By Gabriela Pousa
/ 11 febrero, 2015
La
desorientación más absoluta es hoy la característica intrinseca de la escena
politica. El grado de desconcierto es atípico. Todo cuanto acontece tiene
ribetes desopilantes. Cada discurso de la Presidente es un unipersonal digno de
ser llevado, en el verano, a la costa o a Carlos Paz.
Es sabido
que hasta los funcionarios más aviesos, los que la aplauden denodadamente,
escuchan dislocadas a las palabras de las ideas, y al relato de los hechos.
¿Por qué entonces asienten y rinden pleitesía una y mil veces? Por la misma
razón, por la cual la sociedad se mantiene en silencio, haciendo catarsis en
redes sociales o refunfuñando dentro de cuatro paredes. Cinco letras nos
unen irremediablemente: Miedo.
Mientras
unos se preguntan cómo salir ilesos del laberinto en que se metieron, aun
siendo responsables de ello; los otros, es decir nosotros, nos interrogamos
acerca de cómo y cuándo termina todo esto. Y posiblemente algo de
responsabilidad nos quepa, aunque no lo aceptemos. En síntesis, podría
decirse que, de un modo u otro, todos estamos siendo cómplices del gobierno.
Sí, suena duro y feo.
En este
contexto, Cristina Kirchner avanzó y seguirá avanzando, gozando de los
aplausos de unos y de los silencios del resto, aunque sólo le quede por
avasallar las libertades individuales, tarea que ha comenzado de un tiempo a
esta parte. ¿Por qué puede hacer esto? La respuesta es deleznable pero
es más simple de lo que parece: el pueblo se lo permitió y se lo sigue
permitiendo.
En El
Hombre Rebelde, Albert Camus sostenía que callarse es dejar creer
que no se juzga ni se desea nada. La desesperación juzga y desea todo en
general, pero nada en particular, y por ello deviene fácilmente en silencio.
Lo furtivo y efímero del último blandir de las cacerolas ha demostrado con
claridad esto.
El pueblo
argentino es reflejo de sus gobernantes. No cree en nada, por lo tanto nada
tiene sentido, no afirma valor alguno. Todo es posible pero nada tiene
importancia. Hasta
la maldad y la virtud son azar o capricho. La acción es reemplazada por
el diletantismo, y así la vida se convierte en una espera.
En este
ámbito, nada es verdadero ni falso, ni bueno ni malo. Y si acaso adjetivamos
algo en el instante en que acontece, el adjetivo caerá por inercia en horas
apenas. Un ejemplo: la confiscación de fondos de las AFJP causo estupor,
pero ya pasó. La vida sigue como un mar sometido, indiferente a cualquier
corriente. Si la apatía resta valor, no tiene sentido ser honesto, o no,
basta con ser el más fuerte.
Esto
sucede en la Argentina. Cristina tiene un gran andamiaje comunicacional, y una
habilidad indiscutible para hallar artilugios que sumen a su intención: perpetuarse.
Necesita como nunca a la sociedad apática, anestesiada, entretenida con
nimiedades, debatiendo si Daniel Scioli hace bien en enfrentarla, o si Tinelli
ganó audiencia en su franja horaria.
De espera
en espera -decía Epicuro- consumimos nuestra vida, y nos morimos todos
en la costumbre, en la rutina.
Lo
asombroso no es que el oficialismo siga manipulando al pueblo con ficciones y
circos: Tecnópolis es ejemplo de ello . Lo viene haciendo hace 9 años. Lo
asombroso es que, desde el momento en que la sociedad toma conciencia de que
ese tipo de entretenimiento es una herramienta del poder, para mantener el
status quo, y el gatopardismo, no haya un rechazo generalizado a consumirlo.
Cristina
Kirchner puede no saber de economía pero sabe de manipulación, y esta es la
cicuta de los argentinos. Bebida a conciencia supone un estado más grave de lo
que se piensa.
¿Por qué
esta inclinación por gobiernos indignos? Es muy difícil aceptar algún grado de culpa en
todo esto. El “yo no la voté” sirve como atenuante para
redimirnos a nosotros mismos, pero no soluciona ni evita que vuelva a repetirse
una elección, sin apatía frente a lo elegido.
A esta
altura se preguntarán qué es lo que se puede hacer. Rebelarse. No tomando
como rebelión el concepto vacuo de desorden, caos y disgregación, sino todo lo
contrario: expresándose, perdiendo el miedo a diferenciarse, dejando de
esconderse detrás de seudónimos o apodos que sirven de coraza pero no aportan
ninguna savia.
Jugarse
no es pararse frente al delincuente y decir “-aquí estoy máteme”,
pero tampoco es esconder la identidad o dejar de decir una verdad, por temor a
una inspección impositiva. ¿No nos da un poco de vergüenza que así sea?
Si los
argentinos callamos y manifestamos temor a la visita de la AFIP, dejemos
entonces de quejarnos por quienes detentan el mando. Ellos han logrado su
cometido. Ganaron.
Este
análisis trae a colación una nota que escribí sobre por qué Cristina es la
Presidente que Argentina debe tener hoy día. Y es que si acaso no es justo
aducir que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, hay sí
que admitir que cada país está demostrando tener un presidente que es reflejo
de su gente.
Ya no se
elige a los mejores sino a los semejantes, aunque tengan rasgos más grotescos comparados con
el grueso del pueblo. Hay coherencia en que Pepe Mujica conquistara Uruguay;
Evo Morales a Bolivia; Lula y Dilma a Brasil; Piñera a Chile, y Merkel a los
alemanes. La hipótesis es polémica pero no parece ser incierta. ¿Qué
sucede con Hugo Chávez?- se interrogó a José Mujica. Su respuesta fue contundente:
“Para Venezuela está bien” Del mismo modo, si se
interroga por Cristina Kirchner se podrá decir que, para esta Argentina, está
bien. ¿Alguien se atreve a sostener lo contrario? ¿Y por qué?
Narcisista,
pagada de sí misma, ególatra, caprichosa, intolerante, no parece muy distinta
al argentino promedio. Desde luego las generalizaciones son odiosas, pero es
dable confesar que representa al conjunto social con una exactitud difícil de
negar. ¿O no se embelesó la clase media con las cuotas para plasmas,
mientras se desmantelaban las instituciones básicas? Y dentro de las clases
bajas, ¿no hay muchos que prefieren el plan social a trabajar, y tener la
netbook regalada?
Una
sociedad que se desgarra las vestiduras apenas 48 ó 72 horas por una seguidilla
de crímenes aberrantes y cuando llega el fin de semana, no recuerda más
nada; una sociedad que saca las cacerolas y sin que cambie un ápice, las
guarda… En definitiva, una sociedad que prioriza el bolsillo antes que la vida,
no dista considerablemente de parecerse a quién encarna el Ejecutivo Nacional.
A engañarse a otra parte. El espejo delata.
¿Qué
podría hacer un Domingo Sarmiento en esta Argentina actual? Sarmiento existió
cuando los argentinos preferían la civilización a la barbarie; y al progreso se
llegaba de mano de la educación, no de un electrodoméstico.
Nos
igualamos fatalmente a la Presidente. Ella incumple leyes, nosotros rompemos
reglas. Ella no escucha al otro, nosotros tampoco. Pretender que cambie es como
exigirle a un argentino que deje de ser ostentoso, individualista o pedante. Si
nosotros echamos la culpa a otros del gobierno que tenemos, ¿por qué Cristina
Fernández se haría cargo de su ineficiencia constante?
“No nos
ahogamos por falta de oxígeno, sino por falta de capacidad en los pulmones” La cita es de Franz Kafka. Y a
buen entendedor pocas palabras…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario