21 de
septiembre de 2007 Publicado por Hilda
El
virreinato del río de la Plata, subsistió por el lapso de treinta y tres años,
desde su creación, en el año 1776, por el rey español, Carlos III, ante el
avance de los portugueses, problema que persistirá no sólo durante la etapa
virreinal, sino luego de la emancipación, sucediéndose en el mando once
virreyes, que eran la máxima autoridad en el territorio americano.
Don Pedro de Ceballos, es recordado como el primero de
esa serie de virreyes, que llegó a América, desde, Cádiz, al mando de una gran
expedición de aproximadamente 10.000 hombres y 116 naves, para luchar contra
los portugueses, con el fin de reconquistar los territorios usurpados por ellos
a la corona española, venciéndolos en 1776, en Colonia del Sacramento,
resolviéndose provisoriamente la cuestión, con la firma del tratado
de San Ildefonso (1 de octubre de 1777).
Había
sido gobernador de Buenos Aires entre los años 1757 y 1766. Su gobierno como
virrey, se extendió desde 1776 hasta 1778. Su cargo, que se duda si en un
principio era provisorio o definitivo, adquirió este último carácter, sin
discusión, a partir del 20 de octubre de 1777. desde allí, propendió al
desarrollo de la ciudad de Buenos Aires sobre todo en materia comercial,
permitiendo el ingreso al puerto de buques mercantes españoles, por aplicación
de la Ley de Libre Comercio de 1778. Esta ley además promovía la construcción
de naves, sobre todo, de alto tonelaje, autorizando a funcionar como puertos a
los de Buenos Aires, Montevideo y Maldonado, y el establecimiento de consulados
en dichos puertos.
El
segundo virrey fue Don Juan José de Vértiz y Salcedo, nacido en México,
y formado culturalmente en España, que fuera gobernador del Río de La Plata
durante el lapso comprendido entre los años 1770 y 1777.
Fue
designado virrey en 1778 para suceder a Ceballos, y realizó una labor tendiente
a engrandecer a la ciudad de Buenos Aires, que contó a partir de su gestión con
alumbrado público, y un muelle frente a su puerto. El hostigamiento al que era
sometida la población a causa de las incursiones indígenas, lo motivó a
organizar la defensa de los poblados. Su nombre de “Virrey de las Luces” por la
instalación del alumbrado público, podría servir también para designar su
ambiciosa obra cultural. Siendo gobernador en 1772 ya había fundado el Real
Colegio de San Carlos, y la Casa de Niños Expósitos. Por su accionar, la ciudad
contó con una sala de teatro por primera vez, en 1771, que se denominó “La
Ranchería” y se pudieron imprimir libros y panfletos trayendo la imprenta que
los Padres de la Compañía de Jesús tenían en Córdoba. Extendió en el virreinato
el sistema de intendencias, aplicándose la Real Ordenanza de Intendentes de
1782 por la cual el territorio se dividió en ocho intendencias y cuatro
gobernaciones militares. Incentivó la agricultura, los saladeros y la industria
minera. Los establecimientos ganaderos, con excepción de los tambos fueron
alejados de los alrededores de la ciudad de Buenos Aires. En 1783, instaló la
Real Audiencia de Buenos Aires, por orden del rey Carlos III de España. Fundó
ciudades como las entrerrianas de Concepción del Uruguay, Gualeguay y
Gualeguaychú. Trazó una línea de frontera por el sur que subsistió hasta a
independencia y por el norte, aseguró la frontera chaqueña. Persiguió a los
vagos, mendigos, bandidos y tahúres, y creó la Casa de Corrección de Mujeres.
El tercer
virrey fue Don Nicolás del Campo, Marqués de Loreto, quien ocupó el
cargo el 7 de marzo de 1784, luego de que Vértiz presentara su renuncia.
Continuó la labor progresista de su antecesor, nivelando las calles y
empedrando la barranca de acceso al río, fomentando la agricultura, la
ganadería, modernizando los puertos e incentivando los saladeros. Exigió la
marcación de la hacienda y los cueros, y fomentó la exportación de trigo.
Durante su mandato, se produjo la primera exportación de carne seca salada o
tasajo. Inició una política de pacificación con los indios, basada en el
intercambio comercial. Renunció el 4 de diciembre de 1789.
Fue Don
Nicolás Antonio de Arredondo, prestigioso militar, que ya había ejercido
como funcionario en Cuba, y gobernador en el territorio de la actual Bolivia,
el cuarto en ocupar el cargo de virrey. Su desempeño, fue eficaz, logrando en
materia de seguridad, la fortificación de Montevideo, y crear cuerpos
policíacos. Impulsó la ganadería, introduciendo ovejas de raza merino,
incrementándose la producción lanera. Además fomentó la minería. Comenzó el
empedrado de la Plaza Mayor y de lo que es hoy, calle Rivadavia. Propició la
exportación, además de cueros de vaca, de las de tigre, zorro, lobo y venado, y
pieles de vicuña y chinchilla. Aunque nunca fue significativo el comercio de
negros en la región, en 1791, su tráfico se declaró libre. En 1794, a petición
de los comerciantes locales se instaló el Consulado de Comercio de Buenos
Aires. Renunció un año más tarde.
Don Pedro
Melo de Portugal y Villena, ocupó el lugar número cinco en la lista virreinal en el Río de la
Plata. Su mandato se extendió desde el 16 de marzo de 1795 hasta el 15 de abril
de 1797, fecha en que falleció, por un accidente, cuando cayó de su caballo,
mientras se dirigía hacia Montevideo. Fue sepultado con su espada, en el Altar
Mayor de la Iglesia San Juan Bautista. Militar de carrera, ocupó cargos
políticos como gobernador e intendente antes de ocupar la cima de los cargos en
el gobierno americano. Continuó el embellecimiento de la ciudad de Buenos
Aires, con obras de empedrado. Reforzó las fronteras con los indios, y ordenó
la fundación de la villa que llevó su nombre “Villa de Melo” (Hoy Melo, ciudad
urugaya), el 27 de junio de 1795, que sufriría varias invasiones portuguesas.
Para remediar las dificultades del desabastecimiento de granos, dispuso que se
crearan depósitos de trigo. Mejoró la residencia del virrey, con suntuosos
muebles, para iniciar la costumbre de la realización de reuniones sociales.
A don
Pedro de Melo le sucedió Don Antonio Olaguer y Feliú, que fuera
gobernador de Montevideo. Se desempeñó como virrey entre el 2 de mayo de 1797 y
el 14 de mayo de 1799. El clima político-militar que le tocó en su contexto
gubernativo no era demasiado propicio. Las ideas liberales de la Revolución
Francesa comenzaban a hacerse sentir también en la zona del Plata, y los
ingleses y portugueses, se mostraban como una amenaza concreta.
A este
sexto virrey le continuó Don Gabriel Avilés y Del Fierro, que como obra
destacable, que inició siendo gobernador de Chile, en 1796, reconstruyó el
Hospital San Juan de Dios, en Santiago, el colegio jesuita de San Pablo volvió
a funcionar, y continuó con una importante obra pública, sobre todo de empedrado.
En 1799 fue nombrado virrey del Río de la Plata, cargo que ocupó por dos años.
Liberó a los guaraníes del pesado sistema de encomiendas y estableció en las
fronteras con los aborígenes, poblamientos españoles. En lo cultural, en este
período, se creó el Tribunal del Protomedicato, para custodiar el buen
ejercicio de la medicina, la escuela de Náutica y apareció el primer diario
porteño: El Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Historiográfico
del Río de la Plata que subsistió hasta 1802. En el año 1800 dejó este cargo
para desempeñarse como virrey del Perú.
Don
Joaquín del Pino, ocupó
el número de orden octavo en esta nómina, y ejerció este cargo en el lapso
1729-1804. Fue un virrey que trascendió por su obra, ya que estimuló el
comercio, instalando puestos de venta en la Recova de Buenos Aires, que mandó
construir y amplió el puerto.
También
concluyó la obra por la que se emplazó la plaza de toros y el empedrado de las
calles, obra que continuó haciéndose efectiva, al igual que en los mandatos de
sus predecesores. La amenaza portuguesa lo obligó a fortificar la frontera, e
inició tratativas para mejorar la relación con la población aborigen. En
materia educativa, creó las escuelas de Medicina y la de Dibujo. Puso especial
énfasis en la explotación minera. Murió en 1804, habiendo designado como
sucesor a Don
Rafael de Sobremonte, que se listaría como el número 9, y que quedaría
en la historia ocupando el primer puesto entre los virreyes que se destacaron
por su cobardía. Esa fama se la ganó cuando huyó de Buenos Aires llevando los
caudales públicos hacia Córdoba, donde había ejercido como
gobernador-intendente, durante quince años, desde 1784, y había realizado allí
una muy buena gestión, mientras los ingleses tomaban Buenos Aires, en la
Primera Invasión Inglesa de 1806. Cuando le avisaron que los ingleses estaban
entrando en la ciudad, el virrey estaba en el teatro, y dio la orden de que no
se dijera nada, para no causar alboroto en el teatro. En apoyo de este tan
criticado virrey, podemos decir que había una disposición que establecía que en
caso de que la capital fuera atacada y su defensa se hiciera imposible, habría
que trasladarse a Córdoba para organizar desde allí la defensa, y el tesoro
público habría sido llevado con él para salvarlo del enemigo, siendo depositado
en Luján (provincia de Buenos aires) antes de seguir rumbo a Córdoba, pero los
ingleses se apoderaron de él, a cambio de la restitución de las embarcaciones.
Puede sí objetarse que para la defensa de la ciudad no dedicó demasiados
esfuerzos, ya que la organización para enfrentar a los ingleses no gozó ni de
táctica ni de estrategias mínimas.
El 14 de
julio de 1806, Sobremonte estableció en Córdoba la capital virreinal y allí
preparó un ejército. La Reconquista estuvo a cargo de Santiago de Liniers,
quien ganó gran prestigio por su accionar, y fue nombrado a cargo del poder
militar, como comandante de las fuerzas, mientras la Audiencia tomaba el mando
civil. Un Cabildo Abierto reunido en Buenos aires decidió la destitución del
virrey Sobremonte, quien fue reemplazado por Liniers.
Fue Santiago
de Liniers, el que ocupó el puesto número 10, de un listado que estaba
llegando a su fin. Era un militar francés, de noble origen, al servicio de la
corona española, que arribó a las tierras del virreinato del río de la Plata
como comandante de una escuadrilla. Ya dijimos que fue el héroe de la
Reconquista de Buenos Aires, y este hecho determinó su nombramiento como virrey
con enorme popularidad, que pronto fue perdiendo ya que su carácter se mostró
cada vez más reactivo y su moral fue cuestionada por sus relaciones
escandalosas con Anita Perchón. Álzaga, también había logrado gran prestigio durante
las invasiones inglesas, ya que fue el héroe de la defensa de la ciudad durante
la Segunda Invasión, pues Liniers había sido derrotado en Miserere y Álzaga se
negó a entregar la ciudad, que logró resistir con la ayuda de Liniers.
En el año
1807, los franceses pasaron por España e invadieron Portugal. La Corte
portuguesa se trasladó a Río de Janeiro. Uno de los grandes objetivos del
príncipe portugués era el río de la Plata, y en esa situación crítica su
gobierno fue cada vez más difícil.
Desde
Montevideo, su gobernador, el general Elío se opuso al gobierno de Liniers,
estableciendo una Junta que gobernaría a sus espaldas. Álzaga, estaba también
en el bando opositor. Su prestigio decayó aún más, cuando Napoleón invadió
España, y su condición de francés lo hacía sospechoso de traición. En esa
circunstancias fue reemplazado por el general de marina, Baltasar
Hidalgo de Cisneros, que había participado en la oposición a la invasión napoleónica
en España.
Su destino fue trágico, aliado a la causa española, luchó contra la liberación de las colonias americanas y fue fusilado por orden de la Primera Junta de Gobierno.
Su destino fue trágico, aliado a la causa española, luchó contra la liberación de las colonias americanas y fue fusilado por orden de la Primera Junta de Gobierno.
Baltasar
Hidalgo de Cisneros, ocupó
el último lugar, siendo el que terminó con el mando virreinal en el río de la
Plata. Llegó a Buenos Aires el 2 de agosto y fue bien recibido por el pueblo.
En
ejercicio de su cargo, que ejerció a partir de 1809, ordenó un censo de
extranjeros, en forma secreta, que encubría la determinación de acabar con
ellos. La cifra alcanzó el número de cuatrocientos. A pesar de observar el
monto elevado con que se cubrían los servicios de las tropas los mantuvo, para
preservar la seguridad, aunque luego tuvo que contentarse por razones
financieras con reducir los cuerpos urbanos a dos batallones de patricios: los
Montañeses de Andalucía y el de Arribeños. También creó el Juzgado de
vigilancia política, para detectar posibles conspiraciones contra el poder
español.
En
materia económica había recibido instrucciones de beneficiar a los comerciantes
españoles, que reclamaban derechos comerciales exclusivos. La llegada de barcos
ingleses, a pesar del monopolio beneficiaba las arcas coloniales, lo que le
acarreaba un conflicto de intereses, con los del Cabildo, el Consulado, y los
comerciantes españoles, que exigían la vigencia del monopolio y el
proteccionismo. El Consulado finalmente aceptó el proyecto de Cisneros de
permitir el comercio con los ingleses, pero con enorme número de restricciones,
que lo hacían prácticamente inoperante. En 1809, se sancionó el Reglamento de
Libre Comercio, lo que produjo un gran crecimiento económico. Los focos
revolucionarios de Chuquisaca y la Paz fueron sofocados por su orden, pero no
pudo impedir que la prisión del rey Fernando VII, hiciera caducar su autoridad
que emanaba de la corona, y fue reemplazado por la Primera Junta de Gobierno de
1810, establecida el 25 de mayo. Un día antes, una Junta rechazada por el
pueblo y las milicias había establecido una Junta presidida por el propio
Cisneros.
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