Por Gabriela Pousa / 13 febrero,
2015
“A
palabras necias, oídos sordos”
A días de
la marcha del silencio, mientras el oficialismo la demoniza e intenta en vano
disiparla, el clima no es bueno en Argentina. Sin embargo, este “ahora” que
nos sorprende con un vicepresidente procesado, una Presidente imputada, y el
resto de los funcionarios sospechados por distintas causas es un desencadenante
directo de lo que ellos mismos han hecho escudándose en el gobierno.
Cuando
todo pasa, generalmente el gobierno actúa como si nada pasara. Hoy la situación
cambió sustancialmente. Pese a que las consecuencias las sufre el pueblo, es
el gabinete presidencial quien está al borde de un ataque de nervios.
Y es que
ha sido tanta la basura barrida debajo de la alfombra que ya no hay modo de
disimularla. Todo es evidencia. La jefe de Estado ni siquiera niega. Ignora,
como si su vida transcurriera en otra Argentina. Posiblemente dividió al
país hasta conseguir su propia Argentina paralela. Lo cierto es que la gente
vive del otro lado donde la realidad se impone al relato.
En varias
ocasiones por esa distorsión, la gente marchó. Salió a la calle, buscó hacerse
oír pero la mandataria sufre de sordera voluntaria. Jamás hubo respuesta. Grupos
aislados o convocatorias masivas de ciudadanos terminaron como termina una obra
de teatro. Se baja el telón y al día siguiente nada varió. La función sigue
siendo la misma, y en ella, Cristina sigue siendo Cristina. Ajena, ausente,
autista…
Desde la
Plaza de los dos Congresos – colmada después del asesinato de Axel Blumberg -,
hasta aquel 8N en que los argentinos empezaron a reconocer la diferencia entre
ser habitantes y ser ciudadanos vivimos un sinfín de atropellos y maltratos. Si
comparamos con otras gestiones, es dable afirmar que al kirchnerismo se le ha
perdonado demasiado.
Lo cierto
es que toda manifestación social fue ninguneada desde Balcarce 50 como si a
ellos no les importara. Pero ahora no es un reclamo aislado. Nos topamos
con un muerto. Y un muerto obliga, exige, impulsa, y golpea.
Considerando
la reacción apática que el oficialismo daba a la metodología social, se podría
creer que una marcha no molesta ni les altera nada. Sin embargo, la fatua y
vulgar verborragia que salió como una balacera de la Casa Rosada muestra una
dirigencia alterada, devastada. Ellos solos se ponen el traje a rayas.
Ahora
bien, si ninguna movilización les produzco escozor, ¿por qué ahora esta
reacción? La respuesta es simple: no es eterna la impunidad. Quizás es la
primera vez que los ministros, y la misma Presidente advierten que la fiesta
está llegando al final, que perdieron toda chance por estirarla y quedarse un
poco más.
Como dice
el refrán “más vale tarde que nunca“. El Poder Judicial se les
empieza a retobar. Se envalentonan. En este mismo espacio avisamos que empezaba
el tiempo de ponerse los pantalones largos. Frente a eso, la desesperación
oficial. Saben que la convocatoria del 18F será silenciosa pero hará hablar
al fiscal que ya no está.
Alberto
Nisman va a decir tanto desde su sepultura como lo hubiera dicho en el Congreso
Nacional. Ahí
esta el problema. La conmoción provocada en la familia judicial lleva al occiso
al tribunal y sienta en el banquillo a Cristina Kirchner, Héctor Timerman y
otros laderos que merodean el despacho presidencial. Nadie se atreve a
especular hasta adonde llegará la trama. La historia es larga.
Nunca se
vivió nada igual, y nos ha tocado ser protagonistas de esta inédita
ignominia.
Consecuentemente, hay que actuar. Esto no implica ningún golpe, ni
duro ni blando. Se trata apenas de una demostración de sanidad y madurez
social.
Después
de 12 años, el miedo no puede ser excusa para guardarse. Si hoy se indaga sobre
la conducta de la gente durante la dictadura militar, sepamos que mañana se
nos indagará para saber qué hemos hecho durante la barbarie de los K.
Un
corazón detenido provoca miles de latidos. Es como si Nisman hubiera donado
sus órganos a un pueblo enfermo y apático que ya casi ni sentía los cachetazos
que le propiciaran a diario. Somos la mujer golpeada por el marido que
perdona, y vuelve al hogar porque es más difícil independizarse que cicatrizar.
Todo
tiene que ver con todo, y no en vano dinamitaron la cultura del trabajo e
impusieron la ley del mínimo esfuerzo. Ese trastrocamiento es funcional a sus
deseos. El ambiguo: “¡Bienvenido Estado que tanto mal has provocado!”.
Con tal
de no trabajar aguantamos las valijas de Antonini Wilson, las aduanas
paralelas, las coimas de Skanska, la alianza con Venezuela, las bóvedas de Lázaro,
las falsas promesas, y el siniestro clientelismo que confirma la perpetuidad de
la pobreza. Ahora vemos cuán alto es el costo de dedicarse únicamente a la
computadora, al celular y al control remoto.
Nadie que
marche por recuperar la dignidad, los valores y resucitar la República que han
matado está ejerciendo un acto subversivo ni nada parecido. Si se observa detenidamente, las
marchas pudieron generar presión, pero no los obligaron a cambiar el modo y el
cómo hacen tanto daño.
Sabemos
que luego, el Ejecutivo, apelará a su artilugio preferido: el gatopardismo. Es
parte del circo. No menguará el ataque. Por el contrario, redoblarán la
apuesta, y vendrán meses oscuros para los argentinos.
La guerra
de bandos es la concepción política kirchnerista por antonomasia y estamos en
plena batalla. Todo se convierte en un Boca-River. Es factible que la patada
que le diera el ex mandatario a los soldaditos de Máximo, más que un símbolo
sea una radiografía de cómo actúan cuando algo les interfiere el paso. Avasallan.
No les importa nada.
Pueden
perder una contienda, pero cuando eso sucede es inexorable la venganza.
Venganza que, en el año 2003, sintieron las Fuerzas Armadas al ser descabezadas
sin causa.
Escasos
fueron los argentinos que entendieron el significado de ese desguace. Sin
embargo, ese fue el comienzo de aquello que el kirchnerismo haría durante todo
su mandato: desmantelar las instituciones, apoderarse de sus funciones, y
manejarlas a conveniencia de sus intereses personales. Lo hicieron al asumir, lo siguen
haciendo al partir.
Pero a
nadie le interesa la calidad institucional cuando hay dinero para consumir y
evadirse. Cuando iniciaron el desmantelamiento de las Instituciones, la
gente estaba distraída con el “veranito” que la reina soja y los comodities le
sirvieron en bandeja al kirchnerismo. Nadie se daba cuenta o nadie quería darse
cuenta.
El
Congreso devino escribanía, el Poder Judicial fue el fiel reflejo de Norberto
Oyarbide y su anillo, y todo bajo el manto sagrado del garantismo. También fueron
por la Iglesia. Jorge Bergoglio, por ese entonces Arzobispo de la Argentina,
pasó a ser el “demonio con sotana” y el “jefe de la oposición” , oposicion
que en rigor era un ente indefinido y desorientado frente la habilidad y
rapidez del Ejecutivo para lograr sus caprichos. La Corte decapitada y el
matrimonio igualitario fueron algunas de las venganzas.
La
movilizaciones se produjeron cuando todo y nada estaba sucediendo. Todo, porque
la gente en forma masiva daba evidencia empírica de su condición ciudadana.
Y nada, porque al otro día, la Presidente volvía a ningunear a la sociedad con
un relato autoreferencial, soberbio y falaz.
En lo
inmediato no hubo cambios pero aun así, las convocatorias sumaron,
oxigenaron esperanzas asfixiadas y despertaron conciencias anestesiadas.
Marchar puede no resolver el corto plazo pero hace que se viva y se muera con
dignidad.
Cuando el
Tribunal condenara a Sócrates, – cuyo inconformismo lo impulsó a enseñar
a discernir y pensar en libertad -. no faltó la irrupción de Critón
proponiéndole fugarse sobornando jueces y acudiendo al cohecho y la venalidad.
Si
Sócrates hubiese aceptado esas condiciones, hubiera auto-aniquilado su esencia,
la mayéutica y sobre todo, la verdad. La decisión de morir tal como vivió fue
la resurrección de la democracia ateniense.
Quizás la
muerte de Nisman redima la bastardeada democracia argentina. Y finalmente, la
actitud de la gente marcará el destino que tendremos cuando – en el último
round -, el kirchnerismo caiga por nocaut.
Mientras,
es el ciudadano común quien debe impartir el espíritu democrático porque el
gobierno siembra violencia en cada uno de sus actos. Es bueno recordarle que
la calle ya no le pertenece a ningún “ismo”. Y es sabido que una cosa son los
derechos fundamentales de todos, y otra las ambiciones y proyectos políticos de
algunos.
Desde
luego, la legitimidad de la movilización tendrá su punto culmine cuando se
abran las urnas en octubre. La duda que siempre queda es saber si al menos,
de este incordio inédito, saldremos habiendo aprendido algo…
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