La educación de élite
produce “borregos excelentes”
Son “súper personas”, el nombre que les dio James Atlas, editor de The
New York Times Magazine y presidente de Altas & Company. Tienen varias
carreras, practican deporte como si fuesen profesionales, pueden hablar en
varios idiomas, manejan a la perfección un instrumento musical, han ofrecido
ayuda en los rincones más desfavorecidos del planeta, y han convertido sus
hobbies en una provechosa afición. Han estudiado en las grandes universidades,
y el futuro está en sus manos. Tiene que estarlo, con tan brillante currículum.
Pero también están llenos de miedo, inseguridad, angustia y timidez. Apenas
muestran preocupaciones intelectuales y desconocen qué quieren hacer con su
vida, más allá de ganar dinero a espuertas, seguir el camino que profesores y
padres han construido para ellos, y conseguir la aprobación de los demás.
Esta es la paradoja que late en la vida de los universitarios de los
centros de élite americanos, mantiene el profesor de Yale William
Deresiewicz, que ha expuesto su tesis en un ya célebre artículo publicado
en The New Republic y en su libro Borregos excelentes: la mala educación de
la élite americana y el camino a una vida plena, publicado por Free Press.
Deresiewicz ha comprobado con sus propios ojos y ha vivido en su propia piel la
frustrante experiencia del estudiante de Harvard, Yale o el resto de centros de
la Ivy League, que los convierte en esos “borregos excelentes” del título: “Son
excelentes porque cumplen todos los requisitos para entrar en una facultad de
la élite, pero es una excelencia muy limitada. Son chicos que cumplirán todo
aquello que les mandes, y que lo harán sin saber muy bien por qué lo hacen.
Sólo saben que volverán a pasar por el aro”. No se trata de un nombre
inventando por el escritor. Al contrario, fue el concepto con el que uno de sus
alumnos se describió a sí mismo.
Ganado para alimentar la máquina
Desde los años 60, asegura Deresiewicz, los valores que rigen los
grandes centros educativos han cambiado por completo aunque, en apariencia,
sigan defendiendo la excelencia y el auxilio de los más desfavorecidos. “Auto
exaltación, estar a servicio nada más que de ti mismo, una buena vida pensada
sólo en términos del éxito convencional (riqueza y estatus) y ningún compromiso
real con el aprendizaje, el pensamiento, y con convertir el mundo en un mejor
lugar” son los valores que, según el profesor, rigen el comportamiento de sus
alumnos. Pero ellos no son los culpables, sino las víctimas. Entre la larga lista
de responsables, Deresiewicz señala a los institutos privados, a los ambiciosos
padres, al sistema de admisión, a las grandes marcas universitarias, a los
empleos donde estos serán contratados y, en general, a la mentalidad de clase
media-alta.
Cada vez que ven que la luz roja se enciende, tienen que pulsar el botón, pero hay un momento en el que dejan de decirles lo que tienen que hacer
Cada vez que ven que la luz roja se enciende, tienen que pulsar el botón, pero hay un momento en el que dejan de decirles lo que tienen que hacer
El producto –es decir, los nuevos licenciados– parece perfecto. Pero,
debajo de esa imagen homérica y dinámica del que algún día se convertirá en CEO
de una gran empresa se encuentra latente una gran inseguridad. Esta se
caracteriza, sobre todo, por una enfermiza aversión al riesgo. “Por
definición, nunca han experimentado algo que no sea el éxito”, explica
Deresiewicz. Y está en lo cierto. Los requisitos académicos y personales para
ser admitido en cualquiera de estos centros son tan elevados que conseguir
menos que un sobresaliente no es una opción. Por ello, “al no tener margen
para el error, evitan los posibilidad de cometerlo”. Uno de sus alumnos
miró a su profesor como si fuese un alienígena cuando le sugirió que quizá
dedicar menos tiempo para el estudio le serviría para reflexionar sobre lo que
ha aprendido. Otro manifestaba sentirse completamente inseguro ante la posibilidad
de verse obligado algún día a comer solo.
Algo que se refleja en las estadísticas de salud mental de los
estudiantes, que se encuentran en su momento más bajo de los últimos 25 años. “Es
casi como un experimento cruel con animales”, explica en una entrevista con The Atlantic. “Cada vez
que ven que la luz roja se enciende, tienen que pulsar el botón”. Entre todos
esos requisitos se encuentran la música o participar en una organización
caritativa, algo que Deresiewicz explica que no hacen para los demás, sino para
sí mismos y sus currículos. “La experiencia ha sido reducida a su función
instrumental”. Por ello, durante cuatro años, los que aspiran a matricularse en
una gran universidad se dedican exclusivamente a tachar de su lista todos esos
hitos que deben haber alcanzado, pero nunca llegan a reflexionar sobre si
realmente desean ser ricos y poderosos.
El terrible mundo real
Una vez llegan a la universidad, esta no plantea ningún problema. No
tienen más que seguir el camino preestablecido y todo irá bien. Además, los
cursos no son muy exigentes, recuerda Deresiewicz. Se ha llegado a un “pacto de
no agresión” entre profesores y estudiantes, por el cual los alumnos son
“clientes” que reciben altas calificaciones a cambio de un esfuerzo mínimo.
Mientras tanto, los profesores siguen profundizando en sus proyectos de
investigación, lo que realmente garantiza que reciban incentivos económicos.
Es después de abandonar los estudios cuando la realidad se presenta
amenazadora. “Por supuesto que están estresados”, recuerda el profesor. “Nunca
han tenido la posibilidad de encontrar su propio camino. El problema es que hay
un momento en el que dejan de decirles qué tienen que hacer”. Delirios de
grandeza y depresión son dos de los grandes problemas a los que tienen que
enfrentarse. El primero, ocasionado por el hecho de que sus padres les hayan
dicho que son los mejores y los más listos desde su infancia, un refuerzo
positivo que desaparece en el momento en que se dan cuenta de que, como decía
David McCullough, no son especiales. Han dejado de medir su valía
de forma realista, lo que provoca que su autoestima se desmorone a la primera
de cambio.
Wall Street se dio cuenta de que las facultades están produciendo licenciados muy listos y completamente centrados en el trabajo, que no tienen ni idea de lo que quieren
Wall Street se dio cuenta de que las facultades están produciendo licenciados muy listos y completamente centrados en el trabajo, que no tienen ni idea de lo que quieren
William Deresiewicz
Irónicamente, las personas que tendrían la posibilidad de hacer todo lo
que quisieran, terminan siguiendo carreras muy similares. Que son justo
aquellas en las que son necesarios trabajadores y líderes que sigan caminos
preestablecidos, que se muevan únicamente por las ansias de dinero, estatus e
influencia, y que no cuestionen el estado de las cosas. Es el caso de la bolsa
americana. Como señala una cita del periodista de Newseek Ezra Klein que
reproduce Deresiewicz, “Wall Street se dio cuenta de que las facultades
están produciendo una gran cantidad de licenciados muy listos y completamente
centrados en el trabajo, que tienen una gran resistencia mental, una buena
ética de trabajo y ni idea de lo que quieren”.
En última instancia, recuerda el autor, se trata de lucha de clases.
Pero no entre las clases bajas y las altas, sino entre los diversos escalones
de las élites, a los que cualquier otro camino les parece una excentricidad.
Como recuerda el periodista, el número de estudiantes de la mitad menos rica de
la sociedad se ha reducido en la educación de élite desde el 46% de 1985 al 15%
actual. Y como explicaba el fundador del Proyecto Minerva Ben Nelson, los habituales métodos de
selección de los estudiantes de las universidades de élite no hacen nada más
que dar preferencia a los más ricos, puesto que ellos son los que tienen el
dinero para contratar a los mejores profesores y enrolar a sus hijos en las
clases de música, fútbol americano, matemáticas, francés, béisbol, viajes al
extranjero, economía y literatura que necesitan para garantizarse su puesto en
la élite.
Visto en : Arucas Blog
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