Trece años después del 11 de Septiembre, persiste
la ceguera
Thierry Meyssan fue el primero en demostrar que lo
que nos decía la versión oficial sobre el 11 de Septiembre era imposible y en
llegar a la conclusión de que aquellos hechos iban a ser utilizados para
justificar una profunda modificación de la naturaleza y la política del régimen
estadounidense.
Desde
entonces, la mayoría de sus lectores siguen profundamente interesados en lo que
sucedió aquel día mientras que el propio Meyssan ha seguido adelante,
comprometiéndose en contra del imperialismo en Líbano, en Libia y actualmente
en Siria. En este artículo, Thierry Meyssan refiere nuevamente los hechos de
aquel día.
RED
VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 12 DE SEPTIEMBRE DE 2014
Thierry Meyssan |
Los
acontecimientos del 11 de Septiembre de 2001 se mantienen en la memoria
colectiva bajo la apariencia que les dieron los medios de prensa: atentados de
enorme envergadura perpetrados en Nueva York y Washington. Pero aún siguen
manteniéndose ocultos los objetivos del poder, que sufrieron un profundo cambio
aquel día.
Cerca de
las 10 de mañana, cuando ya habían tenido lugar los atentados contra el World
Trade Center y el Pentágono, el consejero antiterrorista de la Casa Blanca
Richard Clarke puso en marcha el programa de «Continuidad del Gobierno». El
objetivo de ese programa es tomar el lugar del poder ejecutivo y del poder
legislativo estadounidenses en caso de destrucción provocada por una guerra
nuclear. No había por lo tanto ninguna razón para ponerlo en marcha aquel día.
Pero a partir de su aplicación, el presidente George W. Bush fue depuesto de
sus funciones, que pasaron a manos de un gobierno militar.
Durante todo
aquel día, el Poder Militar puso bajo su control a los miembros del Congreso de
Estados Unidos y sus respectivos equipos de trabajos manteniéndolos detenidos
en dos bunkers de alta seguridad que se hallan cerca de Washington, Greenbrier
Complex (en Virginia Occidental) y Mount Weather (en Virginia).
Los
militares no devolvieron el poder a los civiles hasta el final del día y el
presidente Bush pudo dirigirse a sus conciudadanos hacia las 20 horas.
El hoy ex
presidente George W. Bush estuvo vagando por el país durante todo el día.
Estuvo en 2 bases militares y en ambas exigió que le trajeran un vehículo
blindado para no atravesar la pista a pie, porque temía que lo abatiese alguno
de sus propios soldados. El presidente Vladimir Putin, quien estuvo todo el día
tratando de hablar con él por teléfono –para evitar un malentendido y que
surgiese algún tipo de acusación contra Rusia– nunca pudo ponerse en contacto
con él.
Hacia las
16 horas, el entonces primer ministro de Israel, Ariel Sharon, apareció en televisión
para decirles a los estadounidenses que los israelíes conocían los horrores del
terrorismo desde hacía mucho y que compartían el dolor del pueblo de Estados
Unidos. Y de paso anunció que los atentados habían terminado, algo que sólo
podía saber estando implicado en ellos.
Podemos
seguir discutiendo eternamente sobre las innumerables incoherencias de la
versión oficial de los atentados del 11 de Septiembre. Pero hay un hecho en
particular que resulta indiscutible: el «Programa de Continuidad del Gobierno»
fue activado sin que hubiese razón para ello. En cualquier país del mundo, la
destitución del presidente y el arresto de los parlamentarios por parte de las
fuerzas armadas tiene un solo nombre: es un golpe de Estado militar.
Algunos argumentarán que George W. Bush recuperó
sus prerrogativas presidenciales al final de aquel mismo día. Es interesante
saber que eso es precisamente lo que aconsejaba el neoconservador
israelo-estadounidense Edward Luttwak en su Manual del golpe de Estado. Según
Lutwak, un buen golpe de Estado es aquel en el que nadie se da cuenta de que se
ha producido un golpe de Estado porque mantiene en el poder a quienes lo
ejercen… pero les impone una nueva política.
Aquel día
se impuso el principio del estado de urgencia permanente en Estados Unidos,
principio que rápidamente se tradujo en actos con la adopción de la USA Patriot
Act. Y también se impuso el principio de las guerras imperialistas, que fue
consagrado en pocos días por el presidente George W. Bush en Camp David:
Estados Unidos tenía que atacar Afganistán, Irak, Libia y Siria –utilizando el
Líbano en el caso de Siria– así como Sudán, Somalia y, finalmente, Irán.
Hasta
este momento sólo ha podido concretarse la mitad de ese programa. El presidente
Obama anunció anoche [11 de septiembre de 2014] su decisión de continuar su
aplicación en Siria.
Hace 13
años, la mayoría de los aliados de Estados Unidos se negaron a ver lo que ya
era evidente, privándose por lo tanto a sí mismos de la posibilidad de
anticipar la política de Washington. Si es cierto que sólo el tiempo permite
ver claramente la verdad, estos 13 años deben haber aclarado las cosas: se ha
concretado todo lo que yo anunciaba, todo lo que mis contradictores calificaban
de «antiamericanismo». Y, por ejemplo, mis contradictores se quedaron
estupefactos cuando la OTAN se apoyó en al-Qaeda para derrocar la Yamahiria
Árabe Libia.
Estoy
orgulloso de haber alertado al mundo sobre el golpe de Estado [que había tenido
lugar en Estados Unidos] y sobre las guerras que iban a producirse a
continuación. Pero me entristece ver que la opinión pública occidental se quedó
empantanada en una discusión sobre la imposibilidad material de que la versión
oficial sea cierta. Sin embargo, observo que hay elementos de aquel día que aún
se mantienen ocultos, como el incendio que devastó las oficinas del Eisenhower
Building, el anexo de la Casa Blanca o el misil disparado ante el World Trade
Center y que fue grabado por una televisión de Nueva York (verlo aquí abajo).
La guerra
sigue destruyendo los países musulmanes mientras que los occidentales,
decididamente ciegos, siguen discutiendo sobre la caída de las torres.
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