“Los voluminosos estudios y libros que en su
momento se publicaron para relatar y analizar los actos de guerra británicos
para separar a Hispanoamérica de España (…) exigen en este tercer milenio (…)
una nueva reedición integral y un nuevo estudio profundizado (…) como elemento
vital para explicar por qué Hispanoamérica está cada vez más balcanizada, en
territorio y en penurias para sus pueblos, y qué es lo que debe hacerse para
que Hispanoamérica sea de una vez y para siempre un país”
Detalle
de un grabado del Congreso de Viena representado por J. B. Isabey. Inglaterra
manipuló este Congreso para lograr el control de las rutas marítimas mundiales,
mientras intervenía militarmente en Hispanoamérica para destruir su
unidad y así asegurar la dominación política, comercial y financiera británica.
El siguiente texto es un extracto del libro “La
involución hispanoamericana. De provincias de las Españas a territorios
tributarios. El caso argentino. 1711-2010″ (Capítulo IX: Los actos de guerra
británicos para separar a Hispanoamérica de España en el diagrama
internacional), obra de Julio C. González, abogado y economista, ex Secretario
Técnico de la Presidencia de Perón, ex Profesor de la Universidad de Buenos
Aires, y Profesor Titular de Estructura Económica Argentina en la Universidad
Lomas de Zamora (Buenos Aires).
En Argentina, reiteramos, un arma eficiente para la
dominación y el vasallaje inveterado ha sido la supresión sutil de los hechos y
de los actos que eslabonaron los grilletes que nos encadenan. Esa supresión de
fuentes para el entendimiento o intelecto es lo que ha permitido borrar de
nuestra historia y de nuestras políticas a la memoria colectiva. Una
comunidad sin memoria no es un pueblo, es un mejunje de gente que no sabe por
qué se halla en una situación de penuria, ni conoce su destino. No sabe si
existe y para qué existe. No tiene un principio de proveniencia. Tampoco una
causa final para realizar sus vidas. Los años que transcurren desde 1810 hasta
1880 conforman una masacre sostenida de la etnia criolla o hispanoamericana:
guerras con millares de muertos para separarnos de España; guerras civiles con
millares de muertos entre Buenos Aires y las provincias; guerra con millares de
muertos contra el Paraguay; epidemias de cólera y de fiebre amarilla con miles
de muertos; guerra con miles de muertes contra los argentinos autóctonos,
llamados indios…
Sin conocimiento de la conducción jurídica
exterior y de la conducción jurídica económica no hay explicación de
todas las calamidades que nos ocurren. La dependencia del Estado y del pueblo
se mantiene inalterable. La leyenda histórica ocupa el lugar de la verdad.
Y que la verdad permanezca desconocida es el seguro que tienen los poderes
internacionales de la vigencia del sometimiento bajo apariencia de una
Argentina Independiente que es inexistente. Y lo mismo ha acontecido con
todas las repúblicas de papel, creadas en Hispanoamérica, después que dejamos
de ser Provincias de España en cumplimiento de los planes británicos de 1711 y
1804.
El General Simón Bolívar, en sus últimos tramos de
vida lo explicó muy bien:
“Dejamos de ser españoles y luego hemos ido de aquí
para allá, en países que cambian tanto de nombres como de gobiernos de un día
para el otro, que ya no sabemos ni de dónde carajo somos.”
[…] Aquí no habrá más guerras que las de los unos
contra los otros, y éstas son como matar a la madre.” (García Márquez, El
General en su laberinto, Sudamericana, 1989, págs. 190-191).
Después de estas reflexiones retomamos la
exposición cronológica de la secesión o separación de Argentina y de
Hispanoamérica.
Los voluminosos estudios y libros que en su momento
se publicaron para relatar y analizar los actos de guerra británicos para
separar a Hispanoamérica de España y los actos jurídico-políticos en que se
enfrentaron y/o aliaron las potencias europeas con relación al plan británico
de separar a Hispanoamérica de España exigen en este tercer milenio de la
historia una nueva reedición integral y un nuevo estudio profundizado. No para
curiosear un pasado como testigos mudos e intrascendentes, sino como elemento
vital para explicar por qué Hispanoamérica está cada vez más balcanizada, en
territorio y en penurias para sus pueblos, y qué es lo que debe hacerse para
que Hispanoamérica sea de una vez y para siempre un país [...]
I. Independencia de América. Fuentes para su
estudio
Colección de Documentos Conservados en el Archivo
General de Indias de Sevilla. Dirección de Pedro Torres Lanzas, Jefe del Archivo
de Indias y Director del Centro de Estudios Americanistas, Tomos Primero
y Segundo, Ed. Tip. Zarzuela, Teniente Borges 7, Sevilla, 1924.
En esta obra se enumeran las notas internacionales,
acuerdos, alianzas y tratados realizados por España, Gran Bretaña, Portugal,
Francia, Austria, Prusia, Rusia y Estados Unidos con relación a la guerra de
secesión que Inglaterra había promovido en Hispanoamérica. Un tema esencial y
no conocido es la vinculación de Rusia y España para desbaratar los planes
británicos sobre Hispanoamérica y la paz con España que propiciaba José
Gervasio de Artigas. Las intrigas, deslealtades y traiciones llevadas a cabo
para separar a las Provincias de España en la Península Ibérica de las
Provincias de España en Hispanoamérica.
II. “La diplomacia de la Revolución. El Director
Pueyrredón y el Emisario Le Moyne”
Esta ignota obra del autor de Juvenilia, Miguel
Cané, se publicó en “La Biblioteca”, Dirección de Paul Groussac, Tomos IV-V,
fechada en París, 1897 (1).
Un tema esencial de esta obra es el rol de
Pueyrredón, Director Supremo, que, consecuente con su resistencia a la invasión
bélica británica desde el combate de Perdriel en tiempos de Beresford (1806),
mantiene el mismo criterio contra la invasión económica británica posterior a
1810, lo cual lo lleva a proyectar una vinculación con Francia para
desterrar el dominio de los británicos, encubierto tras la forma de
independencia jurídica (declarada pero nunca efectivizada).
Este sorprendente estudio cuestiona severamente la
actuación de San Martín y explica cómo los intereses británicos instigan las
guerras interprovinciales y promueven un federalismo anárquico en 1820 para
mantener la hegemonía del Puerto de Buenos Aires y sus intereses, sobre las
provincias y ciudades del interior. Todo lo cual impide a la Argentina de tener
otras vinculaciones exteriores, quedando así vinculada en forma unilateral a
Gran Bretaña. De donde surge con claridad meridiana, que la política exterior
de Argentina con la comunidad internacional ha quedado subordinada (salvo
heroicas herejías de algunos gobernantes) a la decisión del Foreign Office.
Ahora, para poder apreciar en forma adecuada la
complejidad del proceso independentista, ya la decisiva intervención británica
en el mismo, sería necesario revisar, previamente, la situación europea a
partir de 1814, el surgimiento del Congreso de Viena y de la Santa Alianza, así
como de la manipulación de ellos por la diplomacia inglesa.
El Congreso de Viena de 1814, preludio de la Santa
Alianza
El 6 de abril de 1814, Napoleón Bonaparte,
emperador de una Francia que durante un cuarto de siglo, desde 1789, no había
cesado de guerrear, y que había dejado aproximadamente un millón cuatrocientos
mil personas muertas, en los campos de batalla de toda Europa, abdica en
Fontainebleau a favor de su pequeño hijo Napoleón Francisco José Carlos
Bonaparte. La regencia de la esposa de Napoleón, María Luisa de Austria, no fue
posible y Carlos Mauricio de Talleyrand (1754-1838), que se desempeñó como
obispo de Autun, antes de la Revolución Francesa, y luego fue sucesivamente
presidente de la Asamblea Nacional (1790) y ministro durante el Directorio, el
Consulado y el Imperio, en el que fue además Gran Chambelán de la Corte, formó
un gobierno provisional que hizo que el senado, el mismo día de la abdicación
de Napoleón, votase la constitución de un gobierno monárquico hereditario a
favor de Luis Estanislao Javier de Francia, hermano de Luis XVI, decapitado el
21 de enero de 1793. Talleyrand sirvió y traicionó invariablemente a todos los
gobiernos que integró. Con absoluta naturalidad.
Batalla
de Waterloo, según un grabado anónimo de la Biblioteca Thiers (Instituto de
Francia, París). Waterloo supuso el fin del poder napoleónico y el triunfo de
la supremacía de Inglaterra como primera potencia marítima mundial y árbitro
del equilibrio de fuerzas de las potencias europeas.
Empero, mientras las intrigas perdurables del
“poder” destruían sucesivamente los gobiernos, Napoleón, confinado en la isla
de Elba, emprende su intempestivo regreso y el 20 de marzo de 1815, llevado en
triunfo por un pueblo que hecho multitud lo ha rescatado de su cautiverio y lo
sigue incondicionalmente, vuelve al palacio de las Tullerías. Reinicia así sus
últimos cien (100) días de gobierno. Cien días que por cierto no fueron
exclusivos del último gobierno de Napoleón. Porque esos últimos cien días también
le fueron adjudicados a otros gobernantes de distintos países antes de su
destrucción total…
Ante la abdicación de Napoleón en abril de 1814,
los aliados que lo habían derrotado deciden convocar en Viena en el plazo de
dos meses una reunión de plenipotenciarios para tratar el destino de Europa. El
Congreso de Viena se celebró en esa ciudad a fines de septiembre de 1814
reuniéndose con el Ministro de Asuntos Exteriores de Austria, Clemente Lotario
Wenceslao, príncipe de Metternich-Winneburg (1773-1850). Metternich había
negociado el casamiento de Napoleón Bonaparte con la princesa María Luisa de
Austria, reproduciendo así la alianza entre Francia y Austria verificada por el
casamiento de Luis XVI de Francia con la princesa María Antonieta de Austria.
No obstante ese antecedente con toda displicencia
hacia su pasado, Metternich citó en Viena a todos los representantes de los
aliados que habían derrotado a Napoleón para constituir la Santa Alianza
monárquica, anterior a la Revolución Francesa, y diagramar las fuerzas de las
potencias europeas. Así se hizo y Metternich pasó a ser el árbitro de Europa
manteniendo un equilibrio que duró –con algunas contingencias como la guerra
franco-prusiana de 1870- hasta el siglo XX en 1914.
A Viena, invitados por Metternich concurrieron el
representante ruso, conde de Nesselrode, los ministros prusianos, Hardenberg y
Guillermo de Humboldt, y el secretario de Estado de Asuntos Extranjeros inglés,
lord Castlereagh. Talleyrand asiste como delegado de Luis XVIII. Muchos
príncipes, el emperador de Austria, el zar Alejandro, el rey Federico Guillermo
III, acuden a animar, con su presencia y su fasto, el Congreso, el cual, según
la frase del príncipe de Ligne, “baila, pero no avanza”.
“En efecto (2), las disensiones entre los
aliados son grandes: fundamentalmente, surge la rivalidad entre Rusia e
Inglaterra. Ambas tienen un concepto completamente distinto acerca del
equilibrio de fuerzas europeo: Rusia, orgullosa de su nueva gloria, busca la
supremacía continental y el equilibrio de las potencias marítimas; Inglaterra
desea asegurar su indiscutible supremacía naval sobre el equilibrio de las
potencias del continente. Prácticamente, según el plan inglés, las cartas
podrían jugarse así: Inglaterra se reservaba el mundo atlántico, donde se apresuraría
a firmar tratados con España, los Países Bajos y Estados Unidos de
Norteamérica”. Por su parte, los países terrestres del continente buscaban
reforzar a Prusia cuyo territorio ampliarían, anexándole Sajonia y la orilla
izquierda del Rhin a la cual se separaría de Francia. De esta manera, Austria y
Prusia mucho más extendida en su territorio, evitarían los proyectos de
expansión de Rusia. En definitiva: la perpetua oposición entre el poder de
la masa terrestre y su centro en el heartland que es Moscú, y el poder del
anillo insular y por ende del mar, y su centro en el heartsea, que es Londres.
Waterloo (18 de junio de 1815)
El 13 de marzo de 1815 el Congreso de Viena declara
a Napoleón Bonaparte “el perturbador de la paz del mundo fuera de la ley”.
Napoleón ante este ultimátum busca una transacción con el zar de Rusia y el
emperador de Austria. Pero Sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington, no le da
tiempo; desembarca precipitadamente en Amberes (Bélgica-Países Bajos) y reúne
al sur de Bruselas un ejército heterogéneo compuesto por ingleses, holandeses,
belgas y alemanes. El 18 de junio se produce la gran batalla en el pueblo de
Waterloo (Bélgica). Ingleses y prusianos han derrotado definitivamente a
Napoleón Bonaparte que se traslada a Rochefort, donde espera poder embarcar
para América. Al no poder hacerlo resuelve, en un acto de descontrol emocional,
entregarse a los ingleses y le escribe al príncipe regente de Gran Bretaña,
hijo de Jorge III, una misiva en la cual expresa: “es el más fuerte, el más
constante y el más generoso de todos mis enemigos…” “por lo cual me pongo bajo
la protección de sus leyes”. Ingenuidad superlativa en un genio como era
Napoleón… Tras esto es embarcado en el buque inglés “Belerofonte” conducido a
Plymouth donde se le comunica que no será conducido a América, sino a Santa
Elena, una isla peñasco en el centro del Océano Atlántico, donde muere
envenenado (años después se encontró arsénico en sus cabellos). Es el 5 de mayo
de 1821…
En Madrid, cuando visité al General de Ejército
Juan Domingo Perón, pude observar que en su sobrio cuarto de trabajo no había
no retratos ni estatuas. Sólo un pequeño busto de Napoleón Bonaparte sobre su
escritorio. Toda una exhibición sustancial de su pensamiento recóndito.
Inglaterra árbitro del Congreso de Viena y de la
Santa Alianza
Destruido definitivamente el poder de Napoleón
Bonaparte, Inglaterra se convirtió en árbitro total del Congreso de Viena y era
la gran ganadora de las guerras francesas y napoleónicas que duraron un cuarto
de siglo. Lord Castlereagh ha hecho triunfar la supremacía del poder marítimo y
controlar el equilibrio de las fuerzas de los Estados Europeos, contra las
pretensiones hegemónicas del zar de Rusia o el retorno de una Francia potencia
(Historama, 1965: 175).
La adjudicación de la Isla de Malta a Gran Bretaña,
de las Islas Jónicas (Grecia) y el dominio ahora irreversible de los ingleses
sobre Gibraltar, le aseguran a Gran Bretaña el dominio absoluto del Mar
Mediterráneo y su acceso a todos los países del sur de Europa, del Asia Menor y
del Norte de África.
A su vez con el Tratado del 2 de febrero de 1825,
que en cuatro meses se impone a Chile, Perú, Gran Colombia (Colombia y
Venezuela), a Guatemala y a México, el transporte naval con Hispanoamérica y
los mercados de América del Sur (Brasil inclusive) quedan reservados a Gran
Bretaña, con exclusión de toda otra potencia. A Francia se le impone una
prolongada ocupación de sus fronteras y el pago de una indemnización de
setecientos millones (Historama, 1965:176).
Se crea el Reino de los Países Bajos que se integra
con Holanda, Bélgica y Luxemburgo en beneficio de Guillermo de Orange
(Guillermo I, adlátere de Inglaterra). Las colonias holandesas de Cabo (África)
y Ceilán (India) son transferidas a Inglaterra. Austria restablece su
preeminencia sobre Italia. Rusia se incorpora a Finlandia y la mayor parte de
Polonia. Los 35 estados alemanes que conforman la Confederación Alemana
constituían una unión muy débil que estará subordinada a Austria hasta 1870,
fecha en que Bismarck y Lasalle la unifican y crean la actual Alemania. Suecia
gobernada por el mariscal Bernardote que había dejado a Napoleón y se había
pasado a los aliados, se anexa Noruega que había pertenecido a Dinamarca, país
que permaneció fiel a Napoleón hasta sus últimos días (1815).
El zar de Rusia por su parte buscó siempre un
equilibrio territorial y marítimo contra Inglaterra. Lo que habría de unir a
todas las potencia territoriales y marítimas era su común religión cristiana.
Pero Inglaterra inmediatamente deshizo esta unión religiosa de la Santa
Alianza: impidió que Rusia, unida a España hiciera posible la reunificación de
Hispanoamérica con la España Europea. Por eso la revolución de Riego de 1820
impide zarpar a la expedición que se dirigía contra el enclave comercial inglés
de Buenos Aires. Por otra parte, mantuvo separados y hasta hostiles entre ellas
a las tres potencias marítimas de Europa: España, Francia y Países Bajos. Rusia
como potencia terráquea fue separada de las otras naciones mediterráneas Austria
y Prusia.
En definitiva, Clemente Lotario Wenceslao, príncipe
de Metternich-Winneburg, canciller de Austria, dirigía el equilibrio de los
países territoriales de Europa, pero Lord Enrique Roberto Hewarth, vizconde de
Castlereagh, de Inglaterra, dirigía el accionar de los países marítimos España,
Portugal, Francia y Holanda. Hispanoamérica –que antes era un país, al decir de
Manuel Ugarte- fue balcanizada y dividida, después de ser separada de España
con una sangría de guerras civiles interminables durante el siglo XIX y también
en gran parte del siglo XX.
El divide et impera británico fue el
principio que dirigió la fuerza de las ideas y la fuerza de los pueblos, de las
armas, de las economías y hasta de las religiones, siglos XVIII, XIX, XX y XXI.
Seguimos “sin saber de qué se trata”. Guerras o ventajas por pactos
políticos. Acuerdos y desacuerdos comerciales. Democracias o dictaduras.
Concilios ecuménicos o económicos. Un breve tiempo después: todo sigue
igual.
Viajes de
Cochrane en toda la extensión de Hispanoamérica para apoyar los movimientos de
secesión, de acuerdo con los planes de Gran Bretaña.
Lord Thomas A. Cochrane
Para estudiar los actos de guerra británicos para
separar a Hispanoamérica de España es conveniente comenzar por el análisis de
una figura paradigmática de dicho accionar.
Lord Thomas A. Cochrane, Conde de Dundonal, Gran
Cruz de la Orden del Baño de la Imperial Brasileña del Crucero Real de San
Salvador de Grecia, Almirante de la Escuadra Roja, Contralmirante de la Gran
Bretaña, etcétera. Estos eran los títulos nobiliarios y militares del marino
inglés que, en cumplimiento de los planes británicos de 1711 y el plan
operativo de Maitland-Pitt de 1804, tuvo a su cargo la expedición marítima al
Perú que en 1820 consumó la secesión de Hispanoamérica de la España Ibérica.
Es necesario por lo tanto esbozar una sinóptica
reseña biográfica de quien consumó para beneficio de Gran Bretaña la conquista
económica y financiera de Hispanoamérica, conquista que quedó encubierta con
gobiernos nativos ostensibles, cuyo único poder estaba y está limitado a actos
protocolares y formas extrínsecas de una “independencia política”, solamente
estética, formal. No jurídica-económica, sustancial.
El personaje en cuestión nació en 1775 y murió en
1860. Entre 1818 y 1821 realizó la campaña naval para conquistar Chile
(Valdivia) y Perú (Callao). Actuó luego al servicio de Brasil y separó a este
país de Portugal. La separación e independencia del Brasil del Reino de
Portugal, consumada el 7 de septiembre de 1822, tuvo similitudes económicas y
financieras con la “independencia” de Hispanoamérica. Brasil adoptó la forma
monárquica de gobierno bajo el ampuloso nombre de Imperio del Brasil y coronó
emperador a Pedro I. este era hijo del príncipe regente Juan de Portugal que se
trasladó con la Corte Lusitana a Brasil en 1808 con motivo de la invasión de
Portugal por Napoleón y gobernó en Río de Janeiro hasta 1821.
El primer acto de dependencia y subordinación
económica financiera del Brasil fue hacia Gran Bretaña. “El naciente
Imperio del Brasil se comprometió a entregar a su metrópoli, Portugal, una suma
millonaria en libras, las cuales debía tomar prestadas a un conjunto de bancos
británicos que eran acreedores de Portugal por la misma cantidad”. La
“independencia” de Brasil, fue, por ende, comprada a Portugal (3). El
autor de quien tomamos estos importantísimos datos sintetiza así las
conclusiones de su análisis de inicio de la independencia del Brasil: “Brasil
inició así su vida autónoma cargando con una deuda agobiante cuyos
beneficios no había recibido”.
La conquista económico-financiera de todo el
continente Sur Americano para las bancas anglosajona fue, por lo tanto,
integral.
Retomando las actividades de Lord Cochrane en 1827
lo hallamos combatiendo en Grecia, que dominada por los turcos desde 1458,
recobró su independencia en una lucha entablada entre 1821 y 1824 en que fue
declarada Reino Soberano con el concurso militar de Rusia, Francia y Gran
Bretaña. Cochrane era, como es evidente, un ejecutor naval de la política
exterior de Gran Bretaña. Tal era su profesión, sin idealismos ni impulsos de
aventurero que lo motivasen. En el año de su muerte tenía publicadas en inglés
cuatro volúmenes de sus Memorias: los dos primeros sobre sus operaciones
en el Pacífico (Chile y Perú) y Brasil, y los otros dos restantes detallando su
genealogía y su acción desde que llegó a Chile. Bilbao tuvo su autorización
para traducir al español esta última parte de sus Memorias, que se
publicaron en Lima en 1863 en la imprenta de José Masías. De esta obra
transcribimos los siguientes párrafos que se refieren a la campaña del Perú:
“Mi aparición en el Callao causó grave aunque
inútil alarma al gobierno. Volví sí a pedirle se pagasen las cantidades que se
adeudaban a la escuadra, aludiendo con fuerza a los sucesos que habían tenido
lugar en Guayaquil. Sin dárseme una respuesta por escrito, Monteagudo vino al
buque “O’Higgins” lamentándose que hubiese yo recurrido a tan inmoderadas
expresiones, puesto que el Protector, antes de saberlas, me había escrito una
carta privada pidiéndome una entrevista; pero que al recibir la mía se había
indignado de tal manera que su salud había peligrado. Me aseguró también
Monteagudo que en aquella carta me había ofrecido una hacienda considerable y
la decoración del Sol engarzada en diamantes, con tal que yo consintiese en
mandar las marinas reunidas de Chile y el Perú en una expedición proyectada
para capturar las Islas Filipinas, con lo cual yo haría una inmensa
fortuna. Mi respuesta fue: “Diga V. al Protector de mi parte, Sr. Monteagudo,
que si después de la conducta que ha observado, me hubiese enviado a una carta
privada sobre un asunto tal, se la habría devuelto sin respuesta; y puede V.
también decirle, que no es mi ánimo causarle perjuicio; que ni le temo ni le
odio, pero que desapruebo su conducta”.
Lo novedoso y significativo de este texto es el
proyecto “de capturar las Islas Filipinas” que se atribuye a San Martín. Si
esto fuese cierto, la rebelión de San Martín en contra de todo el mundo
hispánico por motivos que no se encuentran documentados ni estudiados.
Es oportuno destacar que en una obra recientemente
publicada, Hugo Chumbita (4) pretende explicar el accionar de San Martín
contra España como revancha psíquica al saberse hijo de una india guaraní cuyo
nombre era Rosa Guarú y del capitán español Diego de Alvear y Ponce de León. El
desgarramiento o exclusión social que sufría al saberse vástago “del opresor y
la oprimida” determina su rotunda “certidumbre americana” de combatir a la
potencia que había explorado, conquistado y colonizado América desde finales
del siglo XV. Hipótesis como esta nos exhibe una falencia terrible de nuestra
historia: ¿dónde está el archivo de San Martín? ¿Por qué esta pregunta tiene
siempre un riguroso silencio por respuesta? El plan integral de San Martín para
América y Filipinas debe aparecer y publicarse. La verdad no puede buscarse en
conjeturas ni en suposiciones, necesita que se demuestre con pruebas sólidas e
indubitables. Es el único medio de dar certeza a las elementales preguntas que
se formula cualquier crítico que quiere separar la historia, como “prognosis”
del futuro, de la novela y la leyenda a que se limitó el conocimiento de
sucesivas generaciones de argentinos e hispanoamericanos.
–
NOTAS
(1) La Editorial Devenir, de Buenos Aires, con una
introducción de José Raed, realizó una reedición en 1960. La Editorial
Docencia, en su Biblioteca Testimonial del Bicentenario, ha realizado la
edición facsimilar, con la introducción de Julio C. González (J.M.G.)
(2) Cfr. Historama (1965) Las
revoluciones: la revolución de América, Europea revolucionaria y napoleónica,
la revolución de América del Sur, Editorial Codex, Buenos Aires, pp.
174-175.
(3) Estrada, Fernando de (2000) trabajo publicado
en Octubre Sudamericano, Año I, Nº 0, Ed. Raíces-Buenos Aires,
diciembre de 2000, p. 115.
(4) Chumbita, Hugo (2001) El secreto de
Yapeyú. El origen mestizo de San Martín, Ed. EMECÉ-Buenos Aires, págs.
213 y 215.
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