Por Gabriela Pousa 25 febrero,
2015
Balcarce
50, Casa de Gobierno: todos se miran con recelo. La credibilidad de la
sociedad en ellos ha muerto, pero también pereció la confianza interna que
alguna vez tuvieran, suponiendo que fuese sincera. Fingir es un verbo
cotidiano en los despachos, la capacidad de inventiva para generar un nuevo
capítulo del relato, y que al otro día los medios y la calle no se les rían, es
el desafío más intrincado. Saben que están al limite pero no saben que hay
del otro lado.
Se
consuelan y tranquilizan diciendo: “Nadie va preso en Argentina mientras
se está en posesión de un cargo“. Es cierto, sin embargo, los
almanaques vencen rápido. Diciembre está a la vuelta de la esquina. “Hay
que empezar a salvarse porque después puede ser tarde”, es el pensamiento
mancomunado de quienes merodean a la Jefe de Estado.
Recuerdan
nostálgicos los tiempos en que había algo capaz de frenar sospechas, denuncias,
imputaciones, acusaciones que, en la confusión reinante, tienen sabor a caso
cerrado, sentenciado. Extrañan los días en que la caja los salvaba de
cualquier naufragio. Con la caja distraían a la ciudadanía. Con la caja
tuvieron contentos a los gobernadores de provincia, con la caja los intendentes
y barones del conurbano eran siempre de la partida.
Hoy, la
realidad es distinta. Con las arcas vacías la “amistad” termina. Están
solos, el Frente para la Victoria es apenas un sello de goma. “La unión hace la
fuerza”, y si algo escasea en Balcarce 50 es unidad. Consecuentemente, la
debilidad hace mella. Están perdidos en el laberinto en que ellos mismos se han
metido. Al rompecabezas le faltan piezas, no pueden ver la imagen completa.
Pero no
hay nada nuevo, nada que la Presidente no supiera: desde las escuchas del
fiscal Nisman hasta las fidelidades destruidas de los espías. Cristina podía
hacerse la que no sabía o no querría saber porque las consecuencias, antes o
después, se les vendrían encima. Como sea, debió saber. Pero dejó hacer. Fue
cómplice o no cumplió con los deberes de la función pública. Nada la absuelve,
por el contrario.
La
soberbia no le permitió rodearse de asesores probos, prefirió a los
obsecuentes. La mediocracia se instaló esparciéndose por los cuatro puntos
cardinales. Hoy, los manotazos de ahogado que vienen dando están dejando
demasiados ahogados. Del baúl de los lugares comunes, del arcón de emergencia, saca
la vieja fórmula: “yo o el caos” pero entonces se da cuenta que no hay
disyuntiva. El caos es ella.
Está
atrapada en si misma, ya está entre rejas aunque no sean estas las que se
ven en una penitenciaría. Esposada a sus circunstancias, no encuentra la
llave para emprender su huída. Argentina sufre y va a sufrir la furia de esa
impotencia y perfidia.
Dibuja y
desdibuja un mapa con las posibles salidas pero ninguna la convence en
demasía. Quedarse hace mucho dejó de ser opción. Pese a hallarse en un
atolladero, sigue disfrutando de algo que a esta altura debiera ser impensado:
marcar la agenda, y así establece la polémica de sobremesa.
Desde
hace unos días solo se habla de “golpe” como si se tratara de naderías. Volvemos
a comprobarlo: no se ha aprendido lo suficiente del pasado. Ya nos habían
inculcado vocablos vencidos. Ahora, la derecha y la izquierda son moneda
corriente aunque nadie sepa donde está parado. El gobierno quedó sin
identidad: lo corren por uno u otro lado, lo mismo da.
El golpe
tal como se concibiera antaño es una utopía pero sirve a un fin: que no se hable
del fiscal muerto, que la inflación siga solapada por escándalos, y la
inseguridad cotidiana no ocupe tanto espacio en los diarios. Así como la Justicia es un
concepto sin gradación – no puede haber mucha o poca justicia, la hay o no -, el
golpe duro o blando no es sino una trampa, un recurso gramatical del que se
vale la Presidente para justificar lo injustificable.
Pese a
estar en una órbita distinta a la de la gente, Cristina sabe cómo reacciona
esta según los temas preeminentes. Supo el efecto que lograría con el
vestido negro, el luto prolongado, y la puesta en escena de un velatorio donde
se cerró el cajón para que el muerto no opaque su rol. Supo manejar la lágrima,
la salud, la enfermedad y la recuperación en el momento indicado. Puede
volver a sufrir una recaída si la ocasión lo amerita.
Aún así,
parece que por momentos se les sueltan las riendas. Salen con los tapones de
punta descubriendo América. Y ya a nadie le interesa. No despierta ni
sorpresa. A los ciudadanos no los desvela Jaime Stiuso ni tendrán en
cuenta, a la hora de votar, el contrabando que se le adjudica después de doce
años de ayudas mutuas. Stiuso fue hasta ayer un funcionario dependiente de
la Presidencia. Si no sabían qué hacía, la responsabilidad política les cabe
por ineficiencia e inercia, así como le cupo a Anibal Ibarra la tragedia de
Cromagnon. Por acto u omisión.
Pero qué
pasa, podemos ver que Ibarra sigue como si nada, opina, y hasta se postula. Ni
por vergüenza dejó la vida publica. Este es el mejor ejemplo para entender
por qué toda esta trama de espionaje y denuncias es una novela del mismo
guionista que escribió el relato oficialista.
Pasará
como pasa todo en Argentina. Nadie hablará de más, nadie elevará el dedo
acusador sin acuerdos previos con el enemigo que hasta hace un rato era un
socio, porque los negocios – como los sueños – fueron compartidos.
No habrá
golpe blando, duro, auto infringido, foráneo, ni de ningún tipo. El golpe
fue elegido para hacernos perder tiempo, algo que sabemos hacer perfecto.
Cristina es necia pero no masca vidrio aunque de pronto parece estar tentada a
hacerlo.
Los
negociados de Stiuso no tapan los suyos. No hay “nenes de pecho” en este cuento. No hay
bueno que viene a salvarnos en la película, a tal punto son todos malos que
el final es tan predecible como el quién pagará el costo de esta guerra tan
grotesca.
Alberto
Nisman se llevó a la tumba el nombre de su sicario. Si salió del lado del
gobierno, del de Stiuso o de un iraní que estaba de paso, no cambia el
escenario porque el fiscal debía estar custodiado. Y de eso se ocupaba el Poder
Ejecutivo. Lo hizo mal o no lo hizo. Lo demás es el tinte que le otorga el género al
film que estamos viendo.
No es
ciencia ficción porque la sangre no es tinta de color. Es drama, y es terror
porque se deduce que la vida no vale un peso. Después de más de un mes, la
fiscal cita a quien dijo que Nisman murió víctima de un ataque de celos.
Hay que estar muy enfermos…
Finalmente,
denunciantes, denunciados, espías y espiados estarán dentro de la misma
bolsa cuando por implosión todo se acabe, y deje apenas una página negra en los
anales. Tanto dar vueltas para morderse la cola, terminarán clavándose los
colmillos hasta el último suspiro.
Y la
gente… La gente ajena, atónita, tratando de salvar su propia honra.
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