéndose
a la nueva investigación de la memoria de las plantas, que el príncipe pronto
podría ser reivindicado, después de enfrentar a algunas burlas por su
declaración.
Demos una
mirada a la mente de las plantas.
1. Las
plantas tienen memoria a largo plazo
La Dra.
Mónica Gagliano dirigió el estudio UWA, que fue publicado en la revista
Oecología. Ella y su equipo dejaron caer, desde cierta altura, unas
macetas de plantas de mimosa pudica, sobre una espuma de relleno,
para conmocionar a las plantas, pero sin hacerles daño. Las mimosas fueron
elegidas por su atributo único de cerrar las hojas cuando se sienten
amenazadas, lo cual facilita observar su reacción a los estímulos.
Lo que
los investigadores querían ver, era si las plantas eran capaces de aprender que
el choque amortiguado no les causaba daño. También querían ver si las
plantas podían recordar este hecho después de un período prolongado de tiempo.
Las
plantas dejaron de reaccionar después de unas cuantas caídas, mostrando que
habían aprendido que la acción no era peligrosa. Los investigadores se
aseguraron de descartar la fatiga como algo que les impidiera reaccionar,
aplicando diferentes estímulos a los cuales ellas reaccionaron al instante.
Las
pruebas se llevaron a cabo en múltiples plantas durante varios períodos de
tiempo.
Algunas
plantas se dejaron reposar durante 28 días, después de una prueba inicial de
varias caídas, luego de estos días, las plantas todavía recordaban la lección
que habían aprendido y no reaccionaron a las caídas, pero sí a otros estímulos.
¿Cómo
piensan las plantas si no tienen cerebro?
Aunque
las plantas no tienen cerebro ni sistemas nerviosos observados en otros
organismos con facultades mentales superiores, los investigadores comenzaron a
plantear la hipótesis de sistemas alternativos, por ejemplo, The Economist
explica, que las plantas tienen vías bien formadas, a través de las cuales
pueden transmitir información en forma de señales eléctricas.
2. Las
plantas tienen sentimientos
El
fallecido Cleve Backster hizo un descubrimiento asombroso en 1966, el cual creó
en la gente la tendencia a hablarle a las plantas en sus casas.
Backster
era un ex especialista del detector de mentiras en la CIA, que desarrolló
varias técnicas poligráficas, todavía usadas hoy en día por las agencias
militares y gubernamentales estadounidenses. Realizó un experimento con
macetas de plantas de dragón (Dracaena) y lo detalló en su libro "La
vida secreta de las plantas".
Él tomó
dos plantas de Dracaena y conectó a una de ellas a un detector de mentiras,
luego pidió a una persona que pisara la otra planta. Cuando se llevó
a cabo esta acción, el polígrafo registró gran temor en la planta testigo del
hecho.
Backster
llegó aún más lejos, la planta que había registrado miedo, fue puesta a prueba
otra vez. Varias personas entraron a la sala donde estaba esta planta,
incluyendo la persona que había pisoteado la otra planta, el polígrafo no
mostró ninguna reacción ante las otras personas, pero cuando la persona que
había pisoteado la planta entró en la habitación, volvió a mostrar
miedo. Parecía reconocerla.
Las
plantas experimentan felicidad cuando las riegas, e incluso tienen la capacidad
de leer las mentes humanas, asegura Backster.
3. Las
plantas pueden leer la mente
En una
ocasión, cuando Backster estaba decidiendo sobre qué nuevo experimento hacer
con la planta, pensó quemarle las hojas para ver su reacción. Cuando él pensó
en hacer daño a la planta, el polígrafo registró una reacción de miedo en la
planta.
Los
hallazgos de Backster han sido reproducidos por otros investigadores,
incluyendo los científicos Alexander Dubrov y Marcel Vogel, quien estaba
en IBM en el momento de sus estudios.
La Gran
Época realizó una entrevista en profundidad con Backster poco antes de su
muerte. Vea el artículo: Percepción
primaria: 'La vida secreta de las plantas'.
4. Las
plantas pueden "hablar"
La
comunicación de las plantas es un campo de estudios cada vez más importante. La
doctora Gagliano ha llevado a cabo recientemente varias investigaciones sobre
el tema. En un estudio publicado en
la Revista de Oxford, en
2012, Gagliano explicó que desde hace tiempo ya se sabe que las plantas
producen ciertas ondas sonoras.
Muchos
piensan que estas ondas sonoras pueden ser accidentales, una reacción natural
de la planta a la deshidratación, y no comunicaciones intencionales, pero
Gagliano no está tan segura.
Ella
observó las formas como las plantas se comunican, el proceso que crea ondas
sonoras se denomina cavitación y ocurre cuando las plantas se deshidratan.
Gagliano
dijo, sin embargo: "las señales acústicas emitidas por las plantas son tan
numerosas, que parece muy poco probable que cada evento acústico siempre sea
atribuible únicamente a la cavitación ... y de hecho, la evidencia reciente
indica que las plantas generan sonidos independientes de la deshidratación y
del proceso de la cavitación".
Citó una
investigación que muestra que algunas de las ondas sonoras pueden ser creadas
por un gran sistema de burbujas de los conductos del xilema.
"Aunque
durante mucho tiempo, los mecanismos utilizados por los animales para percibir
su entorno y comunicarse entre sí, han sido objeto de intenso interés
científico, también existen estudios acerca de la comunicación de las plantas,
pero todavía no son tan avanzados y reconocidos", escribió Gagliano.
"Este
es particularmente el caso de la bioacústica de las plantas, y es sorprendente
si tenemos en cuenta que la capacidad de detectar el sonido y las vibraciones,
es una modalidad sensorial filogenéticamente antigua detrás de la organización
del comportamiento de todo organismo vivo y su relación con el entorno".
La Gran
Época
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