¿Por qué la matanza en Kenia no
ha tenido tanta resonancia como lo ocurrido en París y en Túnez?
Foto: EFE
– Supervivientes del ataque contra la Universidad de Garissa se consuelan
mutuamente en un campamento militar.
7 de enero: dos terroristas irrumpieron en la
redacción del semanario francés Charlie Hebdo en París y mataron
a doce personas, entre ellos los dibujantes Charb, Cabu, Wolinski y Tignous,
respetados a nivel mundial. El crimen estremeció al mundo, despertando una ola
de solidaridad nunca antes vista hacia un medio de comunicación y en rechazo
hacia el grave atentado cometido contra la libertad de expresión.
18 de marzo: tres terroristas de un grupo
relacionado con los yihadistas de “Estado Islámico” irrumpieron en el Museo
Nacional de El Bardo, en Túnez, y matan a 23 personas, entre ellos a los colombianos Myriam Martínez
y Javier Camelo Martínez. La condena del mundo occidental no se
hizo esperar con demostraciones de seguridad hacia Túnez, pequeño país del norte
de África ,que en enero del 2011 comenzó lo que hoy conocemos como Primavera
Árabe.
Es natural que el atentado en El Bardo haya tenido
el impacto mediático que tuvo en Colombia, ya que nos acercó a la violencia
yihadista, que creíamos tan lejana. Myriam Martínez y Javier Camelo Martínez
fueron las primeras víctimas latinoamericanas del Estado Islámico, en una
guerra que no distingue banderas.
2 de abril: un comando de la agrupación yihadista Al Shabab
mata a 148 estudiantes de la Universidad de Garissa, cerca de la
frontera entre Kenia y Somalia. En un ritual macabro, los terroristas de
Al Shabab, aliados de Al Qaeda, separaron a los musulmanes de los cristianos y
masacraron a estos últimos, en una interminable orgía de sangre.
En respuesta al brutal atentado, el Gobierno
keniano ofreció una recompensa de 215.000 dólares por la cabeza de Mohamed
Mohamud, supuesto autor intelectual, y bombardeó posiciones de Al
Shabab en el sur de Somalia. Las historias de los sobrevivientes
dejan ver la crueldad y la sevicia con la que actuaron los atacantes, que en el
2013 ya habían sitiado un centro comercial en Nairobi y matado a 67 personas.
¿Por qué, sabiendo la magnitud de lo que pasó en
Kenia, no tiene tanta resonancia como lo ocurrido con Charlie Hebdo y el
atentado en el Museo de El Bardo? Todos nos hemos hecho una imagen preconcebida de
África, como si condenáramos de por sí al ostracismo a un continente con
problemas ancestrales de hambre, miseria y violencia. Algo parecido obró en la
mente occidentalizada cuando en los ochenta nos decían que los africanos se
estaban literalmente consumiendo por el hambre y no hicimos nada hasta que
vimos el escenario apocalíptico en las sabanas etíopes. No era nuestra
realidad, era la de los muchos y pobres africanos de piel oscura.
Un hombre
en Kenia lamenta la muerte de su hijo en el ataque que dejó 148 estudiantes
asesinados. REUTERS
También pasó con el reciente brote de ébola, donde
nos importaban más los occidentales contagiados que podían ir a curarse a sus
ricos países que los miles que caían como moscas en Guinea, Liberia y Sierra
Leona.
Los hechos de París tocaron de por sí la fibra de
nuestra esencia como comunicadores y los de Túnez la de nuestra sensibilidad como
colombianos, dos de los nuestros cayeron por las balas de los irracionales. Las
víctimas no escogen dónde nacen, simplemente son de donde son. Este
razonamiento debería servirnos para dejar de clasificar a las víctimas por su
nacionalidad, credo, color de piel y sentar ya una unísona voz de protesta
contra la barbarie que aniquila la vida en nombre de una verdad retorcida de la religión.
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