Por
héctor landolfi (*)
Esta nota
podría llamarse, también, La palabra y el poder. La palabra, lejos de lo
literario, puede expresar la visión y el propósito del dominio.
Toynbee,
en su célebre Estudio de la Historia, señala que “las grandes potencias
pretenden ser universos en sí mismos”. Y los universos políticos tienden a ser
mundos excluyentes, etnocéntricos, con cosmovisión y terminología propia.
La
conducta de los seres humanos en el ejercicio del poder tiene semejanzas que
están más allá de las diferencias culturales, las distancias temporales o los
distintos ámbitos geográficos en donde surge.
El
sentido etnocéntrico y unipolar que adquiere una cultura a medida que
acrecienta su poder se verifica, incluso, en potencias que nunca tuvieron
puntos de contacto; separadas en el tiempo por siglos y en lo espacial por la
vastedad oceánica.
Entre la
mitología y la realidad histórica, y en un lugar del Lacio italiano, Rómulo
cavó un foso circular. Sobre ese hueco, al que llamó Mundus, trazó una cruz
cuyas líneas unían los cuatro puntos cardinales. Quedó así dividido el mundo en
cuatro partes y sobre ese mundo se fundó Roma. Y Roma, la ciudad, fue el centro
(ombligo) del mundo. Y cuando las tropas romanas llegaron al confín ibérico
llamaron a ese extremo Finisterre, porque Roma pensaba que no había más tierra
allende los mares.
El
cristianismo católico heredó esa visión unipolar. Puede verificarse cuando,
desde el Vaticano, el romano pontífice da la bendición: “Urbi et orbi”. (A la
ciudad –Roma– y al mundo).
Titu Cusi
Yupanqui (1526-1570), tercer inca de Vilcabamba, dictó una Relación en la que
revelaba el sentido etnocentrista del Imperio Incaico (Tahuantinsuyu): “El
Cusco, que es el centro de toda la tierra, y por esto y por estar en el medio,
se nombraban sus antepasados, puestos allí por ser su cepa, señores de
Tahuantinsuyu, que quiere decir: señores de las cuatro partidas del mundo,
porque pensaban de cierto que no había más mundo que éste”.
Garcilaso
de la Vega (1539-1616), historiador e hijo de hidalgo español y princesa inca,
presenció los últimos esplendores del Imperio Incaico y escuchó recuerdos y
tradiciones de remotos tiempos; su relato coincide con el del inca Yupanqui.
Garcilaso
explica que el Imperio fue dividido en cuatro partes, por lo cual le llamaron
Tahuantinsuyu, que quiere decir las cuatro partes del mundo “conforme a las
cuatro partes principales del cielo: oriente, poniente, septentrión y
mediodía”. Y pusieron por centro la ciudad de Cusco, que en la lengua de los
incas quiere decir ombligo de la tierra: “llamáronla con buena semejanza
ombligo, porque todo el Perú es largo y angosto como un cuerpo humano y aquella
ciudad está casi en medio”.
El poder
de ambos imperios –romano e incaico– coincide en su concepción etnocéntrica y
llama a sus respectivas capitales, Roma y Cusco, “ombligo”.
El
psicoanálisis, abrumador entre nosotros, más una ideología que una terapéutica,
también instaló sus términos de dominio. La melancolía, que llegó a tener hasta
expresión literaria y halo romántico hoy “gracias” al psicoanálisis, se llama
depresión. La depresión pasó a ser una institución freudiana que los
psicoanalistas apuntalaron al comprobar que les era rentable.
Roberto
Arlt, afortunado escritor prefreudiano, creó su famoso personaje: “El rufián
melancólico”. Si llamáramos al protagonista de la novela “Los siete locos”, “El
rufián deprimido”, ¿su personalidad tendría la dureza de un sujeto que regentea
prostitutas?
España
generó términos como Hispanoamérica e Iberoamérica para seguir teniendo
influencia sobre sus antiguas colonias. No obstante la intención dominadora de
estas palabras el gobierno kirchnerista, en pos de un “pensamiento nacional”,
patrocina el “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano
Manuel Dorrego”. Es decir, por un lado los ideólogos oficiales avalan
semánticamente la intención –postrera– imperial española, llamando
“Iberoamericano” al Instituto y por el otro lo nombran “Manuel Dorrego”, un
oficial que peleó contra el Imperio español en las guerras de la Independencia.
A todas luces, una contradicción que agudiza nuestra imprecisa identidad.
La sangre
y la geografía también generan visiones calificadoras y unívocas.
Hace unos
años, en un congreso de editores realizado en Estocolmo y en la cena final del
evento me tocó compartir mesa con los editores alemanes de música. Pude tener a
mi derredor a editores de Bach, Beethoven, Brahms… Cuando llegó el momento del
intercambio de tarjetas para identificarnos, los germanos leyeron mi apellido y
dijeron: “italiano”. Traté con mi escaso alemán y algunas palabras de mi inglés
escolar de explicarles que era argentino. Y que italianos eran mis abuelos,
venidos a la Argentina en las primeras décadas del siglo pasado.
Como era
de esperar, no entendieron nada. Y para congraciarse conmigo empezaron a hablar
de Verdi, Rossini, Puccini… y casi todos contaban sus experiencias vacacionales
en Italia, país en donde los alemanes buscan sol, vino y juerga.
Esta
interesantísima experiencia vivida reforzó en mí la idea de que el Ius soli, es
decir, que en la Argentina se obtiene esa nacionalidad por nacer en su suelo,
es de difícil comprensión para el Ius sanguinis (derecho de sangre) europeo;
que es también una forma de poder hereditario identificado con la monarquía.
Hace unos
años un juez norteamericano no autorizó a un residente legal mexicano del
Estado de Texas a que denominara su negocio de comidas “restaurante”, en
español, seguido de un típico nombre mexicano. El juez no se opuso al gentilicio
que aludía a un famoso conjunto musical azteca, su objeción se dirigía a la
denominación genérica en castellano (restaurante) de la casa de comidas.
El fallo
del juez estadounidense ordenó cambiar la denominación hispánica por la
inglesa: “restaurant”.
En los
considerandos de su decisión el magistrado alega que autorizar la denominación
en español de esa actividad comercial estaría sentando base jurídica (de hecho)
para que en “veinte años” se produjera en esa región de los Estados Unidos “una
guerra secesionista”.
La
clarividencia del magistrado estadounidense es desconocida por nuestra Justicia
y clase política.
En
Neuquén, no son pocos los carteles de casas de comida y otras entidades donde
prevalece el idioma araucano (mapudungun) sobre el castellano. Esta
preeminencia se produce al colocar la grafía araucana (una contradicción, por
ser ágrafa la cultura mapuche) en primer lugar y con mayor tamaño de letra, y
luego la denominación en castellano con caracteres más pequeños.
La
indiferencia de las autoridades en relación con el lenguaje público escrito se
produce en una zona de alta tensión geopolítica. Hacia el este, la poderosa
base militar inglesa en Malvinas compromete toda la costa marítima argentina y
reduce notoriamente nuestra proyección a la Antártida. Hacia el centro, la base
cívico-militar China ubica, potencialmente, al país dentro de un posible
conflicto entre Estados Unidos y China. Y por el oeste, la conflictividad
mapuche (araucana) deja su rastro con la destrucción de un refugio en Bariloche,
el asesinato de un policía neuquino, la agresión física a una oficial de
Justicia, la extorsión económica a empresas, la usurpación de propiedades y la
utilización del fuego –vieja táctica araucana– como arma de guerra. Este
cuadro, de creciente gravedad, es desatendido por los gobiernos municipales y
el provincial. Mientras, la autoridad nacional apoya a mapuches (araucanos) en
forma política, económica y mediática y, simultáneamente, ignora padecimientos
y necesidades de otras etnias como la toba (qom).
(*)
Exdirectivo de la industria editorial argentina
About Lic. Carlos A. Pereyra Mele
Licenciado
en Ciencia Política , Analista Político, especialista en Geopolítica
Suramericana, Prof. invitado Cátedra Libre del Pensamiento Nacional Unv. de la
Patagonia; CEES, y CIVIS.
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