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lunes, 7 de octubre de 2013

La invención de América

“Es obvio que había en estas tierras poblaciones autóctonas desde mucho antes de la llegada de Colón, pero de ningún modo esas poblaciones conformaban un continente, que es lo que América pasó a ser a partir de su integración a España”
Carta de navegación, Juan de la Cosa, 1500. Biblioteca Luis Ángel Arango. Reproducción facsimilar, el original reposa en el Instituto Geográfico del Ejército, Madrid (España).
Carta de navegación, Juan de la Cosa, 1500. Biblioteca Luis Ángel Arango. Reproducción facsimilar, el original se encuentra en el Instituto Geográfico del Ejército, Madrid (España). Este mapa es la representación del continente americano más antigua conservada.
Texto publicado en el sitio web Derecho Indiano el 11 de julio de 2012 por Víctor Eduardo Lapegna, docente de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) y del Instituto Juan Pablo II (La Plata), como presentación del artículo titulado “La serpiente y la cruz”, del escritor y diplomático José Luis Muñoz Azpiri.
Desde mucho antes del siglo XV, el vasto espacio territorial que se extiende desde el estrecho de Behring al Noroeste al de Magallanes en el Sur – precisemos que esos accidentes geográficos no tenían por entonces las designaciones con las que hoy los conocemos – estaba habitado por una cantidad imprecisa pero numerosa de personas, quienes formaban tribus, comunidades, naciones y hasta imperios.
La mayoría de esas comunidades, pueblos e imperios originarios ignoraron por completo las existencia de otras culturas y cada una se concebía a sí misma como el género humano y el universo completo.
En los casos menos habituales en los que esas comunidades se contactaron, establecieron conflictivas relaciones de amo – esclavo, del tipo de las que se describen en la película “Apocalypto”, de Mel Gibson.
En las centurias que precedieron a 1492, habían migrado a estas tierras desde Asia los antepasados de quienes hacia fines del siglo XV de nuestra llegaron a ser los aztecas y los incas, los guaraníes y los sioux, los navajos y los onas, los araucanos y los pampas.
Cada uno de esos pueblos originarios era por completo diferente de los otros acerca de cuya existencia misma, como se dijo antes, nada sabían.
Esta realidad antropológica, histórica y social evidente demuestra que toda referencia a la existencia de una “América precolombina” es una contradicción en los términos y un absurdo insostenible.
Es obvio que había en estas tierras poblaciones autóctonas desde mucho antes de la llegada de Colón, pero de ningún modo esas poblaciones conformaban un continente, que es lo que América pasó a ser a partir de su integración a España.
Lo que aquí hicieron los españoles y otros europeos llegados a estas tierras después de fines del siglo XV, el modo en que se vincularon con las poblaciones originarias y el trato que les dieron y el juicio que pueda hacerse acerca de ese proceso histórico es materia de polémicas en las que no nos proponemos aquí entrar aunque al sólo efectos de que no se pueda suponer que en esa polémica estamos situados en una neutralidad anodina, adjuntamos a estas líneas nuestras el artículo titulado “La Serpiente y la Cruz” de José Luis Muñoz Azpiri (1) que distribuyó el Día de la Raza la Agenda de Reflexión que elabora nuestro compañero y amigo Alejandro Pandra, con cuyo contenido esencial coincidimos casi a la letra.
Nuestra intención con estas líneas fue sólo salir al cruce de las enojosas alusiones a una “América Indígena”, una “América de los Pueblos Originarios” o una “América Aborígen”, como suelen hacerlo los adherentes a la Leyenda Negra y las diversas modas indigenistas.
Pueden llamar a esa miríada de comunidades originarias entre sí desconocidas o enfrentadas que vivían en estas tierras del modo que quieran.
Lo que les pedimos es que no compliquen en esa designación al ilustre navegante que fue il signore Américo Vespucci, cuyo nombre de pila pasó a ser el de este “continente de la esperanza”, en el que Dios nos hizo la gracia de permitirnos nacer y vivir.
Como decimos en el título, nos parece evidente que Cristóbal Colón y España no descubrieron una América preexistente. Lo que hicieron fue inventarla.

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