Por: Denes Martos
"La descomposición de todo gobierno
comienza por la decadencia de los principios
sobre los cuales fue
fundado".
Montesquieu
"Los EE.UU. son la única nación que
milagrosamente ha conseguido ir directamente de la barbarie a la decadencia sin
pasar por la etapa de la civilización". Georges Clemenceau
"El dinero piensa; el dinero dirige: tal
es el estado de las culturas decadentes". Oswald Spengler
Luego de que Spengler publicara su monumental La Decadencia de Occidente
[1] muchos supieron – o al menos tuvieron motivos para intuir – que, en buena
medida y en términos generales, el hombre estaba en lo cierto.
Precisamente por eso es probable que muy pocos se hayan resignado a
admitirlo. No es para nada agradable ni halagüeño que la civilización a la cual
uno mal que bien pertenece resulte calificada de "decadente", algo
que, según el Diccionario de la Real Academia, significa: declinación, menoscabo,
principio de debilidad o de ruina. [2] Es natural y predecible que uno se
rebele ante semejante pronóstico.
Sin embargo, el devenir histórico parece no darle demasiada importancia
a nuestras opiniones. Por el contrario, repasando los últimos 10.000 años de
Historia conocida y analizándolos desde diferentes ópticas, uno se encuentra
con toda una serie de raros ciclos. Desde la secuencia natural de surgimiento,
declinación y caída empleada por Edward Gibbon, [3] pasando por la metáfora
biológica de nacimiento, crecimiento, decadencia y muerte propuesta por
Spengler, hasta los ciclos de 50/60 años de Nicolai Kondratiev [4] o la opinión
del general John Glubb [5] según el cual, históricamente, un imperio dura 250
años y luego comienza a actuar la decadencia que rápidamente erosiona el
auténtico tejido social de la sociedad, de algún modo siempre hemos tratado de
explicarnos por qué las civilizaciones y culturas que construimos parecen venir
– inevitablemente – con fecha de vencimiento.
En Junio de 1978, luego de salir de la Unión Soviética, Alexander
Solyenitzin se dirigió a los miembros de la Universidad de Harvard. Analizando
la posibilidad de proponer la sociedad norteamericana como modelo para
transformar a la sociedad soviética lo que les dijo a los estudiantes de
Harvard fue: " … si alguien me preguntara […] si yo propondría a
Occidente, tal como es en la actualidad, como modelo para mi país, francamente
respondería en forma negativa. No. No recomendaría vuestra sociedad como un
ideal para la transformación de la nuestra." [6]
Demás está decir que con esta declaración Solyenitzin no se ganó
demasiadas simpatías entre los intelectuales universitarios norteamericanos,
pero quizás justo por eso vale la pena preguntarse por qué fue tan brutalmente
franco al respecto. Y la respuesta es simple: porque – tal como lo confirman
muchos de sus escritos y tal como lo expresó en numerosas entrevistas – estaba
convencido de que Occidente se halla en una severa decadencia moral y
espiritual.
Sin embargo, por importante que pueda ser la opinión de una persona
intelectualmente íntegra como Solyenitzin, lo verdaderamente significativo del
caso es que no está solo en esa convicción. Muchísimos otros han expresado lo
mismo y continúan señalándolo al día de hoy. La lista es por demás extensa
pero, tomado mayormente a los intelectuales provenientes de, o con influencia
sobre, el ámbito norteamericano – que resultan interesantes de citar
precisamente por su ubicación en unos EE.UU. que prácticamente todos consideran
algo así como el núcleo central centrifugador de la decadencia – podríamos
apuntar:
Harold O. J. Brown: The Sensate Culture: Western Civilization Between
Chaos and Transformation.
James
Burnham: The Suicide of the West
Jacques
Ellul: The Betrayal of the West
Charles
Colson/ Ellen Vaughn: Against the Night: Living in the New Dark Age
Os
Guinness: The American Hour; The Dust of Death
Carl F.
H. Henry: Twilight of a Great Civilization
John
Lukacs: The End of the Twentieth Century and the End of the Modern Age
Francis
Schaeffer: How Should We Then Live?
Herbert
Schlossberg: Idols for Destruction
Pitirim
Sorokin: The Crisis of Our Age
Jim
Nelson Black: When Nations Die
Samuel
Phillips Huntington: The Clash of Civilizations and the Remaking of the World
Order
Todas estas obras, de un modo más o menos explícito, más o menos
categórico, sustentan la tesis – o por lo menos la admiten – de que Occidente
se halla en decadencia y con un futuro seriamente comprometido.
La pregunta que se impone, pues, es: ¿qué es lo que provoca la
decadencia? ¿Cuáles son sus síntomas? ¿Cuáles sus causas?
Por supuesto que diferentes autores responden de un modo diferente a
estas preguntas. Pero, aún así, las respuestas no difieren tanto como uno
creería a primera vista. Más todavía: bien interpretadas resultan
sorprendentemente similares.
Huntington, por ejemplo, además de factores económicos y demográficos,
apunta los siguientes signos de declinación moral, suicidio cultural y
desintegración política:
Aumento de conductas antisociales tales como criminalidad, drogadicción
y violencia generalizada.
Desintegración de la familia, incluyendo: aumento de las tasas de
divorcios, hijos ilegítimos, embarazos de mujeres menores de edad y familias
con un solo progenitor presente.
Declinación del "capital social", es decir: merma de
participación en asociaciones voluntarias y la confianza interpersonal asociada
con dicha participación.
Debilitamiento general de la "ética del trabajo" y auge del
culto a la indulgencia personal.
Compromiso decreciente con el aprendizaje y la actividad intelectual que
termina manifestándose en menores niveles de logros pedagógicos y académicos.
[7]
Por su parte, Jim Nelson Black en su libro When Nations Die (Cuando las
Naciones Mueren) [8] – cuyo título me he tomado la libertad de pedir prestado
para este artículo – presenta un decálogo de síntomas de decadencia que resulta
interesante como herramienta de análisis:
Aumento de la ilegalidad y la anomia: leyes que existen pero no se
cumplen y tolerancia de actos antisociales no penados por la ley.
Pérdida de la disciplina económica.
Burocracia creciente; burocratización generalizada.
Declinación en la educación.
Debilitamiento de los fundamentos culturales.
Pérdida del respeto por las tradiciones.
Aumento de materialismo.
Surgimiento de la inmoralidad.
Decaimiento de la fe religiosa.
Devaluación de la vida humana.
Por de pronto, para que una civilización entre en decadencia no es en
absoluto necesario que aparezcan todos los diez síntomas a la vez. Black
observa que, en algunas culturas, apenas tres o cuatro fueron suficientes para
llevar a la sociedad al colapso. Por otra parte, lo ingenioso del decálogo
reside en que los síntomas se pueden agrupar para ayudar a explicar tres
grandes procesos:
A) Decadencia social: fomentada por los primeros 3 síntomas
B) Decadencia cultural: fomentada por los siguientes 4
C) Decadencia moral: fomentada por los últimos 3
Decadencia social
José Ortega y Gasset decía que "El orden no es una presión impuesta
a la sociedad desde afuera, sino un equilibrio establecido desde adentro."
[9] Toda vez que una sociedad se vuelve incapaz de garantizarse ese equilibrio
interno, se expone al desgarro del tejido social por la acción de las fuerzas
divergentes que no resultan controladas por la función de síntesis del órgano
rector de la sociedad corporizado en un Estado que manifiesta sus decisiones
políticas a través de leyes y normas explícitas.
Cuando hay leyes que sencillamente no se cumplen porque nadie quiere
hacer el esfuerzo de hacerlas cumplir – o porque nadie quiere hacerse cargo de
la antipatía que cosecharía haciéndolas cumplir – lo que se genera es un estado
de anomia. La segunda fase de este estado es la “anarquía” caracterizada por la
manifestación en el ámbito humano de la descomposición del orden natural. En
este estado anárquico, el orden natural o bien desaparece por completo, o bien
se mantiene por medios artificiales con lo cual lo que se obtiene es tan sólo
un orden formal; es decir: la apariencia de cierto orden que encubre – con
mayor o menor éxito – la anarquía subyacente. Por último y tal como lo
demuestra la Historia de todas las civilizaciones anteriores a la nuestra, si
este rumbo se mantiene, lo que ocurre al final es la decadencia irreversible
que, a su vez, culmina en el caos de la descomposición final. [10]
Anomia, anarquía y caos son las tres etapas de la desintegración social.
En su transcurso, lo que normalmente sucede es que, puesto que se pierde la
disciplina de las acciones y las costumbres, correlativamente se pierde también
la disciplina económica. El resultado es que, con distintos subterfugios y
justificativos, se gasta mucho más de lo que se recauda, se producen cantidades
de bienes y servicios perfectamente innecesarios, y para mantener la
circulación económica se deben invertir cada vez mayores esfuerzos en
controles, regulaciones y normas que – dado el estado general de anomia,
anarquía o caos – obviamente nadie cumple. La economía descarrila hacia una
insaciabilidad de lo superfluo y la hiper-burocratización del proceso
productivo no consigue poner freno a la tendencia.
Decadencia cultural
Los tres primeros síntomas de la decadencia cultural representan una
especie de reacción en cadena o bien, si se quiere, un "efecto
dominó". Si la calidad y la intensidad de la educación declinan,
inevitablemente se producirá un debilitamiento de los fundamentos culturales de
la sociedad y, una vez que esto sucede, se pierde por completo el respeto por
las tradiciones que definían y caracterizaban a dicha sociedad.
La educación (formal e informal) es central en este proceso porque sin educación
no hay cultura ya que una cultura sustentada por la ignorancia es imposible.
Por otra parte, como la transmisión de los fundamentos culturales de una
generación a la siguiente se establece precisamente a través del proceso
educativo, al fallar el proceso falla también la transmisión. Las nuevas
generaciones se desarrollan ignorando – y hasta despreciando – los valores
tradicionales con lo cual terminan perdiendo por completo su identidad
cultural.
Ahora bien, el único refugio posible para una educación carente de
tradiciones y valores culturales es el conocimiento científico formado
preferentemente por las disciplinas "duras" o axiológicamente
neutras. Por consiguiente, no es ninguna casualidad que el proceso desemboque
finalmente en dos fenómenos paralelos: por un lado el endiosamiento de la
ciencia como fuente supuestamente única y exclusiva de la Verdad y, por el otro
lado, un materialismo metodológico que postula exclusivamente causas materiales
(materia, energía y sus interacciones) para explicar el mundo natural.
El problema es que este mundo natural es mucho más complejo de lo que lo
supone el materialismo metodológico. Por eso es que las explicaciones
materialistas resultan, como señala William Dembski, "incompletas o bien,
lo que es lo mismo, las causas materiales no pueden responder por todos los
rasgos del mundo natural". [11]
Una educación de baja calidad, el debilitamiento del fundamento
cultural, la pérdida de la tradición y el auge del materialismo generan la
pérdida de la identidad cultural limitando al mismo tiempo severamente la
visión que el ser humano involucrado tiene del mundo. Con ello queda definida
una decadencia cultural muy difícilmente remontable.
Decadencia moral
La relación entre moral y religión siempre ha sido muy estrecha. Según
el historiador William J. Durant: "No hay ningún ejemplo significativo en
la historia, antes de nuestro tiempo, de que una sociedad haya mantenido
exitosamente una vida moral sin la ayuda de la religión" [12] Y esto no es
porque una moral laica sea algo imposible. Es porque, así como el materialismo
metodológico está condenado a considerar solo un subconjunto de los rasgos del
mundo natural, la moral estrictamente laica está condenada a permanecer dentro
de los límites del utilitarismo práctico y, por ende, falla en todo lo que
exceda ese marco.
Si es la pérdida de la fe religiosa la que arrastra consigo una
decadencia moral, o si es la decadencia moral la que arrastra consigo la
pérdida de la fe, eso es algo que entra dentro de la categoría de las
cuestiones similares al problema de qué fue primero, si el huevo o la gallina.
Desde el punto de vista objetivo e histórico lo único que podemos decir con
certeza es que ambos fenómenos han sido prácticamente simultáneos en todas las
civilizaciones analizadas.
Por último, el resultado del debilitamiento de la norma moral y de la
fuerza ética que le brinda una religión repercute tarde o temprano en el valor
que una cultura le adjudica a la vida humana. Si la moral pierde su dimensión
ética trascendente y se limita a la inmanencia del utilitarismo práctico, la
vida pierde también su condición trascendente y queda sujeta al mismo
criterio utilitarista. El concepto de lo sagrado sencillamente desaparece: no
queda nada intocable, nada indiscutible. Todos los valores se pueden manipular,
discutir, poner en duda, negar, desechar, menospreciar o menoscabar;
especialmente si no se les encuentra alguna utilidad inmediata en términos de
conveniencia o placer.
La decadencia actual
Cualquiera que siga con un mínimo de asiduidad los acontecimientos
mundiales actuales y que tenga, al mismo tiempo, algún somero conocimiento de
las épocas históricas de Occidente no puede dejar de establecer paralelismos
entre la época actual y las peores épocas de la decadencia de Roma o de Grecia.
Incluso fuera del ámbito de la civilización occidental, los fenómenos de
decadencia de civilizaciones anteriores a la nuestra – como Egipto o Babilonia
por ejemplo – resultan sorprendentemente similares a los que hoy pueden observarse.
Hay que tener cuidado con estas similitudes. La presencia de un fenómeno
negativo en una civilización no necesariamente significa que, por causa de ese
fenómeno, toda la civilización ya ha entrado en decadencia. Si bien algunas
civilizaciones no muy sólidamente constituidas desaparecieron rápidamente ni
bien surgieron unos pocos elementos decadentes, un imperio como el de Roma
ciertamente no sucumbió por solamente un par de los síntomas de decadencia que
apuntamos antes. De hecho, todos los que estudiaron a fondo la Historia de Roma
concuerdan en que el ocaso se produjo por toda una serie de debilidades cuyos
efectos "pueden ser evaluados de diferentes maneras, pero en combinación
tienen que haber sido en gran medida responsables del colapso". [13] De
modo y manera que, por de pronto, conviene retener un dato importante: estos
procesos rara vez son "mono-causales"; por regla general deben
intervenir varios factores, simultánea o secuencialmente, para provocar el
derrumbe.
Otra cosa a considerar es que un Occidente en decadencia de seguro que
no seguirá exactamente el mismo camino de otras civilizaciones que terminaron
convertidas en restos arqueológicos. Cuando hablamos de "decadencia",
de "colapso", de "extinción" de una civilización, muchas
personas se imaginan destinos como el de Troya, Egipto o Babilonia. Es
prácticamente imposible que algo similar le suceda a Occidente, por más
catastrófico que sea su derrumbe. [14] La civilización occidental – que no su
cultura – se halla demasiado diseminada por todo el planeta en virtud de su
tecnología y sus rutas comerciales como para desaparecer sin dejar rastros,
cubierta por las arenas de algún desierto.
Sin embargo, aun con todas estas advertencias, hay algo insoslayable:
todas las civilizaciones anteriores a la nuestra han desaparecido y no poseemos
ninguna garantía en absoluto para asegurar que la nuestra será eterna. Francis
Fukuyama intentó elaborar algo en este sentido hacia finales del Siglo XX
[15] pero su argumentación ha demostrado ser extremadamente débil; por decir lo
menos.
Por lo tanto, si estamos expuestos al riesgo del colapso decadente y si,
además, conocemos razonablemente bien los síntomas que lo anuncian, lo único
lógico y razonable que cabe hacer es actuar en forma decidida y enérgica sobre
las causas reales de las cuales esos síntomas son un reflejo.
Vale la pena repetir los síntomas:
Aumento de la ilegalidad y la anomia: leyes que
existen pero no se cumplen y tolerancia de actos antisociales no penados por la
ley.
Pérdida de la disciplina económica.
Burocracia creciente; burocratización generalizada.
Declinación en la educación.
Debilitamiento de los fundamentos culturales.
Pérdida del respeto por las tradiciones.
Aumento de materialismo.
Surgimiento de la inmoralidad.
Decaimiento de la fe religiosa.
Devaluación de la vida humana.
Teniendo estos síntomas ante la vista, no es muy difícil formular las
metas de un plan estratégico cuyo objetivo central sea el combate contra la
decadencia, al menos en sus manifestaciones más obvias y evidentes. Lo que
deberíamos hacer es:
Simplificar la legislación vigente haciéndola más compacta y coherente.
Garantizar su cumplimiento sin excepciones orientando la norma jurídica
esencialmente a la defensa de la sociedad y descartando el permisivismo
individualista que tolera y ampara actos antisociales.
Reordenar la actividad económica fomentando la producción de bienes y
servicios de la economía real, necesarios para una vida digna. Limitar los
gastos innecesarios y mantener el nivel de gasto público acorde con las
posibilidades reales brindadas por la producción concreta.
Reducir el aparato burocrático del Estado. Simplificar las normas y
procedimientos que lo rigen y hacer más eficiente el tratamiento de los datos
que maneja. Eliminar todas las instancias burocráticas que no agregan ningún
valor real a la ciudadanía. Instaurar la carrera de la función pública como
profesión especializada.
Aumentar el nivel de exigencia y calidad del sistema educativo.
Simultáneamente, diversificar el sistema con capacitación de nivel básico y
medio en artes y oficios de aplicación directa a la vida cotidiana. Colocar la
responsabilidad por el nivel educativo en el cuerpo docente y evaluar al mismo
en función de la medida en que logra producir resultados acordes con el nivel
exigido.
Rescatar, proteger y difundir los elementos culturales fundacionales de
Occidente. Entre otros elementos, restaurar la plena vigencia de lo bueno, lo
verdadero y lo bello según la tradición grecorromana y cristiana.
Instaurar el respeto por las virtudes básicas tradicionales del honor,
la verdad, la lealtad, la disciplina, la perseverancia, el trabajo, la
libertad, la valentía y la solidaridad. [16]
Establecer los límites del materialismo metodológico y proponer/difundir
criterios científicos y filosóficos válidos que permitan trascender dichos
límites ampliando la capacidad explicativa de la filosofía y la ciencia.
Los actos privados de los seres humanos, mientras no afecten a terceros
y se desarrollen en la intimidad, no tienen por qué estar sujetos al ámbito
regulado por las leyes. No obstante, hay que entender que es preciso actuar
decididamente contra la manifestación pública de la inmoralidad y sus
justificaciones intelectuales, especialmente en aquellos casos en que las
actitudes inmorales resulten, abierta o solapadamente, propuestas como normas
de conducta "naturales" o "normales" para el resto de la
sociedad.
Respetando las auténticas y sinceras manifestaciones religiosas,
fomentar la vigencia de las cuatro virtudes cardinales de la prudencia, la
justicia, la templanza y la fortaleza apoyadas sobre el basamento de las tres
virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad.
Declarar y aceptar que la vida humana es sagrada en todos sus estadios
de desarrollo. Arbitrar los medios para protegerla mediante instituciones
sólidas – como la familia tradicional correctamente constituida – y
desalentar/rechazar prácticas que la destruyen bajo diferentes pretextos.
Resulta por demás obvio que establecer un listado de metas es
relativamente fácil; lo difícil es, por supuesto, generar las condiciones y
adquirir el poder necesario para concretarlas a fin de rescatar a los
Estados-Nación y a las naciones mismas del proceso de disolución en el que se
hallan sumergidas.
Pero el hecho es que, si queremos evitar la decadencia, ésa es la tarea
que nos espera.
Porque, de no hacer nada al respecto, lo único que cabrá hacer en Occidente
es esperar la llegada de los nuevos bárbaros.
O ni siquiera eso.
Porque, a lo mejor, ya llegaron.
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NOTAS:
1)- 1er tomo 1918 / 2° tomo 1923 Cf.
http://lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com.ar/p/listado-de-obras-publicadas-autor.html
2)- http://lema.rae.es/drae/?val=decadencia
3)- Edward Gibbon (1737-1794) - Historiador británico. Se lo considera
como el primer historiador moderno y uno de los historiadores más influyentes
de todos los tiempos. Su obra principal, The History of the Decline and Fall of
the Roman Empire (Historia de la decadencia y caída del Imperio romano),
publicada entre 1776 y 1788, es un trabajo fundamental cuya influencia perdura
hasta hoy.
4)- Nicolai Kondratiev (1892-1938) - Economista ruso. Elaboró la teoría
en la que se basó la NEP (Nueva Política Económica) adoptada por Lenin y
participó en la elaboración del primer Plan Quinquenal de la Unión Soviética.
Se opuso a las colectivizaciones forzadas impuestas por Stalin por lo que fue
arrestado, encarcelado y finalmente fusilado.
5)- Sir John Bagot Glubb (1897 –1986), conocido como Glubb Pasha.
Militar, intelectual y autor británico. Condujo y adiestró a la Legión Árabe
Transjordana entre 1939 y 1956 como su Comandante General.
6)- Alexander Solyenitzin, Semblanza de Alexander Solyenitzin, pág. 51
Artículo: Un Mundo Escindido.
Cf.
http://lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com.ar/p/listado-de-obras-publicadas-autor.html
-
7)- Huntington, Samuel P.:
The Clash of Civilizations, The Clash of Civilizations and the Remaking
of the World Order p. 304 - New York: Simon and Schuster, A Touchstone Book,
1996
8)- Black, Jim Nelson: When
Nations Die - America on the brink. Ten warning signs of a culture in crisis. (Cuando las Naciones Mueren - Norteamérica al borde. Diez signos de
advertencia de una cultura en crisis.) Wheaton, IL: Tyndale, 1994.
9)- Ortega y Gasset, José: Mirabeau o el político, 1928/29
10)- Cf. Martos, Denes: Doce Buenos Años, 2011-52. Entre la anomia, la
anarquía y el caos.
http://denesmartos.blogspot.com.ar/p/doce-buenos-anos.html
11)- Dembski, William
A.: No Free Lunch: Why Specified Complexity Cannot Be Purchased without
Intelligence (Lanham, Md.: Rowman and Littlefield, 2002a). El énfasis es mío.
12)- Durant, William
J.: The Story of Civilization, New York: Simon & Schuster.
(1935/1975)
13)- Dudley, Donald; The
Civilization of Rome (New York: Meridian, 1993), p. 238.
14)- Excepción hecha, quizás y hasta cierto punto, de un desastre
engendrado por una guerra nuclear.
15)- Fukuyama, Francis; El fin de la historia y el último hombre.
Editorial Planeta. 1992.
16)- Cf. Martos, Denes; Las Nueve Nobles Virtudes, Cf.
http://denesmartos.blogspot.com.ar/p/blog-page.html
Magnífico trabajo Denes!. Muy esclarecedor y con un toque de esperanza al final como para no quedarse solo con el mal gusto que nos deja esta mirada profunda de la realidad.
ResponderBorrarSaludos. Daniel Lorenzatti