y tanta falta nos hace en el país...
La apasionante historia del
profesor prohibido que creó la mayor cuna de físicos del país
Daniel
Córdoba da un taller en Salta que reúne más de 200 alumnos los sábados y que se
convirtió en una fuente de ingresantes al prestigio Instituto Balseiro. Sus
años en la "clandestinidad" y su modo de enseñanza que se volvió
objeto de estudio
26 de
julio de 2019
mafernandez@infobae.com
Cada
sábado más de doscientos chicos se congregan en el anfiteatro de la Universidad
de Salta a las 9 y media de la mañana. Se juntan a aprender física. No van
por obligación, ni porque necesitan de ese curso para recibirse. Lo hacen
por gusto. Y en el medio, aprenden. Al frente está Daniel Córdoba.
En 1991
el profesor ya trabajaba en la universidad, pero no estaba conforme con cómo se
enseñaba. Se dio cuenta de que los sábados la seguridad era mínima en la casa
de estudios. Iba a jugar al fútbol con amigos y para usar la cancha nadie tenía
que pedir permiso. Tampoco -intuyó- había que pedirlo para usar una de las
aulas. Eligió una de las que estaba cerca de la confitería e instaló su
taller extracurricular.
"Veía
que había muchos chicos que les costaba la física porque se enseñaban fórmulas
y teorías complejísimas en poco tiempo. A veces uno quiere que los chicos
aprendan en una clase teorías que a la humanidad le costó 200 o 300 años
entenderlas. En la clase convencional uno está atado a normas y a un
programa. Entonces empecé a trabajar con tiempos más acordes, con desafíos
complejos de la realidad", le dice Córdoba a Infobae.
El
enfoque era otro. Empezó a plantear problemas que iban desde cómo se cocina un
bife hasta de dónde salió la bala que mató a John Kennedy, pasando por
preguntas básicas como "por qué caminamos". En un principio eran dos
alumnos, pero el boca a boca surtió efecto pronto. El objetivo inicial era
formar chicos para competir en las olimpiadas de física. Después comprendió que
estaba errado. "Me di cuenta de que para la mayoría la física era algo
imposible. Entonces le puse el nombre: 'Física al alcance de todos'".
Detrás de
ese nombre había un concepto. "Los desafíos los combiné con las historias
de las ideas. Les contaba los relatos que dieron origen a las teorías más
importantes y se enganchaban. En el colegio es algo que no se puede hacer
porque no da el tiempo. En cierto punto, logré hackear el sistema. Yo no
avanzaba tanto, pero sí les daba habilidades de pensamiento. Y los chicos
entendían", recuerda el profesor.
En 1995,
uno de sus alumnos -en su mayoría chicos de secundaria que tenían problemas con
la materia- logró ingresar al Instituto Balseiro, en Bariloche, el más
prestigioso formador de físicos del país. El hito llegó a oídos de las
autoridades del colegio preuniversitario de la UNSa, que desconocían del curso
que se dictaba a sus espaldas. Inmediatamente lo prohibieron por
considerarlo "elitista", por intuir que solo trabajaba con los
"mejores alumnos". Le dijeron que eso iba en contra del espíritu
de la institución y lo suspendieron.
Fueron
seis meses sin el taller. Hasta que, ya con las aguas más calmas, pudo
apropiarse de otra aula universitaria. "Después de eso, durante ocho
años fui un profesor clandestino, sin cobrar un peso por el taller y sin el
respaldo institucional. Hice rancho aparte y poco a poco, la cantidad de
talleristas aumentó. Aumentó más de lo normal", cuenta Córdoba.
Muchos de
los chicos que llegaban -y llegan- lo hacen con la idea de estudiar ingeniería,
de mejorar en física para seguir una carrera difícil pero bien remunerada.
Pero son unos cuantos los que terminan cambiando de rumbo y ven a la
carrera de físicos como una posibilidad. De hecho, el curso se convirtió en el
gran semillero del Balseiro. Cinco años atrás, el 23% de los ingresantes
eran salteños; casi uno de cada cuatro, un número "imposible",
dice.
En sus
años en la "clandestinidad", a Córdoba se le hizo costumbre anotar en
una libreta negra sus sensaciones después de cada clase. Apuntar qué debía
mejorar, en qué momentos los alumnos se habían entusiasmado, qué desafíos eran
los que más encendían la chispa. Hoy varios tesistas, incluso a miles de
kilómetros de distancia, como en la Universidad Complutense de Madrid, estudian
esas libretas. La pregunta que los desvela es: cómo se forman -y
convierten- las vocaciones científicas. Más bien, si la "nerditud"
(sic) se puede aprender.
El éxito
del taller se hizo evidente y comenzaron a llegar los reconocimientos. Laureles
provinciales, como de la Cámara de Diputados y el Concejo Deliberante salteños,
y nacionales como el Senado y el Ministerio de Educación. El colegio no tuvo
opción y lo oficializó. "Física al alcance de todos" dejó de ser
clandestino.
Hoy
Daniel tiene 55 años. El taller sigue vigente e incluso con más fuerza. Cada
vez que abren la inscripción, a las pocas horas se agota el cupo. Tienen
tres niveles de dificultad. A medida que los chicos avanzan compiten en
olimpiadas o trabajan en actividades del colegio. Incluso hay un cuarto nivel,
que son sus ayudantes, algunos de los jóvenes que se dedicarán a la física.
Pasaron
reconocimientos de organismos públicos y privados, de fundaciones, ONGs y
centros educativos, pero ninguno lo conmovió tanto como el que recibió el año
pasado. La UNSa, la misma institución que lo había prohibido dos décadas
atrás, lo nombró Honoris Causa, la máxima distinción universitaria.
"Cuando
empecé el taller jamás pensé que iba a escalar tanto. El curso rememora parte
de la escuela a la que yo fui: conviven chicos de bajos recursos con otros de
familias aventajadas. No está la brecha que tiene la escuela pública hace años
-dice el profesor-. En el país hay muchísimos docentes con hidalguía, pero el
problema es el sistema educativo. El sistema es como la gravedad: te permite
caminar, pero no te permite volar".
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