El
escenario político nacional se debate entre un cambio sustancial y un status
quo singular. Mientras hay situaciones que parecen modificar de raíz este vivir
una decadencia sin fin, hay otras que ratifican la continuidad de la debacle.
Se trata del humor con el cual se despierta la jefe de Estado. Todo es prueba y
error pero no en sentido popperiano sino como improvisación de quién no sabe
qué es lo mejor.
Una cosa
ha quedado en claro: la agenda la impone la Presidente. Mientras, la política
sigue siendo un arma de apriete y extorsión, un fusil que paraliza y paralizó
durante años a la población, incapaz o sin ganas quizás, de advertir la
manipulación grotesca de la realidad. Lo cierto es que pese a las apariencias
nada cambia demasiado.
La
dirigencia no se renueva, salta de uno a otro lado no por afinidad en
lineamientos sino por las encuestas que están en su apogeo. Una de ellas
concluye que un 36% de la ciudadanía prefiere seguir así a experimentar lo que
no ofrece certezas de algo nuevo, y además fue o es parte de lo viejo.
Irracional pero analizable. Y es que hay un binomio que le ha hecho mucho daño
a los argentinos y que explica estos hechos: la opción por ser “políticamente
correctos”.
Una
expresión fútil que nos sumió en confusiones magnánimas. ¿De qué se trata? Nada
más ni nada menos que de unificar el pensamiento que ahora, desde una
secretaria, pretenden coordinar como se coordina ir al cine un domingo.
Pocos
slogans han sido más dañinos. Ese eufemismo para vender como correcto
únicamente aquello que es afín al gobierno, nace de uno de los peores males: el
miedo. Se impuso la cobardía y el silencio como una modo de volver a aquel
nefasto “no te metás, algo habrán hecho“. Y callamos, callamos demasiado
tiempo.
Lo cierto
es que, de la noche a la mañana, pareciera que la dirigencia empresaria comenzó
a salirse de esa estructura “correcta”. Ahora hablan. Ellos también callaron un
largo rato. Por esta razón, la Presidente se les adelanta con un paquete de
leyes volviendo a demostrar que es ella quién manda. Y tiene razón.
De un día
para otro dejamos de debatir “default si o default no” para pasar a polemizar
acerca de la Ley de Abastecimiento y la Ley Antiterrorista. ¿Qué es lo nuevo?
Ambos instrumentos fueron utilizados ya por el gobierno, pero claro, la ley
Antiterrorista pesó sobre un periodista de Santiago del Estero y el federalismo
argentino es puro mito.
Otra
hubiese sido la historia de haberse aplicado a algún periodista que trabaje en
estos pagos. Ahí hubiese habido escándalo. Los kilómetros obran maravillas en
Argentina. En definitiva, esta ley no busca sino amedrentar, estamos nuevamente
camino al falso silogismo: “Yo o el caos“, aunque a esta altura cueste
diferenciarlos.
Dentro de
Casa Rosada todo es especulación. La oposición esta siempre un paso más atrás
de lo que debiera, lo de ellos es el proselitismo ahora. El kirchnerismo en
cambio, viene haciendo campaña desde mayo de 2003 cuando llegaron. Fernández de
Kirchner decidió en los últimos tiempos legar el cetro y el sillón a los
sondeos de opinión. Cristina hará aquello que le favorezca en las encuestas, y
dejará de hacer lo que resulte negativo para sí misma y para su gestión.
Esta
semana pues, se inicia con un cambio de escenario que no implica una reforma en
otro plano. La pelota pasa del Ministerio de Economía al Congreso de la Nación
donde se debatirán las leyes en cuestión. En un país donde la compra-venta de
voluntades y el sepelio de la dignidad cercenaron las normas básicas y anularon
las convicciones y las ideas, es difícil predecir qué sucederá en el recinto
donde la mayoría pende de un hilo.
La
pregunta del millón hoy apunta a descifrar si pese a la evidencia del fin de
ciclo, sobrevivirá la “obediencia debida” a Cristina. La jurisprudencia al
respecto da una respuesta afirmativa. Es el gobierno quién aún tiene caja para
manejar como títeres a su bancada. ¿Habrá algún Campagnoli diputado o senador?
Es decir, ¿habrá alguien que se atreva a no ser “políticamente correcto”?
Si
convenimos que el kirchnerismo es apenas un supermercado donde cada uno atiende
su propio kiosquito, harán lo que han venido haciendo desde hace once años:
priorizar sus bolsillos y sus cargos. El “bien común” ya no es común, la “unión
nacional” fue el primer blanco en ser atacado, y la justicia jamás se afianzó
acorde a la definición de Ulpiano: “Dar a cada uno lo suyo”
En este
contexto, lo que debiera ser normal se vuelve asombroso, y es la excepción, la
que llama la atención. Por eso, y porque el kirchnerismo mantiene aún la
capacidad de daño, no podemos hablar de grandes cambios, ni de transformaciones
esenciales si no desterramos la macabra “corrección política” para hacer lo que
debió hacerse desde el primer día.
Aunque
parezca que ya todo está perdido queda mucho por perder mientras la jefe de
Estado siga en el poder impartiendo miedo y habilitando sólo lo “políticamente
correcto”
Por otra
parte, la Ley de Abastecimiento no es precisamente una idea novedosa o
revolucionaria. Con los mismos métodos se consiguen los mismos resultados.
Tiempo atrás, la consecuencia fue el “Rodrigazo”, ¿por qué ahora debería ser
distinto?
Pero está
claro: no es el gobierno el que está cambiando. Son los empresarios porque está
ley viene, en todo caso, a reemplazar el arma sobre el escritorio, el “pongui
pongui”, y el “aquí no se vota” del ex secretario de Comercio, Guillermo
Moreno. El gobierno se ha inmiscuido en las empresas desde el vamos, ahora solo
quieren legalizarlo.
Parte de
la culpa es del Ejecutivo, no toda. En Argentina se ha elegido ser correctos
políticamente porque “pertenecer tiene sus privilegios”. Ahora que esos
“privilegios” no son tantos, hablamos…
Recién
cuando aprendamos a hacerlo en el momento indicado, sin especular y con la
frente alta dispuestos a soportar lo que haga falta, podremos intentar hacer de
esta Argentina, no una panacea sino simplemente un país. Hoy es apenas una
nostalgia, una lágrima que dibuja una geografía, en un mapa donde el resto ni
siquiera la divisa.
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