Un profundo hedor se expande por todas partes. Esa peste insoportable
tiene dueño: los dioses que trafican con la muerte y el dinero. A esos seres
llamados “de bien”, les sale de sus gargantas putrefactas la peste más
infinitamente insoportable.
A pesar de la inexpresión de sus caras, cuando quieren eructar, se
contraen agarrándose la barriga para poder sacar al exterior toda la porquería
que llevan dentro. Es el único esfuerzo que hacen. Y cuando ese tapón corrosivo
alcanza la garganta, las cuerdas vocales suenan aceitosas. Está claro que sus
intestinos se revelan contra el cuerpo y hacen que los dioses de las finanzas y
de las puertas giratorias esputen y echen su mucosa amarilla y asquerosa al
exterior. Pero antes de salir, esa gelatina de odio, les llaga la boca y les
hace vibrar la lengua, haciéndoles eructar y exhalar el humillo pestilente de
sus entrañas.
No son muchos, pero huelen demasiado mal. Aunque se pongan perfume caro
para disimular su hedor, huelen mal, muy mal. Huelen tan mal, que dejan
impregnada la vida de las personas condenándolas a la muerte por asfixia.
Estos dioses del saqueo, salen como zombies de las cloacas infestadas de
parásitos para hacer lo mismo: parasitar y corroer todo lo sano que encuentran.
Sólo eructan y eructan y echan el vaho mortal a los seres humanos que hallan en
su camino. Aplastan, malversan, roban, incendian, matan y reducen la naturaleza
a la nada para luego convertirla en una gran Bolsa o en un gran bingo.
Luego, los dioses de la carroña vuelven a sujetarse la barriga para
acompañar en su impulso, el esputo asqueroso. Y en ese preciso momento, la peor
de las pestes invade el aire produciendo una neblina pegajosa que ahoga al
pueblo y lo va matando poco a poco, por estratos.
Los reconocerán porque se contraen y eructan cifras, estadísticas y se
lucran con negocios sucios y paraísos fiscales. Al mismo tiempo intentan
sonreír pero cada vez que hacen un gesto con la boca, el líquido amarillo les
rebosa por la comisura.
Asco, sí, dan mucho asco. Y mucho más cuando algunos de esos dioses del
eructo, tienen cargos públicos y condenan al pueblo a su insoportable tufo.
¡Qué asco dan, sí!
Y parecen gente normal pero también ellos se contraen, se agarran la
barriga y producen ese sonido gutural que saca al exterior la más grande de las
pestes. Y no pueden disimularlo. Es demasiado estridente el ruido y letal su
pestilencia.
Estos seres que estrangulan nuestros derechos, acaban con todo; se
apoderan de todo. Hay que tener mucho cuidado porque, mientras se hacen
fotografías con niños, ancianos y personas dependientes, les están al mismo
tiempo eructando y vomitando encima llevándolos a la asfixia . Y es que las
personas no tenemos valor para estos dioses de la mentira y los recortes; sólo
somos útiles mientras saquen de nosotros algún beneficio. Cuando ya no
servimos, nos arrastran con el hedor de sus eructos a una muerte rápida y lo
más barata posible.
Cuando llega la noche, estos seres oscuros, vuelven a su alcantarillado
para sumar beneficios en mesas de sangre. Y allí, en la negra humedad de las
fosas sépticas, descansan agarrando sus maletines, sus números y sus guiones de
mentiras que dirán al pueblo mañana; al pueblo que va quedando vivo y que no ha
muerto aplastado y asfixiado por la ingravidez del eructo.
Pero no todo está arrasado por estas élites de la peste, la putrefacción
y la muerte. Ahora, sus bocas tiemblan mientras contienen la asquerosa masa
infecta en su interior. A través de sus ojos inexpresivos de psicópatas
observan la desobediencia de una buena parte del pueblo. Tienen miedo y por eso
intentan aporrear, controlar, legislar y dar más vueltas de tuerca a ese
garrote vil que nunca dislocará la fuerza que tiene la verdad ni la
inquebrantable solidaridad de los pueblos.
Marta Salido / El Despertar de la tortuga
No hay comentarios.:
Publicar un comentario