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martes, 2 de febrero de 2016

El colapso de la vieja infraestructura



Por: Ricardo Alonso


¿Cuánto más puede soportar la ajada y vieja infraestructura los embates de la naturaleza? Todos los veranos asistimos al mismo espectáculo de puentes caídos y rutas rotas. Más aún cuando pasamos de años Niño a los años Niña y estos vienen con ¡toda su intensidad de género! En fin se ha vuelto un lugar común echarle la culpa a la naturaleza, sea al cambio climático global, por enfriamiento o calentamiento, las lluvias excesivas, el descongelamiento de los glaciares, las altas tasas de erosión; todo sirve para deslindar responsabilidades.Hubo un tiempo en que eran Actos de Dios. Todavía la naturaleza tiene su alta cuota de impredecibilidad, especialmente en los fenómenos endógenos (volcanes, terremotos, etcétera). 

Pero el hombre, desde los griegos para acá, ha cambiado bastante las cosas como para seguir echando culpas a quién no se puede defender. Precisamente la civilización se basa en avanzar armónicamente sobre el entorno, construyendo donde hay que construir y protegiendo lo que hay que proteger. Si queremos unir dos pueblos, barrios o ciudades separadas por un río hace falta hacer un puente. Pero no cualquier puente y no cualquier ruta. Estos tienen que ser técnicamente factibles, estar en armonía con el entorno y respetar la historia que se esconde detrás de cada situación; a veces miles o decenas de miles de años de geología agazapada.

La verdad es que hay que sacárseles el sombrero a los viejos ingenieros de vialidad y de ferrocarriles que construyeron obras de infraestructura que parecen inmortales. En realidad parecerían, puesto que no lo son. Tienen, como todo, una vida finita. No fueron construidos “ad eternum”. En los últimos veranos varios puentes fueron arrastrados por las aguas. No se trata de un fenómeno de la naturaleza en sí. Se trata del abandono sistemático de la infraestructura vial y ferroviaria a que venimos sometidos por décadas de desinversión a lo largo y ancho del NOA.

Cuando se viaja por la Quebrada del Toro y se ve el magnífico ramal C-14 del FFCC General Belgrano uno no puede menos que asombrarse ante tamaña obra y ante los increíbles estudios que realizaron aquellos viejos ingenieros, entre ellos Maury, para poner los puentes y viaductos en los lugares precisos. Con un cuidado asombroso de la geomorfología. Al punto que la ruta nacional 51 se rompió cientos de veces en cientos de lugares, mientras que el ferrocarril se mantiene aún allí, estoico, casi inmutable al paso de los años. No así las vías y los durmientes que han sufrido el deterioro propio del transcurso del tiempo y están en pésimas condiciones. Al punto que ni siquiera puede circular un elemento icónico de la Salta turística como es el Tren a las Nubes.

Ocurre que tenemos rutas y puentes del siglo XIX ó XX que son transitados por autos y camiones del siglo XXI. Hay un desfasaje entre la infraestructura y el circulante, casi como una metáfora de un hardware viejo al cual se le quiere imponer un software nuevo. No calza. Puentes que se hicieron para carros a caballo, para automóviles livianos y para algún camión chasis, son circulados hoy por autos de gran porte, camionetas doble tracción, autobuses, y camiones equipos con acoplados de 30 toneladas. Rutas que eran para el uso de carros tirados por bueyes o caballos, son circuladas hoy por vehículos que rozan y aún superan los 200 km por hora en su reloj de kilometraje.

Hay años con peores tormentas que otros. Sea en el milimetraje o en la concentración de mucha agua en poco tiempo. Lo cierto es que los ríos bajan crecidos de distinta manera de acuerdo a su dinámica geológica. La propia agradación del lecho va cambiando el curso del cauce de manera natural. Otros factores antrópicos, tales como tomas, defensas, barreras, etcétera, también inciden en esa dinámica. Entonces hay años en que el río carga sobre una orilla o bien lo hace sobre la otra banda. Los puentes están sostenidos por pilares en las orillas y otros enclavados dentro de la planicie aluvial. Es fácil entonces que esos pilares puedan descalzarse por una erosión intensiva a causa de la fuerza o direccionalidad de las aguas.

Si el puente pierde capacidad de soporte, entonces puede ceder en alguno de sus tramos y la estructura ser arrastrada por la fuerza de las aguas. Por ello hay que trabajar en el mantenimiento y defensa de los lugares endebles o disminuidos. Largos años de abandono y un incremento en la capacidad de la carga del transporte, han debilitado las estructuras hasta ponerlas en riesgo. Si bien por su naturaleza geográfica y geológica gran parte de la provincia está en riesgo, hay algunos lugares emblemáticos a señalar. Entre ellos vimos como el pasado verano de 2015 una creciente de lodo y escombros mezclada con ramas y troncos de árboles, del tipo flujo de barro o mud-flow, bajó por el río Chuscha en Cafayate.

El puente se salvó de casualidad. Pudo tranquilamente haber sido descalzado y ceder con todas las 
consecuencias que ello hubiese significado, tal como pudo verse ampliamente en los videos que fueron grabados y puestos en las páginas digitales de los principales diarios. Entre ellas aislar al norte del sur del pueblo. Además de arrastrar a los que en ese momento circulaban por allí y que no tomaron conciencia de lo que estaba ocurriendo. Al igual que muchos vehículos que se largan a cruzar ríos crecidos sin tener idea de cuál es la dinámica de las aguas y su capacidad erosiva en unos tramos y acumulativa en otros; así como también las diferentes velocidades en la parte central o las orillas.

Cierta vez, un ex diputado nacional por Cafayate me comentó que él propuso hacer allí, en el Chuscha, un nuevo puente y que la contestación política fue “que para qué quería hacer un puente donde ya había un puente”. Precisamente, había que hacer un nuevo puente porque el anterior ya había sido superado. Un puente que resulta altamente preocupante es el viejo puente sobre el río Vaqueros. Ese puente es un embudo donde confluyen todos los que vienen desde Vaqueros, La Caldera y lugares aledaños hasta Salta y viceversa. Es el único lugar de paso. Por ello en los días ardientes del verano, cuando los salteños buscan las aguas frescas y cristalinas del río Wierna, se producen largos embotellamientos por la alta densidad de tránsito.

El puente es viejo, angosto y a pesar de su nobleza y buena construcción tiene una larga vida y ya está al límite. Si el puente se cae se quedan aisladas miles de personas. Una obra de gobierno imprescindible es hacer un puente nuevo y de cuatro vías en ese lugar y luego bocas de salida en varias direcciones, por ejemplo al norte (que es la existente) y otras al este y al oeste que confluyan al norte de Vaqueros; y luego distintos ensanchamientos de la ruta existente. Esta infraestructura sería fundamental para desarrollar todo ese espacio entre los departamentos Capital y de La Caldera. También se debería hacer un nuevo puente al lado del puente del ferrocarril y desviar el tránsito por el acceso norte. Y así puede seguirse con los puentes sobre la ruta 34, o sobre los ríos que cruzan la región del Chaco salteño sobre el Bermejo y sobre el Juramento, entre tantos otros.

En algunos casos serán cuestiones de mantenimiento, en otros de canalizar las aguas adecuadamente, de establecer las defensas en forma correcta y así sucesivamente. Y en muchos otros casos es necesario trabajar política y acertadamente con la Nación en las obras de infraestructura que resulten esenciales y superadoras. Más ahora que se menea tanto el “Plan Belgrano” y que esperemos no sea otra puesta en escena.

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