Por Javier
Cornejo
Artículo publicado en el diario El tribuno el 07-04-15
Artículo publicado en el diario El tribuno el 07-04-15
Entre las
distintas armas que se aplican a la disgregación de los pueblos, se debe
considerar la importancia que adquiere la destrucción del lenguaje.
Asistimos a una desembozada embestida en todos
los frentes.
Especialmente en
las redes sociales y en el uso comunicacional de nuestra juventud en función de
palabras, convertidas en signos, abreviaturas y sonidos alejados notoriamente
del vocablo original.
¿Por qué se está
destruyendo nuestro idioma?
Ya ensayamos la
respuesta en anteriores artículos de esta columna que puedo sintetizar en los
siguientes conceptos:
- Cambiando el idioma se cambian las palabras.
- Cambiando las palabras se cambian las ideas.
- Cambiando las ideas se cambian los conceptos.
- Cambiando los conceptos se cambian las conciencias y las conductas.
- Cambiando las conciencias y las conductas, se cambian nuestras expresiones artísticas, poéticas, musicales, se cambia nuestra tradición, nuestra moral y nuestra religión.
- Con la destrucción idiomática quedamos imposibilitados de comprender las obras literarias, mutilados en la posibilidad de conocimientos inherentes a nuestra raza humana.
- Con la destrucción idiomática quedamos inmersos en una Babel de incomprensión generalizada entre los mismos seres que habitamos esta geografía.
Ante esta
perspectiva, la introducción de una inmigración que se comunique
con otro lenguaje, por ejemplo el chino, acelerará sustancialmente la
disolución de todo pensamiento nacional, costumbres, y dejará expuesto al
pueblo argentino a una orfandad de principios
y valores que lo harán fácil
presa de cualquier nuevo ocupante del suelo argentino.
Son más que
claras las palabras de George Orwell en su obra “1984”, diálogos con Winston:
“Le estamos dando al idioma su forma final, la forma que tendrá cuando nadie
hable más que “neolengua”. Cuando terminemos
nuestra labor, tendreís que empezar a aprenderlo de nuevo. Creerás,
seguramente, que nuestro principal trabajo consiste en inventar nuevas palabras.
Nada de eso. Lo que hacemos es destruír palabras, centenares de palabras, cada día. Estamos podando el idioma para
dejarlo en los huesos… la destrucción de las palabras es algo hermoso”.
En este caso, las
principales víctimas son los verbos y adjetivos, pero también hay muchísimos nombres
que se intenta prescindir. No sólo se
trata de sinónimos. También los antónimos. En realidad se llega a la paradoja
de qué justificación tiene el empleo de una palabra sólo porque sea lo contrario de otra?. Toda palabra contiene en
sí misma su contraria Por ejemplo,
tenemos –bueno-: ¿ que necesidad hay de la contraria –malo-?= “No bueno” sirve
exactamente igual. Es decir en el tránsito a esta “neolengua” se suprimen las palabras que se usan como
contrarias o superlativas: “bueno,
excelente, espléndido”.
¿“No ves que la
finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el
radio de acción de la mente”?. Al final acabaremos haciendo imposible todo
crimen del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber crimen mental si cada concepto
se expresa a través de una solo palabra, una palabra cuyo significado esté
decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y
olvidados para siempre?. ¿Cómo vas a tener un slogan como el de –la libertad es
la esclavitud- cuando la libertad no exista?”.
Vamos a una
ortodoxia de “no pensar”, no necesitar el pensamiento: “Nuestra ortodoxia es la
inconsciencia”.
La in-consciencia
(falta de) en la que imperceptiblemente ya estamos inmersos.
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