Hubo más europeos
esclavizados por los musulmanes que esclavos negros enviados a América
30 marzo,
2015
¿Hay
moros en la costa?”, decimos todavía hoy para significar la presencia de
alguien no particularmente grato. ¿Saben por qué? Agárrense bien, lean este
artículo y lo sabrán
¡Quién lo había de decir! La trata de esclavos, esa infamia que, según musulmanes, africanos y europeos etnomasoquistas, constituye la mayor lacra de Europa, ahora resulta que fue ampliamente superada, al menos en los siglos XVI y XVII, por la cometida contra los nuestros por parte del islam. Es cierto, es cierto: el “tú más” no justifica nada. La trata de esclavos negros fue una indignidad tan aborrecible como injustificable. Pero hay una pequeña diferencia: nosotros la reconocemos y deploramos (hoy en día hasta exagerando los zurriagazos). Ellos, en cambio —el mundo musulmán—, no reconoce ni deplora nada. Hay otra diferencia además: cuando nos querían arrebatar a los nuestros, los europeos combatimos todo lo que pudimos al enemigo (y así se produjo la victoria de Lepanto, y así tuvo lugar la expulsión de los moriscos, que colaboraban en las razias). Y cuando capturaban a los blancos, los padres terciarios y mercedarios intentaban rescatarlos. Nada de todo ello existió nunca en África.
Pero
pasemos a ver lo que nos cuenta el profesor norteamericano Robert C. Davis.
Los
historiadores estadounidenses han estudiado todos los aspectos de la
esclavización de los africanos por parte de los blancos, pero han ignorado en
gran medida la esclavitud de los blancos por parte de los africanos del
Norte. Christian Slaves, Muslim Masters [Esclavos cristianos, amos
musulmanes][1]
es un libro cuidadosamente documentado y escrito con claridad sobre lo que el profesor
Davis denomina “la otra esclavitud”, que floreció durante aproximadamente la
misma época que el tráfico transatlántico de esclavos y que devastó a cientos
de comunidades costeras europeas. En la mente de los blancos de hoy, la
esclavitud no juega en absoluto el papel central que tiene entre los negros. Y,
sin embargo, no se trató ni de un problema de corta duración ni de algo carente
de importancia. La historia de la esclavitud en el Mediterráneo es, de
hecho, tan siniestra como las descripciones más tendenciosas de la esclavitud
americana.
Un
comercio al por mayor
La costa
de Berbería, que se extiende desde Marruecos hasta la actual Libia, fue el
hogar de una próspera industria del secuestro de seres humanos desde 1500 hasta
aproximadamente 1800. Las principales capitales esclavistas eran Salé (en
Marruecos), Túnez, Argel y Trípoli, habiendo sido las armadas europeas demasiado
débiles durante la mayor parte de este período para efectuar algo más que una
resistencia meramente simbólica.
El
tráfico trasatlántico de negros era estrictamente comercial, pero para los
árabes los recuerdos de las Cruzadas y la rabia por haber sido expulsados de
España en 1492 parecen haber motivado una campaña de secuestro de cristianos
que casi parecía una yihad.
“Fue
quizás este aguijón de la venganza, frente a los amables regateos en la plaza
del mercado, lo que hizo que los traficantes islámicos de esclavos fueran mucho
más agresivos y en un principio mucho más prósperos (por así decirlo) que
sus homólogos cristianos”, escribe el profesor Davis.
Durante
los siglos XVI y XVII fueron más numerosos los esclavos conducidos al sur a
través del Mediterráneo que al oeste a través del Atlántico. Algunos
fueron devueltos a sus familias contra pago de un rescate, otros fueron
utilizados para realizar trabajos forzados en África del Norte, y los menos
afortunados murieron trabajando como esclavos en las galeras.
Lo que
más llama la atención de las razias esclavistas contra las poblaciones europeas
es su escala y alcance. Los piratas secuestraron a la mayoría de sus
esclavos interceptando barcos, pero también organizaron grandes asaltos
anfibios que prácticamente dejaron despobladas partes enteras de la costa
italiana. Italia fue el país que más sufrió, en parte debido a que Sicilia
está a sólo 200 km de Túnez, pero también porque no tenía un gobierno central
fuerte que pudiese resistir a la invasión.
Las
grandes razias a menudo no encontraron resistencia
Cuando
los piratas saquearon, por ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554, se
hicieron con el alucinante número de 6.000 presos. Los argelinos
secuestraron 7.000 esclavos en la bahía de Nápoles en 1544, una incursión que
hizo caer tanto el precio de los esclavos que se decía poder “intercambiar a un
cristiano por una cebolla”.
España
también sufrió ataques a gran escala. Después de una razia en Granada en
1556 que se llevó a 4.000 hombres, mujeres y niños, se decía que “llovían
cristianos en Argel”. Y por cada gran razia de este tipo, había docenas
más pequeñas.
La
aparición de una gran flota podía hacer huir a toda la población al interior,
vaciando las zonas costeras.
En 1566,
un grupo de 6.000 turcos y corsarios cruzó el Adriático para desembarcar en
Francavilla al Mare. Las autoridades no podían hacer nada, y recomendaron
la evacuación completa, dejando a los turcos el control de más de 1.300
kilómetros cuadrados de pueblos abandonados hasta Serracapriola.
Cuando
aparecían los piratas, la gente a menudo huía de la costa hacia la ciudad más
cercana, pero el profesor Davis explica que hacer tal cosa no siempre fue
una buena estrategia: “Más de una ciudad de tamaño medio, llena de refugiados,
fue incapaz de resistir un ataque frontal de cientos de asaltantes. El capitán
de los piratas, que de lo contrario tendría que buscar unas pocas docenas de
esclavos a lo largo de las playas y en las colinas, ahora podía encontrar mil o
más cautivos convenientemente reunidos en un mismo lugar a los que tomar.”
Los
piratas volvían una y otra vez para saquear el mismo territorio. Además de
un número mucho mayor de pequeñas incursiones, la costa de Calabria sufrió las
siguientes depredaciones graves en menos de diez años: 700 personas capturadas
en una sola razia en 1636, 1.000 en 1639 y 4.000 en 1644.
Durante
los siglos XVI y XVII, los piratas establecieron bases semipermanentes en las
islas de Isquia y Procida, cerca de la desembocadura de la Bahía de Nápoles,
elegida por su tráfico comercial.
Al
desembarcar, los piratas musulmanes no dejaban de profanar las iglesias. A
menudo robaban las campanas, no sólo porque el metal fuese valioso, sino también
para silenciar la voz distintiva del cristianismo.
En las
pequeñas y más frecuentes incursiones, un pequeño número de barcos operaba
furtivamente y se dejaba caer con sigilo sobre los asentamientos costeros en
mitad de la noche, con el fin de atrapar a las gentes “mansas y todavía
desnudas en la cama”. Esta práctica dio origen al dicho siciliano
“pigliato dai turchi” (“tomado por los turcos”), y se emplea cuando se coge a
alguien por sorpresa o por estar dormido o distraído.
Las
mujeres eran más fáciles de atrapar que los hombres, y las zonas costeras
podían perder rápidamente todas las mujeres en edad de tener hijos. Los
pescadores tenían miedo de salir, y no se hacían a la mar más que en
convoyes. Finalmente, los italianos abandonaron gran parte de sus
costas. Como explica el profesor Davis, a finales del siglo XVII, “la
península italiana fue saqueada por corsarios berberiscos durante dos siglos o
más, y las poblaciones costeras se retiraron en gran medida a pueblos
fortificados en las colinas, o a ciudades más grandes como Rimini, abandonando
kilómetros de costa, ahora pobladas de vagabundos y filibusteros”.
No fue
hasta alrededor de 1700 cuando los italianos estuvieron en condiciones de
prevenir las razias, aunque la piratería en los mares pudo continuar sin
obstáculos.
La
piratería llevó a España y sobre todo a Italia a alejarse del mar y a perder
con efectos devastadores sus tradiciones de comercio y navegación: “Por lo
menos para España e Italia, el siglo XVII representó un período oscuro en el que
las sociedades española e italiana fueron meras sombras de lo que habían sido
durante las anteriores épocas doradas”.
Algunos
piratas árabes eran avezados navegantes de alta mar, y aterrorizaban a los
cristianos hasta una distancia de 1.600 kilometros. Una espectacular razia
en Islandia en 1627 dejó cerca de 400 prisioneros.
Existe la
creencia de que Inglaterra era una potencia naval formidable desde la época de
Francis Drake, pero a lo largo del siglo XVII los piratas árabes operaron
libremente en aguas británicas, penetrando incluso en el estuario del Támesis
para capturar y asolar las ciudades costeras. En sólo tres años, desde
1606 hasta 1609, la armada británica reconoció haber perdido, por culpa de los
corsarios argelinos, no menos de 466 buques mercantes británicos y
escoceses. A mediados de la década de 1600, los británicos se dedicaron a
un activo tráfico de negros entre ambos lados del Atlántico, pero muchas de las
tripulaciones británicas pasaron a ser propiedad de los piratas árabes.
La vida
bajo el látigo
Los
ataques terrestres podían ser muy exitosos, pero eran más arriesgados que los
marítimos. Los navíos eran por lo tanto la principal fuente de esclavos
blancos. A diferencia de sus víctimas, los buques piratas tenían dos modos
de propulsión: además de las velas, los galeotes. Llevaban muchas banderas
diferentes, por lo que cuando navegaban podían enarbolar el pabellón que
tuviera más posibilidades de engañar a sus presas.
Un buen
barco mercante de gran tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen estado de
salud, preparados para durar algunos años en galeras. Los pasajeros en cambio
para servían obtener un rescate. Los nobles y ricos comerciantes se
convirtieron en piezas atractivas, así como los judios, que a menudo podían
significar un suculento rescate pagado por sus correligionarios. Los
dignatarios del clero también eran valiosos porque el Vaticano solía pagar
cualquier precio para arrancarlos de las manos de los infieles.
Cuando
llegaban los piratas, a menudo los pasajeros se quitaban sus buenos ropajes y
trataban de vestirse tan mal como fuese posible, con la esperanza de que sus
captores les restituyeran a sus familias a cambio de un modesto
rescate. Este esfuerzo resultaba inútil si los piratas torturaban al
capitán para sonsacarle información sobre los pasajeros. También era común
hacer que los hombres se desnudaran, para buscar objetos de valor cosidos en la
ropa, y ver si los circuncidados judíos no estaban disfrazados de cristianos.
Si los
piratas iban cortos de esclavos en galeras, podían poner algunos de sus
cautivos a trabajar de inmediato, pero a los presos los colocaban generalmente
en la bodega para el viaje de regreso. Iban apiñados, apenas podían
moverse entre la suciedad, el mal olor y los parásitos, y muchos morían antes
de llegar a puerto.
A su
llegada al norte de África, era tradición que los cristianos recientemente
capturados desfilaran por las calles para que la gente pudiera hacer burla de
ellos y los niños cubrirlos de basura.
En el
mercado de esclavos, los hombres estaban obligados a brincar para demostrar que
no eran cojos, y los compradores a menudo querían desnudarlos para ver si
estaban sanos, lo cual también permitía evaluar el valor sexual de hombres y
mujeres; las concubinas blancas tenían un gran valor, y todas las capitales
esclavistas poseían una floreciente red homosexual. Los compradores que
esperaban hacer dinero rápido con un gran rescate examinaban los lóbulos de las
orejas para encontrar marcas de perforación, lo cual era indicio de
riqueza. También era habitual examinar los dientes de un cautivo para ver
si podía sobrevivir a un régimen esclavista duro.
El pachá
o soberano de la región recibía un cierto porcentaje de los esclavos como forma
de impuesto sobre la renta. Estos eran casi siempre hombres, y se
convertían en propiedad del gobierno en lugar de ser propiedad privada. A
diferencia de los esclavos privados, que por lo general embarcaban con sus
amos, aquéllos vivían en bagnos, que es como se llamaba a los almacenes
de esclavos del pachá. Era común afeitar la cabeza y la barba de los
esclavos públicos como humillación adicional, en un momento en que la cabeza y
el vello facial eran una parte importante de la identidad masculina.
La
mayoría de estos esclavos públicos pasaban el resto de sus vidas como esclavos
en galeras. Resulta difícil imaginar una existencia más miserable. Los
hombres eran encadenados tres, cuatro o cinco a cada remo, y sus tobillos
quedaban encadenados también juntos. Los remeros nunca dejaban su bancada,
y cuando se les permitía dormir, lo hacían en ella. Los esclavos podían
empujarse para llegar a hacer sus necesidades en un agujero en el casco, pero a
menudo estaban demasiado cansados o desanimados para moverse y descargaban
ahí donde estaban sentados. No tenían ninguna protección contra el
ardiente sol mediterráneo, y sus amos les despellejaban las espaldas con el
instrumento favorito del negrero: el látigo. No había casi ninguna
posibilidad de escape o rescate, el trabajo de un galeote era el de matarse a
trabajar —sobre todo en las razias para capturar más miserables como él—,
siendo arrojados por la borda a la primera señal de enfermedad grave.
Cuando la
flota pirata estaba en puerto, los galeotes vivían en el bagno y hacían
todo el trabajo sucio, peligroso o agotador que el Pachá les ordenara
hacer. Solían cortar y arrastrar piedras, dragar el puerto o encargarse de
las labores más penosas. Los esclavos que se encontraban en la flota del
sultán ruco ni siquiera tenían esa opción. A menudo estaban en el mar
durante meses seguidos y permanecían encadenados a los remos incluso en el
puerto. Sus barcos eran prisiones de por vida.
Otros
esclavos en la costa bereber tenían un trabajo más variado. A menudo
hacían el trabajo agrícola que asociamos a la esclavitud en Estados Unidos,
pero los que tenían habilidades eran alquilados por sus dueños. Algunos de
éstos simplemente aflojaban a sus esclavos durante la jornada con orden de
regresar con una cierta cantidad de dinero por la noche, bajo la amenaza de ser
golpeados brutalmente en caso de no hacerlo. Los dueños esperaban
normalmente una ganancia de un 20% sobre el precio de compra. Hicieran lo
que hiciesen, en Túnez y Trípoli los esclavos llevaban un anillo de hierro
alrededor de un tobillo y arrastraban una pesada cadena de entre 11 y 14 kg.
Algunos
dueños ponían a sus esclavos blancos a trabajar las tierras muy lejos, donde
todavía se enfrentan a otra amenaza: una nueva captura y una nueva esclavitud
más en el interior. Estos desgraciados probablemente no verían ya más a
otro europeo en el resto de su corta vida.
El
profesor Davis señala que no existía ningún obstáculo a la crueldad: “No
había fuerza que pudiese proteger al esclavo de la violencia de su amo, no
existían leyes locales en contra de la crueldad, ni una opinión pública
benevolente, y raramente existía una presión efectiva por parte de los Estados
extranjeros”.
Los
esclavos blancos no sólo eran mercancías, sino también infieles, y merecían
todo el sufrimiento infligido por sus dueños.
El
profesor Davis señala que “todos los esclavos que, habiendo vivido en bagnos,
sobrevivieron para contar sus experiencias destacaban la crueldad y la
violencia endémica ahí practicada”. El castigo favorito era el
azotamiento. Un esclavo podía recibir hasta 150 o 200 golpes, lo cual
podía dejarlo lisiado. La violencia sistemática convirtió a muchos hombres
en autómatas.
Los
esclavos cristianos eran a menudo tan abundantes y tan baratos que no había
ningún incentivo para cuidarlos. Muchos dueños les hacían trabajar hasta morir
y compraban otros para remplazarlos.
Los
esclavos públicos también contribuían a un fondo para mantener a los
sacerdotes en el bagno. Era una época muy religiosa, e incluso en
las condiciones más terribles los hombres querían tener la oportunidad de
confesarse, y, lo más importante, de recibir la extremaunción. Había casi
siempre un sacerdote cautivo o dos en los bagnos, pero para estar
disponible para sus deberes religiosos, otros esclavos debían contribuir y
comprarle su tiempo al Pachá, por lo que a algunos esclavos en las galeras no
les quedaba nada para comprar comida o ropa. Sin embargo, durante ciertos
períodos, los europeos que vivían libres en las ciudades bereberes contribuían
a los gastos de mantenimiento de los sacerdotes de losbagnos.
Para
algunos, la esclavitud se convirtió en algo más que soportable. Ciertos
oficios, en particular, el de constructor naval, eran tan codiciados que el
dueño de un esclavo podía recompensarlo con una villa privada y
amantes. Incluso algunos residentes del bagno lograron sacar
partido de la hipocresía de la sociedad islámica y mejorar de tal modo su
condición. La ley prohibía estrictamente a los musulmanes el comercio de
alcohol, pero era más indulgente con los musulmanes que sólo lo
consumían. Los esclavos emprendedores establecieron tabernas en losbagnos,
y algunos llegaban a tener una buena vida al servicio de los musulmanes
bebedores.
Una forma
de aligerar la carga de la esclavitud era “tomar el turbante” y convertirse al
islam. Esto eximia del servicio en galeras, de los trabajos más penosos y
de alguna que otra faena impropia de un hijo del profeta, pero no de ser
esclavo. Uno de los trabajos de los sacerdotes de los bagnos era
evitar que los hombres desesperados se convirtieran, pero la mayoría de
esclavos no parecían necesitar el tal consejo. Los cristianos creían que
la conversión podría poner en peligro sus almas, además de requerirse también
el desagradable ritual de la circuncisión de los adultos. Muchos esclavos
parecían sufrir los horrores de la esclavitud tratándolos como un castigo por
sus pecados y como una prueba a su fe. Los dueños les disuadían de la
conversión, ya que éstas limitaban el uso de los malos tratos y bajaban el
valor de reventa de un esclavo.
Para los
esclavos, resultaba imposible escapar. Estaban muy lejos de casa, a menudo
eran encadenados, y podían ser identificados de inmediato por sus rasgos
europeos. La única esperanza era el rescate. A veces la suerte no tardaba
en llegar. Si un grupo de piratas había capturado tantos hombres como para
no tener ya espacio bajo el puente, podía hacer una incursión en una ciudad y
luego regresar a los pocos días para vender los cautivos a sus
familias. Por lo general, ello se hacía a un precio mucho menor que el de
alguien que se rescataba desde África del Norte, pero con todo era mucho más de
lo que los agricultores se podían permitir. Los agricultores generalmente
no tenían liquidez, ni bienes al margen de la casa y la tierra. Un comerciante
estaba por lo general preparado para comprarlos a un precio bajo, pero
significaba que el cautivo regresaba a una familia completamente arruinada.
La
mayoría de los esclavos dependían de La labor caritativa de los trinitarios
(orden fundada en Italia en 1193) y de los mercedarios (fundada en España en
1203). Estas órdenes religiosas se establecieron para liberar a los
cruzados en poder de los musulmanes, pero pronto cambiaron su trabajo por el de
la liberación de los esclavos en poder de los piratas berberiscos, recaudando
dinero específicamente para esta labor. A menudo ponían cajas de seguridad
fuera de las iglesias con la inscripción “por la recuperación de los pobres
esclavos”, y el clero llamaba a los cristianos ricos a dejar dinero. Las
dos órdenes se convirtieron en hábiles negociadoras, y por lo general lograron
comprar esclavos a mejores precios que los obtenidos por libertadores sin
experiencia. Sin embargo, nunca hubo suficiente dinero para liberar a
muchos cautivos, y el profesor Davis estima que no más de un 3 o un 4% de
los esclavos fueron rescatados en un solo año. Esto significa que la
mayoría dejaron sus huesos en las tumbas anónimas de cristianos, fuera de las
murallas de la ciudad.
Las
órdenes religiosas llevaban cuentas exactas de los resultados
obtenidos. En el siglo XVII, los trinitarios españoles, por ejemplo,
llevaron a cabo 72 expediciones para el rescate de esclavos, con una media de
220 liberaciones por cada una de dichas expediciones. Era costumbre
llevarse con ellos los esclavos liberados y hacerlos caminar por las calles de
la ciudad en las grandes celebraciones. Estas procesiones, que tenían una
profunda connotación religiosa, se convirtieron en uno de los espectáculos
urbanos más característicos de la época. A veces los esclavos marchaban en
sus antiguos hábitos de esclavos para enfatizar los tormentos que sufrieron;
otras veces llevaban trajes blancos especiales para simbolizar su
renacimiento. Según los registros de la época, muchos esclavos liberados
no se reinsertaron por completo después de sus vivencias, especialmente si
habían pasado muchos años en cautiverio.
¿Cuántos
esclavos?
El
profesor Davis señala que las numerosas investigaciones efectuadas han
logrado que se determine con la mayor precisión posible el número de negros traídos
a través del Atlántico, pero no existe ningún esfuerzo similar para determinar
la extensión de la esclavitud en el Mediterráneo. No es fácil conseguir
cifras fiables. Los árabes no suelen conservar los archivos. Pero a
lo largo de sus diez años de investigación, el profesor Davis ha logrado
desarrollar un método de estimación.
Por
ejemplo, el registro indica que desde 1580 hasta 1680 hubo un promedio de unos
35.000 esclavos en países berberiscos. Contando con la pérdida constante a
través de la muerte y del rescate, si la población se mantuvo constante,
entonces la tasa de captura de nuevos esclavos por los piratas era igual a la
tasa de desgaste. Hay una buena base para la estimación de las tasas de
mortalidad. Por ejemplo, sabemos que de los cerca de 400 islandeses
capturados en 1627, sólo hubo 70 supervivientes ocho años después. Además
de la desnutrición, el hacinamiento, el exceso de trabajo, y los castigos
brutales, los esclavos sufrieron epidemias de peste, que por lo general
eliminaban entre el 20 y el 30% de los esclavos blancos.
A través
de diversas fuentes, el profesor Davis estima que la tasa de mortalidad fue de
aproximadamente un 20% al año. Los esclavos no tenían acceso a las
mujeres, por lo que la sustitución se realizaba exclusivamente a través de las
capturas.
Su
conclusión: entre 1530 y 1780 hubo, con casi total seguridad, un millón y tal
vez hasta millón y cuarto de cristianos blancos europeos esclavizados por los
musulmanes de la costa bereber. Esto supera con creces la cifra generalmente
aceptada de 800.000 africanos transportados a las colonias de América del Norte
y más tarde a los Estados Unidos.
El
profesor Davis explica que, a finales de 1700, se controló mejor este
comercio, pero hubo un renacimiento de la trata de esclavos blancos durante el
caos de las guerras napoleónicas.
La flota
norteamericana no quedó libre de la depredación. Fue sólo en 1815, después
de dos guerras contra ellos, que los marinos estadounidenses se libraron de los
piratas berberiscos. Estas guerras fueron importantes operaciones para la
joven república; una campaña que se recuerda en las estrofas de “a las orillas
de Trípoli”, en el himno de la marina. Cuando los franceses tomaron Argel en
1830, todavía había 120 esclavos blancos en el bagno.
¿Por qué
hay tan poco interés por la esclavitud del Mediterráneo, mientras que la
erudición y la reflexión sobre la esclavitud negra nunca termina? Como
explica el profesor Davis, los esclavos blancos con dueños no blancos
simplemente no encajan en “la narrativa maestra del imperialismo
europeo.” Los patrones de victimización tan queridos por los intelectuales
requieren de la maldad del blanco, no del sufrimiento del blanco.
El
profesor Davis también señala que la experiencia europea de la esclavitud a
gran escala muestra el engaño en que consiste otro tema favorito de la
izquierda: que la esclavitud negra fue un paso crucial en la creación de los
conceptos europeos de raza y jerarquía racial.
No es
así. Desde hace siglos, los propios europeos han vivido con en el miedo del
látigo, y un gran número asistieron a procesiones celebradas por el rescate de
los esclavos liberados, todos los cuales eran blancos. La esclavitud era
un destino más fácilmente imaginable para ellos mismos que para los lejanos
africanos.
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