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sábado, 11 de julio de 2015

Perdón por olvidar y ser apresurados en nuestros juicios



El Papa y la independencia
Papa Francisco | EFE
El vicario de Dios en la Tierra acaba de explicar en Ecuador que en estas fechas se celebra el bicentenario de la independencia de los países hispanoamericanos respecto de España, independencia "nacida de la conciencia de falta de libertades, de estar siendo exprimidos y saqueados".

Dejando aparte el significativo detalle de que dichas palabras, tan poco relacionadas con el reino de Dios, hayan sido pronunciadas en el continente de la teología de la liberación, sorprende la ignorancia necesaria para repetir tamaña vulgaridad negrolegendaria. Pues de todos los imperios que en la historia ha habido, fue precisamente el español el menos caracterizado por la opresión y el saqueo, como lo demuestra el hecho de que fue el único que desde el principio proclamó la dignidad de los nativos, inventó el derecho de gentes, germen de los actuales derechos humanos, y limitó el poder de conquistadores y gobernantes. Sobre ello se han escrito miles de páginas que no podemos repetir aquí.

Pero no ahorraremos unos breves datos. El primero, el curioso detalle de una Hispanoamérica en la que, mientras Washington y los suyos guerreaban contra Londres, nadie, ni criollos ni amerindios, tuvo el menor interés en separarse de Madrid. El segundo, el escaso interés por la emancipación de la metrópoli salvo entre unas muy minoritarias élites criollas ansiosas de manejar el cotarro sin sujeciones a la ley española. El tercero, el papel determinante de una Gran Bretaña deseosa de sustituir a España en el señorío suramericano, como probó el apoyo dado por las logias masónicas y los sucesivos gobiernos británicos a los independentistas criollos concentrados en Londres. No por casualidad el ministro de Exteriores británico, 
George Canning, pudo escribir en 1823:
Lo hemos conseguido. El clavo está puesto. La América española es libre, y si no descuidamos nuestro trabajo, es inglesa.

Respecto al carácter saqueador del Imperio español, quizá debiera conocer el Papa normas como la Real Provisión de la reina Isabel (1503) en la que mandaba al gobernador español que hiciese pagar a los nativos el jornal por su trabajo:

Lo qual hagan e cumplan como personas libres, como lo son, e non como siervos. E faced que sean bien tratados; e los que dellos fueren christianos, mejor que los otros. E non consintáis nin deis lugar que ninguna persona les haga mal nin daño nin otro desaguisado alguno.
O como las Leyes Nuevas de Indias de Carlos I (1542):

Encargamos y mandamos a los del dicho nuestro Consejo de las Indias tengan siempre muy gran atención y especial cuidado sobre todo de la conservación y buen gobierno y tratamiento de los dichos indios (…) mandamos que se informen siempre de los excesos y malos tratamientos que les son o fueren fechos por los gobernadores o personas particulares (…) y en lo que se oviere excedido o excediere de aquí adelante tengan cuidado de lo remediar castigando los culpables con todo rigor, conforme a justicia.
O como la Real Cédula de Felipe II, de 29 de diciembre de 1593:

Yo he sido informado de que los delitos que los españoles cometen contra los indios no se castigan con el rigor que se hacen en los de unos españoles con otros (…) os mando que de aquí adelante castiguéis con mayor rigor a los españoles que injuriaren, ofendieren o maltrataren a los indios, que si los mismos delitos se cometiesen contra los españoles.

Llegando al siglo XIX y al momento de la independencia mencionado por el Papa, un hecho digno de recordación fue el alistamiento masivo de los amerindios en los ejércitos realistas, sabedores de la que se les venía encima. Pues la mayor ironía del asunto reside en el hecho de que el tiempo duro para los nativos americanos comenzó precisamente con la independencia. Porque cuando la protección de las leyes españolas desapareció, los nuevos gobernantes de las recién nacidas repúblicas demostraron muy pocos escrúpulos en la tarea de limpiar la tierra de los que consideraban obstáculos para el progreso. Un solo ejemplo, precisamente de la patria del Papa; Darwin escribió sobre la localidad de Bahía Blanca en su diario:

El establecimiento es de reciente creación, y su desarrollo ha acarreado grandes trastornos. El gobierno de Buenos Aires lo ocupó injustamente por la fuerza, en lugar de seguir el prudente ejemplo de los virreyes españoles, que compraron a los indios el terreno cercano de la antigua colonia del río Negro.
También fue testigo Darwin de las matanzas de indios a manos del general Rosas, incluidas las mujeres en edad de procrear por "parir demasiado". Y, de nuevo en suelo argentino, a caballo de los siglos XIX y XX tuvo lugar el exterminio de los indígenas patagones, cuando, con la aprobación o indiferencia de los gobernantes, los grandes ganaderos, muchos de ellos ingleses, pagaban recompensa por cada indio muerto previa presentación de manos u orejas. Gracias a tan interesantes actividades grandes páginas de la historia argentina fueron escritas por personajes como Ramón Lista, Julius Popper, Mauricio Braun, José Menéndez, Alexander Mac Lennan, Esteban Bridges, Rodolfo Stubenrauch y Peter H. Mac Clelland.
En todo ello nada tuvo que ver esa "conciencia de falta de libertades, de estar siendo exprimidos y saqueados" que mencionó el Santo Padre como causa de la independencia hispanoamericana de principios del siglo XIX. Pero, indudablemente, con palabras como éstas, al igual que con las pronunciadas recientemente ante Raúl Castro, habrá conseguido una vez más el aplauso de comunistas y compañeros de viaje a la vez que el enfado de los católicos informados. Doctores tiene la Iglesia.


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