El Santo Padre y su visión
sobre los linchamientos y la ‘década ganada’
abril 12,
2014
Declaró,
hace pocas horas, el Santo Padre: ‘Me dolía todo… Me dolía el cuerpo del pibe,
me dolía el corazón de los que pateaban’. Y continuó el ex Arzobispo porteño,
explayándose sobre sus sentimientos frente al caso. ‘Pensé que a ese chico lo
hicimos nosotros, creció entre nosotros, se educó entre nosotros. ¿Qué cosa falló?’,
se preguntó Su Santidad, el Papa Francisco.
Es la
apreciación correcta la de Francisco; difícil sería esperar una evaluación
diferente de parte de un hombre cuyo función es la de predicar la paz y los
Santos Evangelios entre los hombres. Tal es la senda elegida por el líder de
más de mil millones de católicos en todo el mundo.
Asimismo,
quien esto escribe, desea dirigir unas palabras a Su Santidad:
Con sumo
respeto, Padre Bergoglio -como dice Usted preferir que lo llamen-, se cuestiona
Vd. por aquello que pudimos haber hecho como sociedad para merecernos este
final. Dispone Usted de la oportunidad que Dios le ha brindado, de regir los
designios del catolicismo desde la sede apostólica de Roma. Quizás sería
deseable que le transmitiera esas mismas preguntas a la Señora Presidente,
Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner, quien -como es de público conocimiento-
tiene en sus manos la responsabilidad de conducir los destinos del país. Siendo
que ella es ahora Su hija dilecta, ¿no debería consultarle directamente y con
precisión sobre los supuestos logros de la ‘década ganada’? A este respecto,
puede inferirse que, si los índices de crecimiento reflejan que la economía
argentina se ha desarrollado bajo porcentajes récord y, a la vez, el país se
caracteriza por tener cada vez menos seguridad, educación, salud, etcétera,
todo se ha tratado, sin más, de un verdadero cuento chino. Como las tasas de
crecimiento del producto bruto defendidas por la Casa Rosada.
Le duelen
en el alma al Pastor Bergoglio cada una de las patadas que le fueron propinadas
al joven rosarino. Vale, entonces, preguntarse también: ¿carcomieron el corazón
y el alma inmortal de Su Santidad los sinsabores y alegrías que pudo haber
vivido Isidro, el hijo asesinado de Carolina Píparo? ¿Conmovieron su espíritu,
Santo Padre, las trompadas y fierrazos obsequiados con impunidad y malicia por
delincuentes a una jubilada para sustraerle un televisor y luego abandonar el
bien robado en las inmediaciones del hecho, en un terreno baldio? ¿Ha lamentado
Usted el deceso de un señor mayor por vía de un infarto masivo, a manos de
homicidas lo arrojaron en un andén perdido del conurbano bonaerense para
hacerse de su viejo teléfono móvil?
Su
Santidad Francisco: parece Usted cuestionar lo que pudimos haber hecho como
sociedad para arribar a este estadío de perdición. Pues bien; permítame
responderle: hemos permitido el ingreso del narcotráfico sin control alguno a
través de nuestras permeables fronteras. Hemos financiado campañas políticas
con dineros originados en el lavado de esos activos que, como todo ciudadano de
bien sabe, juegan un rol importante en la destrucción de familias enteras.
Hemos tolerado la corrupción generalizada de personeros allegados al poder.
Hemos tolerado una administración de justicia que, de garantista, ha pasado a
promocionarse como abiertamente abolicionista del Código Penal, y ha permitido
ser infiltrada por magistrados que ofician de auténticos sátiros, cuando no
degenerados.
Quizás,
todo lo descripto suene a poco. Por si algo faltaba, se prohijaron -siempre
desde el Poder Ejecutivo- el odio y la fractura de la sociedad argentina. Con
la Excelentísima Presidente de la Nación y sus funcionarios respaldados en el
análisis de cerebros supuestamente brillantes que tomaron la decisión de explotar
ese odio y aquella división desde confortables poltronas en casas de estudio
del Reino Unido. Tomando prestadas las palabras del psicópata homicida Guevara
Linch de la Serna, esto es, fomentar el odio como motor primigenio de la
Revolución. Pues bien, inestimable Santo Padre; son éstas algunas de las cosas
que nos hemos hecho a nosotros mismos -y que nos fueron impuestas también desde
el poder a lo largo de estos últimos once años…
Hace
pocos días, tuve la oportunidad de repasar los conceptos por Usted vertidos, en
relación a su encomiable preocupación por los terrenos tomados de Villa Lugano,
dicho sea de paso, contaminados. Oportunidad en que nos hemos permitido algo
más, Padre Bergoglio: y esto consistió en acompañar una inmigración sin control
alguno, de ciudadanos provenientes de países hermanos que aquí hacen las veces
de okupas. Si bien es correcto pugnar por el inalienable derecho de los
ciudadanos a una vivienda, sabrá Usted que también las Sagradas Escrituras
expresan con cristalina claridad que corresponde enseñar a pescar, y no a pedir
maná del cielo. Porque no se trata aquí de una cuestión de milagros: todo se
resume a la sincera promoción de la cultura del esfuerzo, del trabajo, de la
educación y, por sobre todo, del sacrificio. Pues así reza la mismísima
Doctrina Social de la Iglesia, con insoslayable contundencia: ‘El trabajo
dignifica al hombre’.
Transitando
por esta infinidad de temáticas -entre termo y termo, mate y mate-, sabe Usted
a la perfección que la clase dirigente argentina interpreta que la Casa de
Simón Pedro se ha convertido ahora en una suerte de nueva Puerta de Hierro. En
tal sentido, sería conveniente -y aconsejable- que converse Usted con la
autoproclamada ‘madre de todos los argentinos’ sobre los temas liminares que
nos ocupan. Me refiero, claro está, a esa persona que jamás se dignó a prestar
oído a sus homilías en la Catedral Metropolitana.
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