Por Gabriela Pousa
/ 1 marzo, 2015
“Hablar, habla cualquiera” , Cristina
Kirchner dixit
Finalmente
llegó el 1ro. de Marzo: muchos esperaban con “expectativa” lo que la mandataria
pudiera decir ese día. Es extraño que después de 12 años, aún queden en la
gente expectativas de algo.
Lo
predecible, la obviedad, se han instalado hace tiempo como premisas inherentes
en toda alocución presidencial. Las novedades escasean, los logros se
inventan, y las comparaciones son realizadas considerando la herencia del
2001 y en forma parcial. Aún así, la situación general del país no ha mejorado.
Por el contrario, si más allá de números económicos incomprensibles para
cualquier ciudadano , se evalúa cómo se vivía antaño y cómo se
sobrevive en la actualidad, la balanza se inclina en contra del hoy y a favor
del pasado. Que Cristina haya olvidado señalar ciertos “éxitos” de
su administración tales como la instauración del sicariato, la conversión del
país en productor de droga, y ya no en país de tránsito… Qué no haya
comentado qué, en el 2003, se abrió la puerta de Balcarce 50 a piqueteros,
aplaudiendo por ejemplo, a quienes cortaban los puentes con Uruguay o dando –
desde el Ministerio de Educación -; la venia a los alumnos que tomaban
colegios…
O que
también haya callado que, CEDIN mediante, se legitimó el lavado de dinero,
la plata del narcotráfico, o los fondos sin declarar, no habilita suponer que
hoy se vive mejor que ayer.
Hubo una
Argentina en que salir a la calle no era un desafío constante, ahora hay
que agradecer regresar vivos al hogar, y festejar si en el trayecto no se
sufrió un arrebato, o nos rozó una bala perdida que suelen andar por cualquier
esquina. Pero esas son “sensaciones”, y la mandataria estaba allí para
hablar de “su realidad”.
Que no se
haya referido a la profundización de la decadencia, a punto tal que la ética
y la moral quedaron limitadas a materias que se estudian en alguna universidad,
es otra nimiedad.
Sus años
al frente del Ejecutivo Nacional han logrado que primen los intereses a las
convicciones, el tener al ser, las conveniencias personales de algunos al
bienestar general, el negociado a la política de Estado, la barbarie a lo
civilizado; son “méritos” que prefirió no incluir, seguramente para evitar
extenderse más allá de lo racional.
Lo cierto
es que habló Cristina. Fueron 4 horas pero podrían haber sido 5 minutos
porque todo se resumió en el comienzo de su discurso. Una frase fue
determinante para que todo el resto sobrase. Y es que tras comentar que “hace
doce años que gobernamos“, sin anestesia recordó: “Me votó el 54%
de la población”. Esa fue quizás la única e indiscutible
verdad, lo demás fue enumeración de estadísticas adulteradas, anécdotas
autoreferenciales, y logros que en rigor, no han sido tales.
El tiempo
destinado a la salud pública fue desmesurado, porque fue la mismísima jefe de
Estado quien sostuvo que “Si un Presidente no se atiende en un hospital público, no
hay salud pública que valga“. Y Cristina se atiende en la
clínica Otamendi y en el Hospital Austral. Incluso viajó por un esguince desde
Río Gallegos a Capital porque no había cómo sacarle una placa allá. A partir
de ese hecho, todo lo que diga en esa materia cae en saco roto.
Por otra
parte, las fuentes citadas por la mandataria resultaron un tanto inusitadas
para avalar una apertura de sesiones ordinarias. Desde el twiter de un
periodista hasta el muro de Facebook de una ciudadana, fueron las bases
elegidas para sostener sus palabras.
Un
detalle al margen: mientras ella se regodeaba con los 140 caracteres del
periodista del Financial Times, éste la desmentía poniendo en contexto su cita.
Asimismo,
cuando el Estado empresario no cesa de dar muestras concretas de
ineficiencia (Aerolineas pierde dos millones de dólares por día), anunció el
envío de un proyecto de ley para estatizar trenes. Posiblemente, otra caja que
será entregada a La Cámpora. Entre medio, chicanas a la oposición, retos a
funcionarios, intentos vanos de seducción, y cifras que la realidad – y no
economistas del odio y del desánimo – desmienten permanentemente.
“Idiotas”,
“necios”, “estúpidos”, fueron los vocablos elegidos para aquellos que piensan
distinto.
Simultáneamente,
defendió los acuerdos con China insultando a quienes no los avalaron
porque, no nos olvidemos, el contenido de lo firmado fue declarado secreto de
Estado. En ese sentido es cierto, no la hemos aplaudido pero es que no
conocemos los textos mencionados. El momento culmine, ese instante en que
Cristina fue más Cristina que nunca: sucedió cuando legisladores de la
oposición pusieron en sus bancas carteles que decían la palabra prohibida,
AMIA. Le ganó la ira. Y eso que nadie le había recordado al fiscal
Alberto Nisman.
Fue ella
quien hizo una nimia referencia, no para dar condolencias tardías, sino para
decir que es una muerte como otra cualquiera. Es verdad, pero en este caso,
el muerto investigaba su actuar y apareció sin vida un día antes de
presentar una denuncia, que la involucraba en un acto criminal.
Aún así,
Cristina hizo lo que hace siempre desde el 2007 (e implícitamente desde el
2003): juzgó y criticó a quien no puede defenderse. Pero, ¿por qué
asombrarse si el respeto hace tiempo es un término obsoleto para la Presidente?
Algunos seguimos pidiendo peras al olmo por ingenuos, o porque no
podemos asumir que es un olmo y no un peral lo que hemos sembrado hace doce
años ya.
Vulgaridad
no faltó a la cita, y la improvisación volvió a jugarle una mala partida. La
ignorancia por conveniencia de ciertos temas cooperó al malestar con que
salieron del recinto, quienes no fueron allí a rendir ciega pleitesía por
obediencia debida.
La
Presidente deslizó otra falsedad al decir que todo el país empieza mañana el
ciclo escolar. Seis provincias no lo harán, entre ellas Santa Cruz, una
paradoja más de las tantas que hay.
Del
futuro nada, del presente poco, del ayer apenas logros invisibles a los ojos
pero, en este caso, no por ser lo esencial. Es el estilo Cristina. Los gritos desaforados cubrieron
el momento de dar respuestas cuando se le recordó el atentado terrorista,
quizás porque en su mente se le presentó el memorándum con Irán, y la denuncia
del fiscal que ya no está.
La furia
entonces, dijo todo lo que ella prefirió callar. No está tranquila, no hay
conciencia en paz, sino no se entiende la histeria repentina y la agresión
gratuita.
Las
sesiones no fueron inauguradas, pero eso ya no importa nada. Cristina
terminó ofuscada, sumida en un olvido de circunstancias, y auto-convencida de
ser la mejor mandataria que tuvo la República Argentina. Quedaron
temas sin comprender cómo ser: ¿por qué una economía tan próspera y
floreciente como la que presentó inicialmente, requiere de precios cuidados, de
planes de cuotas vigilados, leyes de abastecimiento, y sobre todo de la
continuidad de la ley de emergencia económica nacional?
Son
pequeños ítems que no deben haberse podido dilucidar porque el tiempo es
tirano, y los bostezos se multiplicaban en los palcos…
No hubo
mucho más. No podía haber mucho más. A la vista está la Argentina que deja
Cristina. Todo el resto es parte del circo al que nos tiene acostumbrados. El desendeudamiento debió ser
una broma que, en el contexto de un acto protocolar, no supimos descifrar.
En ese
marco, el último discurso pasó sin pena ni gloria. Sin novedades, por el
contrario, repleto de obviedades. En la Plaza de los dos Congresos
los micros se agolpaban junto a enormes parrillas con humeantes chorizos,
ofrecidos como “gratuitos”, justamente a quienes los han pagado más caros. Pero
la ignorancia es el triunfo que más festeja el gobierno puertas adentro.
Un dato
de color o quizás desteñido por el papelón: mientras hablaba la Presidente,
Amado Boudou era repudiado en la asunción de Tabaré. Y como si fuese un
extraño, Luis D’Elia, se paseaba repartiendo banderitas. “Algo habrá hecho” que
no lo dejaron entrar al recinto, pero ese “algo” ha sido sin duda, un pedido de
la jefe de Estado o de sus ministros…
Alargar
este análisis es una falta de respeto para con el lector. ¿Cómo contarle a
quien está haciendo malabarismo con las cuentas, las vicisitudes del ARSAT? No
me exijan tamaña irrespetuosidad. Pero el show debe continuar 9 meses más,
después hay que votar. Por eso, insisto en rescatar lo más trascendente que
la mandataria dijo esta mañana, y que sintetiza – o debe sintetizar para
nosotros -, el discurso en su totalidad: “Me votó un 54%”
Quedémonos
con eso, y quizás algo aprendemos…
Gabriela
Pousa
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