Texto publicado en el sitio web
Derecho Indiano el 11 de julio de 2012 por Víctor Eduardo Lapegna,
docente de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) y del
Instituto Juan Pablo II (La Plata), como presentación del artículo
titulado “La serpiente y la cruz”, del escritor y diplomático José Luis
Muñoz Azpiri.
Desde mucho antes del siglo XV, el vasto
espacio territorial que se extiende desde el estrecho de Behring al
Noroeste al de Magallanes en el Sur – precisemos que esos accidentes
geográficos no tenían por entonces las designaciones con las que hoy los
conocemos – estaba habitado por una cantidad imprecisa pero numerosa de
personas, quienes formaban tribus, comunidades, naciones y hasta
imperios.
La mayoría de esas comunidades, pueblos e
imperios originarios ignoraron por completo las existencia de otras
culturas y cada una se concebía a sí misma como el género humano y el
universo completo.
En los casos menos habituales en los que
esas comunidades se contactaron, establecieron conflictivas relaciones
de amo – esclavo, del tipo de las que se describen en la película
“Apocalypto”, de Mel Gibson.
En las centurias que precedieron a 1492,
habían migrado a estas tierras desde Asia los antepasados de quienes
hacia fines del siglo XV de nuestra llegaron a ser los aztecas y los
incas, los guaraníes y los sioux, los navajos y los onas, los araucanos y
los pampas.
Cada uno de esos pueblos originarios era
por completo diferente de los otros acerca de cuya existencia misma,
como se dijo antes, nada sabían.
Esta realidad antropológica, histórica y
social evidente demuestra que toda referencia a la existencia de una
“América precolombina” es una contradicción en los términos y un absurdo
insostenible.
Es obvio que había en estas tierras
poblaciones autóctonas desde mucho antes de la llegada de Colón, pero de
ningún modo esas poblaciones conformaban un continente, que es lo que
América pasó a ser a partir de su integración a España.
Lo que aquí hicieron los españoles y
otros europeos llegados a estas tierras después de fines del siglo XV,
el modo en que se vincularon con las poblaciones originarias y el trato
que les dieron y el juicio que pueda hacerse acerca de ese proceso
histórico es materia de polémicas en las que no nos proponemos aquí
entrar aunque al sólo efectos de que no se pueda suponer que en esa
polémica estamos situados en una neutralidad anodina, adjuntamos a estas
líneas nuestras el artículo titulado “La Serpiente y la Cruz” de José
Luis Muñoz Azpiri (1) que distribuyó el Día de la Raza la Agenda de
Reflexión que elabora nuestro compañero y amigo Alejandro Pandra, con
cuyo contenido esencial coincidimos casi a la letra.
Nuestra intención con estas líneas fue
sólo salir al cruce de las enojosas alusiones a una “América Indígena”,
una “América de los Pueblos Originarios” o una “América Aborígen”, como
suelen hacerlo los adherentes a la Leyenda Negra y las diversas modas
indigenistas.
Pueden llamar a esa miríada de
comunidades originarias entre sí desconocidas o enfrentadas que vivían
en estas tierras del modo que quieran.
Lo que les pedimos es que no compliquen
en esa designación al ilustre navegante que fue il signore Américo
Vespucci, cuyo nombre de pila pasó a ser el de este “continente de la
esperanza”, en el que Dios nos hizo la gracia de permitirnos nacer y
vivir.
Como decimos en el título, nos parece
evidente que Cristóbal Colón y España no descubrieron una América
preexistente. Lo que hicieron fue inventarla.
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