LLEGÓ LA HORA DE DERRIBAR
MUROS INVISIBLES
Los pájaros no lo saben.
Los árboles y las plantas no lo notan.
Ni tan solo tu gato se ha dado cuenta de ello.
Pero ha sucedido un acontecimiento al que los seres humanos otorgamos
una gran importancia: hemos cambiado de año.
Y con el salto de numerito en el calendario, llegan los habituales
propósitos de cambio de costumbres y hábitos.
El típico tópico de cada inicio de año, del que nos hablarán incluso en
las noticias de la tele, dándonos una nueva lección de “periodismo” moderno:
gente que se propone dejar de fumar, hacer más ejercicio, adelgazar, abandonar
vicios o aprender algún idioma…
Una rutina que se reproduce cada temporada y que todo el mundo considera
como algo natural.
Pero hagámonos una pregunta bien simple: ¿por qué razón las personas,
con el cambio de año, se hacen tantos propósitos de enmienda y mejora?
¿Hay alguna razón lógica por la que debamos actuar de esta manera?
¿Por qué un simple salto de número en el calendario nos hace sentir como
si traspasáramos una frontera real e iniciáramos un período totalmente nuevo?
¿Realmente ese día en concreto marca el renacimiento de algo?
Como decíamos al principio, los pájaros, las plantas o tu gato no notan
la diferencia entre el 31 de diciembre y el 1 de enero.
A los árboles no se les caen las hojas viejas el 31 de diciembre para
iniciar un “nuevo ciclo de la vida” con el 1 de enero, ni los planetas se
resituan en su órbitas para empezar un nuevo período de rotación alrededor del
Sol.
El cambio de año solo representa un cambio para ti.
Y eso sucede porque esa frontera imaginaria solo existe dentro de tu
cabeza.
Es una burda invención sin ningún reflejo tangible en el mundo real.
Ésta es la auténtica realidad: creamos un límite imaginario dentro de
nuestra mente, celebramos por todo lo alto que lo cruzamos como si fuera un
acontecimiento real y de gran importancia y al hacerlo sentimos tan
intensamente ese cambio imaginario de ciclo, que decidimos proponernos una
renovación vital, como si no pudiéramos hacerlo en cualquier otro momento del
año.
Nuestro cerebro está repleto de barreras y muros absolutamente imaginarios
que determinan nuestra forma de vivir y nuestra forma de actuar, a pesar de no
tener ningún reflejo en el mundo real y tangible.
Es así de absurdo. Éste es el mundo que hemos creado los seres humanos y
del que tanto nos enorgullecemos.
MUROS IMAGINARIOS
Lo cierto es que nos sucede a todos.
Hay días del año que visualizamos en nuestra mente de forma claramente
diferenciada del resto.
Por ejemplo, cuando pensamos en el “1 de enero” de forma genérica,
nuestra psique lo concibe como si ese tipo de día en concreto “brillara” de
forma diferente y fuera un día especial.
Y algo similar nos sucede con los días de la semana.
Cuando alguien piensa en un “lunes” o en un “sábado”, no los visualiza
de la misma manera en su mente.
La mayoría de gente percibe los lunes como días grises y agobiantes y
los sábados como días ilusionantes y luminosos.
Es como un molde psíquico que vamos aplicando, como máquinas
programadas, una y otra vez, sobre el flujo continuo de días que configuran
nuestras existencias, creando una realidad paralela conformada por sucesiones
de ciclos repetitivos que solo existen en nuestras mentes y que acabamos
considerando como la auténtica realidad, a pesar de que solo es una ficción sin
ninguna relación con el mundo real.
Nos levantamos por la mañana y nos decimos a nosotros mismos “buf, hoy
es lunes” y con ello, accionamos una serie de mecanismos psicológicos que
convierten un día único e irrepetible en “un lunes más”.
Pero la auténtica realidad es que saldrás a la calle y las nubes
surcarán el cielo creando una configuración y unas formas que jamás volverán a
producirse; el sol nos bañará con unos rayos que nunca más cruzarán el espacio
y los pájaros realizarán vuelos y se posarán sobre las ramas de maneras
irreproducibles; los planetas jamás volverán a ocupar las mismas posiciones en
el universo, pues el sol no volverá a hollar el mismo camino, mientras circula
por la galaxia sumida en continua transformación; en tu cuerpo morirán millones
de células y nacerán millones de nuevas y ninguna de ellas será exactamente
igual a ninguna de las anteriores; ni tan solo volverás a ver una mirada como
la de esa chica desconocida que te has cruzado por la calle.
Sin embargo, para ti hoy no es un día único e irrepetible de tu
existencia.
Es un “lunes más”. Y crees que es así porque, tu cerebro, programado por
el sistema, ha decidido percibirlo así.
Y si alguien se te acerca y te dice “¡Para un momento! ¡Mira al cielo!
¡Esa nube con esa forma tan fantástica nunca más volverá a estar ahí!”, tú lo
considerarás un lunático y seguirás tu camino, pensando “¡Cuánto loco suelto
hay!”
Sin embargo, ese “loco” te habrá dicho una verdad real y perceptible,
mientras tú, la persona “cabal y responsable”, has decidido creer en una
ficción imaginaria llamada “lunes” que como un velo psíquico cae sobre tus ojos
y te obliga a verlo todo de color gris, a pesar de que en el mundo real brille
el sol en un día que jamás volverás a vivir.
Así pues, ¿quién es el loco?
¿El que es capaz de ver y apreciar la realidad tal y como es o el que es
incapaz de distinguir entre la realidad tangible y esa ficción generada en su
mente por la programación del Sistema?
Métetelo en la cabeza.
Los “lunes” no existen.
Son una fábula, como el Papá Noel o el Hada Madrina.
Como los “sábados”, los “eneros”, o el año “2015”.
Son solo inventos, conceptos imaginarios con una utilidad concreta.
En todo caso, hoy es un día único, al que tú, por convención social y
para poder comunicarte con los demás de forma efectiva, has decidido clasificar
como “lunes”, mediante una herramienta llamada “calendario”.
Y es que hay una enorme diferencia entre pensar y sentir que “hoy ES
lunes” y pensar que “hoy es un día único de mi existencia, al que por causas
funcionales etiqueto como lunes”.
En el primer caso, se produce una identificación absurda entre la
realidad tangible, que es el día real que vivimos, y la herramienta de
clasificación temporal que utilizamos por motivos prácticos, que es la etiqueta
de clasificación llamada “lunes”. “hoy ES lunes”, en nuestra mente acaba
significando hoy=lunes (hoy es igual a lunes) y eso es un disparate sin
sentido.
En el segundo caso, sin embargo, se establece la debida diferenciación
entre la realidad y el instrumento abstracto instalado en nuestra mente y eso
nos permite seguir manteniendo el control de nuestra psique y de nuestra
percepción de la realidad.
Puede parecer una perogrullada, pero hay mucha diferencia entre una
actitud y la otra.
Desgraciadamente, en el mundo en el que vivimos, todos hemos acabado
cayendo en esa identificación entre las etiquetas que utilizamos para
clasificar elementos individuales y los propios elementos en sí.
Eso nos lleva a que días únicos e irrepetibles de nuestra vida, que
forman parte de una sucesión temporal ininterrumpida, en nuestra mente se
conviertan en insípidas raciones de “lunes”, “miércoles” o “domingos”; de la
misma forma que individuos únicos e irrepetibles se convierten en “alemanes”,
“musulmanes” o “comunistas”.
Y ya sabemos lo que sucede cuando dejamos de ver a los individuos como
tales y solo vemos las etiquetas con las que los clasificamos: es muy fácil
odiar y matar etiquetas, tan fácil como disparar contra uniformes vacíos.
Con los días sucede algo similar: una vez les aplicamos una etiqueta,
una vez les ponemos el uniforme, podemos asesinarlos sin remordimientos.
Porque esa es la verdad del mundo que hemos creado.
Nos han enseñado a quemar nuestros días de vida con la lógica de un
matadero industrial.
Desde pequeños nos educan para empaquetarlos en packs de 7 con el fin de
consumirlos por raciones semanales hasta el día de nuestra muerte.
Esos individuos diferenciados y únicos que son nuestros días de
existencia en la tierra y que tanto deberíamos amar y apreciar, se han
convertido en eslabones clónicos de una cadena herrumbrosa que nos aprisiona.
Lo que antaño se concibiera como una práctica herramienta de
clasificación del tiempo, se ha transformado al final en una fuente de
esclavitud y dependencia.
Y todo ello basándose en un simple mecanismo psicológico de
identificación erróneamente aplicado.
Uno más de los muchos cortocircuitos que provoca el Sistema en nuestra
mente y mediante los cuales consigue convertirnos en sus servidores.
GOBERNAR EL CALENDARIO
Así pues, debemos recuperar el control sobre nuestro tiempo de vida.
Evidentemente, no estamos invitando a las personas a dejar de usar
calendarios y horarios, ignorando los mecanismos de organización temporal de la
sociedad.
Eso sería absurdo y solo nos conduciría al aislamiento social.
Tratamos, simplemente, de recuperar el control sobre nuestras mentes.
Ser capaces de conectar y desconectar a voluntad nuestros mecanismos psíquicos,
cuándo y cómo queramos.
Y eso implica que debemos ser conscientes todo el tiempo de que esos
mecanismos están ahí, algo que empieza por identificarlos adecuadamente.
El ejemplo del calendario es una muestra diáfana de como el Sistema
domina nuestra psique.
Hoy en día hay muchas personas que hablan de “liberarse de la Matrix” o
de “despertar la conciencia”.
¿Pero de qué sirve tanto “despertar de conciencia” si no somos capaces
de neutralizar eficazmente los mecanismos más cotidianos que tenemos delante de
las narices y que rigen nuestra existencia día tras día?
Habrá gente que considere que todas las elucubraciones mostradas en este
artículo son simplistas y que no llevan a ninguna parte, pues están centradas
en aspectos corrientes “sin importancia”.
Pero precisamente son estos mecanismos que parecen tan ordinarios, los
que en realidad sostienen todo el Sistema en pie.
Es algo que resulta curioso.
Hay muchas personas capaces de discutir y poner en duda todas las
ideologías políticas, las leyes, el dinero, la religión o a Dios mismo sin
pestañear.
Pero si a esas mismas personas se las enfrenta con la falta de sentido
de los mecanismos cotidianos que rigen sus existencias, como son las
tradiciones, las costumbres o los calendarios, reaccionan como si les
arrancaran el alma de cuajo.
Estos hábitos psicológicos son su salvavidas, la última barrera de
creencias que las separa del vacío existencial.
Preferirán matar antes a Dios que poner en duda el calendario o las
tradiciones con las que cumplen escrupulosamente año tras año.
Y esto sucede porque los mecanismos de programación cotidiana son el
elemento clave que cohesiona todo el Sistema; si el Sistema fuera el muro de
una gran represa que embalsa el agua de un río, estos mecanismos cotidianos
serían el hormigón.
La mayoría de gente se empeña en derribar el muro del Sistema invocando
a las masas para que embistan la pared con todas sus fuerzas, mientras se
envuelven en gloriosas proclamas centradas en la “igualdad”, la “justicia
social” o el “despertar de las conciencias”.
Pero es ridículo pensar que un muro que ha sido concebido para embalsar
millones de litros de agua y soportar su peso, se pueda derribar solo
empujando.
Ese muro se debe reventar desde dentro, en silencio y sin hacer ruido.
Como una semilla en el asfalto que hecha raíces hasta resquebrajarlo de
arriba a abajo.
Si queremos cambiar el mundo, debemos ser como millones de semillas
esparcidas por el hormigón de la presa, cada una de las cuales genera una
imperceptible grieta que poco a poco se va ensanchando hasta provocar, cada una
de ellas, un enorme boquete.
Se trata de una revolución cotidiana, íntima y personal, sin líderes,
doctrinas ni predicadores.
Una revolución de individuos que en lugar de envolverse en banderas y
frases pomposas, optan por despojarse de las “vestimentas” que los cubren.
Individuos que toman conciencia de que los “lunes” no existen y optan
por desnudarse de sus calendarios, amando sus días de vida como tesoros
irrepetibles…
Individuos que se desprenden de sus creencias, de sus ideologías y de
sus religiones; y de todas las líneas imaginarias que generan fronteras en su
mente…
Individuos que se despojan de todo uniforme…
¿Cómo manipulará el Sistema a individuos que se deshacen de sus
“ropajes” si su única forma de manipularnos siempre ha sido ofrecernos un
vestido nuevo?
¿Cómo manipulas a una marioneta que ha cortado sus hilos?
¿Cómo compras a una persona que sabe que un abrazo o el beso de un ser
querido es más valioso que las llaves de un Ferrari?
¿Cómo subyugas a un individuo que aprecia más un sorbo de agua fresca
que un anillo de diamantes o que sabe que un minuto de su vida vale más que
todo el oro del mundo?
Sin duda, estamos ante un muro enorme, una presa capaz de soportar el
empuje de miles de toneladas.
¿Pero sabes una cosa?
No puede luchar contra una minúscula grieta…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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