SOBRE LA HISPANIZACIÓN DE AMÉRICA
Por
Miguel Argaya Roca para elmunicipio.es
No
dedicaré ni una sola línea de este artículo a desmontar leyendas negras sobre
la España americana. Me limitaré a tratar la época en los mismos términos en
que la historiografía trata otros procesos históricos similares, en los que no
se dedican páginas y páginas ni a denuestos morales ni a justificaciones. En un
libro escolar de primero de BUP que me vi obligado a utilizar hace un par de
décadas se ofrecían tres ejercicios con textos a comentar por los alumnos
referidos a las colonizaciones europeas durante los siglos XVI y XVII. El texto
que hablaba de la colonización inglesa se titulaba “Los ingleses y el
comercio”, el que se refería a la portuguesa se titulaba “Los navegantes
portugueses”, y el que trataba de la española se titulaba “La crueldad de los
españoles”. Pareciera que en el caso de España se le hace preciso al
historiador convertirse en juez moral y construir sobre los datos toda una
teoría de la maldad humana, personificada claro está en el tipo español, al
parecer especialmente lascivo y sanguinario.
Otro
ejemplo, esta vez de la Historia Universal del belga Jacques
Pirenne. Hablando de las encomiendas (una especie de feudos) concedidas por la
corona portuguesa a sus conquistadores señala únicamente que estos “estaban
autorizados a cobrar diezmos” a los indígenas; pero al hablar de las
encomiendas españolas en América parece verse obligado a puntualizar que en
ellas “los pobladores quedaban sometidos a la esclavitud agrícola”.
Veamos
otro ejemplo: un manual de historia antigua que me recomendaron en la
universidad establecía diez factores que permitieron a Roma llevar a cabo la
romanización de los territorios adquiridos: la ciudad, la ciudadanía, el
derecho romano, la administración, el sincretismo religioso, el latín, el
comercio, la esclavitud, el ejército y las calzadas. En ningún caso, ni
siquiera al hablar de la esclavitud, hacía el manual reproche moral alguno; le
bastaba con desbrozar los datos. Esto, obviamente, no ocurre con la España
americana, sometida siempre a una revisión moral que, al parecer, no atañe a
las demás potencias de su tiempo, ni a las de otros tiempos. Así, se obliga al
historiador riguroso a entrar al trapo para matizar todas y cada una de las
afirmaciones negativas sobre España, cosa que evidentemente no puede hacer sino
refiriéndolas de nuevo. Por eso no perderé el tiempo; no rebatiré nada. Mi
intención, como se verá, es de otra índole. Siguiendo el esquema de aquel
manual de historia de Roma de mis años universitarios, me limitaré en estas
líneas a referir y explicar, sin valoraciones morales, los diez factores que
permitieron a España llevar a efecto la hispanización de América: las ciudades,
el mestizaje, las encomiendas, el derecho de Indias, las instituciones
asistenciales, la evangelización, la lengua y las instituciones educativas, las
infraestructuras hidráulicas y las infraestructuras viarias.
LAS
CIUDADES:
Para
empezar, hay que destacar que la ciudad que España instala en América es del
todo diferente a la que existía en esos momentos en Europa. Esta, determinada
por el curso de la historia, se configuraba normalmente como una intrincada red
de callejuelas. La nueva ciudad americana, en cambio, se trazó sobre un plano
racional en forma de cuadrícula, según los modelos utópicos renacentistas. Se
trata, por así decirlo, de las primeras ciudades “modernas”, una anticipación
de trescientos años a los llamados “ensanches” del siglo XIX. El centro de este
tipo de urbe es la plaza, rectangular y normalmente porticada, donde se sitúan
los principales edificios públicos: la iglesia y el ayuntamiento. En el centro
de las principales capitales, además, se tendió a empedrar las calles. En
ciudad de México, por ejemplo, esta tarea se inició en 1605. En el recorrido de
las viviendas primaba la horizontalidad, dado que las viviendas solían ser de
uno o dos pisos. Normalmente estaban cimentadas sobre mampostería y disponían
de patio interior a la usanza castellana. Siguiendo también la usanza castellana,
para los pobres -fueran blancos, mestizos o indios- hubo edificios de patio
común llamados “patios de vecindad” con galerías de viviendas de un solo cuarto
o, como mucho, de dos cuartos. Estas “vecindades” solían contar con fuente
propia en el patio para el abastecimiento de sus habitantes. Hacia 1630, ya
había en la España americana más de trescientas de estas ciudades. Obviamente,
en las poblaciones puramente indígenas (normalmente aldeas rurales) la
arquitectura siguió siendo la tradicional nativa, con sus casas bajas de un
solo cuarto (jacales) y sus corrales hechos de adobe.
Durante
el siglo XVI, todas las ciudades y poblados estaban dirigidas por
un alcalde y dos o tres regidores (gestores), elegidos democráticamente
entre los vecinos. La norma se cumplía igualmente si la población era indígena.
En estos casos, los alcaldes indios disponían de jurisdicción civil y penal en
su territorio sobre cualquier persona que cometiese delito, fuera indio,
mestizo, blanco o negro.
En las
ciudades importantes, con frecuencia se constituían dos ayuntamientos, uno de
indios y otro llamado “de españoles”. Sin embargo, no era tanto una separación
racial como cultural, pues el ayuntamiento “de los españoles” englobaba
sin problemas a blancos, a mestizos y a todos aquellos nativos que se habían
alejado de su antigua vida tribal y se habían integrado, pasando por mestizos,
en la sociedad urbana: los llamados “indios enzapatados”. El ayuntamiento “de
indios” se refería únicamente a aquellos que habían preferido mantener su
estructura original de cacicazgo y se asentaban en aldeas rurales alrededor de
la urbe. De alcaldes indígenas (llamados a menudo “gobernadores”) en estos
cabildos mixtos podemos citar numerosos ejemplos, pero bastarán unos pocos: el
de Juan de Guzmán Ixtolinque, alcalde o gobernador indio de Coyoacán desde
1525, el de Diego Tehuetzqui, alcalde indio de Tenochtitlan-México hasta
su muerte en 1554, el de Esteban de Guzmán, alcalde indio de Xochimilco en
1554, el de Antonio Totoquihuatzin, alcalde de Tacuba desde 1550, el de
Hernando Pimentel, alcalde de Tetzcoco desde 1545, el de Pedro Jiménez,
alcalde indio de los otomíes en Tlalnepantla en 1594. Huelga seguir amontonando
ejemplos. Lo que sí vale la pena decir es que, en todos esos casos de doble
ayuntamiento, por encima de ambas instancias figuraba un alcalde mayor y un
corregidor económico normalmente designados por el virrey, salvo en
algunos lugares en que por su especial significación política los designaba
directamente el rey.
En suma:
la ciudad actuó en América -del mismo modo que en la Península Ibérica- como
verdadero centro de poder democrático frente a las altas instituciones
virreinales. La imposibilidad de acudir a las Cortes del otro lado del océano
hizo que en no pocas ocasiones los propios cabildos constituyesen su propia
manera de parlamentarismo convocando y reuniendo los llamados “ayuntamientos
generales”, a los que acudían procuradores de todas las ciudades. En el siglo
XVI conocemos al menos cuatro de estos “ayuntamientos generales”: el celebrado
en Santo Domingo en 1518, el de México en 1525, el de Santiago de Cuba en 1528
y el de Lima en 1544. Se dirá que ese carácter democrático desaparece en el
siglo XVII, y no será mentira, aunque tampoco lo sería recordar que esa
desaparición se produce en igual medida en la propia Europa, sometida en esos
momentos a un intenso proceso de absolutización y centralización del poder.
En todo
caso, la convivencia entre ambos ayuntamientos de un mismo cabildo urbano fue
haciéndose con el tiempo más estrecha hasta prácticamente confundirse, gracias
sobre todo al mestizaje. Hay que destacar que en el ámbito de la ciudad los
mestizos formaron normalmente una clase urbana media y baja, dedicada a la
agricultura, al arrieraje, a la artesanía o al pequeño comercio.
No
conviene, con todo, imaginar una sociedad estrictamente dividida en castas
étnicas. Ya hemos dicho que dentro de esa población mestiza hay que contar
también a los indios “enzapatados”, aquellos que preferían abandonar sus
poblados rurales, migrar a la ciudad y asimilarse al modo de vida urbano y
europeo. La razón de esa migración es múltiple, pero sin duda la facilitó el
hecho de que la tributación fuera menor para la población asalariada que para
la encomendada, y su nivel de libertad personal -igual que pasaba en Europa con
los feudos y las ciudades- notablemente mayor. A la altura del año 1600, la
división social es clara: todo lo urbano es tenido por “español” y todo lo
rural por “indígena”. Un caso bien significativo de este hecho nos lo proporciona
el conocido José Gabriel Tupac Amaru, indio enzapatado que protagonizó en el
siglo XVIII una de las más famosas rebeliones contra el orden español y que,
sin embargo, nunca dudó en algunos documentos oficiales anteriores a su
insurrección (su partida de matrimonio, o las de bautismo de sus hijos, por
ejemplo) en catalogarse a sí mismo como “español” sin que nadie le pusiera pega
alguna. Como se ve, las cosas en la España americana no eran tan sencillas como
a veces se nos pintan.
EL
MESTIZAJE:
Merece la
pena detenerse un momento para hablar del mestizaje, formidable mecanismo
social de integración al que no hicieron ascos ni los indios ni los blancos, y
muy a menudo favorecido por la Corona. No podemos obviar la recomendación hecha
en 1503 por Nicolás de Ovando, gobernador de La Española, a los españoles
habitantes de la isla: “que algunos cristianos se casen con algunas mujeres
indias, e las mujeres cristianas con algunos indios, para que los unos e los
otros se comuniquen e enseñen”. La recomendación fue efectiva, porque
sabemos que en 1514 ya había en la isla cerca de sesenta matrimonios mixtos. En
cuanto a los hijos habidos fuera de matrimonio, que en esas primeras décadas
fueron muchos, no eran necesariamente repudiados. Hubo buen número de casos en
que los vástagos fueron bien acogidos por sus padres biológicos. Paradigma de
ello es precisamente el primer niño mestizo nacido en La Española, a quien su
padre, un tal Miguel Díaz, no solo lo reconoció sino que le legó -según
testamento protocolizado en Sevilla en 1504- un montante de 200.000 maravedíes
“para lo criar y para que aprenda letras”, más otros 400.000 maravedíes
destinados a su formación superior. Por citar solo otro ejemplo: hacia 1610,
Feliciano Rodríguez, hijo ilegítimo del alcalde de Cuzco Francisco Rodríguez,
fue enviado por este a España a estudiar en Salamanca. La prueba de que estos
casos no fueron pocos es la Real Cédula de Felipe II de 1559 en la que se
prescribe que “los mestizos que vinieren a estos reinos a estudiar, o a otras
cosas de su aprovechamiento (…) no necesiten de otra licencia para regresar”.
No se hacen leyes para casos particulares.
Es lógico
que tengamos pocas referencias a matrimonios mixtos entre personas de clase
media o baja. La historia oficial no suele hacer hueco a ese tipo de
protagonista. Sí las tenemos, en cambio, de los capitanes e hidalgos que
encabezaron la aventura americana. Hernando de Soto, por ejemplo, casó con
Tocto Chimbu, hija del inca Huayna Cápac, con quien tuvo una hija, Leonor Soto,
que acabó heredando la encomienda de su padre. Más casos: el de Alonso de Mesa,
que casó con Catalina Huaco, hija de indios principales de Cuzco. Y el de Juan
Cano de Saavedra, casado Isabel Moctezuma, llamada Tecuichpo, hija de propio
emperador azteca Moctezuma. Y el de Juan de Paz, casado con otra hija de
Moctezuma, Leonor. Y el de Juan de Torres, que casó con la india Catalina
Moyacoche, sobrina del cacique de Turmequé. También conocemos algunos
matrimonios entre caciques indios y españolas de alcurnia, caso de Luisa de
Medina, casada con Martín de Poechos, un sobrino del curaca atahualpista
Maizavilca. O el de Isabel de Cáceres, casada hacia 1530 con Hernando de Tapia,
hijo del cacique azteca Andrés Motelchiuhtzin. Algunas veces, ese enlace
matrimonial mixto trataba de integrar en la Corona española la legitimidad de
las casas imperiales en Lima y Tenochtitlán derrotadas por los españoles. Otras
veces servía en cambio para consolidar alianzas políticas, como sucedió en
muchos casos con la nobleza tlaxcalteca, que había sido aliada de los españoles
contra los aztecas.
LAS
ENCOMIENDAS:
Lo
primero que hay que decir de la encomienda en América es que no quiso ser de
ninguna manera un medio de explotación del indígena, sino al contrario, el
instrumento de la Corona para controlar las posibilidades de abuso económico de
la nueva nobleza americana sobre las poblaciones autóctonas. Lo segundo, que no
se distinguía mucho de las formas de señorío vigentes por entonces en la propia
España peninsular y aun en gran parte de Europa. Inglaterra, por ejemplo, no
abolió legalmente el señorío feudal hasta 1660, Francia lo hizo en 1789, Prusia
en 1807, España en 1811, Rusia en 1861 y Polonia en 1867. Sabemos que a comienzos
del siglo XVII casi la mitad del campo español estaba sometido aún a régimen de
señorío. ¿Podríamos reprochar que el campo americano se estructurase en esas
mismas fechas de igual manera?
Lo que sí
es preciso destacar es que el señorío que España trasplantó a América fue
notablemente menos lesivo para los indígenas que el que estaba vigente para los
campesinos españoles de la propia Península Ibérica. De entrada, el encomendero
en América carecía de derechos jurisdiccionales sobre el indio encomendado,
cosa que sí tenía el señor feudal en el modelo europeo. Además, la encomienda
americana no era vitalicia, sino que se concedía por un tiempo limitado,
normalmente una o dos vidas, que forzando la ley podían alargarse como mucho a
tres o cuatro. Y como la Corona no deseaba crear en América una oligarquía
agrícola como la peninsular, las encomiendas se concedían con cuentagotas. Así
ocurrió que a finales del siglo XVI tres quintas partes de la tierra productiva
en la España americana estaba enteramente en manos indígenas, sin restricciones
ni encomendero. Lo mismo ocurre con las diferentes prestaciones laborales
propias del feudalismo europeo, como las corveas anuales consistentes en
jornadas de trabajo gratuito en beneficio del señor, que no desaparecen en
España hasta finales del siglo XVI, mientras que en América quedan
prohibidas ya en 1549. Es cierto que en ocasiones algunos encomenderos siguieron
exigiendo fraudulentamente este tipo de servicio, pero no en mayor medida que
en los propios señoríos de la España europea en ese mismo siglo XVI. De lo que
no podemos dudar es de que la Corona trató de imponer su justicia en uno y otro
caso.
Otra diferencia
de la encomienda americana respecto de la europea era que aquella se realizaba
con carácter colectivo sobre una tribu de indios encabezada por su cacique o su
curaca natural, de modo que los nativos no perdían su arraigo. El cacique o
curaca era el encargado de organizar a su pueblo manteniendo todas las
atribuciones de justicia y de gobierno que no se hubiera reservado expresamente
la Corona. También era el que recaudaba entre sus vecinos los tributos que
constituían la renta anual del encomendero. Este, por su parte, solo tenía
derecho a dicha renta. Ni siquiera era dueño de la tierra a él encomendada,
cuya propiedad seguían teniéndola los indígenas encomendados. A cambio de tales
rentas, el encomendero estaba obligado a mantener en uso las infraestructuras
viarias y agrícolas necesarias y a evangelizar a sus encomendados, cosa que
hacía normalmente mediante una capilla con un capellán pagado de su peculio.
A algunos
les extrañará saber que la encomienda no fue un beneficio reservado en
exclusiva a los conquistadores españoles. Muchos caciques principales y sus
herederos se beneficiaron igualmente de ellas sin diferencia alguna con los
capitanes e hidalgos venidos de España. En el Virreinato del Perú, ejemplos hay
muchos y variados. Uno de ellos es el de Carlos, hijo del emperador inca
Atahualpa, que recibió encomienda en Conocoto en 1549. O Francisco Túpac
Atauchi, otro de los hijos de Atahualpa, que la recibió en 1563 en compensación
a sus servicios como capitán de las tropas cañaris enviadas a sofocarla
rebelión de los indígenas de Lita, Quilca y Caguasquí en 1554.
O Martinillo de Poechos, sobrino del curaca Maizavilca, a quien el Consejo
de Indias le entregó encomienda de indios en pago a su apoyo del orden español.
O Sayri Túpac, hijo de Manco Inca Yupanqui, que se rindió a los españoles y se
convirtió al catolicismo en 1558, y que recibió de la Corona un perdón completo
y la encomienda de Yucay. Lo mismo podemos decir de otro descendiente de la
casa real de los incas, Carlos, hijo deHuáscar Túpac, que en 1573 recibió
encomienda en Yauri y Pichigua. Y de Juana Pilcohuaco, hija de Felipe Túpac
Amaru, el último soberano inca capturado y ejecutado por los españoles en 1572,
que recibió de la Corona española la encomienda de Pampamarca, Tungasuca y Surimana.
Se haría farragoso seguir citando ejemplos.
Podemos
acabar este capítulo señalando que las encomiendas tuvieron un importante valor
civilizatorio. Hay que hacer constar que los pueblos prehispánicos subsistían
con una economía rural prácticamente neolítica. Fueron los españoles quienes
les sacaron de esa situación enseñándoles las técnicas agrícolas del viejo
mundo. Los rudimentarios utensilios de madera o cobre fueron sustituidos desde
la llegada de los españoles por otros de hierro como azadas, picos, palas,
yunques, martillos y mazos. A los españoles les debe América la rueda, el
carro, el tiro de animales, el molino de agua y de tracción animal, la quema de
rastrojos, el arado, el estercolado, la poda y el injerto.
LEGISLACIÓN
DE INDIAS:
Uno de los
más potentes mecanismos de hispanización de América fueron, sin duda, las
llamadas “leyes de Indias”. Desde el inicio de la presencia de España en
América, la Corona dedicó una especial protección a los indígenas americanos
frente a cualquier abuso o maltrato que pudieran sufrir de parte de los
españoles peninsulares. Fue una preocupación tempranísima, que quedó
meridianamente expuesta por la reina Isabel en 1495, cuando, enterada de que en
su último viaje Colón había traído a España quinientos indios americanos y los
estaba empezando a vender como esclavos en Andalucía, ordenó suspender la venta
y mandó que los que ya habían sido entregados fueran recomprados a cargo de la
Corona y puestos en libertad. Se trataba de una medida revolucionaria para un tiempo
en que lo corriente era precisamente lo contrario: esclavizar a los infieles
vencidos en las guerras.
Una de
las primeras medidas legales dictadas por los reyes españoles en favor del
indígena americano son las “Instrucciones” de1501 a Nicolás de Ovando, nuevo
gobernador de La Española: “Primeramente, procuraréis con mucha
diligencia las cosas del servicio de Dios… Porque Nos deseamos que los indios
se conviertan a nuestra santa Fe católica, y sus almas se salven… Tendréis
mucho cuidado de procurar, sin les hacer fuerza alguna, cómo los religiosos que
allá están los informen y amonesten para ello con mucho amor… Otrosí:
Procuraréis como los indios sean bien tratados, y puedan andar seguramente por
toda la tierra, y ninguno les haga fuerza, ni los roben, ni hagan otro mal ni
daño”. Significativo es también el contenido del testamento de la
propia reina Isabel, de 1504: “De acuerdo a mis constantes deseos, y
reconocidos en las Bulas que a este efecto se dieron, de enseñar, doctrinar
buenas costumbres e instruir en la fe católica a los pueblos de las islas y
tierras firmes del mar Océano, mando a la princesa, mi hija, y al príncipe, su
marido, que así lo hayan y cumplan, e que este sea su principal fin, e que en
ello pongan mucha diligencia, y non consientan ni den lugar que los indios,
vecinos y moradores de las dichas Indias y tierra firme, ganadas y por ganar,
reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden que sean bien y
justamente tratados. Y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean”.
Esta
política proteccionista de la reina Isabel fue irrevocablemente mantenida por
sus sucesores en el trono
Carlos I:
En 1523 el emperador Carlos dicta la orden de “que no se consienta, que
a los Indios se les haga la guerra, mal, ni daño, ni se les tome alguna cosa
sin pagar”. Años después, en la llamadas “Leyes Nuevas” de 1542, el mismo
Carlos determina “que de aquí adelante por ninguna causa de guerra
ni otra alguna, aunque sea so título de rebelión ni por rescate ni de otra
manera, no se pueda hacer esclavo indio alguno, y queremos sean tratados como
vasallos nuestros de la Corona de Castilla, pues lo son”.
En esa
misma línea van dirigidas las “Instrucciones” dictadas por rey Carlos I en
1548 para su hijo, el futuro rey Felipe II: “Y en cuanto al gobierno de
las Indias, señaladamente tened gran cuidado y solicitud de saber cómo pasan
las cosas de allá, y de asegurarlas por el servicio de Dios, para que sea
servido y obedecido como es razón, con lo cual los indios serán bien gobernados
y con justicia, y la tierra se tornará a poblar y a rehacerse aquellas
provincias, y para que se restauren y reformen las opresiones pasadas y daños
de las conquistas y largas guerras, y de los que han recibido de otros
personajes y conquistadores, asimismo de algunos que han pasado a ellas con
cargos de autoridad, de los cuales so color de esto y con mano poderosa, y como
remotos y apartados de su rey, y de quien le duele como tal con sus dañadas
ambiciones y codicias, han hecho y hacen notables excesos, estragos y malos
tratamientos a los indios, y para que sean amparados y sobrellevados en lo que
fuese justo, y tengáis sobre los dichos conquistadores la autoridad,
superioridad y preeminencia que es justo”. Seguramente a la sombra de estos
consejos surgen aquellas disposiciones de Felipe II:“Que donde hubiere
Audiencia se nombre abogado y procurador de Indios, con salario” (1591);“Que
los delitos contra indios sean castigados con mayor rigor que contra españoles” (1593);
“Que no se den tierras en perjuicio de los Indios, y las dadas se vuelvan a
sus dueños” (1594).
Algunos
han pretendido que legislación tan exhaustiva y repetitiva en favor del
indígena durante tres siglos debía de significar que los abusos se repetían y
no se enmendaban. Pero es lo mismo que pretender que los españoles
contemporáneos hemos asesinado, violado y robado sin tasa solo porque hemos
tenido necesidad de promulgar tres códigos penales sucesivos (1863, 1924, 1991)
en el corto plazo de un siglo y medio.
Otros
dicen que la costumbre era que las disposiciones reales se acatasen en teoría,
pero que en la práctica no se cumpliesen. Lo cierto es que son muchos los casos
conocidos de sentencias cumplidas: en 1585 el Procurador de los naturales
presentó una denuncia al Virrey de Perú por abusos en la utilización de la
encomienda, y en consecuencia hubo ciento doce condenas. Uno de los condenados,
por cierto, fue precisamente el ya citado Carlos Inca. Un año después, en 1586,
los jueces encontraban culpable y condenaban con pérdida de su empleo y honores
al oidor Diego García de Palacios por aprovechar su cargo para arrebatar sus
tierras a los indios de Tlalnepanta (México). Más ejemplos: en 1613, muchos
encomenderos de Tenayuca perdieron sus encomiendas merced a un fallo judicial
en favor de los indios que tenían encomendados.
Vale la
pena incidir también en la acusación sobre la permanente “minoría de edad” de
los indígenas en la lesgislación de Indias. Se afirma que el estatus
jurídico del indígena en la España americana le equiparaba al de un “menor de
edad”, pero también aquí se marra o se exagera por encima de la realidad
legislativa. El indio americano bajo dominio español podía litigar, ser
propietario y decidir sobre su futuro en la misma medida que podían los demás
españoles mayores de edad. De hecho, tenían algunos privilegios de los que no
gozaron nunca los aldeanos en Castilla, como el de poder testar con la
presencia de solo tres testigos, frente a los cinco exigibles en la España
peninsular.
LA
EVANGELIZACIÓN:
Conviene
empezar señalando que la evangelización de América debió mucho al apoyo y
patrocinio directo de la Corona española. La primera diócesis de América,
la de Santo Domingo, la creó la propia Corona en 1504 acogiéndose a la bula de
patronato de 1496; acto temerario, porque la bula solo concedía ese privilegio
sobre los moros de la Granada recién conquistada. Pero la reina Isabel
consideró desde el principio la cristianización de los indígenas americanos como
una prioridad y no estaba dispuesta a esperar permisos. Luego, obtenido
formalmente el patronazgo sobre América por la bula Universalis
ecclesiae de 1508, la actividad evangelizadora se aceleró: en 1513 se
creaba ya la segunda diócesis americana, la de Santa María de la Antigua de
Darién (Panamá). A partir de ahí, el proceso fue imparable. A finales del siglo
XVI había ya una treintena de obispados, cuatro de ellos en calidad de
archidiócesis: los de Santo Domingo, México, Lima y Santa Fe de Bogotá. Se
suele mencionar que la carrera eclesiástica y administrativa quedó prohibida
para indios y mestizos en 1582, por temor a su apostasía, pero se soslaya en
igual medida que dicha prohibición se fue suavizando con el tiempo a través de
sucesivas cédulas reales hasta ser definitivamente revocada en 1647. De antes
de 1582 tenemos notorios ejemplos de clérigos mestizos. Quizá el más
significativo sea el del sacerdote y organista de la catedral de Quito Diego
Lobato de Sosa, hijo de Isabel Yarucpalla, una de las viudas de
Atahualpa, y el capitán Juan Lobato de Sosa, muerto tempranamente en combate
(siglo XVI).
Mención
especial conviene hacer también a la tarea impagable de las congregaciones
religiosas. Los primeros frailes en llegar a América fueron franciscanos y
mercedarios (desde 1493). Luego se les sumaron los dominicos (1510), los
agustinos (1532) y los jesuitas (1568). Se calcula que para finales del siglo
XVI habían desembarcado en América ya casi cinco mil quinientos frailes
misioneros, la mayoría españoles. Muchos de ellos se comprometieron de tal modo
con la población autóctona a la que servían que se convirtieron en verdaderos
“defensores del indio”.
Respecto
de la forma en que se llevó a cabo dicha evangelización, hay que decir que no
siguió un único modelo, sino que adoptó al menos tres formas diferentes: la
primera y más temprana fue la realizada en las grandes islas del Caribe (La
Española, Puerto Rico y Cuba); la segunda la puesta en práctica en el
continente sobre los dos grandes imperios prehispánicos: el azteca y el inca; y
la tercera la que tuvo lugar en las zonas fronterizas de los virreinatos, allí
donde las autoridades políticas tenía un menor peso y se veían obligadas a
delegar la tarea de hispanización en las misiones (Nuevo México, Texas, California,
Paraguay).
El primer
modelo, el del Caribe, fue desde el principio duro y difícil, hasta cierto
punto traumático, acompañado de no pocos retrocesos. Los habitantes de estas
islas estaban organizados en tribus pequeñas, muy a menudo peleadas entre
ellas, que vieron inicialmente en la llegada de los españoles y en la alianza
con estos una forma de dirimir viejos conflictos vecinales. Los propios
españoles tampoco favorecieron esta dispersión, con algunos episodios de
insumisión a los gobernadores enviados por la Corona, como la conocida revuelta
de “los roldanes”.
La
segunda forma de evangelización fue la realizada entre los indígenas del
continente, los integrados en los dos grandes imperios prehispánicos (el azteca
y el inca) y los de las poblaciones sometidas a ellos. En estos casos, la
evangelización fue asombrosamente rápida y multitudinaria. La razón de esa
rapidez estuvo curiosamente en el propio carácter de las religiones amerindias
prehispánicas de la zona. Los aztecas, por ejemplo, mantenían la inquietud
apocalíptica de que el sol moría y resucitaba cíclicamente y que la única
manera de mantenerlo con vida era ofrecerle constantemente sacrificios humanos
en ceremonias sangrientas que en algunos momentos llegaron a ser masivas. En
una de ellas celebrada en 1487, veinte años antes de la llegada de los
españoles a México, tenemos constancia de que fueron sacrificados durante
varios días cerca de veinte mil prisioneros entre hombres, mujeres y niños.
Normalmente, las víctimas de estos holocaustos eran capturadas en los pueblos
vecinos mediante lo que se llamó “guerras floridas”. No puede extrañarnos, por
tanto, que estos pueblos sometidos a la barbarie azteca acogieran a los
españoles como sus libertadores y que aceptasen con gusto la buena nueva de un
dios que no les exigía su sangre.
Situación
similar se vivió en el Perú. También los incas realizaban sacrificios
humanos, aunque no masivos como los aztecas, ni tampoco constantes. Los
holocaustos incas tenían lugar generalmente en momentos especiales, cuando se
entronizaba a un nuevo rey o cuando se producían situaciones catastróficas,
como sequías, terremotos, etc. y los sacrificados solían ser niños. Nada muy
distinto, en todo caso, de lo que hacían en la misma época otros muchos pueblos
amerindios. Por eso, en el caso del Perú la evangelización fue algo más lenta y
más costosa que en la Nueva España. Por razones obvias, resultó más fácil entre
los pueblos aliados de los españoles, que eran los que habían estado sometidos
al inca, sobre todo los Cañaris, los Chachapoyas y los Huancas, que se pusieron
enseguida del lado de los españoles frente a sus antiguos dominadores.
El tercer
modelo de evangelización es el que llevó a cabo la Iglesia sobre poblaciones de
indios desprotegidos, es decir, sobre aquellos que en el caos de la conquista
habían perdido su arraigo y su identidad colectiva o sobre aquellos otros que,
a juicio de los obispos o de las órdenes misioneras, precisaban un especial
cuidado y asistencia. Es aquí donde encontramos las experiencias evangelizadoras
y civilizadoras más ricas y gratificantes. En el Virreinato de Nueva España,
destacaron los llamados “pueblos-hospital” de Michoacán, creados por el obispo
Vasco de Quiroga. Fueron tres: el de Santa Fe de Los Altos (1532), el de
Santa Fe de La Laguna (1533) y el de Santa Fe del Río (1539). Se trataba de
comunas agrícolas autogobernadas por un indio principal y tres o cuatro
regidores, todos ellos electos por los habitantes. El lugar central del
pueblo lo ocupaba la huatapera, edificio que ejercía a la vez de hospital,
albergue de peregrinos, escuela y centro de catequesis. Como se establecieron
siguiendo los programas utópicos propios del renacimiento, la cosecha se
repartía equitativamente, y atendiendo a las necesidades particulares de cada
núcleo familiar. Los niños debían acudir dos veces por semana a la escuela para
aprender las primeras letras. En 1547, el propio Vasco de Quiroga viajó a
España y se entrevistó con el rey, del que obtuvo un permiso especial que
concedía a estos indios todos los derechos sobre sus tierras a perpetuidad.
En el
Virreinato del Perú encontramos experiencias similares en las famosas
“reducciones” jesuitas del Paraguay, destinadas a la protección de los
guaraníes. En total sumaron quince misiones, la primera de 1609. Cada
“reducción” estaba representada por un Cabildo dirigido por un corregidor
elegido anualmente por los propios indios. La población se estructuraba en
torno a la plaza, en cuyo centro se erigía la iglesia-monasterio. Las calles se
ordenaban geométricamente en forma de cuadrícula. Cada “reducción” era
autosuficiente, tenía escuela primaria y la propiedad de la tierra era mixta,
es decir, en parte privada y en parte colectiva. Lamentablemente, la
experiencia de estos poblados guaraníes terminó de forma abrupta en 1773, tras
la disolución de la Compañía de Jesús. Muchos guaraníes optaron por volver a la
selva y otros por integrarse como “españoles” en la vida de las ciudades
cercanas.
LAS
INSTITUCIONES ASISTENCIALES:
Desde los
primeros momentos de su llegada a América, España creó una densa red de
hospitales. Los primeros son tempranísimos: el de San Nicolás de Bari, en Santo
Domingo, se abre el año 1503. Entre esa fecha y 1512 se crearon otros tres en
la misma ciudad: el de La Concepción, el de San Buenaventura y el de San
Andrés, este último concebido como hospital de pobres. Y las fundaciones se
extendieron enseguida por todo el Caribe. En 1515 se abre el Hospital de
Santiago en Darién (actual Panamá) y en 1522 el de Santiago de Cuba. En Puerto
Rico sabemos que en 1524 había ya dos hospitales en funcionamiento: el de San
Ildefonso y el de San Juan, llamado también de Nuestra Señora de La Concepción.
Como
puede imaginarse, el fenómeno se repitió en el Virreinato de Nueva España. En
la ciudad de México se creó en 1521 el Hospital de Nuestra Señora de la
Concepción, y en 1532 el Hospital Real de Naturales (es decir, para indígenas)
regentado por los franciscanos. A imitación de estos, también los poblados
indígenas erigieron sus propios hospitales para pobres. De este último tipo
destacaré solo el de La Encarnación, levantado en Tlaxcala en 1537. En 1553 la Corona
crea el Hospital Real de San José para indígenas, donde por cierto se realizó
en 1576 la primera autopsia hecha en América.
Y lo
mismo en el Virreinato de Perú. En 1538 se funda en Lima el Hospital Real de
San Andrés, en 1552 el de San Juan de Dios en Concepción (actual Chile), en
1554 el de Santiago en Santiago de Chile, en 1556 en de La Asunción (actual
Paraguay), en 1564 el de San Pedro de Bogotá (actual Colombia), en 1565 el de
La Misericordia en Quito y en 1567 el de Santa Bárbara en Chuquisaca (Sucre).
Algunos de estos hospitales para indios pobres fueron fundados por personas
particulares; es el caso de Nicolás de Ribera el Viejo, que en 1556 funda
un hospital para indios en Ica, Perú, en compensación -dice- por haberlos
maltratado alguna vez, o por haberles exigido más tributos de los que “sin
mucho trabajo ni fatiga de sus personas me podían y debían tributar… o por no
les haber dado tan bastante y cumplida doctrina como debía”. Huelgan más
ejemplos.
LA
LENGUA, LA CULTURA Y LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS:
También
fue temprana la intención de los españoles de enseñar a los indios a leer y
escribir, no solo en castellano sino en su propia lengua nativa. El hecho
es importante, pues los nativos americanos carecían de una escritura como tal,
a no ser algunas pinturas secuenciales o los conocidos quipus
andinos. Pero más importante aún es que muchas de las primeras cosas que
aquellos indígenas aprendieron a leer y escribir fueron palabras en su propia
lengua. Es sabido que el primer libro impreso en América fue un catecismo en
lengua española y náhuatl (1539). No por menos sabido es menos verdad que cerca
de una tercera parte de los libros publicados en Nueva España en el siglo XVI
lo fueron en idiomas nativos. Más aún, las autoridades virreinales potenciaron
determinadas lenguas nativas como lengua común o lengua koiné de sus
respectivas áreas de influencia. Así, el náhuatl en Nueva España, el
cakchiquel de Guatemala, el quechua en el Perú, el aimara en las regiones
andinas, el chibcha en Colombia y el tupiguaraní en Paraguay. La
propia legislación lo favorecía: en 1580, el rey Felipe II ordenaba crear
cátedras de lenguas indígenas en las Universidades de Lima y México. Acaso
siguiendo esa orden, en 1585 el virrey del Perú Francisco de Toledo
dispuso que «al sacerdote que no supiese la lengua general (el quechua) se
le quitasen 100 pesos ensayados de su salario (que era por aquel
entonces de 800) por darles ocasión a que lo aprendiesen».
Con todo
y con eso, la lengua española se acabó generalizando. No en vano era lengua de
la cultura dominante y en la que se ejercía la administración pública. También
era la única común a todos los territorios virreinales, dada la enorme
fragmentación idiomática de los nativos. Nada distinto, en suma, a la situación
en la propia Península Ibérica, donde -desde el siglo XIV- se venía dando una
convivencia sin problemas entre las distintas lenguas locales y el castellano,
cada vez más extendido como lengua común o lengua koiné. La hispanización
idiomática de América, como vemos, no fue producto de ninguna imposición, sino
-como lo había sido el latín en la propia Península Ibérica durante la
dominación romana- fruto de una necesidad social. Pronto se vio que el indio
hispanizado alcanzaba una posición privilegiada frente a los demás en cuanto
que le permitía ingresar en el “cursus honorum” de las ciudades.
Ayudaron
mucho a esa generalización del castellano las escuelas primarias para indígenas
que España no tardó en instalar en sus dominios americanos. En 1523 ya había
una en Texcoco, seguida pronto de otras en la propia ciudad de México,
en Tlaxcala, en Huejotzingo y en Cuautitlán. Desde 1530 hubo también
escuelas primarias para muchachas indias en Texcoco, Huehxotzingo, Cholula,
Otumba y Coyoacán. Obviamente, como todavía no eran muchas, se reservaban
sus pocas plazas para los hijos de los caciques y de otros indios principales,
pero no fueron escasos los hijos de plebeyos que lograron acceder a ellas,
sobre todo al principio por el recelo de muchos señores indios, que optaban por
enviar vasallos suyos a las escuelas haciéndolos pasar por hijos propios. Esto
permitió a buen número de indios pobres aprender lo suficiente para ocupar
cargos en los recién creados cabildos municipales y promoverse socialmente.
No es muy
sabido que también hubo en América colegios de educación secundaria para
mestizos e indios, como el masculino de San José de los Naturales y el femenino
de Nuestra Señora de la Caridad (fundado en 1548), ambos en México. También en
el Virreinato de Perú se produjeron estas fundaciones, aunque más tardías. En
1618 se crea en Lima el Colegio de Caciques para indios nobles,
llamado Colegio del Príncipe por haber sido promovido por el propio virrey
Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache. En 1621, también bajo el
patrocinio de Esquilache, abre a su vez el Colegio de San Borja para Incas
nobles en Cuzco. Eran centros educativos tendentes a una enseñanza superior,
que también la hubo.
Precisamente
el primer Colegio de enseñanza superior destinado a los indígenas se fundó
tempranamente, en 1536. Es el Colegio de la Santa Cruz de Santiago, en
Tlatelolco. En él se impartía latín, humanidades, retórica, música, teología y
medicina, con un acento especial en la medicina indígena, que los españoles
valoraron muy positivamente. Su biblioteca, con cerca de cuatrocientos
volúmenes, algunos en lengua nahautl, otomí y maya, fue una de las
más grandes de América en todo el siglo XVI, solo superada por la biblioteca
particular del doctor Francisco de Ávila, canónigo mestizo de la catedral
de Lima, que vivió en la primera mitad del siglo XVII y que llegó a reunir más
de tres mil volúmenes. Desde 1546, además, el colegio de Tlatelolco estuvo
administrado por los propios escolares indígenas y sus profesores. Algunos
exalumnos llegaron incluso a ocupar cargos en el Consejo, y hasta hubo quien
llegó a rector. Sin embargo, en 1564 diversos problemas económicos llevaron
finalmente a los franciscanos a hacerse con la gestión del colegio, que se vio
obligado a reducir sus iniciales expectativas académicas. Claro que para 1551
ya existe la Real y Pontificia Universidad de México, en la que también se
admitía a los indígenas sin más restricciones que las impuestas a blancos y
mestizos.
Interesante
me parece hablar en este punto del teatro, que España trasplantó a América sin
limitaciones de acceso, ni siquiera para los indígenas. El primer corral de
comedias de América se erige en 1597 en México. Luego se levantan muchos
otros más en las principales ciudades: Puebla (1617), Lima (1622), etc. Su
público era el mismo que en la Península Ibérica; ni siquiera estaban excluidos
los indígenas con tal de que fuesen cristianos.
LAS
INFRAESTRUCTURAS HIDRÁULICAS:
La
preocupación de la Corona por la irrigación en los nuevos territorios
americanos fue proverbial y tempranísima. Ya en 1493, los Reyes Católicos
ordenaban a Colón que, en su segundo viaje a América, llevase a alguien versado
en la construcción de acequias. En 1544 Rodrigo de Liendo diseñó y
construyó en Santo Domingo un complejo sistema de abastecimiento de agua
mediante un gran pozo cuya agua era extraída con una serie encadenada de norias
y luego volcada en un acueducto. Por las mismas fechas se construía en Cuba la
Zanja Real para abastecer La Habana. También en la ciudad de México se realizaron
en el siglo XVI rudimentarios acueductos de obra en sustitución de las antiguas
cañerías de barro aztecas apoyadas sobre la calzada de Chapultepec. Gracias a
ellos, hacia 1570 casi todas las calles de la capital tenían ya sus “cajas
de agua”, es decir, sus pequeños aljibes. En 1620, este acueducto del XVI
se sustituyó a su vez por otro más grande, de novecientos arcos, el llamado de
San Cosme del que aún quedan restos. No fue este el único acueducto realizado
por España en América. Hoy día se conocen cerca de dos centenares; pero no se
asuste el lector, que no será preciso hacerle aquí un listado. Bastará con
recordar el llamado “acueducto del Padre Tembleque”, realizado hacia 1541 en
Teotihuacán, entre Otumba y Zempoala, es decir cuarenta y ocho kilómetros, de
los cuales una gran mayoría discurren bajo tierra. Otro ejemplo temprano es el
acueducto de Zempoala, de mediados del siglo XVI. Interesante es también el
Acueducto de Los Remedios, en Naucalpán, de cerca de quinientos metros y
realizado a mediados del siglo XVII. Podemos hablar también de la creación de
lagunas artificiales, como la de Yuriría, en Michoacán, de 1544.Señalo también
la introducción -al menos en Nueva España- de sistemas de acequias para la
irrigación: conocemos al respecto la tarea realizada por Fray Jacobo Daciano en
Querétaro hacia 1530.
Otra de
las técnicas de irrigación y abastecimiento de agua que España llevó a América
fue la de las galerías filtrantes consistentes en extensas ramificaciones de
túneles excavados horizontalmente en la ladera de una pendiente para canalizar
la infiltración del agua subterránea. Se trataba de una técnica oriental (los
qanats o foggaras) adoptada en la Península Ibérica desde el tiempo de los
árabes y ahora trasplantada a América. En el virreinato de Nueva España
encontramos estas galerías filtrantes en Tlaxcala, Puebla, Nuevo León,
Coahuila, Zacatecas y La Huasteca. En el Virreinato de Perú, en cambio, estas
técnicas de aporte hídrico no fueron tan necesarias porque ya existían variados
procedimientos similares de origen indígena que los españoles aprovecharon
convenientemente. Aun así, podemos mencionar acueductos como el de Sapantiana,
en Cuzco.
Además de
todo ellos, los españoles introdujeron en América técnicas hidráulicas menores
pero de gran utilidad, como la palanca, la polea y la noria para la extracción
de agua de los pozos. Proliferaron así los aljibes y las fuentes para el
abastecimiento local de agua, algunas de ellas monumentales, como la de
Tochimilco, la de Texcoco y la de Chiapa de Corzo, todas ellas del siglo XVI.
Como curiosidad, destacaré la construcción en 1607 de unos baños termales en
Puebla aprovechando una fuente de agua sulfurosa próxima a la localidad.
LAS
INFRAESTRUCTURAS VIARIAS:
Hemos
hablado de ciudades, de cabildos, de instituciones asistenciales y educativas y
de infraestructuras hidráulicas, pero no podemos dejar de lado lo que
probablemente fuera el mejor aliado de la hispanización de América: la red de
“Caminos Reales”. Estos caminos no eran simples allanamientos del terreno,
sino verdaderas obras de ingeniería al modo en que lo eran las antiguas
calzadas romanas en la propia Península Ibérica: debían tener una anchura
determinada, estaban empedrados en muchos de sus tramos y atravesaban numerosos
puentes de piedra de los que todavía quedan numerosos ejemplos: el Puente Viejo
de Lima, los del Matadero y del Rey en la ciudad de Panamá, el Puente de
Ojuelos en Jalisco (México), el del Diablo de Xalapa (México), el Puente
Nacional de Veracruz (México), el de San Rafael, el de La Quemada y el de
Fraile o del Chamacuero en Guanajuato (México), el Puente Cuchischaca en Pasco
(Perú), el de San Pedro de Guaytará (Perú), el de Huancaya (Perú), el de
Combapata (Perú), el de Pomacanchi (Perú), el de Pachachaca (Perú)… Desde
el siglo XVII, además, en las localidades intermedias del camino la Corona
habilitó concesiones para instalar mesones públicos donde alojarse, postas,
talleres de herreros y carpinteros y arrias para el trasporte. Del mismo modo
que en la España europea, los tramos del camino los protegía la Santa
Hermandad, cuyo alcalde solía ser elegido democráticamente por los vecinos,
fueran blancos, mestizos o indios.
Los
“Caminos Reales” españoles lograron unir la España americana de norte a sur. En
el Virreinato novohispano las grandes arterias fueron básicamente dos: el
llamado “Camino de la plata”, que partiendo de México capital llegaba a Santa
Fe (actualmente Nuevo México, Estados Unidos) después de recorrer 2560
kilómetros, y el “Camino Real de Chiapas”, que enlazaba la ciudad de México con
Guatemala. En el siglo XVIII se crearon además otros dos, ambos hacia el norte:
el “Camino Real de Texas” o “de los Tejas”, que llegaba
a Natchitoches-Louisiana (actualmente Estados Unidos) con una
longitud de 4000 kilómetros, y el llamado “Camino de los Reyes”, que unía
México con San Agustín (Florida). Sobre ese eje se vertebraban otros
ramalessecundarios llamados “caminos de travesía”, como el de Veracruz,
que unía México capital con Veracruz, o el de Yucatán, que unía las poblaciones
yucatecas de Mérida y San Francisco de Campeche. En el siglo XVIII se creó el
“Camino Real de California”, que unía los 2000 kilómetros entre Santa Fe y Los
Ángeles. En Panamá se abrieron el llamado “Camino de Cruces” entre la
capital de la audiencia y Portobelo y el que unía Cartago (actual Costa Rica) y
Nicaragua.
También
en los territorios del cono sur encontramos una gran arteria vertebradora: la
que unía Lima, capital del Virreinato del Perú, con Caracas, capital de la
Capitanía de Venezuela, pasando por Quito y Santa Fe de Bogotá a lo
largo de 3000 kilómetros. En la zona específica de Perú se aprovecharon
las viejas sendas incas, igualmente empedradas y de gran calidad, aunque más
estrechas que las españolas. Sobre esa gran arteria Lima-Caracas se
construyeron diversos caminos de travesía, como el llamado “Camino
de Cartago”, que unía esta ciudad con Santa Fe de Bogotá atravesando la
Cordillera Central por el paso del Quindío, el que llevaba de Santa Fe de
Bogotá al río Magdalena (Honda) para enlazar por vía fluvial a Cartagena de
Indias, o el llamado “Camino de los Arrieros”, que unía a la Ciudad de
Caracas con el puerto de La Guayra.
Para los indios, la
conquista y evangelización española de América fue una liberación
Tabla del
calendario azteca y sus múltiples celebraciones rituales y
"festivas". A lo mejor así se entiende mejor por qué para muchos
indios la conquista española de América fue una liberación.....
Atlacacauallo (del 2 de febrero al 21 de febrero) Tláloc, Chalchitlicue, Ehécatl Sacrificio de niños en diversos montes. Extracción de corazones y antropofagia ritual. Sacrificio de prisioneros.
II Tlacaxipehualiztli (del 22 de febrero al 13 de marzo) Xipe Tótec, Huitzilopochtli, Tequitzin-Mayáhuel Sacrificio de cautivos: hombres, mujeres y niños. Extracción de corazones y desollamiento.
III Tozoztontli (del 14 de marzo al 2 de abril) Coatlicue, Tlaloc, Chalchiuhtlicue, Tona Sacrificio de niños.
IV Hueytozoztli (del 3 de abril al 22 de abril) Centéotl, Chicomecacóatl, Tláloc, Quetzalcóatl Continúa el sacrificio de niños (hasta la llegada de lluvias abundantes).
V Toxcatl (del 23 de abril al 12 de mayo) Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Tlacahuepan, Cuexcotzin Sacrificio de un joven cautivo escogido y criado con lujos durante un año. Extracción de corazón.
VI Etzalcualiztli (del 13 de mayo al 1 de junio) Tláloc, Quetzalcóatl Sacrificio de prisioneros ataviados como tlaloques. Extracción de corazones.
VII Tecuilhuitontli (del 2 de junio al 21 de junio) Huixtocíhuatl, Xochipilli Sacrificio de prisioneros y de una mujer ataviada como Huixtocíhuatl.
VIII Hueytecuihutli (del 22 de junio al 11 de julio) Xilonen, Quilaztli-Cihacóatl, Ehécatl, Chicomecóatl Sacrificio de una mujer ataviada como Xilonen. Decapitación y extracción del corazón.
IX Tlaxochimaco (del 12 de julio al 31 de julio) Huitzilopochtli, Tezcatlipoca, Mictlantecuhtli Sacrificio por inanición en cueva o templo[cita requerida]
X Xocotlhuetzin (del 1 de agosto al 20 de agosto) Xiuhtecuhtli, Ixcozauhqui, Otontecuhtli, Chiconquiáhitl, Cuahtlaxayauh, Coyolintáhuatl, Chalmecacíhuatl Sacrificio de prisioneros. Quemados vivos y extracción de los corazones antes de la muerte.
XI Ochpaniztli (del 21 de agosto al 9 de septiembre) Toci, Teteoinan, Chimelcóatl-Chalchiuhcíhuatl, Atlatonin, Atlauhaco, Chiconquiáuitl, Centéotl El sacrificio a Toci culminaba con el sacrificio de una mujer, decapitada por sorpresa: después era desollada y un joven vestía su piel. Sacrificio de cautivos. Extracción de los corazones y desollamiento.
XII Teoleco (del 10 de septiembre al 29 de septiembre) Xochiquétzal Sacrificio de prisioneros, quemados vivos.
XIII Tepeihuitl (del 30 de septiembre al 19 de octubre) Tláloc-Napatecuhtli, Matlalcueye, Xochitécatl, Mayáhuel, Milnáhuatl, dioses del pulque, Napatecuhtli, Chicomecóatl, Xochiquétzal Sacrificio de cuatro mujeres y un hombre. Extracción de los corazones y decapitación. Canibalismo.
XIV Quecholli (del 20 de octubre al 8 de noviembre) Mixcóatl-Tlamatzíncatl, Coatlicue, Izquitécatl, Yoztlamiyáhual, Huitznahuas Sacrificio de esclavos, y hombres y mujeres ataviados como los dioses citados. Extracción de corazones y decapitación.
XV Panquetzaliztli (del 9 de noviembre al 28 de noviembre) Huitzilopochtli Sacrificio de cuatro esclavos en el juego de la pelota. Otros sacrificios en procesión. Combates rituales a muerte entre los esclavos. Sacrificio de prisioneros y esclavos. Extracción de corazones.
XVI Atemoztli (del 29 de noviembre al 18 de diciembre) Tlaloques Sacrificios de niños, y esclavos por decapitación.[cita requerida]
XVII Tititl (del 19 de diciembre al 20 de enero) Tona-Cozcamiauh, Ilamatecuhtli, Yacatecuhtli, dios del infierno, Huitzilncuátec Sacrificio de una esclava ataviada como Ilamatecuhtli. Extracción de corazón y decapitación.
XVIII Izcalli (del 8 de enero al 27 de enero) Ixcozauhqui-Xiuhtecuhtli, Cihuatontli, Nancotlaceuhqui Sacrificio de prisioneros y esclavos representando a Xiuhtecuhtli y sus mujeres (solo cada cuatro años). Sacrificios de esclavos cebados a cuenta de devotos que querían ganar prestigio.
Nemontemi (del 28 de enero al 1 de febrero) Cinco días baldíos, aciagos. No hay rituales; ayuno general.
Atlacacauallo (del 2 de febrero al 21 de febrero) Tláloc, Chalchitlicue, Ehécatl Sacrificio de niños en diversos montes. Extracción de corazones y antropofagia ritual. Sacrificio de prisioneros.
II Tlacaxipehualiztli (del 22 de febrero al 13 de marzo) Xipe Tótec, Huitzilopochtli, Tequitzin-Mayáhuel Sacrificio de cautivos: hombres, mujeres y niños. Extracción de corazones y desollamiento.
III Tozoztontli (del 14 de marzo al 2 de abril) Coatlicue, Tlaloc, Chalchiuhtlicue, Tona Sacrificio de niños.
IV Hueytozoztli (del 3 de abril al 22 de abril) Centéotl, Chicomecacóatl, Tláloc, Quetzalcóatl Continúa el sacrificio de niños (hasta la llegada de lluvias abundantes).
V Toxcatl (del 23 de abril al 12 de mayo) Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Tlacahuepan, Cuexcotzin Sacrificio de un joven cautivo escogido y criado con lujos durante un año. Extracción de corazón.
VI Etzalcualiztli (del 13 de mayo al 1 de junio) Tláloc, Quetzalcóatl Sacrificio de prisioneros ataviados como tlaloques. Extracción de corazones.
VII Tecuilhuitontli (del 2 de junio al 21 de junio) Huixtocíhuatl, Xochipilli Sacrificio de prisioneros y de una mujer ataviada como Huixtocíhuatl.
VIII Hueytecuihutli (del 22 de junio al 11 de julio) Xilonen, Quilaztli-Cihacóatl, Ehécatl, Chicomecóatl Sacrificio de una mujer ataviada como Xilonen. Decapitación y extracción del corazón.
IX Tlaxochimaco (del 12 de julio al 31 de julio) Huitzilopochtli, Tezcatlipoca, Mictlantecuhtli Sacrificio por inanición en cueva o templo[cita requerida]
X Xocotlhuetzin (del 1 de agosto al 20 de agosto) Xiuhtecuhtli, Ixcozauhqui, Otontecuhtli, Chiconquiáhitl, Cuahtlaxayauh, Coyolintáhuatl, Chalmecacíhuatl Sacrificio de prisioneros. Quemados vivos y extracción de los corazones antes de la muerte.
XI Ochpaniztli (del 21 de agosto al 9 de septiembre) Toci, Teteoinan, Chimelcóatl-Chalchiuhcíhuatl, Atlatonin, Atlauhaco, Chiconquiáuitl, Centéotl El sacrificio a Toci culminaba con el sacrificio de una mujer, decapitada por sorpresa: después era desollada y un joven vestía su piel. Sacrificio de cautivos. Extracción de los corazones y desollamiento.
XII Teoleco (del 10 de septiembre al 29 de septiembre) Xochiquétzal Sacrificio de prisioneros, quemados vivos.
XIII Tepeihuitl (del 30 de septiembre al 19 de octubre) Tláloc-Napatecuhtli, Matlalcueye, Xochitécatl, Mayáhuel, Milnáhuatl, dioses del pulque, Napatecuhtli, Chicomecóatl, Xochiquétzal Sacrificio de cuatro mujeres y un hombre. Extracción de los corazones y decapitación. Canibalismo.
XIV Quecholli (del 20 de octubre al 8 de noviembre) Mixcóatl-Tlamatzíncatl, Coatlicue, Izquitécatl, Yoztlamiyáhual, Huitznahuas Sacrificio de esclavos, y hombres y mujeres ataviados como los dioses citados. Extracción de corazones y decapitación.
XV Panquetzaliztli (del 9 de noviembre al 28 de noviembre) Huitzilopochtli Sacrificio de cuatro esclavos en el juego de la pelota. Otros sacrificios en procesión. Combates rituales a muerte entre los esclavos. Sacrificio de prisioneros y esclavos. Extracción de corazones.
XVI Atemoztli (del 29 de noviembre al 18 de diciembre) Tlaloques Sacrificios de niños, y esclavos por decapitación.[cita requerida]
XVII Tititl (del 19 de diciembre al 20 de enero) Tona-Cozcamiauh, Ilamatecuhtli, Yacatecuhtli, dios del infierno, Huitzilncuátec Sacrificio de una esclava ataviada como Ilamatecuhtli. Extracción de corazón y decapitación.
XVIII Izcalli (del 8 de enero al 27 de enero) Ixcozauhqui-Xiuhtecuhtli, Cihuatontli, Nancotlaceuhqui Sacrificio de prisioneros y esclavos representando a Xiuhtecuhtli y sus mujeres (solo cada cuatro años). Sacrificios de esclavos cebados a cuenta de devotos que querían ganar prestigio.
Nemontemi (del 28 de enero al 1 de febrero) Cinco días baldíos, aciagos. No hay rituales; ayuno general.
“Cuando en México hicieron molinos de agua, que antes no había, tuvieron gran fiesta los españoles, y aun los indios, en especial las mujeres, que les era mucho descanso. Esto, porque las indias eran las que se ocupaban, hasta la introducción de los molinos, de moler el trigo, tal como antes de la llegada de los españoles se ocupaban de moler el maíz.”
- Francisco López de Gómara (1511-1566), cronista español.
Muy bueno su articulo, que más parece una tesis (si no fuera tan corto y citase más fuentes).Repito ¡ENHORABUENA!
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