Hace apenas unos días, hemos podido ver de qué manera un sonriente Sebastián Piñera le pasaba los atributos del poder a su sucesora Michelle Bachelet. No pertenecen al mismo partido, sin embargo, el acto estuvo sumido en un clima de respeto mutuo, un ejemplo de
política y civismo.
Ni
marchas partidarias, ni militantes con banderas extrañas gritando consignas o
amenazas, en definitiva, ninguna de la parafernalia festiva que caracteriza a
esta geografía. Un acto netamente democrático. Una hora después, el presidente
saliente, en su cuenta de Twitter, escribía lo siguiente:
"Llegando a mi casa con el
noble título que comparto con todos ustedes: el ciudadano Piñera"
Ni héroe
ni vencido, simplemente: digno.
Hay
quienes creen que nos separa apenas una cordillera. Geográficamente es posible
que sea de esa manera, pero nos distancia aún más la brecha entre su dirigencia
y la nuestra. Volviendo a la asunción de Bachelet, cabe aclarar que Cristina
Kirchner estuvo ahí. ¿Habrá aprendido algo? Lo dudo.
Ella
necesita el circo, “los pibes para la liberación”, los “ni ni” que “progresan”
con 600 pesos, los aplausos forzados, los aduladores rentados. En rigor,
Cristina Fernández de Kirchner es todo eso, una puesta en escena donde actúa
como director y orquesta.
Protagonizó
un duelo eterno con singular éxito: el vestidito negro conmovió a un 54%. Luego
se purificó con el blanco y, recientemente, apareció frente al Papa como una
suerte de versión femenina de Felipe II, casi la hacedora del Concilio de
Trento. Católica devota rendida a los pies de quien desdeñó un sinfín de veces.
Esta
última actuación puso en evidencia, la gran derrota de la presidente. Llego al
Vaticano vencida, no por adversarios políticos sino por su propia porfía.
Veinticuatro
horas después el Sumo Pontífice, jesuita que no habla sin saber el significado
exacto de cada palabra, se refería a la necesidad de acercarse al Señor, “para
no ser cristianos disfrazados, que cuando pasa esta apariencia se ve que en
realidad no son cristianos“. Y subrayaba “si se es hipócrita no se está en el
buen camino“
Finalmente
agregó que hay que “cuidar al prójimo, al enfermo, al pobre, al que tiene
necesidades, al ignorante. Los hipócritas no saben hacer esto, no pueden,
porque están tan llenos de sí mismos que son ciegos para mirar a los demás”.
Nadie más
que él sabe por qué pronunció esas sentencias tras la visita de la mandataria
argentina, pero cualquiera que viva en estos pagos puede inferir o sospechar a
quién se refería. Francisco había almorzado con una jefe de Estado a la cual conoce
a pie juntillas.
El show
continuó en Francia. Hubo homenaje de Napoleón mientras acá yace destrozado
Cristóbal Colón. Vaya uno a saber qué parámetros escoge Cristina para definir
que personajes de la historia merecen o no ser respetados. A Charles De Gaulle
no se le ocurriría ni mencionarlo, claro.
En medio
de todo esto, Jorge Capitanich salió a decir que la economía anda de
maravillas. “Los analistas de la oposición mienten“. Una demostración palpable
de la muerte del relato: antes, al menos, se esforzaban en crear cierta
atmósfera de magia y desvirtuaban los hechos. Ahora, directamente, apelan a la
mentira sin sutilezas, casi como decir que lo blanco es negro.
Mediocridad
hasta la coronilla. Uno hasta extraña la pomposidad de esas estructuras gramaticales
que hablaban de matrices diversificadas, inclusión social por acceder a una netbook
donde no hay siquiera electricidad, y demás. Hoy, el stand up del jefe de
Gabinete es, literalmente, decadente. Por momentos causa risa, por momentos
causa una pena magnánima.
Cuenta
Giovani Papini que hubo un tiempo en que los ancianos mandaban. Monopolio del
culto y del poder: gerontocracia. Ahora nos hallamos en plena paidocracia:
dominan en todos “los muchachos”. Desde luego, no se refería a la muchachada de
La Cámpora, de lo contrario hubiese hablado directamente de cleptocracia. Pero
su tesis se adapta a este presente donde las responsabilidades de los
gobernantes son casi como las del infante: livianas, justificables y
perdonables, pues la conciencia del error y el mal no gravitan en la infancia.
Ningún
esfuerzo intelectual les es solicitado. En palabras de Papini, “este
infantilismo progresivo se expande incluso a la razón y a la dialéctica, y las
sustituyen por el inconsciente y la intuición. En suma, lo irracional propio o
característico de los niños”.
A los
chicos se le permite quebrar límites, se los exime de rendir cuentas y se les
excusa la transgresión de normas y reglas. Al kirchnerismo también. Se le ha
dejado pasar una década de oportunidades desperdiciadas sin preguntársele
siquiera por qué. Manejaron la Argentina a capricho. Nos mearon encima,
rompieron no un adorno de la casa sino las bases mismas de la sociedad, a
saber: la familia, la Constitución Nacional. Y adaptaron a su antojo la
historia como si se tratase del cuento de Cenicienta o Superman.
Cristina
es el emblema de todo esto. Es la niña de la sonrisa en la tragedia, del
escándalo sucesivo, de la torpeza y el desorden, del lucir como si viviese en
una eterna adolescencia. “El ideal de la mujer antigua era la matrona. El de la
modernísima, el efebo”, remarca el autor de ‘Gog’ y ‘El libro Negro’, y parece
que estuviera hablando de ella.
Así,
debemos asumir que nuestra dirigencia, con su tendencia a la hegemonía de los
impúberes, convertirá al país no en República, sino en un pelotero donde todos
se arrojen pelotas como culpas.
Culpas
siempre ajenas claro, porque cuando los niños desobedecen y obran erróneamente,
son los adultos quienes deben hacerse cargo de los platos rotos. Y hace diez
años que, el kirchnerismo, se ha encargado de convertir al pueblo en tutor de
sus actos, es decir, de sus fracasos.
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