Casi por
deformación profesional, con las excepciones de rigor, los políticos tienden
naturalmente a autocalificarse como los mejores de la sociedad. En países como
la Argentina, por ejemplo, el culto a la personalidad que el gobernante de
turno hace de sí mismo, de tan insistente y cotidiano, tiene lugar como algo
propio y normal del sistema democrático cuando, en realidad, es todo lo
contrario. Como es obvio en nuestro país, el tácito y verdadero objetivo de la
propaganda oficial no es informar los actos de gobierno sino promocionar de
manera descarada al gobernante de turno y su gestión, ya sea para afianzarlo en
el cargo o para relanzarlo a otro. Todo, como es evidente, financiado con
recursos públicos; lo que, a su vez y por ende, aniquila el proceso de
competencia leal de selección de autoridades en las urnas. Es claro que aún montando
el mejor corcel, ganarle las elecciones al “matungo del comisario” es casi
imposible. (Así y todo, son más democráticas que las “carreras” en Cuba, donde
“el caballo de Fidel” siempre llega primero porque corre solo.) De allí que el
Consenso Político celebrado en Salta por estos días representa un hecho de
madurez y racionalidad política que abriga esperanzas. Puntualmente, el acuerdo
para limitar el mandato del gobernador a sólo uno y de los intendentes y
legisladores a dos. Nada más placentero a los oídos de los que aman la libertad
escuchar que se le limitará el tiempo en el poder al individuo que se encuentre
a cargo del Estado. Nadie en este mundo es imprescindible y menos todavía los
déspotas que, en nombre de la patria y los desposeídos, arrasan con la vida, la
libertad y la hacienda de quienes producen riqueza. La convocatoria
presidencial con la consigna “Patria o Griesa” persigue un principal objetivo:
el de diluir, ocultar o endilgar al conflicto de la deuda, la desastrosa
gestión presidencial kirchnerista. Sin reservas monetarias suficientes, sin
crédito, sin recursos energéticos, con caídas en la producción de bienes y con
un déficit fiscal enorme el país atraviesa por una crisis que (por lo menos
para paliarla) requiere cualquier cosa menos exasperadas peroratas
presidenciales. Menos, todavía, leyes de corte nazi-fascista como la ley de
Abastecimiento o la antiterrorista aplicada a la firma Donnelley.
Respecto
de la propiedad privada empresarial, según Alberto Benegas Lynch (hijo), el totalitarismo
de izquierda se diferencia del nazi-fascista en que, el primero, simplemente
elimina al dueño y se apropia por la fuerza de la empresa, en cambio “…la
política fascista le permite al aparato estatal echar mano de los fondos de los
particulares sin transferir títulos. Este procedimiento es más torvo y menos
sincero que el comunismo…” Es, típicamente, fascista solicitar la aprobación de
esta clase de leyes en medio de invectivas a los empresarios y como
consecuencia del fracaso del control estatal de precios. Pero, tal fracaso,
como está demostrado hasta el hartazgo por las leyes de la economía, no obedece
a que los empresarios aumenten los precios de puro codiciosos sino a que el
gobierno no detiene la máquina de fabricar billetes. Si no se aumentan los
precios y los salarios (otro precio), salvo el gobierno, todos trabajaremos a
pérdida. “No queremos que los empresarios nos fundan a los argentinos” dijo la
presidente en otro de sus raptos de insolencia cívica al aludir al proyecto de
ley presentado para arrasar con la empresa privada y así salvar al
kirchnerismo.
No son
los empresarios (por lo menos no los empresarios K) los que funden a los
argentinos. Tampoco se aprecia que los políticos kirchneristas estén sumidos en
la pobreza, todo lo contrario. Más bien, son los empresarios privados, desde el
humilde emprendedor albañil hasta el gran productor de soja los que aportan con
sus impuestos para que, entre otras cosas, un avión le lleve los diarios al
Calafate, para financiar el rojo de 300 millones de pesos de “Sueños
compartidos” de Hebe de Bonafini o para sostener “Telesur”, la empresa
venezolana de televisión que dedica la mitad de su programación a difundir
propaganda antisemita y la otra rendir culto a la personalidad de los sátrapas
Fidel Castro y Hugo Chávez.
Señores
empresarios: Cuando les llegó el turno a las FFAA, ustedes nada hicieron pues
no son militares. A poner las barbas en remojo… vienen por ustedes.
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