LA GEOPOLÍTICA DE LA LENGUA
Claudio Mutti 5 gennaio, 2014
“En estas
condiciones, sólo pueden existir lenguas vencedoras y lenguas vencidas” (J. V
Stalin, Al compañero Kholopov 28 julio 1950)
Lengua e
Imperio
Si el
término geolingüística no fuese ya utilizado por los lingüistas para expresar
la geografía lingüística o lingüística espacial, a saber, el estudio de la
difusión geográfica de los fenómenos lingüísticos, se la podría emplear para
indicar la geopolítica de la lengua, es decir, el rol del factor lingüístico en
relación entre el espacio físico y el espacio político. Para sugerir esta
posibilidad no está solamente la existencia de análogos compuestos nominales,
como la geohistoria, la geofilosofía, la geoeconomía, sino también la relación
de la geopolítica de la lengua con una disciplina designada por uno de tales
términos: la geoestrategia.“Siempre fue la lengua compañera del imperio“: el
nexo entre hegemonía lingüística y hegemonía político-militar, así naturalmente
representado por el gramático y lexicógrafo Elio Antonio de Nebrija
(1441-1522), respalda la definición que el Mariscal de Francia Louis Lyautey
(1854 – 1934) dio de la lengua: “un dialecto que tiene un ejército y una marina
de guerra”. En el mismo orden de ideas se inspira el general Jordis von
Lohausen (1907-2002), cuando afirma que “la política lingüística se la
considera en el mismo plano de la política militar” y dice que “los libros en
el idioma original desempeñan en el extranjero un papel a veces más importante
que el de los cañones”[1]. De acuerdo con el geopolítico
austríaco, de hecho, “la difusión de una lengua es más importante que cualquier
otro tipo de expansión, ya que la espada sólo puede delimitar el territorio y
la economía aprovecharlo, pero la lengua conserva y llena el territorio
conquistado”[2]. Es esto, por otra parte, el
significado de la famosa frase de Anton Zischka (1904-1997): “Preferimos a los
profesores de lenguas que a los militares”.
La
afirmación del general von Lohausen puede ilustrarse con una amplia gama de
ejemplos históricos, empezando por el caso del Imperio Romano, que entre sus
factores de potencia estuvo la difusión del latín: un dialecto campesino que
con el desarrollo político de Roma se convirtió, en competencia con el griego,
en la segunda lengua del mundo antiguo; utilizado por los pueblos del Imperio,
no por imposición, sino inducidos por el prestigio de Roma. Desde el
principio el latín sirvió a las poblaciones sometidas para comunicarse con los
soldados, los funcionarios oficiales y los colonos; enseguida se
convirtió en el sello distintivo de la comunidad romana.
Sin
embargo, en el espacio imperial romano, que por medio milenio constituyó una
sola patria para diversae gentes (diversos pueblos, tribus) localizadas entre
el Atlántico y Mesopotamia, y también entre Gran Bretaña y Libia, no
correspondió a una lengua única; el proceso de romanización fue más lento y difícil
cuando los Romanos entraban en contacto con territorios en los que se hablaba
la lengua griega, expresión y vehículo de una cultura que gozaba, en los
ambientes de la misma élite romana, de un enorme prestigio. El romano fue
en sustancia un imperio bilingüe: el latín y griego, en cuanto lenguas de la
política, del derecho y del ejército, además de las letras, la filosofía y de
las religiones, desarrollaron una función supranacional, a la cual los idiomas
locales de la ecúmene imperial no tenían la capacidad para desempeñarla.
Seguramente
es casi imposible separar claramente la línea de frontera del dominio del latín
y el griego al interior del Imperio Romano, sin embargo, podemos afirmar que la
división del Imperio en dos partes y la sucesiva escisión se produjo a lo largo
de una línea de demarcación coincidente grosso modo con la frontera
lingüística, que redujo a la mitad tanto a los territorios de Europa como a los
del norte de África. En Libia, de igual manera, a lo largo de esta línea
es donde se ha producido recientemente la fractura que ha separado de nuevo a
Tripolitania de la Cirenaica.
Siguiendo
el mapa lingüístico de Europa, se presenta una situación que Dante describe
identificando tres áreas distintas: la del mundo germánico, en la que congrega
también a eslavos y húngaros; la de lengua griega y aquella de los idiomas
neolatinos[3]; al interno de esta última, él puede
distinguir posteriormente tres unidades particulares: el provenzal (lengua de
oc), el francés (lengua de oil) y el italiano (lengua del sí). Pero Dante
está lejos de utilizar el argumento de la fragmentación lingüística para
sostener la fragmentación política, de hecho, él está convencido que sólo la
restauración de la unidad imperial podría realizarse si Italia, “el bello país
donde el sí suena”[4] volverá a ser “El jardín del Imperio”[5]. Y el Imperio tiene su propia lengua,
el latín, porque, como dice el mismo Dante, “la lengua latina es perpetua e
incorruptible, y la lengua vulgar es inestable y corruptible.”[6]
En una
Europa fragmentada lingüísticamente, que el Sacro Imperio Romano quería
reconstituir en unidad política, una poderosa función unitaria es desarrollada
también por el latín: no por el sermo vulgaris (latín vulgar), sino por la
lengua de cultura de la res publica clericorum (república de los doctos).
Este “latín escolástico”, si queremos indicar su dimensión geopolítica,
“fue el portador para toda Europa, e incluso fuera, de la civilización latina y
cristiana: confirmándola, como en España, en África ( … ), en la Galia; o
incorporando a esa nueva zona o apenas tocada por la civilización romana:
Alemania, Inglaterra, Irlanda, por no hablar también de los países nórdicos y
eslavos “[7].
Las
grandes áreas lingüísticas
Entre
todas las lenguas neolatinas, la que mayor expansión alcanzó fue la lengua
castellana. A raíz de la bula de Alejandro VI, que en 1493 dividió el
Nuevo Mundo entre españoles y portugueses, el castellano se impuso en las
colonias pertenecientes a España, desde México hasta Tierra del Fuego; pero
incluso, después de la emancipación de los estados particulares salidos de las
ruinas Imperio de la América, éstos mantuvieron el castellano como lengua
nacional, razón por la cual la América Latina posee una unidad cultural
relativa y el dominio de la lengua española también se extiende sobre una parte
del territorio de los EE.UU.
Por lo
que corresponde al dominio de la otra lengua ibérica, para presenciar la
extensión del área colonial que en otros tiempos perteneció al Portugal,
bastará el hecho que la lengua de Camões es “la lengua romance que dio origen
al mayor número de variedades criollas, ya que algunas están extinguidas o en
peligro de extinción”[8]: desde Goa a Ceilán, desde Macao a Java,
desde Malaca a Cabo Verde y Guinea. Entre los Estados que han
aceptado la herencia de habla portuguesa, se impone hoy en día el país
emergente, representado por el acrónimo BRICS: Brasil, con sus doscientos
millones de habitantes, frente a los diez millones y medio de habitantes que
viven en la antigua madrepatria europea.
La
expansión extraeuropea del francés como lengua nacional, al contrario, fue
inferior respecto al que se le tenía como lengua de la cultura y comunicación.
De hecho, si el francés es la quinta lengua más hablada en el mundo por
número de hablantes (unos doscientos cincuenta millones) y es la segunda más
estudiada como lengua extranjera, se encuentra a su vez en el noveno puesto por
número de hablantes nativos (aproximadamente setenta millones; alrededor de
ciento treinta si también se añaden los individuos bilingües). En todo
caso, es el único idioma que se encuentra difundido, como lengua oficial, en
todos los continentes: es lengua de intercambio en África, el continente que
incluye el mayor número de entidades estatales (más de veinte) en los cuales el
francés es la lengua oficial; es la tercera lengua en América del Norte; es
utilizada también en el Océano Índico y en el Pacífico Sur. Estados y
gobiernos que por diversas razones tienen en común el uso del francés, se
agrupan en la Organización Internacional de la Francofonía (OIF), fundada 20 de
marzo de 1970 en la Convención de Niamey.
Eminentemente
eurasiática es el área de expansión de la lengua rusa, lengua común y oficial
de un Estado multinacional que, incluso en la sucesión de las fases históricas
y políticas que han cambiado la dimensión territorial, sigue siendo la más
extensa sobre la faz de la tierra. Si en el período soviético el ruso
podría ser glorificado como “el instrumento de la civilización más avanzada, de
la civilización socialista, de la ciencia progresista, la lengua de la paz y el
progreso (…) lengua grande, rica y poderosa (…) instrumento de la civilización
más avanzada del mundo”[9] y, como tal, de enseñanza obligatoria en los
países de Europa del Este, después de 1991 goza de un estatus diferente en cada
uno de los Estados sucesores de la Unión Soviética. En la Federación
Rusa, la Constitución de 1992 consagra el derecho de todo ciudadano a la propia
pertenencia nacional y al uso de la lengua correspondiente y, además, garantiza
a cada República la facultad de valerse, junto a la lengua oficial rusa, de las
lenguas de las nacionalidades que la constituyen.
Si el
ruso está en el primer puesto por la extensión del territorio del Estado del
que es el idioma oficial, el chino tiene la preeminencia por el número de
hablantes. Actualmente utilizado aproximadamente por un millón trescientos mil
personas, el chino desde la antigüedad se presenta como un conjunto de
variaciones que hacen que sea muy difícil aplicarle el término dialecto; se
destaca entre todos el mandarín, un grupo grande y diverso que a su vez se
distingue en mandarín del Norte, del Oeste y del Sur. El mandarín del
Norte, que tiene su centro en Beijing, ha sido tomado como modelo para la
lengua oficial (pǔtōnghuà, literalmente “lengua común”), hablada como lengua
madre por más de ochocientos millones de personas. Oficialmente, la
población de la República Popular de China, que en su Constitución se define
como “Estado plurinacional unitario”, se compone de cincuenta y seis
nacionalidades (minzu), cada una de las cuales utiliza su propia lengua, y
entre éstas, la más numerosa es la Han (92% de la población ), mientras las
otras cincuenta y cinco, que constituyen el 8% restante, “hablan al menos
sesenta y cuatro idiomas, de las cuales veintiséis tienen una forma escrita y
se imparten en las escuelas primarias”.[10]
El hindi
y el urdu, que pueden ser consideradas como continuaciones del sánscrito, son
las lenguas predominantes en el subcontinente indio, donde diez estados de la
Unión de la India conforman el llamado “Cinturón Hindi” y donde el urdu es el
idioma oficial de Pakistán. La diferencia más obvia entre estas dos
lenguas consiste en que la primera se sirve de la escritura devanagari,
mientras la segunda hace uso del árabe; sobre el plano lexical, el hindi ha
recuperado una cierta cantidad de elementos sánscritos, mientras el urdu ha
incorporado muchos términos persas. En cuanto al hindi, se podría decir
que ha jugado en el subcontinente indio una función similar a la del mandarín en
China, puesto que, formado sobre la base de un dialecto hablado en las
cercanías de Delhi (el khari boli), junto con el inglés, se ha convertido,
entre las veintidós lenguas mencionadas en la Constitución de la India, en el
idioma oficial de la Unión.
El árabe,
vehículo de la revelación coránica, con la expansión del Islam se ha difundido
mucho más allá de sus límites originales: desde Arabia hasta el norte de
África, desde Mesopotamia hasta España. Se caracteriza por una notable
riqueza de formas gramaticales y de una finura de relaciones sintácticas, con
tendencia a enriquecer su léxico aprovechando de vocablos de dialectos y
lenguas extranjeras, el árabe prestó su sistema alfabético para lenguas
pertenecientes a otras familias, como el persa, el turco, el urdu; codificado
por gramáticos, se convirtió en la lengua docta del dâr al-islâm, la cual
reemplazó al siríaco, al copto, a los dialectos bereberes; enriqueció con
numerosos préstamos al persa, al turco, a las lenguas hindúes, al malayo, a las
lenguas Ibéricas; como instrumento de filosofía y ciencia, influenció las
lenguas europeas cuando los califatos de Bagdad y Córdoba constituían los
principales centros de cultura a los que podía recurrir la Europa cristiana.
Hoy en día, el árabe es de alguna manera conocido, estudiado y utilizado,
en cuanto lengua sacra y de práctica ritual, en el ámbito de una comunidad que
sobrepasa el millón de almas. Como lengua materna, pertenecen a ésta
aproximadamente doscientos cincuenta millones de personas, distribuidas sobre
un área políticamente fraccionada desde Marruecos y Mauritania y se extiende
hasta el Sudán y la Península Arábiga. A tal denominador lingüístico se
refieren los proyectos de unidad de la nación árabe formulados en el siglo
pasado: “Árabe es aquel cuya lengua materna es el árabe”[11] se lee, por ejemplo, en el Estatuto del
Baath.
La lengua
del imperialismo estadounidense
A lo
largo de la primera mitad del siglo XX, la lengua extranjera más conocida en la
Europa continental fue el francés. Por lo que respecta en particular a
Italia, “solo en el año 1918 se establecieron cátedras universitarias de inglés
y en la misma fecha se remonta la fundación del Instituto Británico de
Florencia, que, con su biblioteca y sus cursos de idiomas, pronto se convirtió
en el centro más importante de difusión del idioma inglés a nivel
universitario”[12]. En la Conferencia de Paz del año
siguiente, los Estados Unidos, que para entonces ya se habían introducido en el
espacio europeo, impusieron por primera vez el inglés – junto con el francés –
cual lengua diplomática. Pero para determinar la decisiva superación del
idioma francés por parte del inglés, fue el éxito en la Segunda Guerra Mundial
que dio lugar a la penetración de la “cultura” anglo-estadounidense en toda
Europa Occidental. De la importancia asumida por el factor lingüístico en
una estrategia de dominación política, por otra parte, no era desconocida por
el mismo Sir Winston Churchill, quién declaró explícitamente el 6 de septiembre
de 1943: “El poder dominar la lengua de un pueblo brinda ganancias que superan
con creces el despojo a provincias y territorios o saquearlas con la
explotación. Los imperios del futuro son aquellos de la mente”.
Con la caída de la Unión Soviética, en la Europa Central y Oriental
“liberadas”, el inglés no sólo ha socavado al ruso, sino también ha suplantado
en gran parte al alemán, al francés y al italiano, que antes tenían una
amplia circulación. Por otro lado, la hegemonía del inglés en las
comunicaciones internacionales se consolidó en la fase más intensa de la
globalización.
De esta
manera, los teóricos anglo-americanos del mundo globalizado han podido
elaborar, basándose sobre el peso geopolítico ejercido por el idioma inglés, el
concepto de “Anglósfera”, definida por el periodista Andrew Sullivan como “la
idea de un grupo de países en expansión que comparten principios fundamentales:
el individualismo, la supremacía de la ley, el respeto de los contratos y
acuerdos, y el reconocimiento de la libertad como valor político y cultural
primordial”[13]. Parece que quién introdujo el término
“Anglósfera” en el año 2000 fue un escritor estadounidense, James C. Bennett;
en su opinión “los países de habla inglesa guiarán el mundo en el siglo XXI”
(Why the English-Speaking Nations Will Lead the Way in the Twenty-First Century
es el subtítulo de su libro The Anglosphere Challenge), ya que el actual
sistema de Estados está condenado a derrumbarse por los golpes del ciberespacio
anglófono y de la ideología liberal. El historiador Andrew Roberts,
continuador de la obra de historiografía de Churchill con A History of the
English Speaking Peoples since 1900, sostiene que el predominio de la
Anglosfera se debe a la lucha de los países anglófonos contra las epifanías del
fascismo (es decir, – sic – “la Alemania Guillermina, el nazismo, el comunismo
y el Islamismo”), en defensa de las instituciones representativas y el libre
mercado.
Menos
ideológica la tesis del historiador John Laughland, según la cual “la importancia
geopolítica del idioma inglés ( … ) sólo es relevante en función de la potencia
geopolítica de los países anglófonos. Podría ser una herramienta por
éstos usado para reforzar su influencia, pero no es una fuente independiente de
esta última, al menos no de la potencia militar”[14]. La lengua, concluye Laughland, puede
reflejar la potencia política, pero no la puede crear.
En este
caso, la verdad está en el medio. Es cierto que la importancia de una
lengua depende – a menudo, pero no siempre – de la potencia política, militar y
económica del país que la habla; es cierto que las derrotas geopolíticas
conducen a las lingüísticas, es cierto que “el inglés avanza en detrimento del
francés, ya que los Estados Unidos en la actualidad es más poderoso que los
países europeos, quienes aceptan que sea consagrada como lengua internacional
una lengua que no pertenece a ningún país de la Europa continental”[15]. Sin embargo, todavía existe una
verdad complementaria: la difusión internacional de una lengua contribuye a
aumentar el prestigio del país en cuestión, aumenta la influencia cultural y,
eventualmente la política (un concepto, éste, que pocos son capaces de expresar
sin recurrir al anglicismo soft power); con mayor razón, el predominio de una
lengua en la comunicación internacional da un poder hegemónico al más potente
entre los países que la hablan como lengua materna .
Con
respecto a la difusión actual del inglés, “lengua de la red, de la diplomacia,
de la guerra, de las transacciones financieras y la innovación tecnológica, no
hay duda: esta situación proporciona a los pueblos de habla inglesa una ventaja
incomparable y a todos los demás una desventaja considerable.”[16]. Cómo explica menos diplomáticamente
el general von Lohausen, la ventaja que los Estados Unidos han conseguido de la
anglofonía “ha sido igual para sus comerciantes y para sus técnicos, sus
científicos y sus escritores, sus políticos y sus diplomáticos. Mientras
el inglés sea más hablado en el mundo, los Estados Unidos más podrán
aventajarse de la fuerza creadora extranjera, atrayendo para sí, sin encontrar
obstáculos, ideas, escritos, invenciones de los demás. Aquellos cuya
lengua materna es universal, poseen una superioridad evidente. El
préstamo concedido a la expansión de esta lengua retorna centuplicado a su
fuente”[17].
¿Cuál
lengua para Europa?
En los
siglos XVI y XVII, después del Tratado de Paz de Cateau-Cambrésis (1559) que
había sancionado la dominación española en Italia, la lengua castellana, además
de ser utilizada por las Cancillerías de Milán y Nápoles, se difunde en el
mundo de la política y las letras. El número de voces italianas (y
dialectales) nacidas en ese período por efecto del influjo del español, es
elevadísimo[18]. Entre todos estos hispanismos, sin
embargo, algunos fueron utilizados sólo ocasionalmente y no pueden ser
considerados como de uso general; al contrario, tuvieron una vida efímera y
desaparecieron sin dejar rastro; sólo una minoría se convirtió en una parte
permanente del vocabulario italiano. Después de la Paz de Utrecht (1713),
que marcó el fin de la hegemonía española en la península, la influencia del
castellano sobre la lengua italiana “ha sido mucho menor que la de siglos
anteriores”[19].
Es
razonable suponer que tampoco el colonalismo cultural de expresión
anglo-americana colonial deba durar para toda la eternidad; y de hecho, algunos
lingüistas ya predicen que a la actual fase de predominio anglófono, le seguirá
una fase de decadencia[20]. Al estar vinculado a la hegemonía
imperialista estadounidense, el predominio del inglés está destinado a sufrir
en manera decisiva por la transición de la etapa unipolar a la multipolar, por
lo que el escenario que la geopolítica de la lengua puede prefigurar
razonablemente, es el de un mundo articulado según el multipolarismo de las
áreas lingüísticas.
A
diferencia del continente americano, que presenta una clara repartición entre
el bloque norte anglófono y aquél hispanófono y lusófono de la parte central y
sur del continente, Eurasia es el continente de la fragmentación lingüística.
Junto a los grandes espacios representados por Rusia, China o la India,
relativamente homogéneos bajo el perfil lingüístico, tenemos un espacio europeo
caracterizado por una situación de acentuado multilingüismo.
Por lo
tanto, habría sido lógico que los fundadores de la Comunidad Económica Europea,
si realmente querían rechazar una solución monolingüística, debieron adoptar
como lenguas oficiales, entre aquéllas de los países miembros, las dos o tres
más hablada en el área; tal vez escogiendo, en previsión de las sucesivas
ampliaciones de la CEE, una terna de lenguas que representasen las tres
principales familias europeas: la germánica, la románica y la eslava. En
su lugar, el artículo 1 del reglamento emitido en el 1958, indica cuatro
lenguas (francés, italiano, alemán y holandés) como las “lenguas oficiales y
lenguas de trabajo de las instituciones de la Comunidad”, con el resultado de
que las “lenguas de trabajo” son ahora prácticamente tres: el francés, el
alemán y… el inglés.
El
fracaso de la Unión Europea impone el someter a una revisión radical al
proyecto europeísta y refundar sobre nuevas bases el edificio político europeo.
La nueva clase política que será llamada para afrontar esta tarea
histórica, no podrá evadir un problema fundamental como es el de la lengua.
Traducción:
Francisco de la Torre
[1] Jordis von Lohausen, Les empires et la
puissance, Editions du Labyrinthe, Arpajon 1996, p. 49.
[2] Jordis von Lohausen, ibidem.
[3] De vulgari eloquentia, VIII, 3-6.
[4] Dante, Inf. XXXIII, 80.
[5] Dante, Purg. VI, 105.
[6] Dante, Convivio, I, 5.
[7] Luigi Alfonsi, La letteratura latina
medievale, Accademia, Milano 1988, p. 11.
[8] Carlo Tagliavini, Le origini delle lingue
neolatine, Pàtron, Bologna 1982, p. 202.
[9] “Voprosy Filozofij”, 2, 1949, cit. in: Lucien
Laurat, Stalin, la linguistica e l’imperialismo russo, Graphos, Genova 1995, p.
52.
[10] Roland Breton, Atlante mondiale delle
lingue, Vallardi, Milano 2010, p. 34.
[11] Michel ‘Aflaq, La resurrezione degli Arabi,
Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 2011, p. 54.
[12] I. Baldelli, in Bruno Migliorini – Ignazio
Baldelli, Breve storia della lingua italiana, Sansoni, Firenze 1972, p. 331.
[13] Andrew Sullivan, Come on in: The Anglosphere
is freedom’s new home, “The Sunday Times”, 2 febbraio 2003.
[14] John Laughland, L’Anglosfera non esiste, “I
quaderni speciali di Limes”, a. 2, n. 3, p. 178.
[15] Alain de Benoist, Non à l’hégémonie de
l’anglais d’aéroport!, voxnr.com, 27 maggio 2013.
[16] Sergio Romano, Funzione mondiale
dell’inglese. Troppo utile per combatterla, “Corriere della Sera”, 28 ottobre
2012.
[17] Jordis von Lohausen, ibidem.
[18] Gian Luigi Beccaria, Spagnolo e Spagnoli in
Italia. Riflessi ispanici sulla lingua italiana del Cinque e del Seicento,
Giappichelli, Torino 1968.
[19] Paolo Zolli, Le parole straniere,
Zanichelli, Bologna 1976, p. 76.
[20] Nicholas Ostler, The Last Lingua Franca:
English Until the Return of Babel, Allen Lane, London 2010.
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