Por: Ricardo Alonso
¿Cuánto
más puede soportar la ajada y vieja infraestructura los embates de la
naturaleza? Todos los veranos asistimos al mismo espectáculo de puentes caídos
y rutas rotas. Más aún cuando pasamos de años Niño a los años Niña y estos
vienen con ¡toda su intensidad de género! En fin se ha vuelto un lugar común
echarle la culpa a la naturaleza, sea al cambio climático global, por
enfriamiento o calentamiento, las lluvias excesivas, el descongelamiento de los
glaciares, las altas tasas de erosión; todo sirve para deslindar
responsabilidades.Hubo un tiempo en que eran Actos de Dios. Todavía la
naturaleza tiene su alta cuota de impredecibilidad, especialmente en los
fenómenos endógenos (volcanes, terremotos, etcétera).
Pero el
hombre, desde los griegos para acá, ha cambiado bastante las cosas como para
seguir echando culpas a quién no se puede defender. Precisamente la
civilización se basa en avanzar armónicamente sobre el entorno, construyendo
donde hay que construir y protegiendo lo que hay que proteger. Si queremos unir
dos pueblos, barrios o ciudades separadas por un río hace falta hacer un
puente. Pero no cualquier puente y no cualquier ruta. Estos tienen que ser
técnicamente factibles, estar en armonía con el entorno y respetar la historia
que se esconde detrás de cada situación; a veces miles o decenas de miles de
años de geología agazapada.
La verdad
es que hay que sacárseles el sombrero a los viejos ingenieros de vialidad y de
ferrocarriles que construyeron obras de infraestructura que parecen inmortales.
En realidad parecerían, puesto que no lo son. Tienen, como todo, una vida
finita. No fueron construidos “ad eternum”. En los últimos veranos varios
puentes fueron arrastrados por las aguas. No se trata de un fenómeno de la
naturaleza en sí. Se trata del abandono sistemático de la infraestructura vial
y ferroviaria a que venimos sometidos por décadas de desinversión a lo largo y
ancho del NOA.
Cuando se
viaja por la Quebrada del Toro y se ve el magnífico ramal C-14 del FFCC General
Belgrano uno no puede menos que asombrarse ante tamaña obra y ante los
increíbles estudios que realizaron aquellos viejos ingenieros, entre ellos
Maury, para poner los puentes y viaductos en los lugares precisos. Con un
cuidado asombroso de la geomorfología. Al punto que la ruta nacional 51 se
rompió cientos de veces en cientos de lugares, mientras que el ferrocarril se
mantiene aún allí, estoico, casi inmutable al paso de los años. No así las vías
y los durmientes que han sufrido el deterioro propio del transcurso del tiempo
y están en pésimas condiciones. Al punto que ni siquiera puede circular un
elemento icónico de la Salta turística como es el Tren a las Nubes.
Ocurre
que tenemos rutas y puentes del siglo XIX ó XX que son transitados por autos y
camiones del siglo XXI. Hay un desfasaje entre la infraestructura y el
circulante, casi como una metáfora de un hardware viejo al cual se le quiere
imponer un software nuevo. No calza. Puentes que se hicieron para carros a
caballo, para automóviles livianos y para algún camión chasis, son circulados
hoy por autos de gran porte, camionetas doble tracción, autobuses, y camiones
equipos con acoplados de 30 toneladas. Rutas que eran para el uso de carros
tirados por bueyes o caballos, son circuladas hoy por vehículos que rozan y aún
superan los 200 km por hora en su reloj de kilometraje.
Hay años
con peores tormentas que otros. Sea en el milimetraje o en la concentración de
mucha agua en poco tiempo. Lo cierto es que los ríos bajan crecidos de distinta
manera de acuerdo a su dinámica geológica. La propia agradación del lecho va
cambiando el curso del cauce de manera natural. Otros factores antrópicos,
tales como tomas, defensas, barreras, etcétera, también inciden en esa
dinámica. Entonces hay años en que el río carga sobre una orilla o bien lo hace
sobre la otra banda. Los puentes están sostenidos por pilares en las orillas y
otros enclavados dentro de la planicie aluvial. Es fácil entonces que esos
pilares puedan descalzarse por una erosión intensiva a causa de la fuerza o
direccionalidad de las aguas.
Si el
puente pierde capacidad de soporte, entonces puede ceder en alguno de sus
tramos y la estructura ser arrastrada por la fuerza de las aguas. Por ello hay
que trabajar en el mantenimiento y defensa de los lugares endebles o disminuidos.
Largos años de abandono y un incremento en la capacidad de la carga del
transporte, han debilitado las estructuras hasta ponerlas en riesgo. Si bien
por su naturaleza geográfica y geológica gran parte de la provincia está en
riesgo, hay algunos lugares emblemáticos a señalar. Entre ellos vimos como el
pasado verano de 2015 una creciente de lodo y escombros mezclada con ramas y
troncos de árboles, del tipo flujo de barro o mud-flow, bajó por el río Chuscha
en Cafayate.
El puente
se salvó de casualidad. Pudo tranquilamente haber sido descalzado y ceder con
todas las
consecuencias que ello hubiese significado, tal como pudo verse
ampliamente en los videos que fueron grabados y puestos en las páginas
digitales de los principales diarios. Entre ellas aislar al norte del sur del
pueblo. Además de arrastrar a los que en ese momento circulaban por allí y que
no tomaron conciencia de lo que estaba ocurriendo. Al igual que muchos
vehículos que se largan a cruzar ríos crecidos sin tener idea de cuál es la dinámica
de las aguas y su capacidad erosiva en unos tramos y acumulativa en otros; así
como también las diferentes velocidades en la parte central o las orillas.
Cierta
vez, un ex diputado nacional por Cafayate me comentó que él propuso hacer allí,
en el Chuscha, un nuevo puente y que la contestación política fue “que para qué
quería hacer un puente donde ya había un puente”. Precisamente, había que hacer
un nuevo puente porque el anterior ya había sido superado. Un puente que
resulta altamente preocupante es el viejo puente sobre el río Vaqueros. Ese
puente es un embudo donde confluyen todos los que vienen desde Vaqueros, La
Caldera y lugares aledaños hasta Salta y viceversa. Es el único lugar de paso.
Por ello en los días ardientes del verano, cuando los salteños buscan las aguas
frescas y cristalinas del río Wierna, se producen largos embotellamientos por
la alta densidad de tránsito.
El puente
es viejo, angosto y a pesar de su nobleza y buena construcción tiene una larga
vida y ya está al límite. Si el puente se cae se quedan aisladas miles de
personas. Una obra de gobierno imprescindible es hacer un puente nuevo y de
cuatro vías en ese lugar y luego bocas de salida en varias direcciones, por
ejemplo al norte (que es la existente) y otras al este y al oeste que confluyan
al norte de Vaqueros; y luego distintos ensanchamientos de la ruta existente.
Esta infraestructura sería fundamental para desarrollar todo ese espacio entre
los departamentos Capital y de La Caldera. También se debería hacer un nuevo
puente al lado del puente del ferrocarril y desviar el tránsito por el acceso
norte. Y así puede seguirse con los puentes sobre la ruta 34, o sobre los ríos
que cruzan la región del Chaco salteño sobre el Bermejo y sobre el Juramento,
entre tantos otros.
En algunos
casos serán cuestiones de mantenimiento, en otros de canalizar las aguas
adecuadamente, de establecer las defensas en forma correcta y así
sucesivamente. Y en muchos otros casos es necesario trabajar política y
acertadamente con la Nación en las obras de infraestructura que resulten
esenciales y superadoras. Más ahora que se menea tanto el “Plan Belgrano” y que
esperemos no sea otra puesta en escena.
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