Por Colaborador Invitado
on 31 julio, 2014
Nuestro
colaborador Carlos Briones resume los avances recientes en el campo de la
biología sintética, y reflexiona sobre si con ellos ya podemos decir que se ha
creado vida artificial.
¿La vida artificial ya está aquí?
“Científicos
norteamericanos crean vida artificial”. “Comienza la era de la vida
artificial”. “La vida artificial ya está aquí”. Con titulares tan grandilocuentes como éstos,
varios medios de comunicación de nuestro país sorprendían a la opinión pública
el 27 de marzo de este año. En esta tentación cayeron tanto algunos
periódicos de gran tirada como un buen número de canales de televisión,
emisoras de radio y portales de internet.
No todos,
afortunadamente, como fue el caso de Materia
o de Next.
Pero el incendio se había iniciado y tenía varios frentes. De hecho, la propia
revista Science, en la que se había publicado el trabajo del que
hablaban todos los medios, lo había calificado como “el monte Everest de la
biología sintética”.
Lógicamente,
una oleada de comentarios de todo tipo inundó los informativos y las redes
sociales. En ellos se mezclaban la sorpresa, el miedo y la esperanza. Así, se
estaba poniendo de manifiesto cómo suele funcionar en nuestro país el binomio
de la comunicación científica en ocasiones como ésta. Por un lado, somos
parte de una ciudadanía que posee (nuestros gobernantes presentes y pasados
sabrán por qué) una cultura científica muy escasa, lo que impide reaccionar con
criterio propio ante la información que nos llega (y además prepara un
excelente caldo de cultivo para la propagación de creencias irracionales y
maguferías de toda índole, como es sabido). Por otro lado está la urgencia de
algunos medios por generar titulares espectaculares… sin permitir que la
realidad se los estropee, claro está. Ante el debate sobre lo que es o no es
una noticia, parece claro que la creación de vida artificial (significara
esto lo que significara, como veremos) sí era una noticia. O, quizá, la
noticia.
Pasaron
las horas, y tanto unos como otros fueron haciendo algo siempre aconsejable:
leer el artículo original del que derivaban tales titulares, o al menos repasar
los comentarios razonados de otros que sí lo habían leído, para ponerlo todo en
el contexto adecuado. Con ello, la forma de enfocar esa información se
fue matizando, relativizando, racionalizando. Empezaba a decirse que “se daba
un paso de gigante hacia…”, o que “nos acercábamos a…”. Pero quizá, para el público
general, con estos matices todo aquello dejaba de ser noticia. Ya ni
siquiera daba miedo. De hecho, durante los días 28 y 29 de marzo este tema fue
migrando de las primeras páginas a las secciones de ciencia. Y las emociones
dieron paso a la reflexión. Como ejemplo, una semana después se utilizaba
acertadamente como titular de una entrevista al último firmante del artículo su
respuesta más realista y modesta: “Sólo
estamos jugueteando con genomas”. Pero entonces, ¿qué era en realidad lo
que se había publicado en Science?
Science,
27 de marzo de 2014
El artículo publicado en
la versión electrónica de Science el 27 de marzo (y cinco días
después en su edición impresa) estaba firmado por un equipo internacional
liderado por Srinivasan Chandrasegaran (profesor de la Johns Hopkins
University School of Public Health, Baltimore) y Jef D. Boeke (director
del New York University Langone Medical Center). En él se describía un logro
extraordinario de esa disciplina relativamente nueva conocida como biología
sintética: ensamblar en el laboratorio un cromosoma completo de un
organismo eucariótico (es decir con núcleo definido, a diferencia de las
bacterias y las arqueas), la levadura Saccharomyces cerevisiae.
Este
hongo unicelular es una de las especies tipo utilizadas desde hace
décadas por los investigadores de todo el mundo, debido entre otros factores a
que posee uno de los genomas eucarióticos más pequeños, con 12 millones de
pares de nucleótidos (abreviado como pb, por “pares de bases nucleotídicas”)
repartidos en 16 cromosomas (el nuestro, por ejemplo, tiene unos 3.300 millones
de pb y 23 pares de cromosomas). Por ello, este fue el primer genoma
eucariótico secuenciado en su totalidad, en 1996. Se han desarrollado muchas
técnicas experimentales para manipular genéticamente S. cerevisiae, y
hay miles de laboratorios en todo el mundo utilizando esta levadura con fines
biotecnológicos. De hecho, los humanos nos hemos beneficiado de las
capacidades metabólicas de esta especie y de otras levaduras relacionadas desde
la antigüedad, ya que permiten la fermentación de tres alimentos esenciales
para un adulto con amigos: la cerveza, el vino y el pan.
El
trabajo ha sido titulado “Total synthesis of a functional designer
eukaryotic chromosome” (una forma más descriptiva y menos espectacular que
otro artículo del que hablaremos posteriormente). Está centrado en el cromosoma
III de S. cerevisiae, una molécula de ADN lineal, de 316.617 pb
de longitud. En él, mediante herramientas bioinformáticas se habían
diseñado 500 mutaciones que no deberían impedir su funcionalidad pero sí
permitir distinguirlo claramente de su equivalente natural. Algunos de esos
cambios servían para activar o silenciar a voluntad ciertos genes funcionales
contenidos en dicho cromosoma, y otros lo dejaban preparado para futuros
cambios de mayor calado. Además, se habían eliminado (o “delecionado”) varias
regiones del material genético, con lo que el cromosoma sintético (denominado SynIII)
quedaba reducido a una longitud de 272.871 pb.
Representación esquemática del cromosoma SynIII de
Saccharomyces cerevisiae, mostrando en color marrón las regiones delecionadas
con respecto al cromosoma III natural, y con marcas de colores los distintos
tipos de mutaciones introducidas [adaptado
del servidor de la Johns Hopkins University]
Una vez
diseñado el cromosoma variante SynIII se procedió a sintetizarlo
químicamente a partir de fragmentos cortos de ADN (denominados
“oligonucleótidos”) con la secuencia correspondiente. En el ensamblaje de ese
gigantesco puzzle participaron, a través del proyecto Build-a-genome, 60
estudiantes universitarios que no sólo tuvieron la suerte de colaborar en
una investigación puntera sino que varios de ellos fueron reconocidos
como coautores del trabajo.
Uno de
los puntos más relevantes de esta investigación tiene que ver con las
plasticidad de los genomas, pues sus autores demuestran que las células en cuyo
núcleo habían sustituido el cromosoma III por el SynIII (como se ha indicado,
bastante diferente del original) se comportan de manera casi idéntica a las
levaduras naturales, aunque poseen ciertas funciones nuevas como la
capacidad para crecer en algunos medios de cultivo diferentes.
Tal como
se ha planteado el trabajo, la posibilidad de ensamblar cromosomas modificados
de levadura permitirá alcanzar uno de los fines de la biología sintética: alterar
los genomas y/o capacidades metabólicas de ciertos organismos con el fin de producir
nuevos fármacos, biocombustibles o materias primas para obtener alimentos. Con
ello, los autores destacan los potenciales beneficios de un avance tan
espectacular como éste, sin que en teoría nadie pueda sentirse amenazado por un
ser artificial creado en un laboratorio de investigación. De hecho esto es
sólo el principio, pues un gran consorcio internacional ya está trabajando en
la modificación y ensamblaje de los otros 15 cromosomas de esta levadura,
con intención de disponer en cinco años del genoma completo en versión
sintética. Para realzar su vertiente tecnológica, el proyecto ha sido bautizado
con el significativo nombre de “Sc 2.0”.
Logotipo del proyecto Sc 2.0, con las marcas de un
puzzle superpuestas sobre la fotografía de una levadura en gemación [adaptado de Build-a-genome]
Con todo,
realmente en marzo estábamos ante un gran logro de la biología sintética
que merecía ser publicado en las mejores revistas científicas. Pero, ¿se
había creado vida?; ¿la vida artificial ya estaba aquí? Si partimos de la
información genética previamente conocida de un microorganismo, realizamos
cambios que intuimos cómo van a funcionar porque tal organismo es el más
conocido (junto con la bacteria Escherichia coli) de todos los que
habitan en este planeta, ensamblamos (empleando herramientas moleculares
proporcionados por otros microorganismos) uno de sus cromosomas a partir de los
fragmentos que contienen la información deseada… ¿realmente estamos creando
algo nuevo o artificial? ¿Diseñar una variante alternativa
del dibujo en la banda de rodadura de un neumático quiere decir que hemos
inventado la rueda?
Tal
pretensión (en esta ocasión, más de la revista que de los propios autores del
artículo) no es nueva, sino que se inició hace dos décadas. De hecho,
Chandrasegaran ha comentado que la inspiración para iniciar este trabajo
partió de los avances logrados durante los últimos años por alguien fundamental
en la investigación sobre biología sintética… y que también ha protagonizado
varios “pasos de gigante hacia la vida artificial”: J. Craig Venter.
La sombra
de Venter es alargada
J. Craig
Venter es un investigador y empresario de éxito, que con frecuencia ha
sorprendido a la comunidad científica con logros extraordinarios. Su salto a la
fama se inició en el año 1998, cuando comenzó a liderar una iniciativa
fundamental (a la par que muy polémica) durante la secuenciación del genoma
humano. Han sido también importantes sus aportaciones a la metagenómica
en los últimos años, y tiene el curioso honor de haber sido el primer
individuo de nuestra especie cuyo genoma ha sido secuenciado por completo.
¿Casualidad? Realmente no, pues ese trabajo fue realizado precisamente en el J. Craig Venter Institute, fundado
y dirigido por él en Rockville y La Jolla.
Pero lo
que le dio un papel de pionero en la línea de investigación que estamos
comentando fue la
publicación en diciembre de 2003 del ensamblaje del genoma completo de
un virus (el bacteriófago PhiX174) a partir de oligonucleótidos
sintetizados en otro laboratorio, cuya secuencia correspondía a otros tantos
fragmentos contiguos de la secuencia del genoma viral. Dicho genoma es una
molécula de ADN de banda sencilla (en lugar de la habitual doble hélice) y
circular, con 5.386 nucleótidos de longitud. La inserción de ese genoma
ensamblado en células de E. coli, uno de sus hospedadores naturales,
producía partículas virales infecciosas.
Empleando
un método similar, en enero de 2008 el grupo de Venter logró otro éxito:
sintetizar por primera vez un genoma celular.
Se trataba del cromosoma de Mycoplasma genitalium, la bacteria de vida
libre conocida que posee el genoma más corto: una molécula de ADN con unos 580.000
pb. Como en el caso anterior, estábamos ante un gran avance de la
biotecnología y de la biología sintética, que también había sido posible
gracias al conocimiento previo de la secuencia del genoma completo que se iba
ensamblando in vitro.
El
siguiente hito en este fructífero camino fue la publicación en Science,
el 20 de mayo de 2010, de un artículo aún
más impactante. La primera parte del trabajo consistió en la síntesis
del genoma completo de la bacteria Mycoplasma mycoides, en esta
ocasión realizando en levaduras el ensamblaje de los oligonucleótidos. En dicho
genoma (una molécula circular de ADN de aproximadamente 1.080.000 pb) se
insertaron algunas mutaciones que no afectaban a ninguno de los genes
bacterianos, a modo de “código de barras” para distinguirlo del genoma natural.
La segunda etapa del experimento supuso la inserción de ese genoma en una
célula receptora de la especie Mycoplasma capricolum previamente
desprovista de su material genético. La nueva célula quimérica era funcional, y
estaba controlada por el único DNA presente en ella: el cromosoma sintético de M.
mycoides. Con ello se demostraba que el genoma de una especie, previamente
ensamblado fuera de ella, podía ser plenamente funcional en células de otra
especie muy relacionada con la donante del material genético. En efecto,
tras varias generaciones en la vida de estas bacterias quiméricas (a las que se
denominó M. mycoides JCVI-syn1.0), el nuevo genoma había tomado
el control y su expresión reemplazaba toda la maquinaria macromolecular que
había estado previamente operando en el citoplasma de la célula receptora.
Lo que por otra parte era esperable: el software manda.
Representación esquemática de la estrategia seguida
para ensamblar el genoma de Mycoplasma mycoides, y fotografía de microscopía
electrónica de barrido de células de M. mycoides JCVI-syn1.0 [adaptadas
del JCVI]
Este
artículo volvía a poner de manifiesto tanto la elegancia experimental de Venter
como su enorme capacidad económica (se estima que el trabajo costó la asombrosa
cifra de 40 millones de dólares). Su repercusión en los campos de la ingeniería
genética y la biología sintética fue enorme, y distintas voces comenzaron a
proponer a este científico pionero como un serio candidato al Premio Nobel,
un galardón que quizá acabe consiguiendo. En paralelo, corrieron ríos de tinta
y de bits sobre la posibilidad de que, con sus últimos trabajos, Venter hubiera
creado vida artificial. De hecho, el título elegido por él para este
artículo (que había causado gran extrañeza en el ámbito científico) era:
“Creation of a bacterial cell controlled by a chemically synthesized genome”.
La realidad era que en absoluto se estaba creando vida: como mucho, se
estaba copiando. Además, lo copiado no era la vida, ni un
ser vivo, ni una célula, sino un genoma. Y por otra
parte no se puede denominar artificial a un proceso en el que (haciendo
un símil con esos muebles suecos que nos rodean) tanto las piezas que hemos desembalado
como el plano con las instrucciones de montaje y hasta los destornilladores…
nos los ha proporcionado la naturaleza, son fruto de la evolución biológica.
Dicho de otra forma, ¿por qué llamar creación de vida artificial al bricolaje,
por muy habilidoso que sea quien lo practica?
Pero
Venter mantiene que con este experimento “creó la primera especie
auto-replicativa de este planeta cuyo progenitor no es otro ser vivo sino un
ordenador”. Casi nada. Diciendo esto parece inapropiado lamentar después que el
público tenga miedo a sus avances científicos. Como en esa época comentaba
irónicamente Harold J. Morowitz (eminente biofísico de la Universidad
George Mason en Virginia): “se ha sintetizado un genoma bacteriano y con ello
se ha creado un miedo artificial”. En cualquier caso, los resultados publicados
por Venter en la primera década del siglo (que han sido muchos más de los aquí
reseñados) hacían presagiar que no tardaría mucho en lograrse el siguiente
hito: ensamblar un cromosoma completo de un organismo eucariótico.
Y ese
logro es el que ha publicado Science hace cuatro meses. Como hemos
visto, el cromosoma SynIII de S. cerevisiae es tres veces más
corto que el genoma de M. mycoides, pero a cambio la nueva aproximación
ha incluido numerosos avances conceptuales y metodológicos respecto al trabajo
previo con micoplasmas. Y también ha inaugurado una visión más humilde de la
relación de los humanos con la biología, ya que Chandrasegaran ha comentado en
varias ocasiones: “realmente estamos muy lejos de crear ninguna clase de vida
artificial desde la nada”. De hecho, como ha subrayado Tom Ellis (del
Imperial College de Londres), este último trabajo “ha servido para demostrar
que puedes construir un cromosoma sin tener que ser alguien como Venter,
con un instituto tuyo trabajando para ti”. Definitivamente, los dos líderes del
consorcio que ha publicado sus resultados en marzo caen mejor en la comunidad
científica que el primer humano que se secuenció su propio genoma.
Nature, 7
de mayo de 2014
El primer
semestre de 2014 no sólo nos ha traído sobresaltos relacionados con el
ensamblaje del primer cromosoma eucariótico. El 7 de mayo, la versión
electrónica de la revista Nature publicaba un
artículo revolucionario del grupo de Floyd E. Romesberg,
investigador del Scripps
Research Institute en La Jolla. En él se describe cómo dos nucleótidos
diferentes de los cuatro que forman parte del ADN (abreviados, como ATP, CTP,
GTP y TTP, por el símbolo de la base nucleotídica que contienen, junto con el
azúcar desoxirribosa y tres grupos fosfato) pueden insertarse en los genomas y
con ello ampliar el alfabeto de la vida de 4 a 6 letras. Esos dos
nuevos nucleótidos se denominan abreviadamente dNaMTP y d5SICSTP, e
incluyen dos bases nucleotídicas sintéticas (simbolizadas como X e Y)
diferentes de las naturales. Ambas son complementarias entre sí, por lo que
cuando una está frente a la otra en sendas cadenas del ADN, entre ellas se
establece una interacción por puentes de hidrógeno (X-Y) como ocurre con las
naturales (A-T y G-C). Este tercer par de letras se puede incorporar a una
cadena de ADN, y en el artículo se demuestra insertándolo en un único punto
dentro del plásmido pINF (una molécula de ADN circular de 2.686 pb) que fue
posteriormente introducido en E. coli mediante técnicas convencionales
de biología molecular.
Estructura de los nucleótidos sintéticos que
incluyen las bases nucleotídicas X e Y, y representación esquemática del
plásmido en el que se ha insertado el par X-Y [adaptado
de la referencia original]
Lo más interesante
es que ese par X-Y no es reconocido como una anomalía genética por la propia
“maquinaria de control” del ADN celular: por tanto no se corrige y se
propaga de forma estable en la progenie de la bacteria. Eso sí, dado que
las células no pueden sintetizar los dos nuevos nucleótidos, éstos siempre
tienen que estar presentes en el medio de cultivo para que la bacteria los
pueda tomar, gracias a la acción de una proteína transportadora específica que
se ha insertado en su membrana. Tal aparente limitación se convierte en una
ventaja desde el punto de vista de la bioseguridad, ya que estas “E. coli
de seis letras” no pueden vivir fuera del laboratorio. Una vez que están
en el interior celular tanto los nucleótidos como el molde ADN que contiene el
par X-Y, éste no sólo puede replicarse sino también transcribirse a
ARN (conteniendo únicamente sus cuatro ribonucleótidos naturales), y
lógicamente los ribosomas pueden traducir dicho ARN a proteínas (utilizando los
20 aminoácidos naturales). Por el momento esta es la situación, pero quizá más
adelante las modificaciones en la gramática de la vida puedan
condicionar cambios en su semántica.
Este
trabajo está basado en una tradición de tres décadas en el desarrollo de
nucleótidos sintéticos que incorporan variantes de las bases nucleotídicas
naturales. De hecho, el propio Romesberg ha dedicado los últimos 15 años
a sintetizar y probar más de 300 nucleótidos artificiales. Pero el
artículo de mayo va mucho más allá de la química sintética y plantea cuestiones
básicas sobre cuáles son los límites en el número de nucleótidos que puede
tener el ADN, por qué toda la vida está basada en sólo cuatro, y también
sobre si serían viables moléculas de ARN o proteínas que incluyan versiones
sintéticas de algunos de sus monómeros. Adicionalmente, es interesante
investigar si (en un medio que contenga dNaMTP y d5SICSTP) las E. coli
con alfabeto genético ampliado muestran mayor capacidad adaptativa frente a las
naturales, o si por el contrario no sobrevivirían a una competición frente a
ellas.
Por otro
lado, este estudio abre la puerta a preguntas más “aplicadas” y de evidente
relevancia económica. El propio Romesberg ha afirmado que a partir de lo ya
publicado tienen previsto dirigir la evolución de las bacterias modificadas
para obtener nuevos fármacos. En este sentido, un interrogante de gran
calado es si se podrá patentar seres vivos cuyo genoma incluya estos u otros
nucleótidos artificiales. El Tribunal Supremo de Estados Unidos sentenció
en 2013 que “los productos de la naturaleza” no son patentables… pero ¿hasta
qué punto es producto de la naturaleza una bacteria cuyo genoma incluye algún
nucleótido sintético?
Por
tanto, esta línea de investigación abre interesantes vías de investigación y
de debate. Para lo que aquí nos ocupa, entre la mayoría de los
investigadores una aproximación de este tipo resulta más cercana que el
ensamblaje de genomas a algo parecido a la vida artificial. Pero, aun
así, hasta ahora no se están proponiendo mecanismos radicalmente novedosos de
almacenamiento de información genética en los seres vivos, sino un ajuste
fino del sistema que la vida lleva utilizando desde su origen, y que se
basa en el apareamiento por puentes de hidrógeno entre las bases nucleotídicas
complementarias de los nucleótidos del ADN. Es decir, seguimos copiando…
y no al compañero de al lado sino al maestro: la naturaleza.
La ampliación del alfabeto del ADN de 4 a 6 letras
supone un gran avance en biología sintética, aunque se trata de una copia de la
estrategia básica de los seres vivos en el almacenamiento de su información
genética [adaptado de Synthorx]
¿Biología
sintética o vida artificial?
El repaso
de estos trabajos de investigación nos lleva a plantearnos si son equivalentes
dos términos a veces usados indistintamente: biología sintética y creación
de vida artificial. Una revisión reciente sobre la historia,
motivación y variantes de la biología sintética ha sido publicada
en Nature Reviews Microbiology y en el
resumen que hizo Francis Villatoro poco después de aparecer este artículo.
También se repasa este campo en una reseña sobre el libro “Regenesis: how
synthetic biology will reinvent nature and ourselves”, de George M. Church y Ed
Regis (2012), publicada
el año pasado. Para los lectores más interesados, es recomendable el número
especial que la
revista Nature Methods ha dedicado a este tema hace dos meses,
haciendo hincapié en las metodologías experimentales que se utilizan en la
actualidad.
Por su
parte, la creación
de vida artificial supondría algo de lo que ya hemos hablado: el diseño
y construcción de sistemas biológicos diferentes de los naturales por medio de
una química o bioquímica alternativas. Su planteamiento tiene mucho que ver con
la famosa frase de Richard Feynman en 1988: “lo que no puedo crear me resulta
incomprensible”. Existe otra línea de investigación muy interdisciplinar nacida
a finales del siglo pasado y también denominada Vida Artificial (VA), que
combina los avances en computación, teoría de sistemas y robótica para proponer
aproximaciones a los sistemas vivos pero mediante “organismos digitales” que no
requieren un soporte bioquímico: de ella no trataremos en este texto, centrado
en la dimensión biológica del tema.
Centrémonos
en la biología sintética. Una de sus principales aplicaciones, derivada de
cuatro décadas de investigación en ingeniería genética y de la creciente
aportación de la biología de sistemas, consiste en la modificación de los
genomas de ciertas especies (generalmente microbianas, pero también de plantas
y animales) para alterar su funcionalidad natural o lograr actividades
metabólicas concretas con aplicación en biomedicina, alimentación o medio
ambiente. Así, por ejemplo, se obtienen microorganismos modificados que
bio-sintetizan un nuevo antibiótico, ven incrementada su capacidad para
bio-capturar dióxido de carbono, o degradan un compuesto tóxico y por tanto
ayudan a bio-remediar entornos contaminados.
Otra de
las líneas de trabajo más exploradas actualmente se centra en el diseño de circuitos
genéticos en bacterias (y también en eucariotas) que permiten activar o
reprimir la expresión de genes (dispuestos en construcciones o módulos que se
suelen denominar “bioladrillos”) como si se tratara de componentes en un
circuito electrónico, y lograr con ello que el sistema realice actividades
funcionales útiles. Existen también líneas de trabajo alternativas que buscan
la construcción de protocélulas artificiales ensamblando los tres
subsistemas que forman los seres vivos (membrana, genoma y metabolismo) bien de
dos en dos o bien los tres simultáneamente, aunque siempre partiendo de
componentes moleculares que se toman prestados de E. coli u otras
especies. Con todo, la biología sintética y sus derivaciones son una de las
puntas de lanza en la ciencia del siglo XXI y hay cientos de investigadores en
el mundo (incluyendo varios grupos relevantes en España) explorando sus enormes
posibilidades.
Algunos
de los científicos que trabajan en estos campos prefieren decir (quizá para
atraer más atención o más financiación) que en lugar de estar trabajando en
biología sintética lo que hacen es sintetizar vida o (llevando más allá
la supuesta plasticidad del lenguaje y tal vez buscando otras connotaciones) crear
vida. Y dado que trabajan en laboratorios dicha vida es, lógicamente, artificial.
Como hemos comentado, este es también el caso de algunos de quienes exploran
otras variantes de la biología sintética: el ensamblaje de genomas o la
síntesis nucleótidos alternativos para el ADN. Evidentemente, cada investigador
puede defender el grado de artificialidad de su sistema de
trabajo con respecto a los organismos naturales, algo que podría llevarnos a
una larga discusión a medio camino entre la ciencia, la historia (desde la
revolución neolítica hasta hoy) y la filosofía. En cualquier caso, actualmente
muchos de los avances en cualquier ámbito de la biología sintética son
interpretados como lo que no son, y al ser amplificados por los medios producen
el efecto contrario al deseado: el miedo de la población a un nuevo
Frankenstein salido de los laboratorios, como ya ocurrió tras el
primer experimento de química prebiótica de Stanley L. Miller y en otros
avances de la biología molecular y la ingeniería genética desde la década de
1970.
La imaginación al poder: a un árbol filogenético
universal mostrando los tres dominios de la vida se le ha añadido (marcado en
color rosa) un supuesto cuarto dominio formado por genomas y organismos
sintéticos [adaptado de la iniciativa artística de Alexandra Daisy Ginsberg “The synthetic
kingdom: a natural history of the synthetic future”]
Pero todo
ha de ser puesto en contexto. La auténtica creación de vida artificial (si
alguna vez llega a lograrse) consistiría en ser capaces de construir una
entidad auto-replicativa y metabólicamente viable dotada de un genoma (de
ADN o de ARN) cuya secuencia fuera totalmente nueva. O, mejor aún, que
albergara su información heredable no en un ácido nucleico natural sino en otra
entidad molecular diferente (por ejemplo, alguno de los polímeros artificiales
análogos a los ácidos nucleicos que ya se han sintetizado in vitro). Si
alguien logra esto alguna vez, probablemente lo hará empleando una aproximación
no “de arriba hacia abajo” o top-down como las comentadas aquí (que
parten de la información biológica contenida en los organismos actuales) sino
imaginando una estrategia bottom-up que busque construir un
sistema vivo a partir de sus componentes moleculares por separado. Sólo eso
permitiría pasar de lo no vivo a lo vivo.
En este
sentido resulta relevante la aproximación que desde hace más de una década está
llevando a cabo Jack
W. Szostak en la Universidad de Harvard con protocélulas artificiales.
En ellas combina dinámicas auto-replicativas de polímeros genéticos naturales o
artificiales con procesos de auto-ensamblaje, crecimiento y división de las vesículas
que los contienen. Precisamente aprovechar la capacidad natural de las
moléculas para ensamblarse entre sí es una de las estrategias bottom-up
más útiles cuando se pretende fabricar vida en el laboratorio. Quizá su
grupo, u otros que están trabajando en líneas similares, nos sorprenda en el
(todavía lejano) futuro con la noticia de que un proceso artificial ha logrado
recrear esa transición clave producida hace algo más de 3.500 millones de años:
el origen de la vida.
Planteamiento de J.W. Szostak para la síntesis,
mediante una aproximación bottom-up, de protocélulas artificiales con capacidad
para dividirse y evolucionar [adaptado de su artículo “Template-directed
synthesis of a genetic polymer in a model protocell”]
Dentro de
este planteamiento de construcción ascendente que lleve de la química a
la biología algunos autores han propuesto que, gracias a los avances de la nanotecnología
para manipular moléculas individuales, llegará a ser posible ensamblar un
ser vivo pieza a pieza a partir de sus constituyentes fundamentales.
Sin embargo, a pesar de que la bionanotecnología ofrece un futuro lleno de
posibilidades, el ensamblaje de un ser vivo como
si se tratara de un puzzle resulta imposible debido a las limitaciones
tecnológicas intrínsecas al proceso y a la extraordinaria complejidad molecular
que poseen incluso bacterias tan aparentemente sencillas como las que hemos
comentado anteriormente.
En
particular, cada vez se sabe más sobre los componentes moleculares de las
células de forma aislada (por ejemplo cómo es y cómo funciona una enzima, una
proteína transmembrana, un plásmido o un ribosoma), pero el comportamiento
conjunto de cualquier sistema vivo, con los millones de interacciones
que se establecen y se rompen en cada fracción de segundo, es todavía un gran
desconocido para la ciencia. Y es precisamente esa interdependencia mutua entre
las partes del sistema lo que define a los seres vivos, que además van
sintetizando y degradando constantemente sus componentes (con la excepción de
su genoma) dentro del equilibrio cinético en el que viven. La
biología y la química de sistemas investigan sobre ello pero, por el
momento, aunque dispusiéramos de una cantidad ilimitada de tiempo,
bio(nano)tecnólogos y dinero para manipular todas las moléculas que forman
parte de un ser vivo, no sabríamos cómo construirlo. Y lógicamente tampoco
podríamos ensamblar ningún ser vivo nuevo: necesitamos la foto para saber
a qué debería parecerse el puzzle una vez terminado.
De hecho,
quizá sea necesario encontrar otro ejemplo de vida fuera de la Tierra
(y que además haya tenido un origen diferente del nuestro) para poder
imaginarnos químicas diferentes y suficientemente complejas capaces de originar
sistemas vivos alternativos. Porque recordemos que en nuestro planeta todas
las formas de vida que habitan en todos los lugares conocidos (desde
nuestro entorno hasta los ambientes más extremos) resultan idénticas desde el
punto de vista químico, básicamente iguales en su la bioquímica, y son el fruto
de la evolución del genoma que poseía LUCA, nuestro antepasado común. Ninguna
especie escapa de esta uniformidad en la vida que conocemos, y evidentemente ni
siquiera la supuesta “vida basada en arsénico” era tal. Los seres vivos que
habitamos en este punto azul pálido, aunque parezcamos tan diferentes como Deinococcus
radiodurans, una ameba o un bonobo… no somos sino variaciones de un mismo
tema. Entre nosotros hay pocas pistas para imaginar las características que
podría tener una química auto-replicativa diferente cuya viabilidad
decidiéramos probar. De hecho, aunque no vamos a profundizar sobre ello en este
artículo, las consideraciones éticas y ecológicas deberían tenerse muy
en cuenta si la creación de algún tipo de vida artificial en el laboratorio
fuera posible.
Por
tanto, a pesar de que las ciencias adelantan que es una barbaridad… hemos de
ser cautos ante los continuos “pasos de gigante” que se publiquen en este campo
y además así evitaremos alarmismos: hasta ahora ni se ha creado vida, ni es
artificial. Eso sí, merece la pena recorrer el largo y fascinante camino
que tenemos ante nosotros. Entre otras cosas porque, en la línea de lo que
sobre la inteligencia artificial ha dicho Douglas Hofstadter, quizá sea
persiguiendo la vida artificial como descubramos las claves del funcionamiento
de la vida.
Carlos
Briones
es investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
en el Centro de Astrobiología (CAB), centro mixto del CSIC y del Instituto
Nacional de Tecnología Aeroespacial (INTA), asociado al NASA Astrobiology
Institute (NAI).
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