Después de toda elección cualquier exégesis resulta
redundante. A pesar del intento del kirchnerismo por disfrazar de triunfo la
derrota, los hechos exceden el limitado margen de la especulación. Ganó Sergio
Massa, ganó Mauricio Macri, ganó Julio Cobos, ganó Hermes Binner… En
definitiva, ganaron muchos pero perdió uno sólo. Eso es quizás lo que interesa
teniendo en cuenta el contexto donde se votó. El resto suena más a expresión de
deseo que a escenario empírico y razón.
El electorado votó por un freno. Se eligió un límite. Así,
en el escenario porteño, Fernando Pino Solanas fue apenas el medio para un fin
que lo justificaba. Sería un gran error que el senador electo no entendiese
esto. Mayoritariamente, quienes emitieron sufragio a su favor no están
dispuestos a repetir ese acto en un comicio presidencial. Por esa razón, Pino
no habló del 2015 tras su triunfo, fue un acierto su decisión.
Distinto es el panorama para Mauricio Macri. El jefe de la
ciudad autónoma de Buenos Aires ya estaba lanzado a la presidencia antes de
llevarse a cabo la última elección. No parece insensato que tras la victoria de
sus candidatos refuerce esa convicción. Sin embargo, Macri debería entender que
sus tiempos no son los del común ciudadano. Las urgencias y prioridades de sus
votantes están lejos de su ambición.
La Argentina no es un país que pueda darse el lujo de pensar
el largo plazo porque ha sido sentenciada al cortoplacismo más básico. Salir de
ese estado requiere mucho más que voluntarismo por parte de los candidatos. El
líder del Pro tiene además dos años de gestión por delante. En un país donde
una tormenta puede dejar cadáveres e inundados al por mayor es complejo
proyectarse.
A diferencia del alcalde de Tigre, Macri tiene un lapso
demasiado amplio donde cualquier obstáculos será leído como impericia o desidia
de su parte, con justicia o no. Su apuesta inmediata debería ser pues la administración
porque también es dable admitir que el gobierno nacional hará lo indecible para
impedir su proyección a nivel nacional.
De los candidatos que se prueban hoy el cetro y la banda,
sin duda el jefe del Pro es quien más difícil se la verá.
Sergio Massa tiene dos ventajas: el resultado electoral y su
audacia. Audacia que no tuvo Daniel Scioli a la hora de definir su “lealtad”
(valgan las comillas) a Cristina. El gobernador bonaerense anoche la pasó mal.
A pesar del indescifrable misterio que lo reviste de amianto a la hora de medir
adhesiones y rechazos de la opinión pública, Scioli tiene por delante un camino
con menos rosas que cardos. Deberá demostrarse independiente de quienes ha
dependido en los últimos años. No es tarea fácil.
Ahora bien, es verdad que las diferencias intrínsecas entre
el ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner y Daniel Scioli no son tantas.
Ambos podrían ser respaldados por los mismos aparatos, ambos son netamente
pragmáticos por más que discurseen amparados en recursos gramaticales vastos, y
prometan cumplir sueños e ideales de tantos… En síntesis, ambos son políticos
de 300 palabras que acomodan según las circunstancias.
La ventaja de Massa radica en el hecho de tener dos años por
delante con mucho menor riesgo. No es lo mismo estar al frente de una provincia
que estar sentado en una banca a resguardo de un bloque con negociadores natos.
El Congreso no se inunda; La Plata, sí. En febrero y marzo los docentes no
estarán protestando en el recinto de diputados, en la gobernación sí. Son
sutiles diferencias que alimentan las esperanzas de Massa, por eso su oratoria
de anoche, por eso su foto familiar en las portadas de los diarios, por eso su
próxima aparición en los medios foráneos.
El intendente de zona norte arranca con ventaja, se
beneficia con la duda. Claro que en Argentina esa ventaja puede licuarse de la
noche a la mañana. Le sucedió a más de un político avezado. Jurisprudencia no
falta. Ni Raúl Alfonsín, ni Carlos Menem, ni Néstor Kirchner soñaban con el
sillón de Rivadavia dos años antes de haberse sentado. Cobos, Binner y Carrió
tienen un desafío aún mayor: mantener la esperanza de un país sin peronistas
gobernando. A muchos les resulta impensado.
Lo cierto, por otra parte, es que estamos en un teatro muy
peculiar donde falta ni más ni menos que la titular. Por eso los suplentes
derrapan. Las imágenes del búnker del Frente para la Victoria tras la elección
mostraron sin tapujos hasta qué punto el desconcierto invade al gobierno. Están
más acéfalos ellos que el pueblo. Tienen el poder pero están indefensos.
No fue la gente quien compró la idea de “Cristina eterna”,
fueron ellos quienes se autoconvencieron. Levantaron para si los muros de su
propia cárcel. ¿Cómo se sale? Es la pregunta que se hacían muchos mientras
Amado Boudou intentaba matizar el fracaso con un “stand up” que rozaba el
grotesco. Pero todo ese circo no puede causar risa. Hay un detalle que no
habría que olvidar para que este freno que se las ha puesto ayer, no sea
similar al que se le puso en el 2009. Pierdan o no el monopolio del poder aún
mantienen la capacidad de daño intacta. Con hechos o con omisión lastiman,
atacan…
Desde luego que el acto democrático del domingo pasado fue
más favorable a la recuperación de la república que al caos propuesto por el
gobierno. El primer paso fue dado y no parece ser un paso en falso. Sin
embargo, este no es el final sino el comienzo del mismo.
Al ciclo le queda todavía un largo tramo. Habrá que andar
con cuidado y entender que una cosa es el peronismo y otra -tanto o más
complicada también-, es el peronismo de los no peronistas que, sin ir más
lejos, ayer lo han votado, conscientes o no de su acto.
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