Por
Gabriela Pousa
A días de
vencer el plazo para el pago que nos permita no caer en default, no hay
información oficial al respecto. Sin embargo a nadie asombra demasiado porque, desde
hace un tiempo, los argentinos se han habituado a vivir en un país donde todo
se define según como despierte la jefe de Estado.
Se acabó
hasta el periodismo de datos, todo es interpretación y proyección de
escenarios. Lo cierto es que el Mundial terminó y la mampostería comenzó a
caerse irremediablemente. El enfermo no mejoró por la magia de Messi ni por los
dones de Mascherano. La infección se expande. Todos saben o perciben donde
se originó pero nadie sabe aún donde termina.
Una cosa
es amputar un miembro y otra muy distinta es perder la vida . Sin embargo,
quién debe tomar la decisión todavía vacila, bromea con 52 muertes de una
tragedia que se originó en Balcarce 50, inaugura vagones ya obsoletos en China,
y supone que con el discurso podrá convencer que la culpa de lo que vaya a
suceder es como la Patria: del otro. “Argentina pagó, el juez Griesa no repartió”,
podría ser una de las frases que sintetice la decadencia.
En rigor,
dramatizar en torno a este tema tampoco vale la pena. Cuando ya se llegó a este
punto de ignominia, la credibilidad de inversores es utopía haya o no default. La
situación podrá tensarse más o menos según salga la movida que no nace de una
ingeniería política precisa sino del humor con que amanezca Cristina. Así se
vive, así se nos digita la vida.
Todo es improvisación según el carácter que predomine en la jefe de Estado a quién ya nada le importa demasiado. Sólo un tema la desvela: la impunidad que precisa para su salida. Sincerémonos, más le irritan los movimientos de ciertos jueces acá dentro, que las decisiones de los de afuera. Peor fue para ella, la restitución del fiscal Campagnoli que la mediación de Daniel Pollack o el quehacer de Thomas Griesa.
Todo es improvisación según el carácter que predomine en la jefe de Estado a quién ya nada le importa demasiado. Sólo un tema la desvela: la impunidad que precisa para su salida. Sincerémonos, más le irritan los movimientos de ciertos jueces acá dentro, que las decisiones de los de afuera. Peor fue para ella, la restitución del fiscal Campagnoli que la mediación de Daniel Pollack o el quehacer de Thomas Griesa.
Y es que
la Presidente está encontrando algo que no halló en once años de mandato:
límites.
El
kirchnerismo creció sin límites, y ya adulto es complicado educarlo. Lo que
sucede con un ser humano sucede con un Estado. Si se le dejó hacer a su antojo
y se le concedieron sus caprichos desde el comienzo, después es tarde. Las
consecuencias son la mala educación o su corolario: el desgobierno.
Por esa
razón, el fin de ciclo es un final cantado. El chico malcriado cuando
termine su ciclo lectivo deberá irse del colegio. La responsabilidad no es sólo
de él. Ha habido detrás quienes abonaron caprichos y aguantaron inconductas y
excesos sin protestar siquiera, lavándose las manos.
Inevitablemente
esos también deberán pagar ahora parte de las consecuencias. No fueron actores
secundarios aunque intenten ubicarse en ese sector del teatro. El voto
transforma a la víctima en victimario. De allí que votar no pueda ser lo que
aún es en Argentina, un hecho automático, un ensobrar al menos malo o dejar el
sobre en blanco. Poder se puede pero después… Y siempre hay un después.
Después, acá estamos.
En
definitiva, el default, las deudas, etc., serán patrimonio de quién asuma el
año próximo la Presidencia y de cuantos habitamos esta geografía. No hay
salida a no ser que alguien escoja Ezeiza.
Cuando el
gobierno actual ya no esté, habrá mucho para hacer. No pretendamos un final
con grandes cambios. No se puede, somos adultos como para enceguecernos con un
engaño.
El
oficialismo dejará una herencia que ya permite definir cómo será la gestión
próxima: adversa. Más allá de quién asuma en el 2015, la economía
resentida hará inviable una administración proba, en tanto las cajas quedarán
vacías. Por eso es necesario situar la esperanza más allá de los números y
las estadísticas.
Los
argentinos podrán soportar los vaivenes de una tierra arrasada durante una
década desperdiciada, pero muy difícilmente puedan sobrellevar otra década
de agresión, maltrato y división de la sociedad como ha sido esta.
Ya no
podrá reducirse todo a un Boca-River. El próximo gobierno tiene una tarea
quizás mucho más compleja que levantar un default de monedas, pues le será un
imperativo salir del defalco de antinomias y violencia.
En
definitiva, el país podría soportar otro gobierno sin grandes logros en lo
económico pero difícilmente volverá a sostener – en nombre de la democracia,
muchas veces confundida con apatía -, una autoridad perversa y maniquea como
lo es Cristina.
Hoy somos
rehenes del Frankestein que nosotros mismos fuimos armando. Los boomerang
que sufre a diario el gobierno son idénticos a los que padecemos los
ciudadanos. El kirchnerismo, en definitiva, es justamente eso: el boomerang de
los argentinos. Nos lanza al abismo porque primero, nosotros lo lanzamos…
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